Editorial: No hay soluciones comunes para clases enemigas

en Aromo/El Aromo n° 112/Novedades

Ricardo Maldonado (Editor)

Más de cien días atrás Alberto Fernández, sorpresivamente, decretó una cuarentena general, contrariando la reticencia mostrada hasta el momento y cuando el virus ya había llegado por el casi único camino que tenía para hacerlo y le dejaron abierto (la autopista Richieri). El presidente decretó la cuarentena y casi medio centenar de millones de personas iniciaron una disciplinada y profundamente humana lucha por la salud común. Por un lado, desoyendo de manera contundente a los idiotas pensadores liberales que proponían salir y romper la cuarentena porque era un artilugio del poder. No era necesario ser un genio para entender que si las bolsas del mundo caen como una piedra al suelo es porque hay problemas serios, porque los burgueses no hacen chistes con sus billeteras. Tampoco para entender que si el mundo (incluidos los enemigos de la cuarentena como Trump y Bolsonaro) paraliza la educación, los espectáculos, los deportes, es porque algo grave y novedoso está sucediendo. Y si aun con ese mundo a media máquina, en ese mundo de barbijo y alcohol en gel, hay cientos de miles de muertos, es porque no es una gripe común como afirmara el ministro de salud argentino.

Una clara inteligencia estaba en juego. El mundo desconoce, todavía hoy, mucho sobre el Covid-19. Pero los trabajadores conocen, y mucho, sobre la distribución de los efectos de cualquier desgracia en el capitalismo: los burgueses se parapetan en sus propiedades, y en su comodidad. Y los laburantes padecen y mueren. No fue una tonta obediencia sino la clara comprensión (por la experiencia cotidiana) de la fragilidad del sistema de salud y de la propia fragilidad en la vida de cada día, la que permitió que el país se guardara para no contagiar, no contagiarse.

Es claro que siendo pocos en número, los burgueses violan mucho la cuarentena. Amparados en sus medios y posibilidades, siguieron su vida en ese mundo paralelo del capital que en general desconocemos. Uno de los dueños de Vicentín paseando en su yate Champagne por el Paraná, Tinelli viajando a su estancia sureña y haciéndose llevar paquetes en aviones chárter, el funcionario de Berni y el funcionario de Macri jugando al pádel mientras afirman que hay que endurecer las medidas, son una exhibición obscena de poder y falta de respeto por la vida común. Y sin embargo son cuestiones menores. ¿Por qué? Porque el problema de la clase burguesa no es la inmoralidad de sus acciones personales, aun cuando sean peligrosas y condenables. El problema es lo que hacen con la propiedad individual de la riqueza producida por los trabajadores y acumulada en sus manos.

Para difuminar esto último, tempranamente se comenzó a construir otra falsa grieta. El surfista que viajaba a la costa, la señora que toma sol en plaza Las Heras, y finalmente los “runners”. Si la contradicción se traslada a cuestiones personales, de incidencia menor, se ningunea el problema real: lo que empuja a salir, lo que empuja a la ruptura molecular de la cuarentena, a la quiebra desesperada de los cuidados, es la miseria. No sólo la miseria producida por éste parate de la cuarentena, sino la miseria estructural de décadas, la infraestructura obsoleta e inexistente, los servicios en situación de catástrofe. No sólo en la salud, también el transporte, la vivienda, las cloacas, la energía e, incluso, los servicios digitales. Agitar la miseria fue un excelente modo de ganar la elección, ahora agitar la enfermedad es la manera de olvidar esa miseria que antes prometían resolver.

Estamos entrando en la tercera década del siglo XXI, algunas automotrices ensayan vehículos en los que no es necesario manejar mientras uno de los problemas centrales de la pandemia es que no hay manera de lograr que los trabajadores concurran a sus trabajos con un mínimo de comodidad. Lo que el crimen social de Once mostró por un momento para ser luego barrido bajo la alfombra se erige como uno de los principales problemas que pone en vilo al país. No sería así si no viviéramos como vivimos. Si una porción muy, muy grande de la población no trabajara lejos de su domicilio y llegara a ese trabajo viajando como sardinas en una lata. Pero este sistema, al que llegó el Covid, es así.

Todos los días los trabajadores tienen problemas para atenderse, los escasos aparatos del sistema público se rompen y tardan en repararse, los turnos se consiguen con madrugones o noches en vela, y luego viene la odisea de conseguir la medicación o el diferimiento eterno del tratamiento por falta de oferta. Siempre cabe la posibilidad de tener que abonar un co-seguro o, lisa y llanamente, la ausencia de turnos. O de caer en alguna clínica privada de mala muerte. La salud es un bien preciado por los trabajadores, porque si se pierde hay muchas probabilidades de no volver a recuperarla. Pero este sistema, al que llegó el Covid, es así.

Familias enteras viven en espacios dónde podrían vivir una o a lo sumo dos personas. En barrios proclives a las inundaciones, en los que servicios como el agua corriente o las cloacas son sueños utópicos, en los que se embolsan los problemas mas trágicos y sangrientos de la sociedad y a los que, por las mismas razones no llegan los transportes, y a veces ni las ambulancias. Y no en un número pequeño sino en cantidades gigantescas, el 30% de la población de la ciudad más rica del país vive en villas. El hacinamiento es un caldo de cultivo nutritivo para las enfermedades de cualquier tipo. Dramático. Pero este sistema, al que llegó el Covid, es así

Porque el capitalismo funciona así. De la misma manera la mayoría inmensa de la población no tiene ninguna capacidad de ahorro, y por lo tanto al vivir al día, cualquier inconveniente es catastrófico. Esa condición de una nula capacidad de ahorro, impuesta por la necesidad de tener disponible mano de obra barata, les sirve a los capitalistas para juntar dinero en pala, pero edifica una sociedad carente del mínimo parapeto ante la adversidad. Y aun así, sacando fuerza de flaqueza, los trabajadores vienen sosteniendo más de tres meses de resistencia. Y a pesar que la clase trabajadora vive en un mundo en el que nada funciona bien, con porcentajes gigantescos de trabajo precario y en negro.

Tomemos el caso de los docentes, se les ha cargado sostener con su esfuerzo y sus recursos la continuación del proceso educativo. La amenaza de la enfermedad permitió al gobierno obligarlos a duplicar los esfuerzos, a utilizar sus equipos y su conexión, a la vez que postergar toda discusión por los salarios deprimidos. Como suele suceder el estado es el primer precarizador. Antes de votar la ley sobre teletrabajo ya se había violentado la mayor parte de las necesidades y expectativas de los trabajadores al respecto.

La pandemia y la cuarentena no mostraron las fisuras del sistema sino la solidez de su lógica. La solidez de un sistema que hasta en las condiciones más extremas, mantiene intacta su razón de ser, girar alrededor de la maximización de los beneficios. Los problemas que los trabajadores, la mayoría de la población nos vemos obligados a enfrentar rompen con el verso de la oposición entre economía y salud sobre la que la burguesía intenta ocultar su responsabilidad en la situación y su incapacidad para dar una respuesta.

La razón por la que no puede el gobierno dar una respuesta favorable a los trabajadores está en la base de la angustia y la ansiedad que padecemos y queda expuesto en este ejemplo repetido. A pesar de la retórica cariñosa de Alberto, en los papeles excluyó del bono para los trabajadores de salud, que pagó muy tardíamente, a 120 mil que trabajan en atención primaria (las “salitas” en los barrios). El 75% de ese ahorro a costa de trabajadores ($1800 millones) fue entregado en junio a los grupos concentrados de Paolo Roca (Tecpetrol de Techint) y Eduardo Eurenkián (CGC de Corporación América) ¿Por qué toma esa medida? Para incentivar a los burgueses a que produzcan gas, ya que podía faltar en pleno invierno y no lo producirían si no se incentiva su nivel de lucro. En medio de una pandemia por un virus que afecta las vías respiratorias. Se hace más evidente que nunca que el sistema reparte así: a los trabajadores el esfuerzo (y algunos aplausos si es necesario) a los burgueses garantías de que mantendrán sus ganancias. Ya lo habíamos visto, aunque con montos menores cuando el ministerio de Desarrollo Social les pagó sobreprecios a los burgueses de la alimentación, sin los cuales no le entregarían comida para llevar a los barrios más necesitados, o lo mismo en CABA con unos barbijos millonarios, indispensables para los efectores de salud. Esto, no otra cosa, es la unidad nacional. Políticos de cualquier color burgués, incentivando las ganancias de burgueses de cualquier color político. Esa unidad nacional en beneficio de los patrones explica que el ATP sea un susidio al patrón y no al trabajador, su función es sostener a los explotadores, obligar a los trabajadores a mantenerse bajo su tutela si quieren que les llegue un mísero peso. Además, cuentan con el sindicalismo peronista que apenas comenzado el proceso firmó con el gobierno y la UIA el recorte de los salarios al 75%. Y ahora se disparan los casos en los lugares en los que se había vuelto al trabajo. La grieta está ahí, entre una clase que ve en la muerte y la miseria, un negocio. Y otra clase que ve a su supremo esfuerzo utilizado como siempre, como una plataforma para las ganancias de los exploradores.

Éstas no son las fisuras del sistema, éste es el sistema. No están expuestas ahora, son nuestra vida cotidiana. No se trata de una nueva normalidad sino de una cotidianeidad visible, notoria. La vida cotidiana en un país que vive al borde, en un sistema en el que vivir es caminar por una cornisa. Precisamente porque los trabajadores son conscientes de esta dualidad es que saben que hay una tensión sobre qué hacer: Mantener los cuidados rigurosos a costa de un empobrecimiento en picada, o tratar de zafar del abismo a riesgo de causar un desastre,

La angustia, la ansiedad, los efectos negativos sobre la subjetividad son atribuidos a la falta de contactos, al encierro, al sedentarismo por la imposibilidad de realizar actividades al aire libre, o la necesidad de interacciones presenciales familiares o grupales. Seguramente es un componente importante. Pero no deja de llamar la atención que se le atribuya tan poca incidencia al factor más contundente de la situación. No el “día después”, sino “la que se viene”. La carrada de subsidios a las patronales que se han entregado surgen de una emisión constante. Sólo lo excepcional de la situación contiene el relanzamiento de la inflación. Para peor, el punto de partida ya es un desfasaje tremendo en la ecuación, siempre negativa desde una década atrás, del salario con los precios. Esa preocupación quita el sueño.

La salida de la cuarentena nos ofrece un enigma, un enigma amenazante. Y sospechamos que el futuro ofrecerá una respuesta oscura a ese enigma. Y no por que sí. Sino por los empresarios que, como Techint comenzaron a despedir -con anuncia del gobierno- apenas iniciada la cuarentena, y han venido avanzando con el ajuste de sus planteles, mientras esperan que la propia dinámica inflacionaria haga el resto al liberarse las actividades. Sólo necesitan que el gobierno mantenga la reticencia a las paritarias y siga permitiendo casi todos los despidos. Hay muchos efectos negativos del encierro y la cuarentena que pueden tratarse de manera individual o grupal. Pero hay uno, el temor y la ansiedad que provoca un futuro de disputa con los dueños del país, no. Esa inquietud no tiene salida por otro camino que no sea el social, porque es un problema social. Acomodarse ya no es posible a un sistema que sólo nos contempla como productores de riqueza para otros, habrá que comenzar a demolerlo.

En este escenario la principal fuerza de la izquierda tradicional, el FITU, ha usado su espacio parlamentario para empeorar las cosas. Al triste episodio de sumisión a la política oficial de defensa del sionismo, la ha acompañado con un proyecto alternativo de impuesto único a las grandes fortunas. El parlamentarismo consiste exactamente en esto. Por empezar en una negativa a asumir las condiciones que impone la realidad. Con una representación parlamentaria que no llega al 1% toda la acción que se realice dentro del congreso (otra cosa es en las calles) cumple una función de propaganda, pedagógica. Ensancha, como un altavoz, las propuestas de la izquierda.

Si lo que la izquierda propone va a ser rechazado (como no cesan de denunciar), si sólo puede servir para agitarlo fuera de la cámara ¿por qué hacer el esfuerzo de proponer algo que ni es claramente distinto, ni tampoco es realmente una solución? ¿por qué escandalizarse e insistir en que no se habilitan las sesiones para discutir un impuesto? ¿por qué abonar la publicidad progresista de que el mundo cambiará cambiando los impuestos sin modificar la propiedad de los medios de producción? ¿y, por último, por qué llamar a algo minúsculo “medidas extraordinarias” para situaciones extraordinarias?

¿No es éste el momento de incitar a soñar un mundo dónde ante una situación como ésta lo principal sea la salud y la vida, y no las ganancias? ¿Si no es ahora, para cuándo? Hoy se impone proponer ese sueño, que se llama socialismo. Proponerlo porque es posible, pero a la vez necesario. Pero hay que construirlo, y para ello es indispensable una herramienta política nueva. Una que diga claramente que hay que acabar con esta enfermedad perniciosa del esfuerzo común que se llama capitalismo, con la vacuna remozada del socialismo.

Etiquetas:

2 Comentarios

  1. Excelente análisis. Yo pensaba que la cuarentena iba a desnudar las miserias y fisuras del sistema, pero en realidad es como uds lo expresan: esas miserias y fisuras SON el sistema, y estuvieron siempre alli para quien quisiera verlas; no hay ninguna «nueva normalidad».Como bien señalan, la clase trabajadora entendió instintivamente que en esto le iba la salud y la vida y trata de cumplir la cuarentena como puede. En cuanto al FITU, cuando uno cree que más inútiles e irrelevantes no pueden ser, descienden todavía un escalón más. Vergonzoso.

  2. EN REALIDAD ES UNA VERGUENZA PARA NOSOTRES, PERO AL CAPITAL NO SE LE CAE NI UN PELO DE VERGUENZA, TOTAL, TIENEN LOS MEDIOS SUFICIENTES PARA SEGUIR CON ESTA SUPER EXPLOTACION, Y MANEJAR A LA SOCIEDAD A SUS ANTOJOS, Y CUANDO HAY ELECCIONES EL 90% VOTA A UNA U OTRA LISTA QUE DE DISTINTAS MANERAS PROPONEN LO MISMO, SEGUIR CON EL CAPITALISMO,( ES UNA LUCHA)

Responder a mariano Cancelar la respuesta

Your email address will not be published.

*

Últimas novedades de Aromo

Ir a Arriba