Superar los criterios raciales para encontrar las clases sociales. Perspectivas de la salud y la educación en EEUU.

en Aromo/El Aromo n° 122/Novedades

Aunque poco conocidas para nosotros, en la principal potencia imperialista se libran importantes batallas. Algunas en el terreno más concreto de la lucha de clases, como las huelgas de Starbucks o Kellogs a fines del 2021, otras en el terreno ideológico, como el incipiente cuestionamiento del criterio racial para explicarlo todo y ocultar las relaciones de clase.

Ricardo Maldonado – GCP (Grupo de Cultura Proletaria)

EEUU: raza, universidad y Suprema Corte

Este año se presenta como escenario de importantes debates una de las cuestiones centrales con relación a la desigualdad social y la cuestión racial en EE.UU.: la acción afirmativa. Un conflicto entre algunas universidades y aspirantes blancos a ingresar, que se consideran perjudicados por el cupo asignado por raza, ha escalado por todos los niveles hasta llegar a la Corte Suprema. Ésta ha reconocido la validez e importancia del conflicto y se presume que fallará antes de fin de año. Por la lógica propia del sistema jurídico, estos fallos determinarán mucho más que el desenlace de este conflicto particular y (como en anteriores ocasiones sobre el mismo tema) pueden ser decisivos en la futura perspectiva general. Pero es necesario comenzar el entendimiento del asunto desde mucho más atrás en el tiempo.

Desde el final de la guerra civil y hasta en 1965 imperaron en el sur de Estados Unidos lo que se conoce como “leyes Jim Crow”. Este nombre, que proviene de una caricatura, sirvió para englobar todas las leyes de segregación que los parlamentos estatales en manos de los demócratas promulgaban. Algunas, formalmente, no ejercían la discriminación sino ratificando la correlación entre raza y clase. Por ejemplo, muchas leyes que limitaban la posibilidad de votar según ciertos requisitos educacionales o impositivos, también excluían del derecho a votar a los blancos pobres e ignorantes. Otras segregaban por el color de piel, e incluso algunas por la composición de ese color (distinguían entre “negros” y “de color”, denominación de los que no eran “blancos puros”).

Tan pronto como comenzaron a promulgarse las leyes Jim Crow comenzaron los intentos por abolirlas. El sistema de Justicia es un buen indicador de la correlación de fuerzas. La progresista ley de derechos civiles de 1875 fue considerada inconstitucional por la Corte Suprema inmediatamente. En 1890 se establecieron en Luisiana los vagones segregados en el ferrocarril. Fue desafiada por Homer Plessy, que era, según el espíritu misteriosamente fraccionario de la ley, “1/8 negro” y parte de una asociación por derechos civiles; el caso llegó a la corte, que falló a favor de la segregación consagrando la doctrina de “separados pero iguales”.

Todo cambia a partir de la Segunda Guerra Mundial. En 1948, Truman eliminó (al menos, formalmente) la segregación racial al interior de las Fuerzas Armadas. El movimiento por los derechos civiles, además de luchar en las calles, llevaba los conflictos al terreno legal: en 1954 logró que la Corte Suprema revirtiera la consideración del caso Plessy y considerara inconstitucional la segregación en las escuelas públicas. En 1964, como culminación de un masivo proceso de movilizaciones y protestas, se sancionó la ley de derechos civiles.

Este breve recorrido sólo pretende refrescar la memoria sobre el funcionamiento de estas leyes discriminatorias y su razón de ser. La doctrina “separados pero iguales” pretendía ocultar que el verdadero problema era “separados para” mantener y profundizar “la desigualdad”. Ésa y no otra es la razón por la cual en casi un siglo de vigencia de las leyes Jim Crow no hay apelaciones a las diversidades o disidencias sino a la desigualdad.

Llega la meritocracia a Harvard y la acción afirmativa a todo EEUU

Pero desde la mitad del siglo pasado hasta el día de hoy se ha dado un proceso que también resumiremos. En 1933 James Bryant Conant asumió la presidencia de Harvard. A diferencia de sus antecesores, no provenía de las familias patricias de Boston, y se propuso hacer de la universidad una gran institución de investigación, emular a las más distinguidas de Europa y seleccionar a los mejores aspirantes para dotar al país de los mejores dirigentes. Impulsó con ímpetu las pruebas que ya se estaban utilizando desde hacía una década: el SAT. Conant tomaba un recurso de la Era Progresista y lo desarrollaba con intención utópica: una sociedad igualitaria dirigida por los mejores, una suerte de platonismo industrial.

En 1958, Michael Young, un sociólogo británico, introdujo la palabra «meritocracia», advirtiendo que el uso generalizado de las pruebas de coeficiente intelectual como un dispositivo de clasificación daría como resultado un nuevo y profundamente resentido tipo de sistema de clases hereditario. Pero no es así como la gente llegó a entender el término. Para muchos, denotaba un principio casi sagrado: que los boletos para el éxito, antes entregados por herencia o suerte, ahora se daban a los merecedores. Inevitablemente, el sistema se entendió ampliamente no como un punto de entrada al servicio público, sino como una promesa de recompensa financiera y prestigio social. Y los padres afortunados aprendieron a manipular el sistema, asegurando que sus hijos recibieran todas las ventajas posibles…

Los liberales blancos del establishment de la generación de Conant casi nunca consideraron la raza cuando pensaron en el futuro estadounidense. En el verano de 1948, Henry Chauncey, un decano asistente de Conant que se convirtió en el primer presidente del Servicio de Pruebas Educativas, se sorprendió al leer un artículo coescrito por una de las académicas negras más prominentes del país, la antropóloga Allison Davis, quien argumentó que las pruebas de inteligencia eran un fraude, una forma de envolver a los niños privilegiados de las clases media y alta en un manto de superioridad científicamente demostrada. Las pruebas, señalaron ella y su coautor, Robert J. Havighurst, medían sólo «un rango muy estrecho de actividades mentales» y conllevaron «una fuerte desventaja cultural para los alumnos de grupos socioeconómicos más bajos». Chauncey, que estaba convencido de que las pruebas estandarizadas representaban un avance científico maravilloso, escribió en su diario sobre Davis y Havighurst: «Toman el punto de vista extremo y, creo, radical de que cualquier elemento de prueba que muestre diferentes dificultades para diferentes grupos socioeconómicos es inapropiado». Y: «Si la capacidad tiene alguna relación con el éxito en la vida, los padres en los grupos socioeconómicos altos deberían tener más capacidad que los de los grupos socioeconómicos más bajos». (Ver referencias al pie.)

De ahí que “la acción afirmativa” sea una de muchas políticas, no sólo para el ingreso a instituciones educativas sino también para obtener empleo, acceder a contrataciones y participar en elecciones: se toma en cuenta la raza como una forma de revertir los efectos de políticas que, durante décadas, han discriminado negativamente a los negros. Pero, de esta manera, una herramienta originalmente pensada para compensar las ventajas de la herencia actúa, objetivamente, como herramienta que ratifica las desventajas de ser un desposeído. La acción afirmativa, es decir, la asignación deliberada de una ventaja compensatoria (cupo de ingreso, por ejemplo) para el grupo social al que se le reconoce una desventaja objetiva, entra en conflicto con la selección en base al mérito, establecida con el fin de restringir los privilegios de la riqueza, el linaje o cualquier tipo de “acomodo”.

Para los jueces se trataba de un conflicto desconcertante: por un lado, promover la inclusión y la integración en las universidades; por otro, organizar el ingreso a través de la libre competencia entre individuos juzgados únicamente según el esfuerzo aplicado y la inteligencia manifiesta en las calificaciones obtenidas.

La acción afirmativa: de la desigualdad a la diversidad

El intento de combatir los efectos de la desigualdad premiando a los mejores de entre los más perjudicados (sea por la vía del mérito en la Era Progresista, sea por la acción afirmativa durante el período de los derechos civiles), en vez de combatir las causas de la desigualdad general, no hace más que dejar el problema irresuelto y posponer los conflictos. Que no tardan en aparecer, a comienzos de los años ‘70: quienes no estaban incluidos en la acción afirmativa reclamaron judicialmente por la discriminación negativa que padecían.

Todo lo relacionado con la acción afirmativa y la ley, y, hoy en día, mucho más sobre las relaciones raciales, depende de una palabra: «diversidad». La palabra proviene de una decisión del juez Lewis Powell, el primero de los jueces indecisos moderados, designado por los republicanos, en un caso de 1978, “Regentes de la Universidad de California versus Bakke”, sobre la admisión a la escuela de medicina en la Universidad de California en Davis. La escuela de medicina había rechazado a Allan Bakke, un estudiante blanco, y había reservado 16 plazas para las minorías en su clase de entrada de 100. La Corte desautorizó el programa, que, en el lenguaje de los opositores a la acción afirmativa en ese momento, se llamó una «cuota». La decisión de Powell hizo de la diversidad la única justificación permisible que una universidad podría usar para aumentar su cohorte de estudiantes negros. Tiene que ser capaz de demostrar que la intención es crear un entorno intelectualmente más rico en el campus, no abordar la discriminación racial en la sociedad.

Oppenheimer, al igual que muchos abogados de derechos civiles, estaba frustrado con el uso de la diversidad como la única base legal para un tema tan importante. […] Considerar que la diversidad es el único modelo permisible parece considerar un mayor número de estudiantes negros en el campus principalmente como una forma de ampliar la experiencia de los estudiantes blancos, y no reconoce la deuda histórica que el país tiene con los negros.

Pawel, paradójicamente, toma la bandera de la diversidad, que la Universidad de Harvard utilizaba como un medio para compatibilizar su sistema meritocrático, y la emplea para violentar ese sistema. En lugar de estimular el ingreso de minorías para compensar desigualdades sociales que las ponían en desventaja, utiliza el discurso de la diversidad para nutrir a sus selectos alumnos de distintos, diversos, puntos de vista. Se trataba de mejorar la situación de los que ya estaban, más que de incluir a los que no podían estar.

Todas estas piruetas son comprensibles si observamos que son causadas por la contradicción insalvable entre la igualdad formal y la desigualdad real imperante en el capitalismo. La “raza negra” aparece aquí como un mediador que desdibuja esa contradicción pero que, simultáneamente, no puede evitar que esa contradicción se haga presente a cada paso. Las razones por las que el juez apela a un término poco utilizado en ese momento, “diversidad”, son de índole estrictamente política:

Powell asignó a uno de sus empleados, Robert Comfort, para redactar un memorando de banca» que resumiera el caso, dejando en claro sus inclinaciones iniciales. Comfort, quien ahora está jubilado después de una carrera como abogado de impuestos, me dijo, cuando hablamos no hace mucho: “En opinión de Powell, el mejor resultado fue preservar la acción afirmativa de alguna forma. Él dijo: ‘Quiero encontrar un término medio. Mi cliente, el país, necesita que este sea el resultado. ¿Cómo llegamos allí?’” Powell odiaba el sistema de la escuela de medicina con lugares explícitamente reservados para solicitantes de minorías. Comfort dijo: «Powell pensó que eso era ofensivo: dejar que la política decidiera cómo cortar el bacalao».

Cuatro jueces estaban dispuestos a apoyar a U.C. Davis. Si el caso hubiera llegado unos años más tarde, John Paul Stevens, que se estaba moviendo a la izquierda, podría haber proporcionado un quinto voto. El biógrafo de Powell, John Jeffries, ha escrito que Powell se dio cuenta de lo lejos que estaban realmente los jueces de alcanzar un consenso natural cuando Thurgood Marshall, un liberal y el único juez negro de la Corte, dijo en conferencia que sería necesaria alguna forma de recompensa racial durante los próximos cien años: tomaría tanto tiempo curar las heridas dejadas por la historia racial del país. «Este comentario dejó a Powell sin palabras», escribe Jeffries, dándole «una sensación aguda del vasto abismo que lo separaba de los liberales».

Comfort tuvo que idear un argumento para mantener la acción afirmativa mientras limitaba el uso abierto de la raza en las admisiones. Se metió en los escritos de los amigos de la corte… uno se destacó: «el informe de Harvard», como lo describió Comfort, que se centró en la diversidad. El memorando de Comfort a Powell dijo: «Diversidad educativa: este parece ser el paso en el análisis que ofrece la mejor oportunidad para tomar un curso medio». Powell terminó siendo asignado para escribir la opinión mayoritaria en el caso Bakke, y citó en gran medida el informe de Harvard, que otras tres universidades líderes habían firmado. Harvard había originado las admisiones mediante pruebas estandarizadas, y ahora ofrecía la diversidad como justificación para la acción afirmativa. Desde dentro de la institución, esas dos posiciones no parecían contradictorias, porque tenían en común una gran ambición social y una insistencia en que se permitiera a Harvard decidir a quién admitir sin tener que adherirse a ningún estándar requerido externamente.

La idea de apelar a la diversidad como una salida de la contradicción en que se encontraba el juez Powell fue tomada de Harvard, que a su vez la tomó de las universidades integradas sudafricanas, que la habían empleado para mantener la integración interna durante el apartheid sin combatir el apartheid. Este origen racista de la defensa de un artilugio supuestamente anti racista, pero no tanto, nos ilustra perfectamente el carácter del reformismo. Como también exhibe la funcionalidad del extremismo de derecha: los jueces racistas de la corte de 1978 cumplían la misma función, que consistía en hacer aceptable entregar la lucha por la igualdad a cambio de un compromiso: la diversidad. En estos casos la defensa de la libertad de pensamiento al interior de la universidad permite admitir la convivencia con la desigualdad social y el racismo en su entorno. Y es perfectamente entendible que fueran dos decanos blancos de universidades sudafricanas los que proporcionaron la idea, porque:

La acción afirmativa siempre ha estado motivada por motivos raciales, y ha producido el resultado deseado: las universidades se han integrado significativamente más. Eso ha ayudado a aumentar la integración racial, desde una línea de base muy baja, en los lugares donde un título de tales universidades es una credencial significativa: Estados Unidos corporativo, Wall Street, Silicon Valley, etc. Los miembros de la élite negra a menudo reflexionan con tristeza que la acción afirmativa los ayudó a ingresar a las escuelas de la Ivy League, y generó percepciones molestas sobre ellos, pero también señalan que ha creado una clase de liderazgo negro que no había existido anteriormente. La biografía de David Garrow de Barack Obama dice que cuando Obama solicitó la membresía en la Harvard Law Review, se negó a marcar la casilla que indicaba su raza, y que una de las razones por las que se unió fue para demostrar que no había sido admitido en la Facultad de Derecho de Harvard debido a la acción afirmativa. Sin embargo, ha defendido firmemente la acción afirmativa a lo largo de su carrera.

Las personas extremadamente competitivas que perciben la entrega de recompensas como un juego de suma cero y que están exquisitamente en sintonía con la cuestión de quién realmente las merece, a menudo encuentran que la búsqueda de la justicia social es una preocupación secundaria, o que no es preocupación en absoluto. 

Esto explica perfectamente la coincidencia temporal de un presidente negro y una exacerbación de la lucha antirracista particularmente desde el asesinato de Michael Brown en 2014, justo a la mitad de las presidencias de Obama (2009-2017). Favorecer el desarrollo de una élite de cualquier color no es lo mismo que combatir la desigualdad social y la miseria en general, que afecta particularmente a ciertos grupos.

Richard Kahlenberg, miembro principal de la Fundación Century, declaró que le preocupa el uso de la raza en las admisiones porque se está utilizando para otorgar una recompensa: «La institución selectiva está confiriendo beneficios sustanciales al poner a algunos estudiantes en una trayectoria de vida diferente. Y los estudiantes admitidos a menudo interpretan la admisión como: ‘Eres un ganador en una meritocracia. Te lo mereces’.”

La diversidad sigue su propia deriva

El profesor Nicholas Lemann, a quien citamos abundantemente en esta nota, reflexiona: “pronto puede que no sea legalmente posible utilizar el argumento de la diversidad como la solución de compromiso a un problema difícil.” 1. Y esto es así porque al haber entregado la cuestión de clase, que es la causa material de la diferencia racial, la diversidad es un espantajo que tanto sirve para un barrido como para un fregado.

Hace siete años The Atlantic publicó un artículo en el que trata la deriva del tema diversidad:

¿Qué califica como un lugar de trabajo “diverso”? ¿Significa que los empleados son de una variedad de razas y géneros diferentes? ¿O significa que han tenido una variedad de experiencias de vida? Los millennials parecen estar inclinándose hacia esta última visión, más fácilmente alcanzable. Un estudio reciente de Deloitte y la Iniciativa de Liderazgo Billie Jean King encontró que cuando se trata de definir la diversidad, en lugar de centrarse en las características demográficas, como la raza o el género, los Millennials, aquellos nacidos aproximadamente entre 1980 y 2000, están más preocupados por contratar a aquellos que pueden tener diferentes puntos de vista cognitivos debido a que crecieron en una parte diferente del país o asistieron a un tipo diferente de escuela. Las diferencias de raza o género pueden jugar un papel en esos diferentes puntos de vista, pero no pueden señalarse como características importantes de diversificación. (…) Los millennials enmarcan la diversidad como un medio para un resultado comercial, lo que contrasta marcadamente con las generaciones anteriores que ven la diversidad a través de la lente de la moralidad (lo correcto), el cumplimiento y la igualdad (…) También podría ser preocupante (…) “La diversidad se define de manera tan amplia que el uso de programas de diversidad o acción afirmativa como una forma de remediar las desigualdades históricas en curso puede pasarse por alto y descartarse fácilmente”, dijo. “La gente se enfoca en tener diversidad por el bien de la diversidad y pierde el poder de abordar las desigualdades existentes”. (…) “Si no nos enfocamos en la diversidad para abordar todas las partes de nuestra sociedad al incluir a esos históricamente más privados de sus derechos”, dijo, “entonces un tipo amplio de diversidad realmente no nos sirve bien. Vivimos en un mundo más diverso en un sentido superficial.” 2

Y las causas de la desigualdad exigen su lugar en el debate

El fallo en el que aparece la diversidad como elemento central para la estructuración de los debates raciales desde el año 1978. Desde entonces, hay generaciones enteras cuya preocupación es la uniformidad y no la desigualdad. Jóvenes que han respirado esta cultura y sacan las conclusiones pertinentes. Pero es precisamente esta deriva del compromiso anticlasista que constituyó el antirracismo de la diversidad, la que provoca otras reacciones. Reacciones cuya importancia podemos destacar porque se hacen presentes y causan debate en los principales medios de prensa de EE.UU. Lo hacen de manera marginal, por supuesto, pero su aparición nos invita a saludar el debate con optimismo.

En la primera entrega de esta nota anterior [ver aquí] señalamos una publicación de The Lancet en la que se confundían causas sociales y diferencias raciales en la incidencia de los problemas de salud, de tal modo que el énfasis en lo racial ocultaba problemas socioeconómicos. En The New England Journal of Medicine se ha publicado, en julio del 2020, un trabajo en el que se afirma:

“los datos en el vacío pueden dar lugar a explicaciones biológicas para las disparidades raciales en salud. Tales explicaciones postulan que las cualidades congénitas únicas de minorías raciales específicas las predisponen a tasas más altas de una enfermedad en particular. Lundy Braun, profesor de patología y medicina de laboratorio, así como de estudios africanos, ha documentado, por ejemplo, una corriente perdurable del discurso médico que supone que existen diferencias biológicas entre los órganos respiratorios de los negros y los blancos. Una crítica multidisciplinaria bien establecida de las definiciones biológicas de raza ha demostrado que los restos de tal pensamiento persisten en el presente.

En segundo lugar, las cifras de disparidad solitaria pueden dar lugar a explicaciones basadas en estereotipos raciales sobre patrones de comportamiento. Durante los brotes de tuberculosis en el sur urbano de principios del siglo XX, los funcionarios públicos describían con frecuencia a las personas negras, en tanto grupo, como irremediablemente «incorregibles», es decir, que rechazaban las pautas de higiene y estaban dominados por el vicio y, por lo tanto, eran más propensos a comportarse de maneras que los hacían más propensos a contraer enfermedades. (…)

Tercero, el desglose geográfico de los datos de Covid-19 es bienvenido pero requiere precaución. (…) Presentados por sí mismos, estos datos granulares pueden reforzar lo que el sociólogo Loïc Wacquant ha denominado “estigmatización territorial”, según la cual los barrios sin recursos sufren una “mancha de lugar” y se piensa que están “compuestos esencialmente por personas pobres, minorías y extranjeros, muchos de los cuales ya han sido marginados por la sociedad en general. (…)

Estos tres peligros pueden alimentar a un cuarto. En el pasado reciente, la percepción (aunque errónea) de que ciertos problemas sociales son principalmente “raciales” y, por lo tanto, de interés solo para supuestos grupos de interés minoritarios, se ha utilizado para racionalizar la negligencia y los recortes de fondos.” 3

Uno de sus autores es el politólogo y profesor emérito de la Universidad de Pensilvania Adolph Reed, para quien la clase es lo que divide a las personas, la raza es una categoría cuya pretensión de explicarlo todo debe ser cuestionada y que un hombre que tiende a mirar con escepticismo los programas de diversidad o las campañas de reparación, porque considera que redirigen la energía política para el cambio en esfuerzos simbólicos que ayudan a unas pocas personas negras poderosas. Por supuesto que Reed no es muy querido por los promotores de la diversidad, que abandonan su cháchara vacía y aplican su autoritarismo sin disimulo:

“Reed fue invitado a dar una charla, por Zoom, a las seccionales de la ciudad de Nueva York y Filadelfia de los Democratics Socialist of America. La mañana del evento, el Afrosocialist and Socialists of Color Caucus de la DSA exigió formalmente que la seccional de la ciudad de Nueva York quitara su apoyo y eliminara toda promoción del evento o que se convirtiera en un debate sobre el «reduccionismo de clase» de Reed. Los organizadores del evento intentaron asegurarle a Reed que podían usar Zoom para gestionar la discusión. Pero Reed, que había sido acusado de “esencialismo de clase”, de forma intermitente, durante décadas, decidió no participar. Oportunamente habría debates, en el Times y en podcasts y en conversaciones privadas, sobre si Reed había sido “cancelado” y sobre si el episodio sugería que incluso la izquierda socialista no estaba interesada en un análisis que no se centrara en la raza. Para los aliados de Reed esto se presentaba irónico. Michaels me dijo: «El Times estaba indignado porque la DSA canceló a Adolph, pero el Times no tenía ningún interés en publicar las opiniones por las que fue cancelado». (…) Pero para el mismo Reed la situación era más simple: “Este es un puñado de idiotas que desayunaron su cereal Cheerios esa maldita mañana”.

El límite de la diversidad es no llegar nunca a hablar de clases sociales. El problema para el progresismo que niega las clases es que Reed dice cosas como estas:

“Le enseñé a la cohorte de Obama, la versión de Yale”, me dijo Reed. “Y me llamó la atención cuántos de ellos estaban tan convencidos de que todo el propósito del movimiento por los derechos civiles era que la gente como ellos pudiera ir a las universidades de la Ivy League y después ir a Wall Street, cuántos de ellos estaban absolutamente convencidos de que la gente rica es más inteligente que el resto de nosotros”. Fue la misma perspectiva, prosiguió Reed, la que sugirió que “más premios Oscar para Ava DuVernay son como una victoria para el movimiento de derechos civiles, y no solo para Ava DuVernay y su agente”.

Y lo describen así:

“El hermano Adolph tiene tres odios profundos. Odia las feas consecuencias de los procesos capitalistas depredadores. Y odia la racionalización neoliberal de esos procesos capitalistas depredadores. Y odia el uso de la raza como una construcción que promueve la racionalización neoliberal de los procesos capitalistas depredadores. Una trinidad de odios, casi podrías poner eso como epitafio en su tumba”. Entre la izquierda de centro, esto pone a Reed en desacuerdo con casi todo el mundo, lo que significa que hay pocos desarrollos más interesantes en la política intelectual que la noticia de que Adolph Reed está en pie de guerra.”

Y alerta sobre el peligro de que a la diversidad le suceda una perspectiva ahistórica de los problemas sociales:

“Un peligro, escribe Reed, es que, cuando contar el pasado se vuelve demasiado parecido a una alegoría, sus matices y contingencias pueden desaparecer. Entonces la historia puede convertirse en una narración del inevitable desarrollo progresivo hacia el presente o, peor aún, en una afirmación tendenciosa de que nada ha cambiado nunca”. (…). Me refiero a que la línea de ‘nada ha cambiado’ es una que he encontrado desconcertante y exasperante”. Ese proyecto, continuó, eliminó cualquier especificidad histórica, de modo que el racismo operó como una fuerza inmutable. “Y entonces puedes decir que el asesinato de Trayvon Martin (2012) o de George Floyd (2020) es lo mismo que el de Emmett Till (1941) o el de las patrullas de esclavos”. Reed me dijo: “No me gusta el marco de la disminución de la importancia de la narrativa racial; no me gustaba en los años setenta y no me gusta ahora, ¿cierto? Pero el racismo es cada vez menos capaz de explicar las desigualdades manifiestas entre negros y blancos”. Los progresistas, dijo, querían esto en ambos sentidos. “Es una frase común: ‘Sé que la raza es una construcción social, pero— ‘”, dijo Reed. “Bueno, no hay ‘pero’. O es un unicornio o no es un maldito unicornio”. 4

Eso es exactamente lo que pensamos los socialistas revolucionarios: o es un unicornio o no es un maldito unicornio. ¿Se trata de un sistema social que produce miseria, guerra y racismo, o la miseria, la guerra y el racismo son problemas autónomos que pueden resolverse con medidas parciales y reformas coyunturales?

Notas

  1. Todos los textuales hasta aquí son de https://www.newyorker.com/magazine/2021/08/02/can-affirmative-action-survive
  2. https://www.theatlantic.com/business/archive/2015/05/the-weakening-definition-of-diversity/393080/
  3. https://www.nejm.org/doi/full/10.1056/nejmp2012910
  4. Todas los textuales sobre Reed son de https://www.newyorker.com/news/annals-of-inquiry/the-marxist-who-antagonizes-liberals-and-the-left?utm_source=nl&utm_brand=tny&utm_mailing=TNY_Daily_Control_020122&utm_campaign=aud-dev&utm_medium=email&utm_term=tny_daily_recirc&bxid=60d780d9642ee5628d44ac63&cndid=65510840&hasha=cf465d90926f8f310ab165c627895975&hashb=e19488f38e155959c899ad6812efb7fadfc006d4&hashc=25dfffc06d0358291a4ce8c8f8b83b7fb01f5b4b397576fc2fb9e43442ad11eb&esrc=register-page&mbid=CRMNYR012019

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