La promesa de un retorno al trotskismo catastrofista, combativo y revolucionario acabó en un nuevo frente morenista. Como lo explicamos en varias oportunidades, no hay ningún lugar al que volver. El problema es el trotskismo.
Guido Lissandrello
Grupo de Investigación de la Izquierda argentina
Estamos ante un nuevo año electoral y, como corresponde a ello, la izquierda trotskista electoralera despierta de su modorra. Ya es una costumbre ver la alternancia entre un año de planchazos, con la calle vacía y ocasionales actos para cumplir con la agenda, seguido de un año en los que se celebran comicios y, por tanto, se reavivan las disputas entre los partidos, se camuflan de estratégicos debates que en el fondo solo son sobre figuritas electorales y se retoma la actividad callejera siempre en perspectiva parlamentaria. Hoy nos encontramos en uno de estos años y no es justamente una excepción a la regla. En este caso, el debate se precipitó por las elecciones adelantadas en tres provincias (Jujuy, Salta, Misiones), en dos de las cuales (Jujuy y Salta) se procesa la disputa interna entre el Partido Obrero Oficial y el Partido Obrero Tendencia, con la particularidad que esta última nuclea al grueso de la militancia en ambas provincias.
En esta ocasión, sin embargo, hay elementos que exacerban las tendencias electoralistas de nuestra izquierda trotskista. Por empezar, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores Unidad (FITU) viene de haber enfrentado en 2019 su peor elección. Recordemos que aquel año cosechó el 2.98% (741.229 votos) para diputados y el 2.16% (561.214 votos) para presidente, lo que lo dejó en los niveles de 2011, cuando el frente daba sus primeros pasos con el 2.79% (574.510 votos) para diputados y el 2.30% (503.372 votos) para presidente. Claro que entre estas fechas, el frente se había ampliado incorporando nuevos partidos y ya había tenido la oportunidad de mostrar su accionar parlamentario (punto sobre el que se debiera reflexionar más: ¿por qué la actividad legislativa de la izquierda trotskista no resulta atractiva para la clase obrera?). Mirado desde esa perspectiva, el desastre fue mayor. En el medio de todo ello, se fueron desplomando los “triunfazos” provinciales: el 14% en Mendoza que instaló la figura de Nicolás Del Caño en 2013, “Salta la troska” ese mismo año con casi un 19%, el triunfo en la legislatura de la capital y la posibilidad de conquistar la intendencia, el “Vilcazo” en Jujuy en 2017 con casi el 18%. Pasando en limpio, el FITU barranca abajo. Y eso agravaba las disputas en su interior porque cada vez hay menos cargos para repartir entre más partidos. Ya volveremos sobre esto.
En segundo lugar, y vinculado a lo anterior, el 2021 no parece concertar grandes ánimos electorales. A más de un año del inicio de la pandemia, la atención sigue puesta en el virus y la normalidad que nunca llega. Nada indica que la izquierda electoralera salga de su pozo. Menos aún cuando se advierte que estos partidos exhibieron su desorientación y se acomodaron de manera tardía. Comenzaron criticando la cuarentena desde el yutaputismo foucaultiano y rechazando la virtualidad educativa, para luego terminar reclamando nuevas restricciones y la suspensión temporaria de la presencialidad. Gracias a todas estas volteretas, el gobierno tuvo las manos libres para liberar las restricciones, aumentar los contagios y las muertes, e instalar el regreso a las aulas. Si parcialmente tuvo que recular, no se debe a la pelea del FITU sino al desastroso sistema sanitario nacional que ya está colapsando.
En tercer y último lugar, estos comicios resultan particulares también porque son los primeros en los que vemos actuar a la Tendencia del Partido Obrero. Recordemos que el PO se quebró en vísperas de las elecciones de 2019 y la fracción liderada por Altamira y Ramal recién daba sus primeros pasos. Hoy ya ha cristalizado como organización y ha hecho pública su tentativa de refundación del trotskismo argentino. Sin embargo, no ha resistido la tentación de entrar en la disputa electoral, más bien todo lo contrario: la lucha por conseguir la personería centralizó toda su actividad política desde el año pasado a esta parte. El resultado: la construcción de un frente electoral con el Nuevo MAS, que no se distingue demasiado del FITU. Dicho esto, veamos entonces como se fueron alineando los partidos trotskistas en este año electoral.
El Frente de Izquierda
Que el FITU está surcado por una profunda disputa entre el PO y el PTS no es ninguna novedad. Es una historia (la explicamos en detalle en otro nota) que comenzó desde la fundación del frente y que tuvo su hito en 2015, cuando el partido de Del Caño, envalentonado por el “éxito” en Mendoza de 2013, destronó a Altamira en unas PASO en la que se enfrentaron dos listas internas (PO/IS vs. PTS). A partir de allí la disputa no cesó, al contrario, se agudizó, pero se produjo un cambio en la hegemonía del frente, que pasó de ser dirigido por el PO a ser dirigido por el PTS. El contenido de las campañas electorales pasó de ser sindicalero y democratista, a marketinero, posmoderno y democratista. El PO además, se adaptó a la política de Nico y se deslizó por la pendiente socialdemócrata y juvenilista. A la par que esto sucedía, recrudecía y se hacía cada vez más visible la interna dentro del PO, que luego se mostraría por completo en la fractura Solano-Pitrola versus Altamira-Ramal. Como veremos luego, en esa disputa no hubo ningún enfrentamiento sustancial, porque todos compartían el mismo horizonte electoralista.
Lo cierto es que, al menos desde el último año, asistimos a un nuevo intento del PTS por conquistar mejores posiciones dentro del frente. Esto se debe, fundamentalmente, a lo que señalábamos en el acápite anterior. No se trata solo de ambiciones hegemonistas. O mejor dicho, esas ambiciones se agravan en un contexto de retroceso del frente. Simplemente, porque cada vez hay menos para repartir. Recordemos que en 2013 y 2015 el FIT conquistó 3 bancas nacionales en cada ocasión, mientras que en 2017 solo 2 y en 2019 se quedó con las ganas. Si en estas elecciones no consigue nuevos escaños, quedará fuera del parlamento, ya que se terminan las dos bancas de 2017. Como el contexto no augura buenos guarismos, más bien todo lo contrario, las discusiones se agudizan y adquieren ribetes bizarros. Ya hemos visto agudos enfrentamientos cuyo objeto en disputa era cuantos meses y días iba a durar cada partido en la rotación de las bancas, con PTS intentado pichulearle dos meses al PO, el PO dos semanas a IS y así… Sumemos además el hecho de que ahora hay que darle, aunque sea, algunos horas al partido de Cele Fierro.
El plan del PTS no es un gran enigma. Su estrategia es aglutinar dentro del frente un polo morenista anti PO, a la vez que busca ampliarlo con nuevas fuerzas para sumar votos (lo que introduce un nuevo problema: la repartija de cargos entre más participantes). Habrá que ver si el objetivo final es solo reafirmar su hegemonía en el FIT o dar paso a un nuevo frente o, quizás, “partido amplio de tendencias” que nuclee a toda el trotskismo morenista. Esta tentativa unitarista choca por ahora, con los límites que le impone el PO y con la escasa predisposición a repartir un botín electoral cada vez más chico. Por lo pronto, ya ha quedado a ojos vista la existencia de un bloque PTS/MST. Su debut público fue en septiembre del año pasado, cuando ambos partidos vaciaron una jornada del Plenario del Sindicalismo Combativo para hacer un acto en conjunto horas más tarde. Allí quedó claro que frente al PTS/MST se encontraba PO/IS. El ahora partido de Solano apuesta desde hace rato a neutralizar al PTS por la vía de hacer pesar su influencia en desocupados (Frente de Lucha) y su fuerza sindical (centralmente SUTNA, AGD-UBA, los SUTEBAS combativos y ADEMYS y el Sarmiento, vía IS) que, sin descollar es notablemente superior a la del PTS. El hecho derivó en la suspensión de un plenario obrero del PSC que debía realizarse en Rio Negro y Neuquén, mostrando que las disputas electoralistas frenaban una coordinación de lucha sindical.[1] La riña continuó el 24 de marzo, con la discusión entre “columna unificada de las luchas recientes” (donde el PTS cree tener peso) y “columna de gremios y comisiones internas combativas” que defendía el PO. El bloque PTS/MST nuevamente emprendió acciones propias con un “Encuentro de Trabajadores y Trabajadoras en lucha de la Zona Metropolitana” de “ocupados y desocupados, efectivos y tercerizados, informales y formales”, con sede en Madygfraf el día 17 de abril. Allí se votó una movilización conjunta para el 27 de ese mismo mes, en una acción que terminó, a medias, unificándose en una jornada del PSC y organizaciones piqueteras aliadas al PO.
A la par que buscaban diferenciarse de este modo, el partido de Del Caño y el de Cele Fierro llamaban a la ampliación del FITU. La cuestión había comenzado a esbozarse en una nota de La Nación en marzo, donde Del Caño manifestó un llamado a la unidad sin principios y Manuela Castañeira le contestó, también sin principios, que el asunto que había que discutir era la repartija de cargos (“Siempre hemos querido unidad, pero con el FIT hay dificultades porque han buscado imponer sus criterios”).[2] El llamado se formalizó finalmente tras conocerse el adelantamiento de las elecciones en Salta y Jujuy. Primero por boca del MST[3], luego del PTS[4] y finalmente en un llamado conjunto.[5] La propuesta del PTS, de la pluma de Guillo Pistonesi, fue directamente dirigida al NMAS, a Autodeterminación y Libertad y a la Tendencia. Sin embargo, la nota misma aclaraba que era una propuesta partidaria que todavía no había sido debatida ni mucho menos suscripta por el resto de las fuerzas del FITU. El PTS la hizo pública para testear su recepción y forzar al PO. Con todo, lo que apuraba la cuestión era la elección salteña, por el hecho de que allí la Tendencia es una fuerza significativa, que se quedó con el grueso del partido y con la personería. Ahí estaba el interés inmediato de Pistonesi y, también en Jujuy, donde la militancia real está enrolada en la Tendencia, aunque a fines de abril el oficialismo logró intervenir la personería. El argumento para lograr empujar la unidad no deja de ser interesante: “desde el PTS sostenemos que no habiendo ninguna diferencia programática esencial, no puede haber ninguna traba para que el Partido del Obrero salteño continúe siendo parte del FIT-U”. Interesante porque aclara que el programa de todo el trotskismo argentino es el mismo, estén dentro o fuera del FIT, y que no existe un solo partido trotskista simplemente por mezquindades y defensas del aparato. Pero hay un núcleo de verdad fuerte: PTS, IS, MST, PO (o), PO (t) y NMAS, son todos exactamente lo mismo. No por casualidad la crisis más profunda de la Argentina los encuentra a todos discutiendo frentes y candidaturas.
La iniciativa del PTS no llegó a buen puerto. Al menos, no en lo inmediato con la Tendencia y el NMAS. Pistonesi se reunió con Ramal pero no parece que se haya producido negociación alguna. Si leemos lo escrito por ambas partes lo que queda claro es que comparten una perspectiva electoralista común. Para llegar a eso, hay que evitar perderse en la superficie del debate, donde se intercambiaron argumentos sobre la presencialidad (que la Tendencia le reprocha al PTS, pero acepta del NMAS), el derecho a tendencia en los partidos revolucionario (¿se lo dio Altamira a los muchachitos de la TPR?) o el comportamiento escandaloso del FITU en las legislaturas (no nos olvidemos de la oda de Jorge a Eva Perón en 2002), pasando por tópicos menos terrenales para la clase obrera argentina como el comportamiento del Nuevo Partido Anticapitalista francés o la política unitaria del estalinismo. Detrás de toda esa cháchara se esconde lo que ambos partidos ya habían resuelto antes de la reunión: el PTS, que no contaba con el aval del resto del frente para su movida unitaria, ya había resuelto la legalidad jujeña del frente vía intervención legal por parte del PO oficial y este, a su vez había rubricado un nuevo partido en Salta (FUT) con las principales figuras públicas; mientras que la Tendencia ya estaba cocinando sus acuerdos con el MAS en Salta (se anunció 2 días después de la reunión), partido que se caracterizó por la misma política oportunista que el de Del Caño. Cualquier negociación quedaba en punto muerto, pero todos salían de ella con sus sellos electorales a salvo.
A todo esto, ¿cuál es la política del bloque PO/IS? Izquierda Socialista no abrió la boca para referirse a estas polémicas. En los hechos, se ha ido alineando con el PO, como lo muestra el incidente del PSC el año pasado. Es evidente que su posición dentro del FITU es débil, por eso fue el mayor opositor a la incorporación del MST, que lo desplazó al cuarto lugar dentro del frente. Cualquier nueva ampliación lo relegaría aún más. Por eso su política pasa por tratar de no tocar nada para que nada empeore. El PO que se sabe en minoría, al menos en la interna del frente, para enfrentar al PTS sacó a relucir una consigna nuestra que esbozamos cuando el frente tenía algún valor y no debía ser cedido a la dirección de Del Caño, como anticipamos que pasaría en 2015 antes de las PASO: un Congreso de Militantes. La apuesta de Solano es a licuar la fuerza del bloque rival haciendo valer el peso de su militancia y su peso sindical. En el fondo, es una tentativa para evitar competir nuevamente en las PASO, algo con los que el PTS viene amenazando puertas adentro. Lo más probable es que todo acabe como en 2017: el PO yendo al pie del PTS (a instancias del propio Altamira), aceptando sus imposiciones en candidaturas y rotaciones y compartiendo un programa electoral que proyecte figuritas bajo consignas marketineras.
El otro (mismo) frente de izquierda
La novedad para este año electoral en el seno de la izquierda es, sin dudas, la conformación de un nuevo frente, que agrupa a la Tendencia y al NMAS. El primero es el antiguo partero del FIT, dato que no viene mal recordar cuando el agrupamiento liderado por Altamira pretende presentarse ajeno al electoralismo. El segundo, había intentado construir un frente rival al FIT, el IFS que tuvo un desempeño muy pobre y que se rompió sin demasiadas explicaciones, dejando a Castañeira sin socios porque Ripoll, Bodart y Fierro se fueron con Bregman y Del Caño. Las negociaciones parecen haber comenzado el año pasado. Por lo menos, las primeras acciones conjuntas se produjeron en 2020, cuando marcharon juntos en el pedido de justicia por Facundo Castro, hecho que reafirmaron en marzo de este año al movilizar en bloque dentro del Encuentro Memoria Verdad y Justicia el día 24.
El alcance y el programa de este frente está por verse, pues por ahora está solo rubricado en Salta y con una serie de consignas generales. Todo aquel que conoce al trotskismo vernáculo sabe que los “programas electorales” son letra muerta, el contenido real de los frentes se ven en las campañas de agitación. Al FIT no le han faltado manifiestos electorales que, más allá de su justeza, luego desaparecían en consignas que llamaba a defender a los trabajadores, las mujeres y la juventud.
Lo que interesa de este nuevo frente de izquierda es el papel de la Tendencia en todo el asunto. Como frente probablemente tenga un desempeño pobre, como el FITU pero en niveles inferiores, y no llegue a hacerle demasiada sombra. Lo importante está en lo que la apuesta de Altamira revela: que la promesa de un trotskismo renovado por su retorno a los orígenes combativos, clasistas y catastrofistas, es un gran bleff.
Desde su conformación, la Tendencia jugó a presentarse como un retorno al trotskismo originario. Es decir, un imaginado legado de Trotski perdido en estas pampas, que se caracterizaría por el catastrofismo, el clasismo en los sindicatos y el desarrollo de una estrategia de poder. Lo dicho, sin embargo, no se correspondió con lo actuado. Toda la actividad política de la Tendencia se centralizó en la conquista de la personería electoral. En los gremios en los que intentó rivalizar con sus ex compañeros de partido pretendió correrse unos centímetros a la izquierda pero sin sacar los pies del plato.
El acuerdo con el NMAS es un punto de llegada de esta política. El hecho de que se haya concretado con aquel agrupamiento no es un dato menor. Recordemos que se trata del partido que deliberadamente fue dejado afuera del FIT cuando este se conformó, habiendo participado inicialmente de las discusiones. En 2017 se inventó la candidatura de Castañeira, sin vinculaciones con ninguna lucha y construida a fuerza del oportunismo (“la única candidata mujer”), un fotógrafo y mucha presencia mediática. Lo que en su momento llamamos trotskismo shampoo.
Esto solo puede sorprender a quien olvida, voluntaria o involuntariamente, la trayectoria del PO antes de la ruptura, e incluso antes de que Solano tomara las riendas. En la primera elección del FIT, con Altamira a la cabeza, la campaña apeló al voto lástima de la mano de Rial con el “Milagro para Altamira”. No faltó tampoco la apelación al corte de boleta K en boca, otra vez, del propio Jorge: “A los que quieren defender el modelo, que voten a Cristina y para abajo a nosotros” (El Argentino, 24/07/2011). Como frutilla del postre, el mismo Jorge celebró la concreción del milagro, brindando con champagne Dom Perignon con Chiche Gelblung en Radio Mitre.
La Tendencia está embarcada en un electoralismo que no constituye ninguna desviación. Está en los orígenes mismos del trotskismo argentino. Por eso cada intento de retorno a los orígenes termina en un nuevo emprendimiento electoral y, más tarde o más temprano, en una crisis. Le ocurrió al viejo MAS y le ocurrió al PO. Que en la propia Tendencia hay un debate es algo que puede observarse en las sucesivas bajas de cuadros históricos que denuncian el parlamentarismo y en los amagues a integrarse a la mesa promotora de la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Como explicamos en otro lugar, los compañeros participaron de la primera reunión, luego pidieron repetidas veces los documentos del espacio, solicitaron una reunión de emergencia una semana antes y, finalmente, solo propusieron enviar un saludo. Luego de todo ello, publicaron una nota en la que, ambiguamente, daban a entender que participaban de la instancia deliberativa. Los intentos de Altamira por justificar la creación del frente[6] (no casualmente es el partido que más ha escrito sobre el tema) muestran, por un lado, la intención de contener el disenso interno entre la militancia y la periferia, y, por el otro, el electoralismo del que es parte. En uno de esos textos, Jorge llama a la necesidad de que en la crisis en curso “tercie una fuerza obrera independiente para las elecciones, cuyo propósito no será acumular bancas en el Congreso, sino desarrollar una alternativa de poder de parte de los trabajadores.”[7] La arena del enfrentamiento sería en las urnas y no en las calles. Tanto luchar contra Solano para darle la derecha a Castañeira…
Las urnas y la calle
En el marco de esta crisis capitalista que alcanza profundidades históricas, el proletariado necesita ponerse en pie. Parece de Perogrullo, pero evidentemente hay que recordarlo. Para esto no nos sirven las elecciones. Por eso mismo, Razón y Revolución junto a otras organizaciones iniciamos la reconstrucción de la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados, para estructurar un organismo de poder que desarrolle un programa socialista revolucionario y un plan de lucha para imponerlo. La Tendencia, como toda la izquierda, fue invitada a ser parte de la misma. Después de muchos idas y vueltas, de reuniones y cartas, la respuesta fue un no. Todas las variantes trotskistas agrupadas en los dos frentes de izquierda comparten un horizonte común: aquel en el cual todos los problemas se dirimen con un voto y en el parlamento. Lo central está en la coyuntura que engloba esta acción: en plena crisis capitalista, agravada por la crisis sanitaria de la pandemia, cuando la catástrofe está ante nuestros pies, los catastrofistas del trotskismo “de los orígenes” juntan avales, firman papeles y construyen frentes sin programa para conseguir votos.
La promesa de un retorno al trotskismo catastrofista, combativo y revolucionario acabó en un nuevo frente morenista. Como lo explicamos en varias oportunidades, no hay ningún lugar al que volver. El problema es el trotskismo.