Julia Egan
GIHCOA
Desde los medios de comunicación y la academia se machaca con que el problema de la industria del vestido es el trabajo esclavo, mientras que políticos y sindicalistas le echan la culpa al neoliberalismo. Sin embargo, la actividad históricamente funcionó en base al trabajo en negro y los bajos salarios, porque se trata de una industria inviable.
La industria argentina del vestido, tal como señalamos en nuestras páginas en varias oportunidades, es una rama que presenta una baja productividad comparada con otras ramas de la economía local o incluso con otros capitales extranjeros de la misma rama. Para ser justos, son capitales insignificantes en términos de la economía mundial. Esto se debe a la baja composición orgánica de los capitales que dominan la rama, es decir, el relativo menor peso de la maquinaria en el proceso de trabajo. El dominio de los pequeños capitales en la rama tiene varias causas, entre las que se encuentran: la posibilidad de fragmentar el proceso de trabajo (lo que deriva en un peso importante del trabajo a domicilio), el bajo capital inicial necesario debido al bajo costo de la maquinaria, un mercado local pequeño. Estos pequeños capitales son incapaces de emprender una producción de gran escala que amerite la inversión en el desarrollo de nueva maquinaria, para ellos resulta inviable. En el mismo sentido empuja la existencia de una gran masa de sobrepoblación relativa, disponible para vender su fuerza de trabajo en peores condiciones laborales y salariales, lo que permite compensar la baja productividad a partir de una mayor explotación. Este modo de funcionamiento no es nuevo, sino que se presenta durante toda la historia de la rama. Veamos entonces qué sucedió con los trabajadores en los últimos 50 años.
Invisibles…
El principal problema que afecta a los obreros de la rama, compuestos en su mayoría por costureros, es el fuerte peso del trabajo no registrado. Esta es la base sobre la que se asienta la posibilidad de imponer los bajos salarios, las peores condiciones de trabajo, el pago a destajo y, por supuesto, evitar la organización sindical. Vale recordar que en nuestro país desde el año 1969 se viene desarrollando una legislación tendiente a sancionar la obligatoriedad del registro laboral por parte del empleador, lo que terminó de reflejarse en 1991.1
Si vemos una serie histórica de evolución del porcentaje del empleo no registrado, observamos una tendencia a su aumento, con picos en los años de crisis económica y en la “recuperación” posdevaluatoria. A mediados de los 70 y durante la década del 80 se ubicaba entre un 40% y 45%, que para la época ya era una tasa muy alta en relación al conjunto de la economía. La tasa crece sistemáticamente durante los 90 y alcanza su punto máximo en 2004, con un 82%. Durante los gobiernos de Néstor y Cristina, si bien comienza a disminuir, varía alrededor del 70% entre 2005 y 2010 y del 60% entre 2011 y 2015; mientras que durante los dos primeros años del gobierno de Macri disminuyó a un promedio del 52%.
Si comparamos estos movimientos con la evolución de la cantidad absoluta del empleo registrado, vemos que hasta 1998 los momentos de ascenso del empleo no registrado coinciden con el descenso del registrado. Esto puede observarse entre 1986-1991, 1999-2004, 2009-2010 y 2014-2015. Cabe señalar que estas mediciones pueden verse afectadas por las dificultades de la medición del empleo no registrado, por lo que probablemente exista un subregistro del fenómeno. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el periodo que se abre en 2010, donde pareciera haber una recuperación relativa del empleo registrado (con excepción de 2015) y un sostenimiento del no registrado, coincide con el desarrollo de la crisis económica que aún no se cierra. Por lo tanto, esto podría explicarse por el impacto de los despidos en el sector no registrado, el hilo más fino por donde cortar. Pero a partir del año 2017 cae la proporción del empleo no registrado y el número absoluto de empleos registrados.
Los movimientos analizados coinciden, además, con los observados en el registro de trabajadores a domicilio, que se compone en su mayoría por trabajadores de la industria del vestido. Desde los años 50 el número de los nuevos inscritos ha registrado una caída progresiva, que se acentúa en la década de los ochenta y continúa hasta 2007, con excepción de 1992.
La negación del registro laboral por parte del empleador constituye un gran ahorro en materia de aportes empresariales en concepto de los distintos beneficios.2 Esto incluye, además, la violación de los salarios establecidos por las convenciones colectivas de trabajo y, en el caso de los costureros a domicilio, de las tarifas mínimas determinadas en la primera y segunda comisión de salarios de trabajo a domicilio, correspondientes a la industria del vestido.
…y pobres
Entre 1985 y 2010, los salarios promedio de la industria de la confección tienden a ubicarse por debajo del promedio del conjunto de los salarios industriales y a seguir los movimientos de ascenso y descenso del nivel general de los esos salarios. Esto implica que en los momentos en que los salarios industriales en general cayeron, los salarios de la indumentaria tocaron puntos aún más bajos, mientras que el crecimiento los colocó en cifras más bajas en relación con el aumento de los salarios industriales en general.
Si convertimos los salarios nominales de la etapa a precios de 2017, vemos que el mayor salario real se ubica a inicios del periodo, en 1974, cuando alcanzó los $20.174. Si tomamos como referencia esta cifra y los salarios más altos de cada década, vemos que el salario real cayó un 4% en 1988, un 26% en 1999, un 18% en el 2000, un 24% en 2011 y un 39% en 2017. Tomando las diferencias anuales, las caídas salariales más fuertes se observan en 1989 y 2002 (60%), 2005 (45%) y 2016 (42%).
Si observamos lo sucedido en los últimos tres gobiernos, vemos que, con Néstor Kirchner, si bien los salarios mejoraron un 23%, al finalizar su mandato se encontraban un 38,5% por debajo del mejor salario histórico. En el caso de Cristina, logró mejorarlos un 18% respecto de los heredados del gobierno anterior, pero significaban un 28% menos que los de 1974. En cuanto a Macri, en dos años los disminuyó un 16%, a la vez que representaron un 40% menos que el máximo valor histórico.
A todo esto, se suma la caída del salario no registrado que, con el correr del tiempo, tiende a representar cada vez un menor porcentaje del salario registrado. Mientras que los puntos más altos se encuentran en 1980 y 1993 (80% y 85% del salario registrado), a partir de ese momento comienza a disminuir de forma casi sistemática. En 1994 alcanza el 37%, el punto más bajo del periodo, pero su posterior recuperación no logró alcanzar los valores anteriores. Durante el gobierno de Néstor mostró un promedio del 44%, mientras que con Cristina fue del 53% (incluyendo puntos muy bajo en 2009-2010, en plena crisis). Con Macri la cosa no mejora, y en sus dos primeros años el promedio de cobertura del salario no registrado respecto del registrado es del 51%.
Una salida obrera
En lo que respecta a las condiciones laborales, desde los medios de comunicación y la academia se machaca con que el problema de la industria del vestido es el trabajo esclavo, mientras que políticos y sindicalistas le echan la culpa al neoliberalismo. Sin embargo, si echamos un vistazo a qué pasa en el largo plazo, vemos que la actividad funcionó siempre de la misma manera, inmune a gobiernos liberales, populistas, desarrollistas, radicales, peronistas. Esto es así porque se trata de una industria inviable para las condiciones que ofrece el capitalismo argentino y su burguesía.
La configuración de la rama en base al trabajo en negro y los bajos salarios no es nueva. Desde hace al menos 50 años, se sustenta en altos porcentajes de empleo no registrado, acompañado de salarios bajos en comparación con el resto de la industria y que se alejan cada vez más de su máximo poder adquisitivo histórico. Todos los indicadores tienden a empeorar, sobre todo después de la devaluación de 2002. Si bien esta rama presenta peores indicadores que el resto de la economía, vale recordar que toda la recuperación económica posterior a la devaluación se basó en tendencias similares.3
Como vemos, la miserable situación de los trabajadores de la confección no es consecuencia de ninguna política económica particular, sino que es una constante que atraviesa los últimos 50 años, aunque con una tendencia al empeoramiento progresivo. La única solución para comenzar a pensar en una salida a este espiral de miseria y degradación no es solamente fiscalizar el trabajo no registrado o clausurar talleres, porque ello deja en la calle a los trabajadores. Tampoco es una solución ofrecerles conformar una cooperativa, porque ello supone reproducir las mismas condiciones de trabajo para poder competir en el mercado. Lo que se debe reclamar es que el Estado cree una gran empresa de confección para cubrir toda necesidad de productos textiles que requiera lo largo del país. Debemos reclamarle la estatización sin indemnización y bajo control obrero de cada fábrica y taller de ropa y avanzar sobre la centralización del trabajo. Esto permitirá una mayor escala productiva y hará viable la incorporación de nueva tecnología, resultando en una mayor productividad del trabajo, a la vez que posibilitará la absorción de las compañeras que trabajan a domicilio y los desocupados de la rama. Ante la profundización de la crisis, los cierres y los despidos, no podemos volver a darles ventaja. Si no queremos que la salida de esta crisis se haga a costa nuestra, como en todas las anteriores, es hora de pensar en nuestros propios intereses como clase.
Notas
1Ley 18.037 de Previsión Social (1969), art. 80 de la ley 20.744 (1974), ley 24.013 (1991).
2Véase Villanova, Nicolás: “La caja negra de la riqueza capitalista”, en El Aromo nro. 94, disponible en https://bit.ly/2GkRcji y “Negreros”, en El Aromo nro. 81, disponible en https://bit.ly/2VbIDB7.
3Véase Rodríguez Cybulski, Viviana: “Una década de empleados pobres”, en El Aromo nro. 77. Disponible en https://bit.ly/2INaLDW.