Preparar la Revolución. Lecciones de Mayo

en Aromo/El Aromo n° 111/Novedades

Por estos días, se cumplieron 210 años de la Revolución de Mayo. En numerosos artículos del Aromo vimos pasar debates y caracterizaciones de este problema. Sin embargo, en esta ocasión, vamos a poner sobre la mesa un problema significativo: el asunto del programa revolucionario y su agitación, en particular, cuando la lucha de clases todavía no había dado, en Buenos Aires, un salto cualitativo. Es decir, cuando todavía no se había abierto un proceso revolucionario.

Juan Flores – GIRB (Grupo de Investigación sobre las Revoluciones Burguesas) CEICS

¿La imprevista consecuencia de un evento lejano?

Hace 18 años, en el Diario Clarín, Luis Alberto Romero sintetizaba en un párrafo la idea que la Academia burguesa se hizo de la Revolución:

“Hace tiempo que los historiadores profesionales, los historiadores en serio, vienen criticando esta explicación [que el 25 de Mayo nació “la Patria”]. Coinciden en que los sucesos de Mayo de 1810 no fueron el fruto de un plan previo sino la imprevista consecuencia de un evento lejano: el derrumbe del Imperio Español luego de la invasión napoleónica. En Buenos Aires, como en cada ciudad importante de Hispanoamérica, un grupo de vecinos se hizo cargo del gobierno, de manera provisoria, sin saber bien para quién ni contra quién.”[i]

Como se ve, Romero planteaba una Revolución fortuita, impuesta por el imperio de la circunstancias. En su afán por polemizar con la “visión tradicional” (el mitrismo), Romero opone una historia azarosa. No había clases, no había programa, no había un sentido histórico. La revolución es el desorden: se cayó el Imperio, todo el asunto es quién se hace cargo de la batuta y lo justifica. Esta es la historia de la “democracia burguesa” resultante del triunfo de la contrarrevolución y llamada a poner orden ante el Argentinazo, que había ocurrido unos meses antes. Por eso, Romero proyectaba llevar estas ideas a las escuelas, para “cerrar una brecha”: la de los historiadores “profesionales” y las escuelas, pero sobre todo, la de la burguesía y el proletariado. No es casual que unos años después, con el kirchnerismo, este relato reaccionario llenó los manuales y diseños curriculares. El kirchnerismo venía a “cerrar esa brecha” con la excusa de estar construyendo una “ciudadanía participativa”.

Este relato de la revolución es adoptado por buena parte de la izquierda que niega el contenido revolucionario de 1810. Hace unos años, una polémica con el PTS y con todos los discípulos de Milcíades Peña así lo puso de manifiesto.[ii] Para Peña, no existió una revolución en el sentido real del término, existió solo una “revolución política”. No hubo un triunfo de una clase sobre otra, sino un reacomodamiento interno de la misma clase dominante. Nada muy diferente a lo que señalaron académicos como Halperin Donghi. Pero incluso quienes hablan de alguna revolución –aunque “interrumpida”-, ponen el eje en sus “antecedentes” (otras revoluciones en otros puntos del mundo) o en sus causas “detonantes” externas o internas. De ese modo, la Revolución no se “prepara”: es un reflejo casi natural de un evento lejano o el estallido espontáneo de un “descontento criollo”. No hay un programa ni una maduración de la conciencia en el seno de una clase social. Solidaria con sus planteos actuales, la izquierda plantea que la revolución es espontánea.

La conspiración

Lógicamente, la Revolución burguesa y la revolución socialista tienen un contenido disímil. El sujeto llamado a la tarea es diferente, tanto como lo son sus intereses y objetivos. Del mismo modo, la fisonomía de cada organización revolucionaria tiene sus particularidades. Sin embargo, algunos elementos de la revolución burguesa sirven para encarar la tarea cotidiana en el siglo XXI. La necesidad de preparar la revolución es una de ellas.

Los hechos son conocidos: en 1806, se abre un proceso revolucionario que lleva finalmente a la burguesía al poder. En 1810, la burguesía arma la Junta Provisoria de Gobierno, o como mejor se la conoce, la Primera Junta.

¿Pero de dónde vienen los revolucionarios de 1806-1810? Para eso, vale ubicarse en un contexto internacional. El mundo se encontraba inmerso en una época revolucionaria. La transición del mundo feudal a la sociedad capitalista, no se producía sin avances y retrocesos. La burguesía había triunfado en Inglaterra, Francia y Estados Unidos. En Buenos Aires, la burguesía tomó forma en los hacendados que nutrieron el Gremio de Hacendados primero, y la dirección del Cuerpo de Patricios una vez estalladas las Invasiones. Su presencia como clase se manifestó en una combinación de acciones clandestinas y acciones abiertas de organizaciones corporativas, culturales y políticas. Algunas de ellas tenían un carácter carbonario y masón. Se trataba de sociedades secretas que formaron cuadros revolucionarios, preparados para los años más convulsionados. El carácter secreto suponía aún la negativa a movilizar a las masas para la tarea. Pero la conspiración estaba en marcha.

Con la Revolución Francesa, comienzan a difundirse pasquines y a tomar lugar los agitadores en el suelo americano. Del mismo modo, la censura se profundiza. El virrey Arredondo, en 1790 prohíbe –mediante un bando- los pasquines revolucionarios y la compra de negros de barcos franceses. Era preferible que no se difundieran demasiado los sucesos acontecidos en Francia desde 1789. José María Caballero, presunto agitador, fue arrestado en Córdoba en 1793. Para esa altura, en Buenos Aires, Martín de Álzaga –un contrarrevolucionario de la primera hora- tuvo encomendada la tarea de detectar conspiradores. Álzaga descubre entonces un grupo a cargo de Santiago Antonini, quien tendría en sus manos un pasquín con la leyenda “Viva la Livertá”. Luego de implementar -sin resultados- la tortura, los reos fueron condenados y extraditados a España. Un pasquín señalaba:

“Viva la libertad, Martín de Álzaga dentro de un año irás a la guillotina tu y cuantos andan en averiguaciones. Y tus bienes serán para la convención Americana. Viva, Viva, Viva la libertad, la libertad. Doscientos mil fusiles vendrán y dos mil oficiales franceses. La Nación francesa tomará satisfacción, costará arroyos de sangre, ya se da aviso a París.”[iii]

Claro, para esa época, el material circulaba de uno u otro modo entre los revolucionarios. De hecho, observando sus cartas, Juan Martín de Pueyrredón reflejaba adscribir a la crítica francesa de la monarquía, lo cual no es un dato menor. En 1802, en carta privada a su hermano Diego, Pueyrredón señalaba:

“Tenía acopiados en Francia varios libritos curiosos, y me vi en la necesidad de dejarlos en Cádiz, temeroso de que me los quitasen, porque sin embargo, de que en nada ofendían a la religión, vulneraban gravemente el Gobierno Monárquico, porque sobre cualquier materia que escriban los franceses, su crítica es terrible por lo clara y justa, y este es mal negocio en España, de suerte que no tengo papel algo que poderte mandar”.[iv] [El subrayado es nuestro]

Sería el preludio de logias más estables. La primera en Buenos Aires, a cargo de Juan Silva Cordeiro –portugués-, data de 1804. Unos años después, Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla fundaron Estrella del Sur, una logia independentista. Rodríguez Peña entró en contacto con otro revolucionario, Francisco de Miranda, a quien se le atribuye la formación de la logia de los “Caballeros Racionales” o la Gran Logia Americana, precedente de la Logia Lautaro. Allí se habrían formado también San Martín, Alvear, Zapiola, José Miguel Carrera, O’Higgins, entre otros. Veamos un poco al respecto.

Francisco de Miranda

Oriundo de Caracas, Miranda fue sospechado de espía, agente británico, entre otros epítetos. Pero, en realidad, fue un precursor de las revoluciones, cuando América todavía no había convulsionado. No fue el único: la actividad de Antonio Nariño y los levantamientos comuneros en Nueva Granada, son otra sobrada muestra, que dejamos para otra ocasión.

En su juventud, Miranda prestó servicio en Cádiz y Melilla, desde donde partieron tropas para combatir junto a los ejércitos norteamericanos. En ese momento, España y Francia eran aliadas contra Inglaterra. Por ese entonces, Miranda se hizo de una profunda biblioteca: era hijo del iluminismo. La Inquisición apuntó contra el susodicho en 1778, por los “delitos de proposiciones, retención de libros prohibidos y pinturas obscenas”.[v] Es decir, por difamar a Dios y a la religión. Cuando el Tribunal de Sevilla se expidió pidiendo su captura, Miranda –que ignoraba el proceso- ya estaba en Estados Unidos. Luego de desertar de los ejércitos españoles –por otros procesos de orden militar-, Miranda recorrió Estados Unidos como un fugitivo y entró en contacto con los revolucionarios norteamericanos en Filadelfia (Washington, Addams, Jefferson, Franklin, entre otros). Allí comienza a adoptar el programa revolucionario de forma plena y comienza a hablar de “hacer la revolución en las provincias españolas del Sur”.[vi]

De ese modo, con la persecución española tras sus pasos, Miranda recorrió Europa intentando buscar interesados para la Revolución en América. En particular, en Inglaterra y Francia. Al gobierno inglés, le ofreció liderar un plan emancipador en 1789, lo que motivó la acusación de agente inglés por la monarquía española –interpretación que de forma antojadiza se apropiaron algunos historiadores nacionalistas-. Sin embargo, Miranda luego participó de los ejércitos franceses como general, por lo que hoy su nombre se encuentra escrito en el Arco de Triunfo en París. Con el apoyo de Francia, intentó llevar a cabo sus planes, pero fracasa.

Para 1797/98, Miranda se dispuso entonces a organizar un proyecto colectivo, y ya no individual. Ya en Londres, montó toda una logística compleja con agentes, secretarios y mensajeros. Una red de agitadores y conspiradores. Su orientación: la Revolución y la liberación de América en asociación comercial y con la protección de Inglaterra y Estados Unidos, una lógica que luego sería impulsada por los mismos gobiernos revolucionarios. ¿Quién lo financiaba? La firma Turnbull, Forbes & Co., interesada en las ventajas comerciales que podría traer el triunfo del plan de Miranda. En Buenos Aires, operaba a través de Manuel Padilla, Felipe Contucci y Saturnino Peña. No era un asunto menor: en un contexto de alianzas complejas, la revolución traía aparejada un juego diplomático propio y requería protección. Aunque la invasión de 1806 tomó otros carriles, los planes de liberación estaban puestos sobre la mesa.

Al mismo tiempo, Miranda se dedicó a propagandizar la revolución en la prensa anglosajona y escocesa. De este modo, Miranda se convirtió, en cierto modo, en un formador de cuadros. Aunque algunos historiadores ponen en discusión el funcionamiento real de una logia como tal, sí se ha probado que Miranda colaboró en la formación de O’Higgins y de buena parte de los revolucionarios americanos, a quienes abrió las puertas de su biblioteca.

La circulación de periódicos

La circulación de pasquines, la instigación clandestina a la Revolución, estuvo complementada –aunque de forma relativamente tardía- por la circulación de periódicos. El primer periódico en Buenos Aires data de 1801 y tuvo como nombre El Telégrafo Mercantil. Su fundador: Hipólito Vieytes, un hijo neto de la burguesía agraria de Buenos Aires.

Las ideas de Vieytes pueden parecer difusas para estos años. Puede ser un verdadero revolucionario moderado por la censura o todavía guardar esperanzas en el sistema colonial –lo que resultaría poco probable, aunque no imposible-. Lo cierto es que el Telégrafo Mercantil ponía de manifiesto problemas burgueses, es decir, problemas de clase. Allí se propone desarrollar la agricultura, la minería, fundar una compañía para exportar carnes saladas, así como se plantea la necesidad de una organización política independiente, una “Junta del Monte”. Al mismo tiempo, Vieytes planteó la libre exportación de granos, cueros y carnes, y el dominio burgués sobre el trabajo asalariado. De uno u otro modo, son ideas incompatibles con un sistema colonial que drena recursos a la metrópoli y que se sirve de la compulsión extraeconómica para producir. Pero el desarrollo de estos planteos tendrá lugar en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, y en el Correo de Comercio, dos periódicos posteriores.

Como se ve, esta clase también batallaba en el terreno de la cultura. Sea como sea, tenía en sus planes, la organización de un programa. Todos estos elementos estuvieron en juego, cuando en 1806, tropas británicas ingresaron a Buenos Aires.

El elemento activo

Podríamos concluir que los revolucionarios fueron un elemento consciente. Lejos de lo señalado por la Academia, la Revolución tuvo sujetos dispuestos a terminar con el dominio feudal y construir una nueva sociedad. Incluso, algunos venían planificando esa salida con anterioridad a la crisis terminal del Imperio español.

También podríamos concluir que el proceso revolucionario se enmarcó en una época más general de revoluciones burguesas Sin embargo, de esto no se puede desprender que la Revolución fuera un reflejo “natural” de otros acontecimientos. El escenario –la época revolucionaria y la crisis de la monarquía- no reemplazaba al sujeto: a la burguesía y a sus revolucionarios, con sus organizaciones. Cuando Beresford tomó Buenos Aires, la burguesía adoptó una salida revolucionaria como resultado de un proceso de maduración. Pero dicho proceso fue a la vez resultado de una intervención activa y preparatoria de verdaderos revolucionarios: la agitación de ideas, la instigación a la revolución y la lucha cultural fueron factores claves en la educación de esa burguesía como clase. Incluso cuando el escenario no era crítico –todavía- para los partidarios del feudalismo.

Se trata de un concepto fundamental: no existe la maduración espontánea de la conciencia y las revoluciones. Lo fue para las revoluciones burguesas y lo será para las revoluciones obreras y socialistas. Si queremos la revolución, no hay otra alternativa que mostrar el camino.


[i]Romero, Luis Alberto: “Una brecha que debe ser cerrada” en Diario Clarín, 24/5/2002

[ii] Rossi Delaney, Santiago: “Academicismo y pereza. Un debate fallido con el PTS”, El Aromo nº61, 2011

[iii] Citado en Canter, Juan: “El Río de la Plata y la revolución Francesa, 1789-1809”,  en Levene Ricardo: Historia de la Nación Argentina, El Ateneo, 1941, Sección V, primera sección, p.47

[iv]Carta a Don Diego José de Pueyrredón, 26 de septiembre de 1802, en Lafuente Machain, Op.Cit.

[v]Citado en Bohórquez Morán, Carmen L.: Francisco de Miranda, precursor de las independencias de América Latina, Fundación Editorial El perro y la rana, Caracas: 2006 [1998], p.61

[vi]Ibidem, p. 110

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