El propósito de este texto es ordenar una serie de cuestiones estratégicas, con relación a las cuales hemos de movernos en el futuro inmediato aquellos que queremos producir una transformación radical en la Argentina. Es la convicción del autor que el conjunto de la izquierda, con pocas excepciones, se encuentra completamente desorientada desde el inicio de la cuarentena.
Eduardo Sartelli
Razón y Revolución
- La izquierda, siempre tarde
Con la excepción parcial de la Tendencia del PO, el grueso de la izquierda se ha visto descolocada (y sigue en estado de shock) por la decisión de Alberto Fernández de decretar una cuarentena relativamente temprana. Ya lo hemos dicho en innumerables ocasiones: Fernández encontró el verdadero inicio de su gobierno en la aparición de ese cisne blanco que fue, para él, el cisne negro que se abatió sobre la economía mundial, el Coronavirus. Frente a ese acierto político notable por parte de un gobierno que no daba pié con bola, que le permitió encarrilar su gestión, la izquierda no logró establecer una política coherente. O peor, una política socialista. Desde los arrebatos libertarios del NMAS, a las perspectivas conspiranoico-apocalípticas del PO, el PTS y otros, que ven en la cuarentena un estado de sitio encubierto para imponer un nuevo orden mundial (mientras, no solo no hacía nada práctico para luchar contra semejante perspectiva, sino que se pedía que sesionara el Congreso…), prácticamente toda la izquierda se alineó contra la medida, encontrando, para su sorpresa, que la inmensa mayoría de la población del país hacía exactamente lo contrario.
Como sucede muy a menudo, intentar debatir con esta gente es inútil, porque igual que se decía de la historia de la Unión Soviética, su pasado siempre está cambiando. Viendo que la cuarentena es masivamente aceptada, esta izquierda desorientada recalcula y busca algún camino de defensa sin eliminar el marco general de su razonamiento: “la cuarentena sola no alcanza, es medieval, hay que hacer testeos masivos”, “el control de la cuarentena debe quedar en manos de la auto-organización de la clase obrera”, y otras fantasías por el estilo. El colmo de la desfachatez lo expuso mejor que nadie, como siempre, Manuela Castañeira, que tras exponer un individualismo al mejor estilo Milei, ahora llama a defender lo que antes consideraba un ataque a las libertades individuales… No me interesa entrar en la discusión chiquita con esta gente, no vale la pena, es chapalear en el barro chirle con personajes que en la vida práctica no cortan ni pinchan. Me parece mejor pasar en limpio una serie de perspectivas estratégicas.
- ¿Qué está pasando en el mundo?
Como ya hemos dicho muchas veces, el mundo está en crisis desde los años ’70. Una crisis de la tasa de ganancia, que no termina de resolverse. Es un debate si la recuperación de la tasa de ganancias de su punto más bajo a mitad de los ’70 corresponde a una nueva etapa de expansión, solo que a un ritmo más bajo que en la etapa anterior, o si esa recuperación es, como sostuvo Altvater alguna vez, “malsana”. No es tema dilucidar aquí esta cuestión. Solo digamos que, si vemos el vaso medio vacío, la crisis sigue su marcha, con la burguesía tratando de recuperarse por todos los medios posibles, dando pie a la posibilidad de una recuperación de la derrota obrera de los ‘70. Si vemos el vaso medio lleno, la naturaleza débil de la recuperación, gesta un escenario social y político cuyas características alientan una política revolucionaria. En cualquier caso, hay un espacio para la recuperación política de la clase obrera.
Como en toda crisis, la burguesía apela a medidas que le son dictadas por la necesidad, por empiria pura, sin seguir ninguna receta. Si la cosa funciona o parece hacerlo, el rótulo aparecerá después como reconstrucción amañada de la historia. El mejor ejemplo de esto es ese invento llamado “keynesianismo”. Esas medidas, en realidad, son necesariamente las que tienen que ver con lo que Marx resumió bajo la forma de “contratendencias” y que son fáciles de sintetizar: aumento de la tasa de explotación vía plusvalía relativa y absoluta (contra la clase obrera); liquidación del capital sobrante (contra las capas más débiles de la burguesía). Por razones que hemos explicado en otro lugar (véase La cajita infeliz), estas contratendencias han actuado con menos violencia que en otras crisis históricas, llevando a que la curva de crecimiento sea más bien pobre (pero real) y que se produzcan recaídas también reales en cada ciclo decenal. Ya hemos explicado esta dinámica a fines de los años ’90 (véase “La larga marcha de la izquierda argentina”, en la revista Razón y Revolución). En el medio, la burguesía ha apelado a sostener buena parte de esta performance relativamente mediocre mediante una masa creciente de capital ficticio, que adopta la forma de “burbujas” que explotan en esas mencionadas crisis decenales que corresponden a los llamados “ciclos cortos” (1975-1982-1989-2001-2008-2018).
Sin poder explayarnos en estos temas, señalamos que el inicio de la crisis decenal que comienza en 2018, corresponde al estancamiento progresivo de la economía china, que ha cesado de compensar la caída de la tasa de ganancia mediante la plusvalía absoluta que corresponde a una tasa de explotación notable, permitida por una masa absurdamente grande de población sobrante. Al mismo tiempo, el abaratamiento de los bienes producido por esta vía no solo significa plusvalía absoluta, sino también relativa, al reducir el valor de la fuerza de trabajo. Esta tendencia al estancamiento de la economía china era evidente ya hace casi una década, no solo cuando se reducían los índices de crecimiento anual (las famosas “tasas chinas”), sino cuando se veían los primeros movimientos de capital hacia afuera, escapando de China. Esta perspectiva se reforzaba con la certeza del crecimiento de la “burbuja inmobiliaria” de la segunda economía del mundo. La tendencia al estancamiento, que todavía hasta antes de la pandemia parecía un “aterrizaje suave”, es la que ralentiza cada vez la demanda de commodities y hace entrar en crisis a buena parte de los productores de materias primas, desde petróleo a soja, pasando por la minería. Con ello entran también en crisis los fenómenos políticos asociados al ascenso de esas rentas (agraria, minera, petrolera), sean de “izquierda” o de “derecha”.
La caída de China como elemento compensador de la tasa de ganancia desata la crisis. Ese fenómeno se produce, entre otras cosas, por el evidente éxito en esa función durante la primera década del siglo XXI, éxito traducido en un crecimiento económico espectacular y, como consecuencia, en el fin de la mano de obra barata. Como se ve, no es el resultado del Coronavirus, sino de la lógica misma de la acumulación capitalista. Esta crisis no fue generada por la pandemia. Ya se venía expresando detrás de la guerra comercial con EE.UU. y arranca con claridad hace dos años. Obviamente, las ideas estúpidas que asocian la aparición de la pandemia con manipulaciones genéticas yanquis o con un plan deliberado del capital para crear un orden terrorista mundial al estilo V de venganza, son eso, ideas estúpidas. Indudablemente, existe una vinculación entre la pandemia y la acumulación de capital, por eso no es extraño que estos fenómenos aparezcan frecuentemente asociados en las crisis: el Sars aparece en China en 2002; la gripe aviar (H5N1) se hace pandemia en 2009; el Covid 2019, su nombre lo indica. Ya lo hemos señalado varias veces: hay una razón para que esto se origine en China mayormente (una población campesina reciente que arrastra costumbres alimentarias propias de campesino pobre al centro de los flujos comerciales mundiales) y coincida con las crisis económicas (momentos de intenso estrés laboral de la población ocupada y debilidad física en ascenso de la masa creciente de desocupados). De allí a razonar como Alienígenas ancestrales, media un abismo.
El Coronavirus ha venido a catalizar la crisis, es decir, a desencadenarla con una virulencia, nunca mejor la palabra, extrema. La economía venía mal y se cruzó un cisne negro. El resultado es una catástrofe. Lejos de ser una “estrategia” del “poder”, se trata de una verdadera tragedia para el conjunto de la burguesía mundial y la apertura de un frente absolutamente inesperado de la lucha de clases mundial. Por empezar, la burguesía no puede explotar a la fuerza de trabajo. Luego, es lo mismo que decir que la acumulación de capital se ha interrumpido, sin que quede claro cuándo podrá reanudarse. De allí la intensa propaganda para reducir las consecuencias del virus en la población: desde “los EEUU no nacieron para estar quietos”, hasta “es una gripecita”, pasando por “mucha gente va a morir, pero el resto se va a inmunizar”. La cruzada que Trump, Bolsonaro y Johnson intentaron acaudillar, es acompañada por un coro de voces que, menos brutalmente, trata de convencernos de que la cuarentena no puede durar mucho porque la economía “no aguanta”. Detrás, siempre el murmullo de algunos “técnicos” y “científicos” que aseguran que esto no es más grave que una gripe común y que matará una cantidad de gente similar. Si no nos preocupamos por la gente que muere de gripe común, ¿por qué preocuparse por esta? La naturalización de la muerte innecesaria: en vez de concluir que habría que hacer algo contra la “gripe común”, dejemos correr libremente al Coronavirus. Total, la gente va a morir, “así es la vida”.
En la vereda de enfrente se encuentra la población mundial, en particular, la masa de la clase obrera, que ha entendido, mejor que nadie y sin que medie ninguna explicación, que la pandemia es un fenómeno grave que puede llevarse a la tumba a uno de cada diez de los que se infectan y desarrollan la enfermedad. Que el 80% solo tenga síntomas menores o incluso resulte asintomático, no tranquiliza a ninguna persona con dos dedos de frente, porque en ningún lado está escrito que no se puede formar parte del grupo que engrosa la lista de muertes simplemente porque se tenga menos de 65 años. La crueldad y el desprecio que los “técnicos” y “científicos” alegremente muestran por los viejos, indudablemente está ausente en la población en general y en la clase obrera en particular. Las imágenes de Italia convencieron, literalmente, a todo el mundo, de que había que quedarse en casa hasta que apareciera una cura o una vacuna. Cuando la izquierda minimiza el problema de la cuarentena, sobre todo para ponerse objetivamente en contra, se pone de espaldas a la masa de la población. No se puede estar más lejos de la vida real.
La oposición “economía-vida” brota de las condiciones objetivas de la situación. Esta oposición es la que estimula el quebranto generalizado de la economía y coloca, al capitalismo, en cuestión. No porque esté en peligro de desaparición inmediata por el virus, sino porque lleva al mundo a reflexionar sobre la no correspondencia entre la vida humana y la forma objetiva en la que ella se reproduce en la actualidad, el capital. Esta crisis de conciencia es mucho más profunda que una crisis del “neoliberalismo”. Obviamente, su despliegue depende del desarrollo de la crisis, pero ya está allí, en estado de latencia.
Es probable, habida cuenta de los esfuerzos notables que llevan adelante muchos países y empresas en el mundo, que la cura y la vacuna no se hagan esperar demasiado. Es probable, entonces, que la economía mundial viva un rebote muy dinámico a poco se restablezcan los flujos económicos mundiales. Pero eso no elimina la crisis, al contrario, luego de ese rebote, volverá a sumergirse en profundidad, por el simple hecho de que su motor, la economía china, va camino a la parálisis, como ya sucedió con Japón. El escenario mundial es, entonces, el deslizamiento progresivo a una “grandísima depresión”, como señaló Roubini. En ese contexto, con el antecedente de esa crisis larvada de conciencia, las posibilidades de un escenario favorable a la revolución, se multiplican. La izquierda que no se prepara para esto, otra vez, debiera cancelar su subscripción a Netflix. Esto no significa que la revolución mundial está en marcha, sino que tendremos una oportunidad.
- La situación nacional
Otra vez, como ya dijimos, la Argentina es uno de los eslabones débiles del mercado mundial. Nuestro país ya estaba quebrado en 2019, cuando Macri deja el poder. Ya estaba quebrado cuando Macri asumió el poder, en 2015. Podríamos repetir estas afirmaciones retrocediendo en el tiempo, con la misma conclusión: la Argentina es un país quebrado. Ya hemos dicho que Alberto Fernández recibe una “bomba”: la misma que le dejara Cristina a Mauricio, solo que el atraso tarifario y la escasez de divisas se han transformado en una gigantesca deuda externa. Y hemos dicho que el pobre Tío Alberto recibe una “bomba” sin tener soja (como Néstor) ni la posibilidad de tomar deuda (como Mauricio). Un Néstor sin soja y sin posibilidad de endeudamiento, que además es el foco derivado (el verdadero centro es Cristina) de un frente variopinto, inestable y débil, que pareció tambalear seriamente durante los primeros meses de mandato, cuando Alberto se afirmaba apenas como un Macri con lenguaje inclusivo. Sin embargo, se encuentra hoy como eje de una coalición mucho más amplia que la que le permitió arribar al sillón presidencial, incluyendo tras su gestión a un porcentaje creciente de macristas, el más notorio de todos ellos, Horacio Rodríguez Larreta. Como si fuera poco, CFK hace mutis por el foro y Axel Kicillof se subordina al que hasta ayer consideraba un títere de su jefa. ¿Cómo se alcanzó semejante resultado?
Alberto Fernández se limitó, apenas asumido, a realizar la misma política que Macri: garantizar el pago de la deuda a costa de un ajuste bestial de la economía, en la creencia en que Vaca Muerta y la posibilidad de retornar al endeudamiento, le facilitarían la tarea hacia fines de 2021, luego de un primer año de horcas caudinas. Podríamos explayarnos en un mar de citas y cifras sobre la situación desesperada de la economía argentina, pero son de público conocimiento, no vale la pena. Dejemos eso a los contadores. El inicio de la crisis mundial (de este último capítulo, en realidad), que se expresó en la tendencia a la caída de las commodities, en particular, del petróleo, y que adquirió, por otro lado, una expresión política en torno a las disputas entre China y EE.UU. (amén de todo lo que tiene que ver con la dinámica política internacional, desde la “primavera” árabe a la crisis siria, etc., etc.), supuso para la Argentina el retorno a los mecanismos de compensación de su atraso relativo que fueron dominantes desde el segundo gobierno de Perón hasta el kirchnerismo: deuda y devaluación. Macri no pudo evitarlo y tampoco puede hacerlo Fernández, mucho menos cuando la crisis ataca de un modo devastador la única posibilidad que aparecía en el horizonte como una nueva fuente de renta, en este caso, petrolera: la caída de los precios mundiales, no solo hace inviable Vaca Muerta; la transforma en un nuevo pozo sin fondo de subsidios y dependencia de la ayuda de quien ella debía ayudar, el Estado.
Sin la emergencia de la pandemia, la situación actual del gobierno es inexplicable. Como dijimos más arriba, lo que para la economía mundial fue un cisne negro del tamaño de un elefante, para el gobierno argentino fue lo contrario. El cambio del escenario no podría haber sido más brutal: de la imposibilidad de emitir, para mostrar disciplina fiscal, a una emisión descontrolada; de garantizar el pago de la deuda, al default en cuotas que se inicia con la reprogramación compulsiva de bonos en dólares bajo legislación argentina. Este escenario, en torno a la variable que organiza la crisis en la Argentina de Fernández, la deuda, solo es pensable en el marco de la crisis mundial y la emergencia sanitaria y fiscal decretada de facto por casi todos los gobiernos del planeta. En efecto, lo que Alberto hace es lo mismo que está haciendo el mundo: “quedate en casa y te bancamos con emisión monetaria”. Existe un amplio consenso entre todos los economistas que tienen algún peso real en los procesos de decisión económica en el mundo, en que no hay otra salida inmediata a la crisis económica y política que resucitar, una vez más, al capital ficticio como clave de la estabilidad social del mundo. Basta escuchar a Carlos Melconián pidiéndole a los liberales “que no hinchen las pelotas”, para entender con qué pragmatismo se ha desenvuelto la burguesía en la pandemia.
Buena parte de este emisionismo alegre tiene por motor y función evitar la quiebra generalizada de empresas que en todo el mundo produce la parálisis del comercio mundial. Pero otra, tan o más importante que esta, es el temor a la rebelión social que una situación como esta puede provocar. Sin duda alguna, se trata de un temor más agudo en países como la Argentina que en Alemania, aunque no necesariamente que en EE.UU., cuya cifra de desocupados no para de crecer. Con un porcentaje de población elevado que trabaja para el Estado, el gobierno argentino sabe que basta con emitir para garantizar la cuarentena de los perceptores de salarios estatales. El problema aparece, entonces, en la economía privada, a la que la emisión busca sostener por la vía de garantizar el pago de sueldos con créditos cuya tasa de interés es abiertamente negativa. Detrás de ese suicidio para los bancos, está la emisión que garantiza que ninguna soga pende amenazante del cogote del sistema financiero. En última instancia lo que los bancos debieran prestar, lo presta el Estado. Flexibilizar la cuarentena para “actividades esenciales” cuya necesidad está en duda (por qué es necesario que continúe la producción de “snacks” de Pepsico, por ejemplo), es otra forma de subsidio a la economía privada, entre varias más. Pero el centro de la emisión se encuentra abocado en el control social del Conurbano de Buenos Aires.
En efecto, buena parte de la izquierda apuesta a que el gobierno entre a sangre y fuego en el territorio de la población sobrante. Sin embargo, Fernández, que participó de la estrategia de Néstor para lidiar con la protesta social, basada en la represión limitada y controlada, acompañada de la cooptación y la desmovilización, encara lo que, para el peronismo, es el ABC de la dominación sobre la clase obrera: asistencialismo y expansión del aparato punteril. Así, el escenario de unas FFAA desplegadas sobre un territorio con misión genocida, es en realidad, otra cosa: a través del aparato formal del Estado (las escuelas, sobre todo) y de sus “aparatos privados”, los llamados “movimientos sociales”, en particular, la Iglesia y los piqueteros K, como Grabois, que detenta ambos “títulos”, aumentar la masa de recursos que el erario nacional ya destina a “gasto social”. Se logra, por esa vía, mantener desmovilizada a la población, en un camino que puede llevar, si tiene éxito, a la construcción de una red puramente albertista de control de Conurbano, en el que intendentes disconformes con las posiciones bolsonaristas y centralistas del gobernador Kicillof, colaboran intensamente. Como señalamos, esto no excluye la represión, simplemente la deja en un segundo plano, al menos por ahora. En este esquema, la aparición del Ejército en funciones “humanitarias” continúa la política de “reconciliación” que Alberto había iniciado con declaraciones sobre los ’70 de las que tuvo que desdecirse. Por supuesto, tiene como objetivo la necesaria reconstrucción del núcleo de la violencia que la burguesía reclama para sí, por la sencilla razón de que cualquier crisis social de envergadura pone en cuestión la continuidad de su dominio. Pero no es este el eje de la intervención albertista en esta etapa de la crisis y, está en su lógica, en realidad, que no se abra una fase más aguda. Que sea el kirchnerismo el que impulse esta participación militar, ilustra hacia una lógica más propia de Cristina que de Alberto.
Es, insistimos, el cambio de la situación mundial propiciado por la crisis y estimulado al máximo por la pandemia, lo que hizo posible este giro profundo en la política del gobierno. Y es este giro el que ha catapultado su figura en las encuestas, que solo se debilitan cuando se habla de flexibilizar la cuarentena o se refieren a la agenda del pasado (la reforma judicial, la corrupción, etc.). Alberto habla y promete profundizar la cuarentena y sus números ascienden, aunque después su política se desdiga en los hechos: mientras se flexibilizan áreas enteras de la economía, por lo cual mucha más gente va a circular por la calle, se propone “profundizar” controles, lo que hasta ahora no pasa de la decisión de Larreta de imponer multas a los que no usen barbijos.
Con todo lo promisoria que esta situación es para el Tío Alberto, tiene bases endebles. Mientras la economía se desploma, su figura crece, precisamente, porque la economía se desploma. Alberto, al contrario que Bolsonaro, ha sabido jugarse por las demandas de la población frente a la acumulación de capital. Pero se trata de una perspectiva sin futuro: el desplome de la economía no puede evitarse, ni sus consecuencias subsanarse, por demasiado tiempo mediante el simple recurso de la emisión monetaria. Incluso en una economía altamente recesiva eso ya está causando un proceso inflacionario importante. La “post-pandemia” amenaza con una explosión hiperinflacionaria. Al mismo tiempo, buena parte de las empresas quebradas no va a superar la cuarentena. La magnitud de la desocupación será pavorosa. Es cierto que el retorno de la “normalidad” traerá un rebote, pero difícilmente compense lo que ya era insoportable antes de la pandemia. Por eso, para continuar con su ascenso meteórico, Fernández necesita la cuarentena, pero para darle bases reales necesita su fin. Este intríngulis demuestra el carácter completamente ficticio de la situación, que, en última instancia, esconde una debilidad profunda no solo del presidente sino de todo el régimen político. La post-pandemia trae un 2001 bajo el brazo.
- Cuarentena y política socialista
En el seno de la izquierda, ni bien apareció el fenómeno, se abrieron dos perspectivas sobre la cuarentena: la mayoritaria propiciaba una rebelión contra lo que entendía era un avasallamiento de las libertades individuales y una amenaza física inmediata contra la clase obrera; la minoritaria, en la que estuvo originalmente Razón y Revolución y ahora la Tendencia, que hace el esfuerzo de pensar la cuarentena como un nuevo escenario de la lucha de clases en la que la estrategia dominante en las masas no es el rechazo y el combate contra la decisión presidencial, sino exactamente lo contrario. En esta última perspectiva, hablo ahora solo por RyR, se trata de la lucha por la cuarentena más estricta posible, siguiendo la línea de acción mundial que opone “economía vs vida” y que de un lado amontona a los Bolsonaro, Kicillof, Trump, Johnson, y del otro a los que defienden los intereses de las masas. En el medio quedan los gobiernos burgueses, que después de titubeos y vacilaciones propias de su carácter de clase, tuvieron que inclinarse por el “sanitarismo” a la fuerza por la presión de las masas. Recordemos que Fernández tardó en tomar las primeras medidas y que la cuarentena vino después de la sorda lucha que llevaron adelante los docentes para lograr la suspensión de las clases.
Obviamente, quienes defienden esta última línea, se ven enfrentados por un coro generalizado de analfabetos funcionales que entienden que defender la cuarentena es defender “a la yuta”. Siguiendo lo que he caracterizado como “anti-yutismo infantil”, esta izquierda que tiene más de Foucault que de Marx, simplifica tanto la función del Estado como la de nociones como “auto-organización de la clase obrera”. Tiene también una concepción metafísica, no histórica, de la propia clase obrera. Le habla, entonces, a un mundo imaginario al que, si fuera como pretende que es, no podría hablarle.
Para esta izquierda, en efecto, la función del Estado se agota en la “represión”, entendiendo esta última como una actividad física directa. El Estado se les aparece en la figura simplificada del policía de casco, escudo y tonfa, del gendarme que pide documentos, del prefecto que grita. Es un tanto sorprendente que, después de tantos años de desarrollo de la teoría política, dentro y fuera del marxismo, pero sobre todo en este último, el grueso de la izquierda haga un uso tan limitado de un concepto complejo. El Estado, en esta perspectiva, aparece como una excrecencia cuya vida es completamente externa a la sociedad, en la que solo interviene a la hora de pegar. Curiosamente, esta es la concepción liberal del Estado. No sorprenden las coincidencias de ciertas figuras públicas de la izquierda, entonces, con personajes que corporizan el liberalismo mejor que nadie, como Elisa Carrió o Javier Milei. La izquierda se queja del despliegue de la policía, como si esta no estuviera “desplegada” sobre el territorio burgués desde que el Estado es Estado. Habla de un Estado “policial” como si hubiera un estado en el que no existiera la policía o como si el régimen democrático necesitara ser reemplazado por un régimen de excepción para ejercer la represión, coincidiendo, otra vez, con Elisa Carrió: “democracia” es lo opuesto a “dictadura”.
Por otra parte, las complejas relaciones que constituyen un Estado y organizan sus funciones son limitadas a la relación de sometimiento inmediato de la “clase obrera” a “la burguesía”. No parece que se percibiera que el Estado burgués organiza primero que nada las relaciones intra-burguesas. Las organiza jurídicamente, valiéndose de mediaciones (como las elecciones) o violentamente, procediendo a la represión salvaje de unos burgueses en beneficio de otros (de Rosas a Videla hay notables ejemplos casi cotidianos de esta represión del Estado burgués a la propia burguesía). Ni hablar de cuando el Estado burgués reprime a toda la clase propietaria a fin de regimentarla en torno a sus intereses más generales frente a la insurgencia obrera. Y no hablamos solo del nazismo. La cuarentena implica un fenomenal proceso de represión estatal al conjunto de la burguesía, a la que se condena a la bancarrota a fin de evitar que la pandemia se transforme en revolución. No precisa un régimen de excepción para eso. Ni siquiera un estado de sitio, norma que está dentro del régimen democrático burgués.
Una de las cosas que suele olvidar esta simplificación notoria de las características y funciones del Estado es que los intereses de la clase obrera, en toda sociedad capitalista medianamente compleja, son parte de las alianzas que estructuran el Estado. No fueron las fuerzas armadas ni la policía las que hicieron posible la reconstrucción del aparato del Estado debilitado que surgió del Argentinazo. Fue Duhalde. Es decir, el peronismo y el conjunto de relaciones que, centralmente en el Conurbano de CABA, estructuran la vida de millones de personas como contracara de la función de reproducción de la clase obrera que el propio Estado hace suya. ¿Qué son los planes sociales sino una función del Estado burgués que atiende a la reproducción de la vida obrera? Precisamente, porque estructura la vida, puede controlar (“consenso”) y ejercer la represión (“coerción”). Es ese conjunto de relaciones lo que está conteniendo hoy, con mucho éxito por ahora, cualquier desborde de ese verdadero abismo de la burguesía que comienza apenas cruzada la General Paz. Creer que Alberto “desplegaba” lo que ya está desplegado para iniciar una masacre genocida en el Conurbano es no conocer el peronismo, no saber nada de la historia argentina ni ubicarse en tiempo y espacio.
Esto es así para cualquier Estado: un Estado que sólo representa la capacidad de ejercer violencia (las “espadas” a las que Napoleón les atribuía muchas funciones menos la de oficiar como sillas) es un Estado débil. Tarde o temprano el Estado debe recargarse de relaciones sociales, so pena de aislarse y debilitarse. La “pila” que recarga socialmente el Estado argentino se llama “peronismo” y su acción incluye una mezcla de coerción (la Triple A) y consenso (nacionalismo y asistencialismo, ya no reformismo). De allí su íntima relación con la Iglesia, cuya función es la misma, en el campo de las superestructuras especialmente.
El Estado representa intereses de clase, de varias clases, intereses generales, de “todos”, a la manera de la sociedad de clases, pero colocando como centro organizador los intereses burgueses, en particular, la propiedad. Pero en la sociedad capitalista todos somos propietarios, solo que de cosas diferentes. Unos de medios de producción; otros, fuerza de trabajo. Por eso, la policía no tiene solo la función de reprimir la rebelión de la clase obrera. Se magnifica esta función, que no es, ni por asomo, la más importante. La función central de la policía es el mantenimiento del “orden”. El orden burgués, que incluye los intereses de la clase obrera, dado que los obreros también son, a su modo, “burgueses” en tanto comparten la “propiedad” privada de mercancías. Como “propietarios”, los obreros tienen tanto interés como los burgueses en que se respete la propiedad. Salvo que a alguien se le ocurra que un obrero robado y violentado por un ladrón se limita a reaccionar a la manera de un “progresista”, señalando al que lo acaba de expropiar que lo comprende porque su vida debe haber sido triste y violenta desde niño, y que si quiere, además del celular puede llevarse la billetera y, por qué no, la bicicleta. La relación de la policía con la clase obrera excede con mucho la de la simple represión de huelgas. La vida real de esa relación varía sustancialmente a lo largo de todo el arco social, sin entrar a discutir todavía la naturaleza social de la policía, que es, en sus escalones más bajos, básicamente obrera, por origen, nivel de vida, habitat, etc. Para la izquierda que cuestionamos, la represión es siempre algo físico y la policía, un asesino nato. No se le ocurre que el grueso de la represión en la sociedad capitalista pasa por otro lado, por la ideología, y que esa función la ejercen no los policías sino los maestros. De esa manera, dejando de lado un hecho evidente, a saber, que alguien educa a la clase obrera en todas sus taras burguesas, logra saltar la contradicción que supone que está bien sindicalizar a docentes pero no a los uniformados. Esto nos lleva ya demasiado lejos de lo que queremos exponer aquí. Todavía debemos hablar de la clase obrera.
Como contracara de estas perspectivas completamente simplificadoras del Estado y la represión, esta izquierda tiene una concepción absurda de la clase obrera, a la que imagina ya lista para el socialismo, con una conciencia prístina, dotada de los valores que corresponden a una sociedad que hace rato ha dejado la explotación de clase. De otra manera no se entiende por qué llama a luchar contra la cuarentena con la pretensión de que ella será organizada mejor por la propia “auto-actividad de la clase obrera”, dejando de lado cualquier tipo de represión. Obviamente, hay que devaluar mucho la noción de “auto-organización” para poder hablar de una manera tan ligera. La única forma de “auto-organización de la clase obrera” es el soviet y el camino que va hacia él. Solo por dar un ejemplo argentino: el movimiento piquetero que se reunió en la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados expresó un embrión, muy limitado pero real, de “auto-organización”. ¿Qué podía hacer tal embrión? No mucho más que conseguir planes para desocupados. Y estamos hablando de la mayor crisis política de la historia argentina. “Auto-organización de la clase obrera” es el proceso que va de febrero a octubre de 1917, el proceso por la cual la clase se vuelve partido y se hace Estado. Estamos a años luz de ese proceso. Pretender resolver un problema que se presenta como inmediato, con una inmediatez de días, como la cuarentena, con la “auto-organización de la clase obrera” es, o un saludo a la bandera para no ser “corrido por izquierda”, o un acto de tipo demencial o delirante. Pretender eso en un contexto en el que no hay ningún atisbo de descomposición del Estado, ni del régimen, sino por el contrario un reforzamiento de la alianza gobernante, me lleva a pensar en calificaciones que prefiero no hacer públicas. En cualquier caso, el grado de irresponsabilidad es supino. La clase obrera argentina acaba de votar masivamente, por más del 90%, a Macri y Fernández. A esa clase se la llama a enfrentarse al Estado como otro Estado. Se la llama “literariamente”, porque en la realidad ninguna de las agrupaciones que alardean estupideces sobre la “auto-organización” ha amontonado a sus militantes en algún retén de ingreso a CABA para disputarle al Estado su derecho a controlar la cuarentena en nombre de la “clase obrera”. Dejemos de lado que incluso bajo el socialismo, fracciones y capas enteras de la clase obrera tendrán que ser reprimidas. Lenin y Trotsky, por no hablar del Che, se cansaron de reprimir y matar obreros en el pináculo de desarrollo de la conciencia de clase. Los obreros rusos que construyeron Octubre fueron una minoría que debió enfrentarse primero a su propia clase, para regimentarla. ¿Cómo se pretende que puede hacerse algo que demanda todo el poder de un Estado, de la noche a la mañana, con una clase obrera cuya conciencia de clase hoy en la Argentina es lo que es? Esta izquierda no sabe qué hacer y apela a frases hechas para dejar una cortina de humo detrás suyo mientras huye de las tareas reales.
En el fondo, esta izquierda esconde una posición completamente derechista. Como la cuarentena se impuso más allá de su griterío impotente, llama a sus militantes a no hacer nada. Porque con una consigna ultraizquierdista inaplicable y que no pretende aplicar, deja a sus militantes sin ninguna tarea. No ha entendido la cuarentena como el campo en que se realizan hoy las acciones de la lucha de clases. Hoy, en la Argentina hay una confrontación en torno a la cuarentena: la masa de la burguesía quiere levantarla, la mayoría de la clase obrera quiere mantenerla. ¿Cuál es la política socialista para la hora? Defender la cuarentena más estricta, porque se ha demostrado ya que es la única medida que resguarda la salud obrera, debe ser el eje de nuestra acción. Y en tanto es el Estado burgués quien la organiza, es al Estado burgués a quién tenemos que reclamarle que la aplique con la energía que haga falta. Buena parte de esa energía estatal debe ser gastada en sancionar a todas las empresas que obligan a sus obreros a trabajar, escudándose en su supuesto carácter de “esenciales”, lista que, dicho sea de paso, debe ser limitada al mínimo más estricto. Otra parte sustantiva de las energías estatales debe estar en la prohibición de los despidos y en la expropiación de las empresas que no cumplan la norma o se muestren incapaces de pagar los salarios. El pago de los sueldos debe ser garantizado por la fuerza del Estado tanto en el sector público como en el privado, actualizado al nivel de la inflación existente. Los que no viven de un salario (desocupados, etc.) deben recibir un ingreso equivalente a un salario y deben ser dotados de las condiciones necesarias para realizar la cuarentena, por ejemplo, resolviendo el problema del hacinamiento o de la falta de wifi para que los niños puedan seguir su escolarización en modo virtual.
No se trata solo de defender la cuarentena más estricta posible. Se trata de no romper alianzas en el seno de la clase obrera. Una de las razones por las cuales dijimos al comienzo que esta perspectiva era apenas parcialmente tomada por la Tendencia, no es solo que llega bastante después de que el problema se agita en la izquierda y como regimentación de su propia tropa por parte de su dirigente principal, sino porque en los ámbitos en los que ha expresado su posición en torno a los problemas de la cuarentena, no parece aplicar esta directiva. Así, por ejemplo, en la universidad se opone, con los mismos argumentos que el PO oficial, a la virtualización de las clases. Sin poder extendernos más sobre el punto, ambas fracciones del PO terminan afirmando un corporativismo sindical, según la cual los docentes no pueden ser obligados a hacer algo que no pueden (dar clases virtuales), que además acarrearía la degradación de la educación. Como conclusión, ambas fracciones dan por cerrada la cuestión apelando a la presencialidad con alcohol en gel o la suspensión definitiva de las clases hasta que pase la pandemia.
Es obvio que volver a clases con “alcohol en gel” es un disparate suicida. Es obvio también que decretar que 300.000 alumnos de la UBA y otros tantos cientos de miles en otras universidades, deben perder un año completo (no hay ninguna garantía de que el segundo cuatrimestre se pueda volver a las aulas) es la mejor forma de romper toda alianza con los estudiantes, que también, en su mayoría, son trabajadores que no pueden ni tienen por qué perder alegremente un año completo de sus vidas. Este mismo razonamiento se extiende a las clases primarias y secundarias. ¿Con qué cara les decimos a los padres obreros de nuestros alumnos obreros que van a perder un año, al mismo tiempo que declaramos que tenemos el derecho, durante todo ese tiempo, a no hacer nuestro trabajo pero sí a percibir nuestro salario? Dicho de otro modo, no es rompiendo alianzas en el seno de la clase obrera que vamos a aprovechar la cuarentena para una política socialista. La virtualización es una medida de emergencia que debemos impulsar para mantener nuestras alianzas, pero también para volverlas contra el propio gobierno como vectores de nuestra lucha: queremos educar, que el Estado ponga lo que tiene que poner. Nada diferente de lo que hacen los médicos y los enfermeros.
La cuarentena es una oportunidad de lucha. Es el campo por el que pasa hoy. Puede que el Estado logre controlar la situación y arribar a buen puerto, a la “post-pandemia”. Pero si la izquierda insiste en mantenerse al margen de la lucha escondiéndose detrás de frases rimbombantes, el escenario favorable a las fuerzas revolucionarias, que puede abrirse cuando la burbuja en la que nos mantiene la pandemia explote, será más difícil de manejar y tendremos menos capacidad de incidir en él. Habremos dado a la burguesía una ventaja enorme. Si la lucha por la cuarentena se produce en el contexto de una agudización de la crisis y se inicia un proceso de descomposición del Estado, ese desborde de la situación llevará a la clase obrera a tomar las riendas. Esa situación, por ahora, no está planteada, pero puede estarlo en poco tiempo. Si no participamos de la lucha por la cuarentena, si nos empecinamos en ese declaracionismo vacío que, en el fondo, es una posición contra la cuarentena, es decir, si continuamos colocándonos de espaldas a la clase obrera, la burguesía logrará capear el temporal y someterá a la clase obrera a una venganza de clase feroz, convirtiendo este episodio en un mecanismo de destrucción de todas sus organizaciones y un aumento descomunal de la explotación. Es hora de despertar a la vida real.
Excelente análisis, comparto plenamente.
Estando en la informalidad mas del 40% de nuestra economía, resulta al menos extraño pensar que pelear por la cuarentena y reclamarsela al Estado (que hasta donde se representa a la clase dominante) sea algo que nos acerque a las masas… Hasta donde yo pude cotejar es en los sectores mas informales donde no se respetó del todo al principio y ahora ni te cuento…. ¿Desconoce las ollas populares en los barrios del conurbano? Habia hambre y ahora hay mucho mas. ¿La posición marxista es decirle a esa gente que le reclame (vaya a saber cómo) al estado (burgues) que la cuide quedandose en casa? Y eso es revolucionario? Pensé que era reformismo …..
UD hace un análisis muy completo..claro es cierto si no hay salud no hay economía ..no sé puede estar en contra ..lo de china es verdad ya casi esta en el poder central….la burguesía va a tratar de cerrar filas con políticos y sindicalistas del sistema con tra la clase obrera
estoy de acuerdo en general, yo soy docente secundario y en las escuelas piden colaboradores para repartir las viandas de alimentos a las familias, muchas de las cuales no tienen computadora ni internet en sus casas.