Un caldo de cultivo. Hambre y pobreza en Estados Unidos antes de la pandemia

en Aromo/El Aromo n° 111/Novedades

La pandemia llega a Estados Unidos en un contexto en el cual millones de personas se encuentran en la miseria y la pobreza absoluta, sin poder alimentarse, en situación de calle. El verdadero virus que mata es el capitalismo.

Pablo Estere

OES-CEICS

En todo el mundo los padecimientos actuales de la clase obrera pasaron a ser justificados por una situación excepcional: la pandemia. Para esta explicación, el desempleo, el no pago de salarios, el desabastecimiento, los problemas de acceso al sistema de salud, entre otros, serían su consecuencia lógica. Se pretende instalar así que, por un lado, el capitalismo nada tendría que ver con la pobreza ni el hambre, sino que de eso serían responsables factores externos y aleatorios llamados “crisis”. Y, por otro lado, que esta crisis se trataría de un suceso pasajero cuyos efectos no tendrían lugar en una situación de “normalidad”. Ya explicamos en estas páginas que la economía mundial se encuentra en crisis por lo menos desde los años ‘70 y que el Coronavirus viene a funcionar como catalizador de la crisis, acelerando tendencias ya presentes.

En Estados Unidos, la cobertura mediática de la pandemia arroja escenas propias de un film apocalíptico de Hollywood. Largas colas de personas que asisten a bancos de alimentos para obtener una caja gratuita con productos de primera necesidad. En dos meses, se registraron más de 30 millones de nuevos desocupados, los cuales incrementan la necesidad de brindar mayores raciones de alimentos. Pero, no se trata de ciencia ficción, sino de un crimen social perpetrado por la burguesía. ¿Se trata de un hecho excepcional, algo propio de la pandemia? ¿La pobreza y el hambre aparecen ahora como manifestación del coronavirus? No. En Estados Unidos, la máxima potencia internacional, que acapara un cuarto de la economía global con una población que representa apenas el 4% de la población mundial, no se puede ocultar lo que es inherente al capitalismo: el hambre y la pobreza. Aquí describimos la situación social previa a la llegada del virus.

Entre África y América Latina

La pandemia llega a Estados Unidos en un momento en que millones de obreros se encuentran en condiciones paupérrimas. En efecto, el Census Bureau, encargado oficial de medir la pobreza en EEUU, informó que en 2018 el 11,8% de los estadounidenses era pobre, es decir cerca de 38,1 millones de personas. Como siempre ocurre con las mediciones oficiales, estas cifras subestiman la cantidad de pobres, tal como ocurre con el INDEC en Argentina o el INE en Chile, toda vez que la canasta utilizada para medir la pobreza se basa en el consumo de la población más pobre. Con patrones de consumo del promedio de la población, los niveles de pobreza medida por ingresos se incrementarían a un 20 a 25%, es decir, unos 65 millones de personas serían pobres en 2018.

Para millones de estadounidenses, comer todos los días no está garantizado. EEUU cuenta con un programa de asistencia alimentaria (SNAP) cuyo lema es “Poner fin al hambre y llevar a las personas hacia la autosuficiencia”. Como vemos, se reconoce la situación de hambre en el país a la vez que se espera que el sistema funcione y que estas iniciativas no sean permanentes. Sin embargo, si analizamos la evolución de la cantidad de beneficiarios, hay una marcada tendencia al crecimiento tanto en términos absolutos como en porcentaje de la población. Cuando se implementó el programa, en 1969, se benefició a 2 millones de personas. Antes de la crisis de 2008, el SNAP llegaba a 25 millones. Hoy alcanza a más de 37 millones de personas con una asignación mensual que promedia los 130 dólares por persona.

Además, existen otros programas federales de asistencia alimentaria, como el Programa de Asistencia en Emergencias (TEFAP), el Programa de Alimentos Suplementarios Básicos (CSFP) o el Programa de Alimentos para el Cuidado de Niños y Adultos (CACFP). También hay programas focalizados en niños en edad escolar como el Programa Nacional de Almuerzos Escolares (NSLP), que sirve comidas diarias a más de 29,5 millones de alumnos, o el Programa de Desayuno Escolar (SPB), que en enero superó los 14,8 millones de niños asistidos. Por su parte, durante el receso escolar de verano funciona el SFPS. Otro programa muy difundido es el WIC que atiende a madres solteras y niños de hasta 5 años, que en enero de este año alcanzó a más de 6 millones de beneficiarios.

A pesar de toda esta gigantesca batería de programas y planes alimentarios que otorga el Estado, en Estados Unidos existe una estructura no gubernamental dedicada a la asistencia social. Encontramos que muchas ONG’s se dedican exclusivamente al reparto de alimentos entre la población más pobre. Una de ellas es la fundación Feeding America. Esta ONG asiste a 40 millones de personas todos los años. Ella denuncia que el programa estatal SNAP es insuficiente, ya que establece un presupuesto alimenticio muy “ahorrativo” al que la ONG calcula que estaría un 30% por debajo de lo mínimo necesario para cada mes. ¿Cómo obtiene esta ONG los alimentos que distribuye? La fundación recibe donaciones de sobras de empresas alimentarias para sus “bancos de comida”. Sus voluntarios recorren los Starbucks por las noches para recoger la comida que no se vendió y la llevan a alguno de sus 200 bancos, donde luego la distribuyen entre las personas con hambre.

Cabe destacar que, debido al cierre de restaurantes durante la cuarentena la fundación Feeding America advirtió que las donaciones mermaron, a la vez que las necesidades de alimentación estarían incrementándose debido a que millones de personas se quedan sin trabajo. En este contexto, la ONG estima que en los próximos meses unas 17 millones de personas más de las habituales pasarán hambre en Estados Unidos, cifra que equivale a un aumento del 46%.

El gobierno federal destina, a su vez, una masa sustantiva en materia de transferencias directas de ingresos bajo la forma de planes o programas sociales, dirigidas a otras fracciones de la población sobrante para el capital o desocupada. Entre estos subsidios encontramos al Programa de Seguridad de Ingreso Suplementario (SSI) y el Programa de Asistencia Temporal para Familias Necesitadas (TANF). El SSI está destinado adultos mayores de bajos ingresos y/o con discapacidades, aunque también pueden calificar menores de 18 años con discapacidades. Actualmente cuenta con más de 8 millones de beneficiarios que reciben una asignación mensual cuyo monto depende de los ingresos formales que tenga, ya que la idea es la suplementar el ingreso de cada hogar. Para calificar como beneficiario, la persona no puede tener ingresos por encima de los 2.000 dólares mensuales o la pareja por encima de los 3.000. El monto máximo al que puede acceder una persona es de 783 dólares, una pareja, 1.175, y por cada hijo pueden sumar 392 dólares adicionales. Esto significa que el subsidio no llega a cubrir ni el 60% de umbral de la pobreza.

El TANF por su parte, se enfoca en asistir de manera temporal a familias de bajos ingresos que estén atravesando una situación crítica. El último año reportó asistencias a más de 1 millón de familias, de las cuales al menos el 80% recibió a su vez asistencia alimentaria a través del SNAP y asistencia médica. Un 10% de las familias beneficiarias del TANF también recibieron algún tipo de subsidio de vivienda. Las familias solo pueden acceder a este programa durante 24 meses en periodos de 5 años, ya que uno de sus fundamentos es lograr la autosuficiencia económica de la familia a través de capacitaciones laborales y ayuda en la inserción laboral. Además, la mitad de sus miembros debe trabajar al menos 30 horas a la semana para permanecer en el programa, aunque se pueden computar como horas trabajadas las destinadas a cuidados de niños, servicios voluntarios, o la participación en talleres de capacitación laboral. El beneficio mensual depende del Estado en el que se tramita y de la composición de la familia, pero a nivel nacional promedia los 430 dólares.

La elevada cantidad de perceptores de programas y planes sociales que ofrece el Estado norteamericano no incluye a la población inmigrante e indocumentada que reside en EEUU. Población que vive en condiciones paupérrimas, que se encuentra desocupada o en empleos muy precarios y que, según algunas encuestas, se estima de 10 a 12 millones de personas en el período 2010-2017. Una cifra que resulta muy conservadora, toda vez que los indocumentados evitan las encuestas y ser registrados por temor a ser descubiertos y, consecuentemente, deportados. De hecho, cada año se realizan unas 250 mil deportaciones de inmigrantes ilegales. Son millones de pobres que no son contabilizados por las mediciones oficiales.

Como vemos, la pandemia llega al país presidido por Donald Trump en un momento en el que millones y millones de personas no sólo requieren de la asistencia directa del Estado para poder sobrevivir, sino que tampoco pueden alimentarse normalmente.

Sin techo

El acceso a la vivienda es otra dificultad palpable para los estadounidenses, sobre todo en las grandes ciudades donde el negocio inmobiliario no tiene como prioridad el desarrollo de viviendas para la clase obrera. A modo de ejemplo, el alquiler promedio en Nueva York en 2019 se ubicó en torno al 82% del ingreso promedio estadounidense.

En efecto, se estima que en Estados Unidos el 35% de los hogares alquila su vivienda. Para esta población que paga un porcentaje elevadísimo de sus ingresos al alquiler de su vivienda el Estado destina programas de ayuda para costear el pago. A nivel federal, por nombrar algunos ejemplos, se otorgan subsidios temporariosde emergencia para el pago de alquileres, subsidios a condominios privados para que reduzcan la tarifa de alquiler a los beneficiarios seleccionados, o viviendas estatales que cobran un alquiler por debajo del valor de mercado. A nivel estatal y local se suman regulaciones como el congelamiento de alquileres para residentes nacidos en el lugar. Una publicación del Census Bureau estimó en 2018 que, sin esta batería de subsidios, el número de pobres aumentaría en casi 3 millones. Sin embargo, estos subsidios no alcanzan. Una fracción sustantiva de la población no llega a pagar y son desalojados de sus viviendas. La Universidad de Princeton estima que entre los años 2003 y 2016 se desalojó a un millón de familias por año, por no poder pagar el alquiler.

Lo más notorio del problema del acceso a la vivienda es la cantidad de personas en situación de calle, los denominados homeless. Las cifras oficiales registran actualmente a más de medio millón de estadounidenses sin hogar. Cerca de 200 mil viven en lugares no destinados para viviendas, como parques, veredas, autos abandonados o estaciones de subte, mientras que unos 300 mil duermen en refugios o paradores. Se distingue así entre homeless sin refugio y con refugio. El 47% de los homeless sin refugios se ubican en California (San Francisco y Los Ángeles, sobre todo), donde el porcentaje es 4 veces mayor a la media nacional. De los homeless que acceden a refugios, un quinto se encuentra en Nueva York, y las ciudades que le siguen en cantidad son Boston y Washington.

Aunque este medio millón representa solo el 0,2% de la población, su presencia en las grandes ciudades es más notoria. El 45% de los homeless se encuentra en 5 estados que representan al 20% de la población. Mientras que el promedio nacional es de 17 homeless cada 10 mil habitantes, en estas ciudades es considerablemente mayor: Washington DC (103), Boston (102), Nueva York (103). Si bien hay una tendencia a la baja, la cantidad de homeless se mantiene por arriba de los 500 mil en los últimos 10 años.

Las mediciones oficiales procuran contabilizar la cantidad de homeless en un área en una sola noche para evitar los conteos dobles, ya que se trata de personas que no siempre permanecen en un mismo lugar y a las que no resulta fácil entrevistar. Además, hay lugares particularmente conflictivos donde no se pueden garantizar relevamientos precisos. Todas estas condiciones se suman a la intención de los gobiernos por ocultar o minimizar los indicadores sociales negativos. Sin embargo, ciertas instituciones dedicadas a las problemáticas vinculadas con la falta de vivienda registran cifras más elevadas. Por ejemplo, el instituto de investigaciones del Centro Nacional de Familias Sin Hogar (AIR’s National Center on Family Homelessness) señala en uno de sus últimos informes elaborado en el año 2014 que sólo la cantidad de niños menores de edad sin hogar en Estados Unidos sería de unos 2,5 millones por año. Por lo tanto, las cifras oficiales estarían lejos de reflejar la realidad de las personas sin vivienda.

Para dimensionar las condiciones a las que están sometidos miles de homeless en Estados Unidos alcanza con ver un caso emblemático. En pleno centro de Los Ángeles, en apenas 1,12 km², el barrio Skid Row concentra a más de 4.700 homeless. Muchas de sus veredas son intransitables porque están atestadas de carpas, basura y chatarra que se acumula del cirujeo de quienes paran ahí. Hay denuncias de bandas que regentean cuadras y cobran hasta 200 dólares al mes para quedarse o exigen contraprestaciones que van desde el narcotráfico hasta la prostitución. Ante tamaño cuadro de descomposición social, el barrio es objetivo fijo de la asistencia tanto estatal como no gubernamental.

Como vemos, la falta de vivienda es el síntoma más visible de la situación social que envuelve a esta población pauperizada. Si la pandemia está haciendo estragos en todo el país, no es difícil pensar qué puede pasar en estos escenarios. A fines de abril fueron detectados 43 casos positivos de COVID-19 en un solo refugio de SkidRow, mientras los testeos masivos continúan en el área se espera un crecimiento mayor.

Sueño rojo

La situación de la clase obrera en Estados Unidos no se parece en nada a la promesa del sueño americano. El país que produce la mayor riqueza del planeta no puede asegurar techo ni comida para millones de sus habitantes. Sobre este escenario, la pandemia ya mató a más estadounidenses que la guerra de Vietnam. Ni la mano invisible del mercado ni el Estado de bienestar pueden solucionar lo que provocan las relaciones sociales que dominan este mundo. La Estatua de la Libertad, máximo monumento a la sociedad capitalista, testifica aquello que dijo Marx: “un obrero es un esclavo que debe buscar su amo”. Solamente una sociedad socialista puede hacer real la libertad, porque garantizará el disfrute de la riqueza social para todos sus miembros.

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