El trotskismo a debate (Cuarta parte). La etapa algebraica de la Revolución Permanente

en Aromo/El Aromo n° 112/Novedades

A los efectos de examinar en profundidad el corazón programático de la corriente hoy dominante en la izquierda argentina, presentamos una serie de notas, destinada a estudiar en detalle el programa del propio Trotsky.

Guido Lissandrello –

Grupo de Investigación de la Izquierda argentina (GIIA)

En la primera entrega, reconstruimos el debate que atravesó a la vanguardia rusa a comienzos de siglo XX acerca del carácter de la transformación que requería Rusia, debate en el cual Trotsky forjó los cimientos de la Revolución Permanente, y abordamos la metodología de trabajo con la cual construyó su teoría el futuro jefe del Ejército Rojo. En la segunda entrega, estudiamos el análisis que nuestro protagonista realizó sobre las condiciones singulares en que se desarrolló el capitalismo en Rusia, lo que nos permite calibrar con justeza la dimensión del atraso de ese país como base para la aplicación de la Revolución Permanente. En la tercera entrega, examinamos los elementos que componen el núcleo programático trotskista, atendiendo a las tareas burguesas, el problema campesino, el carácter permanentista de la revolución y evaluamos su pertinencia para la Argentina. En esta oportunidad, estudiamos las derivas de la Revolución Permanente durante la permanencia de Trotsky en México y el intento de aplicar sus ideas al contexto latinoamericano. No es una cuestión menor, esas reflexiones delinearon las ideas del trotskismo tal cual lo conocemos hoy.

Trotsky en México

Trotsky, escapando de la persecución estalinista, recaló en México a comienzos de 1937, tras una serie de exilios accidentados en Alma Ata, Barbizon y Weksal. A instancias de Diego Rivera, el presidente mexicano Cárdenas aceptó darle acogida. Al igual que en casos anteriores, el compromiso que habilitaba al revolucionario ruso a habitar tierras aztecas era del no producir interferencia alguna en la política nacional. No fue azaroso que las primeras declaraciones en prensa de nuestro protagonista se cuidaran de dejar en claro que no asumiría ninguna responsabilidad para con la sección mexicana de la IV Internacional, en tanto “valoro demasiado mi nuevo refugio como para cometer una imprudencia.”[1] En los hechos, no abandonó la actividad política ni tampoco se privó completamente de realizar observaciones sobre el país que ahora habitaba.

Como veremos en lo que sigue, el exilio mexicano encontró a Trotsky preocupado por el problema de la Revolución Permanente en los “países semicoloniales”. Sin embargo, no encontraremos en los escritos de esta etapa, un trabajo científico equivalente a Resultados y perspectivas aplicado a México o al continente. Si hacia 1906 el que escribía era Trotsky científico, el de 1937 es un, para decirlo en lenguaje de la época, Trotsky publicista. No realizó efectivamente ningún análisis exhaustivo de la estructura nacional mexicana, sino que sus apreciaciones se fundaron sobre concepciones generales, propias de conocimiento periodístico, que alimentó una imagen idealizada de América Latina en un sentido pleno, es decir, como una realidad homogénea que podía ser entendida y transformada desde una perspectiva común.

No parece que conscientemente decidiera abandonar las precauciones metodológicas con las cuales había construido la teoría de la Revolución Permanente para la Rusia de comienzos de siglo. Tras su arribo a México, en la ciudad de Tampico declaró a la prensa: “Es poco lo que puedo decir sobre mis planes para el futuro. Quiero estudiar exhaustivamente la situación de México y de América Latina, ya que es muy poco lo que sé al respecto.”[2] También dirá:

“Cuando Lenin y yo combatimos juntos durante la revolución, jamás creíamos que el resto del mundo seguiría la vía rusa, porque Rusia posee características nacionales e históricas extremadamente pronunciadas y fuertes. Los demás países también poseen características profundamente diferentes y peculiaridades nacionales acentuadas; cada país tiene que encontrar un camino diferente. […] Es necesario estudiar, observar y luego buscar una política adecuada y justa. […] No basta leer una docena de libros para formarse una opinión concreta sobre un determinado país; es menester seguir la prensa diaria y observar la vida nacional con los propios ojos.”[3]

Como lo muestra la cita, reconocía tanto la particularidad rusa, como un método de trabajo basado en la observación y el estudio como fundamento para la elaboración programática. El sustrato de ello era la idea según la cual las peculiaridades nacionales no podían ser obviadas. Al menos verbalmente, era cuidadoso en cuanto a la aplicación de su teoría a otras realidades, en tanto y cuanto afirmaba que: “El esquematismo en la fórmula de la Revolución Permanente puede volverse, y se vuelve cada tanto, extremadamente peligroso para nuestro movimiento en América Latina.”[4] En varias oportunidades, se negó a opinar sobre cuestiones que la prensa o trotskistas latinoamericanos le consultaban y para las cuales no podía emitir una posición fundada.[5] Es interesante el recuerdo de Mateo Fossa, a raíz de una entrevista que tuvo con el dirigente ruso en la que le consultó por los grupos trotskistas de Argentina: “Me dijo también que conocía algunas publicaciones de Argentina, pero las mismas se ocupaban mucho de Trotsky y poco de las cuestiones del país que deberían estudiar.”[6] Señalado esto, veamos en concreto que análisis hizo de América Latina y de qué manera utilizaba allí la teoría de la Revolución Permanente.

La Revolución Permanente en la realidad latinoamericana

Trotsky partía de la teoría leninista sobre el imperialismo, y afirmaba que el mundo entero había entrado en la fase del capitalismo monopolista, en el cual ya no regía la competencia y la libre iniciativa privada, habiendo sido reemplazado ello por una dirección centralizada de la economía mundial. En ese cuadro de situación, existían países coloniales y semicoloniales, los cuales “no están bajo el dominio de un capitalismo nativo sino del imperialismo extranjero”.[7] De esta manera, el globo se dividía entre los “líderes del imperialismo” y sus “víctimas”.[8]

En este esquema, los países latinoamericanos aparecían tanto como capitalismos atrasados, así como coloniales y/o semicoloniales. Ambos aspectos aparecían fundidos y determinaban las tareas necesarias para su transformación: “la lucha revolucionaria por la independencia nacional y por la transformación radical de las relaciones agrarias”.[9] Si en Rusia los síntomas del atraso eran la autocracia (un Estado que la burguesía no controlaba plenamente) y la cuestión agraria (el problema campesino), en Latinoamericana esta última estaba presente, pero se sobreimprimía a un problema de orden político: la dependencia. De allí que Trotsky llegara a afirmar que “los países coloniales y semicoloniales deben luchar antes que nada contra el país imperialista que los oprime directamente, más allá de que lleve la máscara del fascismo o de la democracia.”[10] El “antes que nada” no debe ser tomado a la ligera, pues puede conducir a trasladar el eje del enfrentamiento de clase a un eje nacional. Volveremos sobre esto cuando veamos el papel de la burguesía nacional.

Lo que tenemos aquí es que las tareas de la Revolución Permanente en América Latina pasan por la liberación nacional y por la revolución agraria. En tanto las dos se asumen como tareas democrático-burguesas, la Revolución Permanente tendría completa vigencia. Hacemos notar que, aún sin contar con algún tipo de estudio detallado sobre las diversas estructuras nacionales que se desarrollan en el continente para el cual está reflexionando, Trotsky no se priva de extraer una conclusión general válida para todos ellos. Mientras que la teoría de la Revolución Permanente había emergido de las particularidades del terreno ruso, ahora aparece enteramente válida y homogéneamente aplicable a todo el espacio continental. Sin embargo, Trotsky en ningún momento prueba que en América Latina en general exista una enorme masa de campesinos como supervivencia precapitalista. Menos aún, puede demostrar que la opresión imperialista signifique un atraso político equivalente al que había significado la vieja autocracia en Rusia. La burguesía latinoamericana controlaba sus gobiernos y se afirmaba como clase hegemónica en sus espacios nacionales (aquí el lector puede ver en detalle un análisis del caso argentino). Nuestro protagonista no demuestra en ningún momento que la burguesía nacional careciera de ese poder. Es más, se pronuncia en contrario cuando discute con las ideas según las cuales se podía avanzar evolutivamente al socialismo de la mano de las nacionalizaciones y las administraciones obreras:

“Creo que nos es necesario combatir con la mayor energía la idea de que podemos apoderarnos del Estado quitándole sus restos de poder. Es la historia del Kuomintang. En México, el poder está en manos de la burguesía nacional y sólo podemos tomarlo ganando a la mayoría de los obreros y una gran parte de los campesinos y, por lo tanto, derrocando a la burguesía. No existe otra posibilidad.”[11]

Siguiendo con el razonamiento de Trotsky, el dominio imperialista introducía una dinámica de clases particular dentro de los gobiernos latinoamericanos, como resultados de la condición semicolonial de sus países. Citamos in extenso a nuestro protagonista:

“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales para el poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto la da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política [del gobierno mexicano], se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de ferrocarriles y de las compañías petroleras. Estas medidas se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de Estado. Sin embargo, en un país semicolonial, el capitalismo de Estado se halla bajo la gran presión del capital privado extranjero y de sus gobiernos, y no puede mantenerse sin el apoyo activo de los trabajadores. Eso es lo que explica por qué, sin dejar que el poder real escape de sus manos [el gobierno mexicano], trata de darles a las organizaciones obreras una considerable parte de responsabilidad en la marcha de la producción de las ramas nacionalizadas de la industria”.[12]

Solidaria con la lectura del imperialismo en términos de disputa nacional, los gobiernos latinoamericanos son leídos más que en términos de clase, en términos nacionales. Es decir, se los considera árbitros de una disputa entre el imperialismo y las masas, dentro de la cual el gobierno local debe terciar y apoyarse en uno u otro. De allí que, en determinados momentos, el gobierno burgués pueda apoyarse en el proletariado para mostrar “resistencia al capital extranjero”, lo que a su vez mostraría la debilidad de la burguesía nacional para erigirse en un actor político con peso propio. Como debe apoyarse en el proletariado, pero a su vez contenerlo, lo normal es que se proceda a la estatización de los sindicatos. Si bien en la cita que transcribimos, Trotsky se refiere a una mediación entre el imperialismo y la clase obrera, en otros pasajes habla de una mediación que incluye, del lado de la clase obrera a la burguesía nacional:

“Un régimen semibonapartista entre el capital extranjero y el capital nacional, el capital extranjero y los trabajadores. Todo gobierno puede crear, en una situación similar, una posición en la que oscile, inclinándose unas veces hacia la burguesía nacional y los obreros y, otras veces, hacia el capital extranjero.”[13]

Como señalamos, la burguesía nacional es leída como una clase impotente, cuya aparición retrasada y su debilidad estructural la obligan a actuar como agente servil a uno u otro “amo imperialista”.[14] Como clase, tiene un interés histórico en la “revolución agraria”, pues un campesinado satisfecho le brinda el mercado interno que necesita para desarrollarse. Sin embargo, carece de fuerza para ello, así como “no pueden lanzar una lucha seria contra toda dominación imperialista y por una auténtica independencia nacional por temor a desencadenar un movimiento de masas de los trabajadores del país, que a su vez amenazaría su propia existencia.”[15]

Esta explicación trasluce una asociación entre atraso e injerencia imperialista (que, a diferencia del caso ruso, aparecen como equivalentes), y, al mismo tiempo, una tendencia a la conversión de los gobiernos de esos países en regímenes bonapartistas o “semibonapartistas”, en independencia del nivel de la lucha de clases alcanzado en las fronteras nacionales. El Bonaparte no actúa como árbitro entre clases opuestas que han alcanzado cierto grado de profundidad en su enfrentamiento, sino entre sectores cuya línea de delimitación es nacional. Trotsky convierte en regla las características bonapartistas que debe asumir un gobierno por el simple hecho de ser “penetrado” por el imperialismo.[16] Eso mismo conlleva, en su análisis, a que no se puedan estabilizar regímenes democráticos plenos. La oscilación en el comportamiento del gobernante puede llevar, en un extremo, al desarrollo de personalismos fuertes con “tendencias izquierdistas”, cuando enfrenta al imperialismo y se apoya en las masas obreras y campesinas, al punto que emprende a “importantes nacionalizaciones” y a la constitución de un virtual capitalismo de Estado. Ese sería el caso de Cárdenas, quién avanzó en la expropiación de ferrocarriles y del petróleo, en el marco de un enfrentamiento contra el capital inglés. Esa expropiación se convirtió en nacionalización, según Trotsky, porque el gobierno temió venderlo a la burguesía mexicana. Prefirió, entonces, retenerlo para sí y darle participación a la clase obrera por medio de los sindicatos regimentados. En el otro extremo, si la burguesía nacional se coloca bajo la tutela directa de los capitalistas extranjeros, tendría lugar un régimen fascista, que para Trotsky encarnaba el Brasil de Getulio Vargas.

El problema del imperialismo

De esta particular lectura de la dinámica de clases en los países atrasados y semicoloniales, se desprende un desplazamiento en el enfrentamiento. Está claro que no puede hablarse lisa y llanamente de un enfrentamiento al estilo peronista entre Nación e Imperio, pero si es cierto que el aspecto nacional cobra fuerza. Como apuntamos, empieza a dominar una tónica nacional más que clasista. En una entrevista con Mateo Fossa, Trotsky señaló:

“Supongamos sin embargo, que mañana Inglaterra entre en conflictos militares con el Brasil. Pregunto a usted. ¿De cuál lado estará en ese conflicto la clase obrera mundial? Por mi parte, personalmente contesto así: es claro en este caso al lado del Brasil ‘fascista’ contra la Inglaterra ‘democrática’. ¿Por qué? Porque en el conflicto entre ellos no se trata de ninguna manera de la democracia y del fascismo. Si Inglaterra vence, establecerá en Río de Janeiro otro dictador fascista y pondrá al Brasil cadenas más pesadas. Al contrario, si vence Brasil, esto dará un potente impulso a la conciencia nacional y democrática del país y llevará al derribamiento de la dictadura de Vargas.”[17]

Lo nacional aparece como un terreno revolucionario en cuyo espacio se disputan dos direcciones de clase diferentes: burguesía y proletariado. Esto es algo que Trotsky reconoce casi abiertamente, cuando dice que “Estamos en perpetua competencia con la burguesía nacional, como única dirección capaz de asegurar la victoria de las masas en el combate contra los imperialismos extranjeros.” Y lo confirma a renglón seguido, cuando se introduce en el asunto de las expropiaciones impulsadas por la burguesía nacional:

“En la cuestión agraria, apoyamos las expropiaciones. Esto no significa, entendido correctamente, que apoyamos a la burguesía nacional. En todos los casos en que ella enfrenta directamente a los imperialistas extranjeros o a sus agentes reaccionarios fascistas, le damos nuestro pleno apoyo revolucionario, conservando la independencia íntegra de nuestra organización, de nuestro programa, de nuestro partido, y nuestra plena libertad de crítica.”[18]

El pasaje es transparente. El enfrentamiento contra el imperialismo es un terreno común con la burguesía nacional y toda acción positiva en ese enfrentamiento debe ser saludada. Se agrega que debe conservarse la independencia organizativa y programática, pero no deja de quedar claro que hay allí un paso positivo. Prosiguiendo con el razonamiento de nuestro protagonista:

“El Kuomintang en China, el PRM en México [cardenismo], el APRA en Perú son organizaciones totalmente análogas. Es el frente popular bajo la forma de partido. Correctamente apreciado, el Frente Popular no tiene en América Latina un carácter tan reaccionario como en Francia o España. Tiene dos facetas. Puede tener un contenido reaccionario en la medida en que esté dirigida contra los obreros, puede tener un carácter progresivo en la medida en que está dirigido contra el imperialismo. Pero, apreciando el frente popular en América Latina bajo la forma de un partido político nacional, hacemos una distinción entre Francia y España. Esta diferencia histórica de apreciación y esta diferencia de actitud solo están permitidas con la condición que nuestra organización no participe del APRA, el Kuomintang o el PRM, que conserve una libertad de acción y de crítica absoluta.”[19]

Más claridad aún. Los frentes populares, es decir, las alianzas con las burguesías locales no son “tan reaccionarias” o lo que es igual, son en cierta medida progresivas. Esto en apariencia puede resultar contradictorio con la afirmación de que la burguesía nacional carece de potencialidad revolucionaria, pero en realidad Trotsky diría que esta clase no puede avanzar hasta el final en el enfrentamiento contra el imperialismo. En el redil de la Revolución Permanente, es solo el proletariado el que puede cumplir las tareas democrático-burguesas y, en ese tránsito, avanzar al socialismo.

México, botón de muestra

El análisis que nuestro protagonista realizó sobre México, ilustra su aplicación de la Revolución Permanente a América Latina. En efecto, caracterizó al país como una semicolonia, sojuzgada por los “magnates del petróleo”, que no serían “burgueses corrientes”. ¿Qué eran? Burgueses imperialistas, que hacen “lo posible por establecer en el país subyugado un régimen de feudalismo imperialista, sometiendo la legislación, la jurisprudencia y la administración.”[20] Por ello, el país estaría luchando “por su independencia nacional, política y económica”. Dentro de esta batalla, un hito habrían sido las nacionalizaciones, “único medio efectivo para salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia.” Esta cita revela dos cuestiones. Por un lado, la concepción de la democracia, por el otro, un apoyo abierto al cardenismo. Veamos.

Respecto a la primera, Trotsky dirá más tarde, en defensa del por entonces trotskista Diego Rivera quien trató a Haya de la Torre de “demócrata”, lo siguiente:

“El demócrata en Francia o en Estados Unidos, no puede naturalmente, ser revolucionario; está por el mantenimiento de lo existente: es conservador. Pero el demócrata de un país atrasado, que se encuentra bajo la doble opresión del imperialismo y de la dictadura policíaca, como el Perú, solo puede ser un revolucionario si es un demócrata serio y consecuente. Precisamente esta idea es la que desarrolla Rivera. Rivera no acusa a Haya de la Torre porque en su carta programa no aparezca como revolucionario, sino como defensor de la democracia. Rivera toma condicionalmente esta posición y trata de demostrar según nuestra opinión, con todo éxito, que Haya de la Torre aparece como un demócrata inconsecuente.”[21]

La cita demuestra que un demócrata “consecuente” en un país semicolonial sería un revolucionario “consecuente”, al menos en cuanto a las tareas de liberación nacional. Con ellos se pueden tejer alianzas, siempre y cuando sean demócratas revolucionarios. ¿Significa ese carácter “revolucionario” que adscribe al socialismo? Trotsky responde que no, que son demócratas revolucionarios aquellos “que cuentan con las masas y no con la gallina protectora”.

Del otro lado, el gobierno cardenista, aparece como un adalid de la independencia y la democracia. Trotsky es claro en ello:

“La revolución mexicana está ahora realizando el mismo trabajo que, por ejemplo, hicieron los Estados Unidos de Norteamérica en tres cuartos de siglo. […] En realidad, la tarea histórica de los del norte consistía en limpiar el terreno para un desarrollo democrático e independiente de la sociedad burguesa. Precisamente esta tarea está siendo resuelta en esta etapa por el gobierno de México. El general Cárdenas es uno de esos hombres de Estado, en su país, que han realizado tareas comparables a las de Washington, Jefferson, Abraham Lincoln y el general Grant. […] La expropiación del petróleo no es ni socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente progresista.”

Es aquí donde se revela con suficiente crudeza una torsión que ha sufrido el concepto de “país atrasado” con relación a su uso en la etapa anterior, cuando Trotsky analizaba Rusia. Allí el atraso aparecía representado por la supervivencia de una enorme masa de relaciones precapitalistas (el campesinado) y la incapacidad de la burguesía por controlar el Estado, mientras que ahora aparece como la presencia mayoritaria de capitales extranjeros. De esta manera es que puede aparecer como progresiva en relación al cumplimiento de las tareas democrático-burguesas, la nacionalización de recursos como el petróleo.

Sobre este último punto, Trotsky se pronunció en varios de sus escritos mexicanos. Naturalmente, destacaba que las nacionalizaciones no podían considerarse como medidas socialistas, sino como propias de un “capitalismo de Estado” de un país atrasado que pretendía defenderse tanto del imperialismo como de su clase obrera. En efecto, son definidas por él como un “un paso [de México] hacia adelante en su independencia económica.”[22] En ese punto, la define como una “medida absolutamente necesaria de autodefensa nacional”, pues “capitular ante el imperialismo significaría entregar las riquezas naturales al pillaje y conducir al pueblo a la declinación y a la exterminación.”[23]

En marzo de 1938 el gobierno mexicano nacionalizó las propiedades petroleras extranjeras y en represalia los gobiernos británicos y estadounidense impusieron un embargo. En una misiva escrita al Daily Herald, Trotsky manifestó su indignación ante el boicot inglés. El tono en el que fue escrita nos revela más que la indignación de un demócrata nacionalista que la de un dirigente revolucionario:

“Con el objetivo de explotar la riqueza natural de México, los capitalistas británicos se colocaron bajo la protección y al mismo tiempo bajo el control de las leyes y autoridades mexicanas. […] Ahora el señor Chamberlain y Lord Halifax desean forzar a la humanidad a creer que los capitalistas británicos se han comprometido a reconocer las leyes mexicanas solo dentro de aquellos límites que ellos consideran necesarios. […] Pero ¿quién le dio al gobierno británico el derecho de controlar la política interna y los procedimientos legales de un Estado independiente? […] En mi opinión, el Comité Ejecutivo de su partido [se refiere a laborismo] actuaría correctamente, si crease una comisión especial que estudie la medida en que el capital británico y en general el capital extranjero, han aportado a México y han extraído de él. Tal comisión podría, en un corto período, presentarle al público británico, ¡el balance sorprendente de la explotación imperialista! […] La cuestión, en realidad, concierne al saqueo de la riqueza natural del país. […] el posterior desarrollo de los atentados del imperialismo británico contra la independencia de México dependerá, en gran parte, de la conducta de la clase obrera británica.”[24]

La cuestión de las nacionalizaciones nos lleva a un último punto, el sindicalismo. ¿Por qué? El gobierno cardenista dio lugar a la participación obrera en las administraciones de las empresas nacionalizadas. Trotsky advertía que esa participación no era equiparable al control obrero de la producción, toda vez que la estructura sindical de México estaba fuertemente estatalizada y en manos de una burocracia. Esto, sin embargo, no debía llevar al rechazo en la participación obrera. Contra quienes creían que ello era una forma de ministerialismo, es decir de participación de los socialistas en un gobierno burgués, el revolucionario ruso señalaba que era una enorme oportunidad para desarrollar una oposición política “mientras la burguesía continúa dominando el Estado y siguen vigentes las leyes burguesas de propiedad.” [25] Naturalmente, siempre estaba el riesgo de que “los dirigentes sindicales con el aparato del capitalismo de Estado, en la transformación de los representantes del proletariado en rehenes del Estado burgués.”[26]

Lo que nos interesa aquí no es esa discusión, sino la naturaleza de las tareas partidarias que Trotsky desprende de este cuadro. Para él, se trata de ir al encuentro de la clase obrera en los sindicatos, lo que requiere luchar por la democracia sindical, crecientemente cercenada en el “período imperialista”. Por ello, las consignas de la etapa serían la reivindicación de la independencia de los sindicatos respecto del Estado y la democracia en su seno. Lo interesante es como esta tarea se impone incluso por encima de la lucha política contra la hegemonía burguesa en el seno de la clase obrera y del enfrentamiento al propio gobierno cardenista. Por aquellos años Trotsky tuvo un debate con Luciano Galicia, dirigente de la Liga Comunista Internacional, sección mexicana del trotskismo que se organizó en 1930. Galicia denunciaba que la IV internacional lo empujaba a una alianza con la burguesía y el gobierno de México, en particular con el asunto nacionalizaciones. Frente a semejante acusación, Trotsky respondía:

“El problema está en que Galicia no comprende qué significa la lucha de clases contra la burguesía y el gobierno. Cree que para cumplir su deber de marxista alcanza perfectamente con publicar una o dos veces por mes un periódico superficial en el que se grita contra el gobierno. Hasta hoy, ésta ha sido toda su actividad revolucionaria. Sin embargo, en México más que en cualquier otro lado, la lucha contra la burguesía y su gobierno consiste ante todo en liberar a los sindicatos de su dependencia respecto al gobierno. […] Esto exige de los marxistas una concentración de todas sus fuerzas contra los estalinistas y toledanistas.”[27]

Este debate merece un estudio en detalle, el cual podría echar luz sobre el énfasis sindicalista de Trotsky por sobre la disputa política que planteaba su rival, y el privilegio al enfrentamiento contra el estalinismo en los sindicatos (hecho que también se advierte en el trotskismo norteamericano en la misma época).

De Trotsky al trotskismo

Como acabamos de mostrar, la teoría de la Revolución Permanente sufre una importante transformación en el exilio mexicano de nuestro protagonista, transformación que, en realidad, ya empieza a asomar en sus trabajos sobre la situación china. De una teoría específicamente elaborada bajo las coordenadas rusas de comienzos del siglo XX, llegamos a un programa que puede plasmarse sin demasiadas contemplaciones particulares a, al menos, toda América Latina y muy probablemente a todo el mundo llamado colonial y semicolonial. En ese pasaje, algunos elementos de la teoría de la Revolución Permanente mutan. El problema nacional ya no se ubica en un Estado que la burguesía no controla, sino en una dependencia e injerencia del imperialismo, en particular, el norteamericano. Esa sería la traba para un desarrollo capitalista pleno y le da una impronta particular al problema de la liberación nacional dentro de la Revolución Permanente. De allí se abre un terreno común con la burguesía nacional. A la par, se presupone un problema continental análogo al de Rusia, bien que nunca se lo prueba empíricamente y tiende a ser eclipsado por lo nacional: la cuestión campesina. Así cobra fisonomía lo que hoy conocemos como trotskismo en tanto tradición de izquierda. Como veremos en la próxima entrega, los trotskistas mexicanos, esa primera generación formada por el propio Trotsky, se encargarán de exacerbar esos elementos para terminar delineando un trotskismo fuertemente nacionalista como el que conocemos hoy en Argentina.


[1]Trotsky, León: “En México”, 9 de enero de 1937, en: Trotsky, Escritos latinoamericanos en México [1937-1940], Ediciones IPS, Buenos Aires, 2013, p. 64.

[2]Trotsky, León: “Declaraciones en Tampico”, 9 de enero de 1937, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 61.

[3]Trotsky, León: “A los representantes de la prensa mexicana”, 12 de enero de 1937, en Trotsky, León: Escritos latinoamericanos en México [1937-1940], Ediciones IPS, Buenos Aires, 2013, p. 68.

[4]Trotsky, León: “Discusión sobre América Latina”, 4 de noviembre de 1938, en: Trotsky, Escritos…, op. cit. 122.

[5]Por caso, consultado por el aprismo señaló cauteloso: “No quiero opinar, porque es una cuestión que no conozco, que hace falta que la estudie. Cada país tiene sus características.” (Trotsky, León: “Tres entrevistas”, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 115)

[6]Ídem, p. 112.

[7]Trotsky, León: “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista”, agosto de 1940, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 159.

[8]Trotsky, León: “Combatir al imperialismo para combatir al fascismo”, 21 de septiembre de 1938, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 116.

[9]Trotsky, León: “El fascismo y el mundo colonial”, agosto de 1938, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 102.

[10]Trotsky, “Combatir…”, op. cit., p. 117.

[11]Trotsky, “Discusión…”, op. cit., p. 132.

[12]Trotsky, León: “La industria nacionalizada y la administración obrera”, 12 de mayo de 1939, en: Trotsky, Escritos…, p. 154.

[13]Trotsky, León: “Discusiones…”, op. cit., p. 130.

[14]Trotsky, León: “La política de Roosevelt en América Latina”, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 107.

[15]Ídem, p. 108.

[16]“Los gobiernos de los países atrasados, o sea coloniales o semicoloniales, sumen en general un carácter bonapartista o semibonapartista.” (Trotsky, “Los sindicatos…”, op. cit., p.161.)

[17]Trotsky, León: “Entrevista Trotsky-Fossa”, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 199.

[18]Trotsky, “Discusiones…”, op. cit., p. 124.

[19]Ídem, p. 125.

[20]Trotsky, León: “México y el imperialismo británico”, 5 de junio de 1938, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 96.

[21]Rivera, Diego: “La ignorancia no es un instrumento de la revolución”, 30 de enero de 1939, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 226. (El artículo fue firmado por Rivera, pero escrito por León Trotsky).

[22]Ídem, p. 229.

[23]Trotsky, “Entrevista…”, op. cit., p. 198.

[24]Trotsky, León: “Las expropiaciones mexicanas del petróleo”, 23 de abril de 1938, en: Trotsky, Escritos…, pp. 87-89.

[25]Trotsky, “La industria…”, op. cit., p. 155.

[26]Ídem, p. 156.

[27]Trotsky, León: “Problemas de la sección mexicana”, 5 de diciembre de 1938, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 137.

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