Tercer round. Las PASO 2019 y las perspectivas de la lucha de clases en la Argentina

en El Aromo n° 106/Novedades

Eduardo Sartelli
Razón y Revolución


(Primera parte: Lo que todos inesperadamente esperaban)

Las PASO

Todos esperaban que las PASO 2019 marcaran el futuro inmediato de la política argentina. Y vaya que lo hicieron. De un modo tal que resultó inesperado. No porque fueran a concluir en una derrota de Mauricio Macri, porque eso, hasta él lo esperaba, sino porque fue definitiva: por la distancia que sacaron los Fernández, por la holgura con la que superaron el límite para consagrarse en primera vuelta, pero, sobre todo, porque a nadie, incluyendo a los encuestadores que ganan fortunas con sus pronósticos, se le había ocurrido semejante debacle. Acostumbrado a correr desde atrás y ganar en el sprint final, Macri se encontró súbitamente expulsado de la pista, mirando como su competidor se alejaba y se perdía en el futuro. Los 15 puntos de ventaja que sacó Fernández, a partir de ahora, Alberto, o también, El Dueño de Dylan (y, quizás, El Fernando de Cristina), son imposibles de levantar. Lo que iba a ser una carrera palo y palo hasta octubre, por lo menos, terminó siendo una inédita victoria en la vuelta previa.

Las PASO un invento argentino, que se sumó al dulce de leche y la birome. Hay ejemplos parecidos, pero un sistema de elecciones internas obligatorio para todos los cargos, solo existe aquí. Fue concebido luego de la crisis de 2008 para contener la dispersión del peronismo y evitar las “colectoras”. Ese mecanismo de contención tuvo consecuencias no deseadas para quienes lo imaginaron, porque facilitó el armado de  grandes coaliciones, como Cambiemos, que podían zanjar disputas difíciles de abordar mediante las negociaciones pre-electorales.

Tuvieron también consecuencias, secundarias para el sistema político, como unir a buena parte de la izquierda en el FIT primero y el FITU hoy, por el temor de no poder entrar en la competencia si no se superaba el 1,5. Para la izquierda, las PASO fueron una instancia de unificación obligada, al menos en el campo electoral. La motivación inicial no fue la misma que la de los partidos burgueses, que buscaban concentrar las fuerzas en torno a un centro inorgánico (los “frentes”), sino llegar a la elección y arañar la representación electoral. Como las PASO son “abiertas”, gente que nunca ha construido un partido (o incluso ha construido partidos opuestos) puede decidir acerca de quién representa mejor el programa de una organización a la cual no le dedicó jamás ningún esfuerzo mayor que el de depositar un papel en una caja de cartón. Fue así como un partido con mejor estrategia publicitaria (el PTS) logró arrebatarle la primacía a otro mucho más implantado en el seno de la clase obrera (el PO), e instaló un candidato sin trayectoria y con evidentes limitaciones a la hora de representar a la izquierda revolucionaria. El PTS apeló a lo más atrasado de la clase, a la que se refirió con un lenguaje poco clasista, que copiaba el clima ideológico presente filo-posmoderno. Los “jóvenes”, las “mujeres”, los “trabajadores” eran el objeto de un discurso en el que toda alusión a “socialismo” estaba prohibida por “piantavotos”. Como adelantamos antes de que ocurriera, el FIT perdió a su mejor cuadro, Altamira, y, en el mismo momento, se potenció una crisis interna en el PO que estaba en ciernes bastante más atrás. Fue así que todo el FIT se transformó discursivamente, alentado por el liberalismo posmoderno que fluye, desde el 2008 por lo menos, desde el kirchnerismo. La forma más extrema y ridícula que asumió esta verdadera derrota ideológica se corporizó en viejos dirigentes que adoptaban alegres la “e” como muestra de su aggiornamiento doctrinario.

Entre Better call Saul y el teorema de Baglini

El escenario burgués tras las PASO luce complejo y sencillo. Complejo: el resultado de las primarias consagró un presidente sin investirlo como tal, dejando al mandatario en ejercicio como un pato sin piernas ni alas. Las tensiones propias de una economía en recesión, que solo pueden ser medianamente controladas por un poder político fuerte, estallaron en la noche misma en que se conoció el resultado. La variante más sensible, el precio del dólar, se disparó en una devaluación que repite la de 2018, con la diferencia de que quien la debe enfrentar es un presidente que ya está de salida antes de haber entrado a la cancha. El camino a la hiper inflación y a un nuevo default ya está marcado. Lo que iba a pasar hacia marzo de 2020, ganara quién ganase, se anticipó de manera violenta.

Bien mirado, al gobierno no le fue tan mal. Mantuvo su base fiel, entre el 30 y el 35% del electorado, la cifra que lo colocó en segunda vuelta en 2015, con una diferencia de 9 puntos que fue saltada con amplitud. Lo que sucedió esta vez es que el peronismo se unificó detrás de F-F y difícilmente esta situación deposite menos del 40% del electorado en manos del centralizador. Baste con recordar que Scioli perdió por poco más de un punto. Sería fácil decirle a Macri que su error consistió en no adoptar la estrategia “Monzó”, es decir, tratar de arrear a todo el peronismo posible antes, pero la designación de Pichetto como compañero de fórmula es prueba de que eso no garantizaba nada, entre otras cosas, porque después de la devaluación de 2018 y la recesión que comenzó allí, se hacía cada vez más difícil alinearse con el gobierno. Eso llevó incluso a la ruptura del frente macrista, lo que agrandó la brecha. Si se observa con detalle, los votos del macrismo fueron muchos más que los que cosechó Mauricio: sumando todos los votos de Espert y de Centurión, más tres cuartos de los votos de Lavagna, alcanza 43%. Un escenario 47-43 dejaba al gobierno en condiciones de pelear la primera vuelta. Obviamente, lo que podría haber cambiado radicalmente el escenario hubiera sido una pausa en el ajuste, es decir, que las medidas que están en marcha hoy se hubieran tomado hace seis meses, cuando se veía ya que la recuperación económica, no importa cuán ficticia fuera, no iba a llegar a tiempo. Otra medida importante podría haber sido la creación de una caja especial para Maru, que le permitiera mostrar algo más que su carita compungida mientras azotaba docentes. Matemáticamente las posibilidades todavía existen, aunque debieran alinearse todos los astros (que el 5% de los votantes que se suman entre las PASO y la general voten por Macri, que se reduzca el porcentaje de votos en blanco y que una magnitud similar de votantes abandonen a Fernández). Para que este escenario casi surrealista se actualice, Alberto Fernández debería cometer varios errores.

En efecto, Fernández se encuentra entre el dilema de actuar como Menem en el ’89 y acelerar la crisis, de modo de aparecer cuando el ajuste ya haya sido producido por la realidad, y asumir la actitud que exige el teorema de Baglini, es decir, reduciendo toda radicalidad discursiva a medida que se acerca al poder, lo que colabora con la tranquilidad de Macri y, por ende, traslada el ajuste a su gestión. Si con la primera apuesta puede alienarse las voluntades del capital y, si no se hace con cuidado, de la misma población que lo votó, la segunda puede mejorar la relación con los primeros pero empeorarla sustantivamente con los segundos, al punto de perder la posibilidad de liquidar el pleito en octubre. Por ahora, a una semana de las elecciones, ha venido oscilando entre una y otra opción, pero se trata de un equilibrio difícil de mantener.

Un pregunta más sustantiva, tanto para Fernández como para todo el sistema político, ha comenzado a crecer a tal punto que ha llegado a lugares tan distantes como Venezuela: ¿de quién son los votos de esta victoria escandalosa? Hasta el momento en sellar su candidatura en la segunda fila, Cristina operó con la convicción de que tenía un techo insuperable de no más del 35%. Con eso no alcanzaba para ganar, la convenció Alberto y con ello se ganó su boleto para hociquear el proscenio. Pero vista la magnitud de la victoria, sobre todo en el bastión de Cristina, la provincia de Buenos Aires, allí donde “Heidi” parecía imbatible y fue sin embargo derrotada con más amplitud todavía por un candidato abiertamente camporista, tan absolutamente identificado con la Jefa como Kiciloff, la duda se vuelve razonable: ¿se rompió el techo? ¿Es el efecto “Massa”, como algunos, sobre todo el mismo Sergio, parecen creer? ¿Es el resultado de la muñeca de Alberto? ¿No parece lógico pensar que alguien que ya sacó el 54% en su momento, pueda hoy sacar el 47? Como previendo algún conflicto en la fórmula triunfante, Diosdado Cabello se apresuró a dar una opinión que nadie le pidió:que a quien están eligiendo no vaya a creer que lo están eligiendo porque es él»

Eso que Cabello huele puede ser lisa y llanamente “traición” de la propia jefa. O también una tensión interna que puede estallar en marzo del año que viene. Porque la sombra de un Chacho Álvarez rencoroso y despiadado, como debe ser todo político burgués, asoma detrás del Dueño de Dylan. Si Alberto lleva adelante un ajuste a la medida de la situación, si no logra encaminar la economía y para ello debe sumergirse en las oscuras aguas que acaban de ahogar al macrismo, Cristina buscará despegarse del inquilino de la Rosada y provocar su caída anticipada. ¿Intentará Alberto resistir construyendo un poder al margen de Cristina, con los gobernadores e incluso con el apoyo del macrismo? ¿Dará marcha atrás con los juicios, como lo prometió? Como sea, está más cerca de convertirse en el próximo De la Rúa que en el nuevo Néstor, y esta posibilidad se aleja más si no obliga a Macri a hacer el trabajo sucio ya.

¿Qué le PASÓ a la izquierda?

Se lo mire por dónde se lo mire, estas han sido una de las peores elecciones de toda la izquierda en las últimas dos décadas. No solo por los guarismos alcanzados y su relación con la historia inmediata, ni por la gigantesca crisis interna que azota a su otrora principal partido, sino por la derrota ideológica que sus propias direcciones le auto-infligieron. No se trata simplemente de que estas organizaciones, que se reivindican socialistas, no utilizaron las elecciones para hacer propaganda socialista, sino de que se sirvieron de una enorme oportunidad para presentarse ante la clase obrera como una opción reformista más. O lo que es lo mismo, recordando a Lenin, se han transformado en un canal de pasaje del liberalismo en el seno de la clase obrera.

Las campañas simplemente ignoraron lo que le pasaba a la clase obrera. Mientras el espíritu de la campaña kirchnerista era “vuelve el asado”, es decir, una preocupación central en las condiciones de existencia del proletariado, el corazón de las preocupaciones del FITU se ubicaba en el campo de los “derechos”, al mejor estilo posmodernismo kirchnerista. Los “trabajadores” (¿cualquiera que realiza, Marx dixit, una acción destinada a un fin, como Mauricio Macri, por lo tanto?), la “juventud” (¿como la del PRO, por ejemplo?), las “mujeres” (¿Gabriela Michetti, tal vez?) y las “disidencias” (¿Marley o Flavio Mendoza, quizás, que se realizan como “padres” comprando bebés a mujeres obreras?), allí estaba el eje de un discurso liberal que no podía captar la atención de quienes tienen cosas muy urgentes que resolver. Una izquierda que llegó tarde al feminismo, se transformó de la noche a la mañana en ultra feminista queer, abandonó consignas como la abolición de la prostitución y se sacó cuanta foto pudo en el mismo palco con el sindicato kirchnerista de meretrices que busca transformar a la Argentina en el prostíbulo de América Latina. Esa izquierda que llegó tarde al feminismo y que no fue capaz de plantear un feminismo socialista, se apresuró a poner mujeres jóvenes en todas las listas. Solo la mezquindad del PTS y un error de cálculo, le impidió al FITU tener una fórmula con dos mujeres, Bregman y del Pla. Algo que, de todos modos, hubiera resultado inútil, porque las dos millones de personas que marcharon por el derecho al aborto frente al Congreso Nacional, no corrieron a votar a Castañeira, del bochornoso Nuevo Mas, que basó todo su esfuerzo en remarcar que era la única candidata mujer a la presidencia y cuya lucha consistía toda en acusar de machista a Del Caño. Esas millones de mujeres prefirieron votar a una vice presidenta que se puso los dos pañuelos. Un indicador de que la jerarquía de las relaciones sociales existe, de que los intereses de clase son más importantes que cualquiera otros y que cuando alguien está pensando en sus condiciones generales de vida, no se puede actuar como si estas ya estuvieran resueltas y pasar sencillamente a hablar de otra cosa.

Incluso cuando el frente intentó hablar “de esas otras cosas”, no hizo más que repetir el nacionalismo peronista. El problema era el FMI. Lo que lo colocaba en la misma vereda de gente que construyó una imagen de izquierdista negándose, al menos en público, a toda ayuda del Fondo, como Kiciloff, y avalando la estrategia de Alberto de descargar un mazazo contra la población dejando entrever que iría a un nuevo default. El FITU no le presentó a la población una propuesta coherente de resolución de la crisis. No tiene más que medidas negativas que ofrecer: no a esto, no a aquello. Tampoco tiene una perspectiva de la estructura económica que pretende darle al país. Carece de, como se dice vulgarmente, de “proyecto de país”. Vote al FITU que sus “20 puntos” producirán un descalabro completo de la economía. ¿Y después? No se sabe. Vendrá la revolución mundial y nos hará felices. ¿Y si no viene? No sé, no moleste, ya veremos, dios dirá. A esa irresponsable propuesta nadie la vota a menos de que esté convencido de que dios existe y es argentino.

La excusa de la dirección del FITU es sencilla: la clase obrera está “para atrás” y, por lo tanto, no hay posibilidades de desarrollar propaganda socialista. Las elecciones han tirado por la borda esa evaluación. Podemos criticar a quienes votaron a Fernández creyendo que era su mejor defensa contra Macri. Lo que está claro es que votó contra el ajuste. Podrá ser ingenua, pero no idiota. Para el FITU, además de conservadora, la gente es idiota. No entiende y no va a entender. No hay que hablarle de socialismo. Hay que hablarle solo de lo que pueda entender, de peronismo. Luego, ¿para qué votaría la clase obrera a la copia desquiciada (el FITU) si puede votar el original realista (el peronismo)? Enviando el socialismo al futuro lejano y repitiendo consignas que expresan mejor otros, esta izquierda no le habla a nadie. Otra vez, la peor expresión de esta deriva hacia un peronismo ramplón como sustituto de política socialista, la expresó mejor que ninguno la “única candidata mujer”: hablando de las medidas anti-capitalistas que tomaría, mencionó la eliminación del IVA a la canasta básica. Supongo que Mauricio será ahora firme candidato a integrar la IV Internacional…

Es evidente que a esta izquierda solo le interesa el Congreso. Esto, en la tradición de la izquierda se llama cretinismo parlamentario. En los ’90 era absurdo creer que alguien que militara en la izquierda llegaría a diputado. Desde el 2001 y, en particular, desde la formación del FIT, tal cosa se ha transformado en normal. Quizás la mejor expresión de esta miseria moral la protagonizó el candidato a Jefe de Gobierno, Gabriel Solano, que, mientras la clase obrera veía vaporizarse sus salarios por la devaluación brutal, especulaba por Twitter con la defección de Zamora para que el FITU alcanzara un diputado en la ciudad… Faltaríamos a la verdad si dijéramos que el problema son las direcciones de estos partidos. No se trata de una cuestión de nombres. Por mucho que pudiera mejorar un Partido Obrero en manos de Altamira, en lugar de en las del pichón de Stalin de Solano, los problemas del FITU incluyen al viejo líder. El problema yace en la naturaleza ideológica misma de esta izquierda. El problema es el trotskismo, algo de lo que hablaremos en la segunda parte de esta nota.

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