El trotskismo a debate (Tercera parte). El programa de la Revolución Permanente

en Aromo/El Aromo n° 111/Novedades

El trotskismo argentino brinda día a día nuevas pruebas de su agotamiento histórico. La deriva electoralista, el cretinismo parlamentario, la conciliación con el peronismo aun cuando esta fuerza detenta el gobierno y la ausencia de vocación de poder, entre otras falencias, no son simples “desvíos” de un “trotskismo original” que se ha perdido y al cual hay que volver, sino las consecuencias irremediables de un programa completamente inútil para las coordenadas económico-sociales de la Argentina: la Revolución Permanente.

Guido Lissandrello – Grupo de Investigación de la Izquierda Argentina

A los efectos de examinar en profundidad el corazón programático de la corriente hoy dominante en la izquierda argentina, presentamos una serie de notas, destinada a estudiar en detalle el programa del propio Trotsky. En la primera entrega, reconstruimos el debate que atravesó a la vanguardia rusa a comienzos de siglo XX acerca del carácter de la transformación que requería Rusia, debate en el cual Trotsky forjó los cimientos de la Revolución Permanente, y abordamos la metodología de trabajo con la cual construyó su teoría el futuro jefe del Ejército Rojo. En la segunda entrega, estudiamos el análisis que nuestro protagonista realizó sobre las condiciones singulares en que se desarrolló el capitalismo en Rusia, lo que nos permite calibrar con justeza la dimensión del atraso de ese país como base para la aplicación de la Revolución Permanente. En esta entrega, examinamos los elementos que componen su núcleo programático.

Las tareas burguesas y el carácter permanentista de la revolución

Examinadas las particularidades del desarrollo ruso, detengámonos ahora a intentar aislar los elementos que componen la teoría de la Revolución Permanente. La siguiente exposición puede resultar abstracta, pero debe insistirse sobre lo que ya hemos apuntado: se trata de una teoría elaborada en función de la especificidad rusa que, al menos al momento de ser pergeñada por Trotsky, no tenía la aspiración de ser un programa universal para todo rincón del planeta.

Lo primero que corresponde indicar, es que se trata de una teoría para la revolución en un país atrasado. Si Rusia hubiera llegado al siglo XX con una estructura capitalista plenamente desarrollada, con una burguesía que dominara tanto la vida social como la estructura política, toda la discusión acerca del carácter de la revolución rusa hubiera carecido de sentido. No habría, en efecto, ninguna condición objetiva para el enorme debate que reseñamos en la primera entrega. Tal y como acabamos de señalar, Rusia era interpretada por Trotsky como un país atrasado en función de la magnitud de la pervivencia de relaciones sociales previas. En efecto, definía a los países de ese tipo del siguiente modo:

“¿En qué consiste entonces la diferencia entre los países avanzados y los atrasados? La diferencia es grande, pero así y todo se trata de una diferencia en los límites de la dominación de las relaciones sociales. […] En uno de los polos, su dominación tiene un carácter claro y absoluto: los Estados Unidos. En el otro polo -India-, el capital financiero se adapta a las instituciones caducas del Medioevo asiático, las subordina y les impone a estas sus propios métodos. Pero tanto aquí como allí domina la burguesía. De esto se deduce que la dictadura del proletariado tendrá asimismo en los distintos países capitalistas un carácter extremadamente variado, en el sentido de la base social, de las formas políticas, de los objetivos inmediatos y del ritmo del proceso.”[1]

Como puede advertirse, el carácter atrasado no conlleva necesariamente la misma resolución de idénticos problemas en todos los países de ese tipo. Por el contrario, estas formas variarán de país a país.

Habiendo elementos que constriñen el desarrollo burgués y que al mismo tiempo inhiben el potencial transformador de la burguesía, recae el papel revolucionario en la clase obrera, tanto para las tareas burguesas como para las socialistas. Naturalmente, de allí se desprende el carácter permanentista de la revolución: la clase obrera resuelve en un mismo proceso la liquidación de las supervivencias feudales y el inicio de la construcción del socialismo. Esta idea no es estrictamente una innovación de Trotsky, Marx y Engels ya la habían formulado en su Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas. Nuestro protagonista reconocía esta deuda explícitamente, al señalar que:

“La Revolución Permanente, en el sentido que Marx daba a esta idea, quiere decir una revolución que no se aviene a ninguna de las formas de predominio de clase, que no se detiene en la etapa democrática y pasa a las reivindicaciones de carácter socialista, abriendo la guerra franca contra la reacción, una revolución en la que cada etapa se basa en la anterior y que no puede terminar más que con la liquidación completa de la sociedad de clases.”

En ese entonces, la dupla creadora del materialismo histórico combatía contra las ideas del “Estado racional o democrático”, que presuponía la llegada al socialismo por la vía pacífica, evolutiva o reformista. Trotsky recogía el guante en su combate contra Plejanov, los mencheviques y la II Internacional, para indicar que el cumplimiento de los objetivos democráticos de las naciones atrasadas no podía recaer en la burguesía, sino en una dictadura del proletariado que, a su vez, ponía a la orden del día las reivindicaciones socialistas. En efecto,

“Si la opinión tradicional sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia, la teoría de la Revolución Permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado.”[2]

¿Cuáles son en concreto las tareas democráticas? Tal y como hemos visto en la nota anterior, ellas son la disolución del poder autocrático, es decir, de una forma del Estado que responde a un orden feudal, y la liquidación de esas relaciones que aún perviven en la sociedad, básicamente, la resolución de la cuestión agraria. La primera de ellas es suficientemente clara, aunque haya sido comprendida mal por los trotskistas. Efectivamente, para Trotsky, al menos en este momento, no se trata de una cuestión constitucional de ampliación de las “libertades democráticas”, sino de la liquidación de ese pesado Estado hipertrofiado del que hablamos antes, de “destruir implacablemente al viejo aparato estatal de la monarquía”.[3] Estamos hablando de un Estado que no responde a la burguesía o que su dominio sobre el mismo no es completo.

El problema campesino

La otra tarea democrática burguesa era la de “liquidar definitivamente la gran propiedad agraria”.[4] En efecto, “la esencia de la cuestión consistía en que el problema agrario, que constituía la base de la revolución burguesa, no podía ser resuelto bajo el predominio de la burguesía.”[5] Aquella era la tarea que entrañaba la mayor complejidad política, de allí que Trotsky definiera al campesinado como la gran incógnita de la fórmula política de la revolución y que en el pensamiento radical ruso se lo conociera como la esfinge de la historia rusa. En efecto, el campesinado era la llave de la revolución democrático-burguesa, en tanto y en cuanto era el más interesado en ella por el reparto de la tierra y la liquidación de la servidumbre, y a su vez era la traba para la culminación de la revolución socialista, en tanto y en cuanto ella se extendería sobre la base de su expropiación.

En efecto, el meollo de la cuestión era la particular situación estructural del campesinado. En primer lugar, su posición como clase social. Relicto de una sociedad previa en decadencia, se convertía en el capitalismo en una pequeñoburguesía en proceso de ascenso social, la menor de las veces, o de proletarización, lo que era la norma. Mientras tanto, no dejaba de ser una masa enorme de la población, que obligaba a considerarlo un elemento central. En manos de la burguesía, significaba el triunfo de la reacción, en manos del proletariado, la llave de la revolución. Por la misma posición social ambivalente que ocupaba, era incapaz de construir un propio partido. De haber sido eso posible, la revolución democrático-burguesa habría estado en sus manos y podría haber operado como una sansculloterie rusa. Pero lo cierto es que socialmente estaba vedada esa posibilidad. La clase obrera tenía que ganarlo para la revolución, pero siempre bajo su hegemonía. Ello era el corazón de la discusión entre Trotsky y Lenin, en tanto que el segundo hablaba inicialmente de dictadura democrática del proletariado y el campesinado, el primero hacía hincapié en que la fuerza motriz era el proletariado apoyado en el campesinado. En definitiva, una base social de masas mas no una fuerza dirigente:

“La Revolución Permanente aparece expuesta como una revolución que fusiona al proletariado organizado en Soviet con las masas oprimidas de la ciudad y del campo, como una revolución nacional que lleva al proletariado al poder, y abre con ello la posibilidad de la transformación de la revolución democrática en socialista. La revolución no es un salto dado aisladamente por el proletariado, sino la transformación de toda la nación acaudillada por el proletariado. Así concebía y así interpretaba yo, a partir de 1905, las perspectivas de la Revolución Permanente.”[6]

En este punto, la estrategia consistía en apoyarse en los campesinos contra la monarquía, los terratenientes y todas las supervivencias feudales, lo que significaba avanzar en la revolución democrático-burguesa. Pero luego la marcha seguiría hacia el socialismo, lo que llevaría a introducir una cuña dentro del campesinado, para delimitar a los sectores más pobres (no explotadores) y al semiproletariado, con todos los explotados, contra el capitalismo, esto es los elementos ricos del campo. Para sintetizar este aspecto:

“La abolición del sistema de servidumbre feudal encontrará el apoyo del campesinado entero, la clase más afectada por la servidumbre. Un impuesto progresivo sobre la renta tendrá el apoyo de la gran mayoría del campesinado; pero las medidas legislativas de protección del proletariado del campo no sólo no serán recibidas con el beneplácito activo de la mayoría, sino que tropezarán con una resistencia activa de parte de una minoría. El proletariado se verá obligado a llevar al campo la lucha de clases y a destruir de esta manera la comunidad de intereses que le une con el campesinado entero, comunidad indudablemente existente aunque dentro de límites relativamente estrechos. Desde el primer momento de su dominación, el proletariado tendrá que buscar su apoyo en la confrontación de las capas pobres y ricas del campesinado, del proletariado del campo con la burguesía agrícola. Pero si, por un lado, la heterogeneidad del campesinado constituye una dificultad y limita la base de una política proletaria, por otro lado su insuficiente diferenciación de clase, hará también más difícil llevar al campesinado a una lucha de clases desarrollada en la cual pudiese apoyarse el proletariado urbano. El primitivismo del campesinado mostrará al proletariado su lado más hostil.”

¿Cómo se desenvolvería finalmente la Revolución Permanente? Es interesante advertir que Trotsky escribe tras la revolución de 1905 y describe con bastante fidelidad los hechos posteriores. El proletariado llegaría al poder mediante una sublevación nacional en la que se liquidarían los restos del absolutismo y del sistema de servidumbre civil. Ahora bien, una vez en el poder y habiendo resuelto estas tareas, aunque quisiera no podría limitarse a crear las “condiciones republicano-democráticas para el dominio social de la burguesía”[7], pues quiebra necesariamente el límite entre el programa mínimo (burgués) y máximo (socialista). Por caso, la resolución del problema agrario, que aprisiona a las grandes masas de Rusia llevaba a plantear tareas de tipo socialista. Así como la permanencia trastoca del contenido de la revolución de burguesa a socialista, también quiebra los marcos de esa transformación, haciéndola trascender de los límites nacionales hacia los internacionales. Esto se explicaba por dos motivos. Uno más general, en la medida de que el socialismo solo podía imponerse como realidad mundial en un contexto en el cual el capitalismo ya había dado lugar a un mercado mundial completamente integrado. Otro más particular: la revolución en Rusia solo podía salvaguardarse si la iniciativa se trasladaba a Europa occidental, única forma de combatir la reacción feudal burguesa en todo el continente.

En efecto, un elemento constitutivo de la Revolución Permanente, es el carácter internacional de la revolución. Aspecto que Trotsky sacará a relucir en su debate contra la apuesta estalinista de la construcción del socialismo en un solo país. Volveremos sobre este punto en una futura nota, toda vez que su tratamiento amerita no solo oír la voz de Trotsky, sino contrastarla con los diagnósticos que impulsaban a Stalin y al grueso del Partido Bolchevique, a afirmar la posibilidad y necesidad de construir el socialismo en Rusia en un contexto en el que la revolución entraba en un impasse tras la derrota en Alemania y el mundo occidental parecía estar relativamente a salvo del fantasma del comunismo.

De la aritmética al álgebra

Hemos visto emerger a la teoría de la Revolución Permanente como una reflexión de nuestro protagonista a partir del estudio de las condiciones particularísimas en las que había tenido lugar el desarrollo del capitalismo en Rusia. Esa teoría fue construida en combate contra las ideas dominantes de la época en el seno de la vanguardia revolucionaria local, en particular contra Plejanov, es decir, contra una “vaca sagrada” del momento. Trotsky, lejos de interpretar el presente como repetición mecánica del pasado, se quitó el lastre del “modelo francés” y advirtió proféticamente el camino que recorrería la revolución rusa a partir de un método eminentemente claro: el estudio concreto de la situación concreta.

La Revolución Permanente se revela como la forma de la revolución en una estructura social atrasada. En ella, pervive aún una forma de organización del poder feudal -la autocracia- y la burguesía no es aún una clase políticamente dominante. No solo eso, muestra además su impotencia social que le impide completar las tareas de su clase. En el otro extremo de la estructura, pervive una enorme masa de campesinos, es decir, subsisten relaciones precapitalistas. Ese será el nudo gordiano de la revolución, pues se trata de un sector en disputa en el marco de la lucha de clases entre burgueses y obreros. El núcleo del pensamiento de Trotsky radica justamente en la permanencia de la revolución, en la elevación del proletariado a la categoría de caudillo revolucionario que deberá cumplir las tareas que la burguesía, por sus condiciones estructurales, no puede resolver (liquidación de la autocracia, superación del atraso social) y, empujado por la propia dinámica de la lucha de clases, deberá avanzar hacia el socialismo.

¿El problema, entonces, es de los trotskistas y no de Trotsky? Sí y no. Trotsky usaba frecuentemente una expresión que recurría a la terminología matemática. En varios pasajes puede verse ese recurso, citamos uno a modo de ejemplo:

“La vieja fórmula de Lenin no resolvía de antemano cuáles serían las relaciones políticas recíprocas del proletariado y de los campesinos en el interior del bloque revolucionario. En otros términos, la fórmula se asignaba conscientemente, un cierto carácter algebraico, que debía ceder el sitio a unidades aritméticas más concretas en el proceso de la experiencia histórica.”[8]

Trotsky se refería, tal como indica la cita, a las dos ramas de la matemática para caracterizar fórmulas o consignas políticas: la aritmética y el álgebra. Recordemos que la primera se refiere al estudio de los números y las operaciones que con ellos se realizan, mientras la segunda comprende el estudio de estructuras abstractas y estudia la combinación de elementos de aquellas acorde a ciertas reglas. Con ellas, el revolucionario ruso quería distinguir a aquellas formulaciones generales, que podían ser válidas muy genéricamente, de aquellas que se aplicaban a una realidad concreta, específica.

En lo que a nuestros fines respecta, conviene distinguir los “usos” de la teoría de la Revolución Permanente en dos etapas.El nacimiento de la teoría de la Revolución Permanente está íntimamente ligado y determinado por la realidad específica rusa. En sus comienzos, Trotsky no piensa su teoría como una formulación aplicable a todo el universo, sino que ella es el resultado del análisis minucioso de la estructura social que pretendía revolucionar. Es la etapa aritmética de la Revolución Permanente, la que refiere al momento concreto. Es lo que hemos venido examinando en estas primeras tres entregas.

Luego, en una segunda etapa, que comienza con las discusiones en torno al accionar del Partido Comunista en China y que continúa luego con sus reflexiones en el exilio mexicano, la Revolución Permanente es erigida en regla para todos los países atrasados. Entramos allí en la etapa algebraica, el momento general y abstracto. A ello nos abocamos en las próximas entregas de esta saga.

Mientras que la primera revela un esfuerzo intelectual envidiable, con una gran erudición, la segunda nos devuelve la imagen de un publicista informado que aplica una formula preconcebida a partir de datos aislados. Esto en nada rebaja la figura de un revolucionario en toda la regla que hizo su propia revolución, sino que nos advierte sobre formas de elaboración programática que debieran ser abandonadas. Ante la imitación algebraica de la Revolución Permanente, se impone la necesidad de una elaboración aritmética del programa revolucionario útil aquí y ahora.

¿Qué queda de la Revolución Permanente hoy?

¿Tienen los revolucionarios argentinos los mismos problemas que sus pares rusos hace un siglo atrás? Ya lo explicamos largamente en los más de cien números de El Aromo. Para resumir. La Argentina hoy posee una dinámica plenamente capitalista, resultado del cumplimiento de la revolución burguesa. Este tipo de revolución contempla la resolución de una serie de tareas bien específicas: la conquista del poder y la derrota de la contrarrevolución para afianzarlo, la constitución de la hegemonía burguesa sobre el conjunto del espacio nacional, la edificación de un mercado capitalista en esa magnitud y la liquidación de formas sociales precapitalistas. Todo ello ya aconteció en la Argentina en un proceso que se inició hace casi dos siglos. En 1810 el corazón de la burguesía, los hacendados de la campaña bonaerense, se hicieron del poder. En la década del ’20 derrotaron definitivamente a la contrarrevolución. En el resto del siglo XIX, se constituyó un mercado nacional, que aseguró la libre circulación de las mercancías, en particular, la más valiosa para la burguesía: la fuerza de trabajo. La construcción del Estado burgués se completó en su dimensión institucional, legal y financiera. No hay ningún relicto precapitalista, en particular, no existen masas campesinas. En rigor de verdad, la población rural es marginal en la estructura del país. La “esfinge de la Revolución Rusa” no existe para la Revolución Argentina. Eso solo ya bastaría para descartar de plano la aplicación de la Revolución Permanente hoy. Todo el problema ruso se reducía al problema de la cuestión agraria. La Argentina no tiene ese problema, solo se trata de expropiar a la totalidad de los burgueses del agro. Inventar un campesinado argentino y tratar de establecer alianzas con él lo único que hace es fragmentar a la clase obrera (cuando detrás del rótulo se encubren semiproletarios u obreros con tierras) y atar al proletariado al carro de la burguesía (cuando detrás del rótulo se encubren chacareros, es decir, burgueses hechos y derechos).

Tampoco puede decirse que el Estado no lo controle la burguesía argentina. Menos, alegar como argumentos de ello un mecanismo por el cual los capitalistas locales estafan a sus acreedores (la deuda externa) o los acuerdos con entidades que facilitan esos préstamos para sostener la acumulación capitalista (FMI). De ningún modo el atraso social profundo (la existencia de una cuestión agraria), puede ser reemplazado por una lectura superficial de la economía, según la cual la preeminencia económica de actividades ligadas al agro, en detrimento de la llamada “industria pesada”, sea signo de atraso. En primer lugar, porque no es cierto que la Argentina no tiene “industria”. En segundo lugar, porque es falso que el campo no sea “industria”. Y, en tercer lugar, porque el desarrollo capitalista no se mide por la existencia de capitales locales eficientes en todas las ramas económicas. Los trotskistas que sostienen esto harían bien en repasar las afirmaciones de Trotsky en torno al funcionamiento del mercado mundial y el desarrollo desigual y combinado. Sostener que existe una opresión nacional en un país donde su burguesía controla el conjunto del espacio nacional y su Estado, lo único que genera es la construcción de un terreno común con los capitalistas locales, espacio en el que germinan los peores vicios del trotskismo argentino: el nacionalismo y el properonismo.

Si hay algo que conserva vigencia de la teoría de la Revolución Permanente hoy, es la preocupación y la metodología que fue elaborada. Es decir, despojándose del lastre de las experiencias pasadas, exitosas en otro tiempo y espacio, para dar paso al estudio científico de las particularidades nacionales. No sirve forzar los planteos de Trotsky para una realidad que no tiene nada que ver con aquella en la que esas ideas fueron forjadas, ni puede ser un impedimento para ello que su propio autor las haya extendido equivocadamente a escenarios diferentes. Tampoco podemos acogernos a la cómoda espera de una revolución internacional que resuelva nuestros problemas nacionales. Cómo lo dijimos más de una vez, es nuestro el problema de nuestra revolución y hay que pensarlo con nuestra cabeza.


[1]Trotsky, León: “La Revolución Permanente”, en Trotsky, León: La teoría de la Revolución Permanente, Ediciones IPS, 2011, pp. 337-338.

[2]Ídem, p. 255.

[3]Ídem, p. 317.

[4]Ibídem.

[5]Ídem, p. 322.

[6]Ídem, p. 286.

[7]Trotsky, León: “Resultados y perspectivas”, en Trotsky, op. cit., p. 88.

[8]Trotsky, “La revolución…”, op. cit., p. ídem, p. 355.

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1 Comentario

  1. Muy buen análisis. Preguntas ¿sólo un error de diagnóstico explica la crisis del trotskismo? ¿Las experiencias revolucionarias pasadas son enteramente desechables? ¿Se puede hacer una revolución socialista sin que la mayoría de lo que se concibe como pueblo no sepa que es el capitalismo en su noción más básica?

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