Economía e innovación. La relación de la salud con el avance tecnológico. (1)

en Aromo/El Aromo n° 112/Novedades

La situación actual, las expectativas en una solución innovadora para problemas acuciantes de salud, ya fue vivida más de 70 años atrás y también por un gobierno peronista. Mucho podemos aprender de ese episodio histórico, sino sobre el carácter de la actual epidemia, sí sobre el capitalismo argentino y su gestor perenne: el peronismo

Ricardo Maldonado – Grupo de Investigación de la Salud Argentina (GISA)

Todos esperamos que la ciencia avance

La inmensa mayoría de la población mundial se dispuso, tres meses atrás a cumplir una cuarentena de una extensión inédita. Lo hizo con la expectativa de que la ciencia resuelva, con sus métodos y sus recursos, el problema planteado por la aparición del Covid-19. Ese aislamiento es sólo una alternativa provisoria al desconocimiento sobre el Covid-19. Desconocimiento que abarca las características propias del virus (formas de contagio, tiempo de incubación, síntomas, etc.) los métodos diagnósticos (testeos que se han ido adecuando de otras infecciosas a la detección de este virus), tratamientos (para los distintos tramos y niveles de gravedad de la enfermedad) y, sobre todo, el premio gordo esperado por todos: la vacuna.

Acostumbrados a que los problemas que aterraron a la humanidad por decenas de miles de años sean resueltos para nosotros como simples trámites, la incertidumbre y el desconocimiento causaron estupor. Ese desconocimiento no es una afrenta a la ciencia sino la ratificación de su necesidad. Todas las epistemologías alternativas, las medicinas ancestrales y las nostalgias románticas se llamaron a silencio en los últimos meses debido a la pandemia. También las loas a la incertidumbre, la aventura, lo impredecible cayeron en descrédito. La sociedad quiere, imperiosamente, volver a la tranquila rutina de las predicciones y las expectativas, de las regularidades y concertaciones. Y pocos parecen disfrutar de la posibilidad de contagiarse, llegar a un centro sanitario sin camas de UTI y morir boqueando en el pasillo.

Es sobre la base de lo conocido que se trabaja para conocer más. En resumen, sobre los virus anteriores, fundamentalmente sobre otros del tipo “corona”, se busca conocer la especificidad del SARS-CoV-2 que causa el Covid-19. Los testeos se edifican sobre los testeos disponibles, los tratamientos sobre tratamientos eficaces en otras situaciones y lo mismo con las vacunas. Ese método general, conocer a partir de lo ya conocido, lo vamos a utilizar aquí para analizar la situación. Y lo haremos intentando abordar los problemas sanitarios y la innovación, en su relación histórica con nuestro país.

El descubrimiento de la penicilina

Una de las causas más importantes de bajas en las guerras había sido, hasta la Segunda Guerra Mundial, las infecciones. Las heridas de guerra solían llevar a la muerte en gran número o a una solución brutal, las temidas amputaciones. Por eso los bandos en disputa sabían que una solución a las infecciones era un arma de guerra fenomenal. Los alemanes tenían la delantera en la producción de sulfamidas. En 1929 Fleming descubrió la penicilina. En 1940 un policía inglés sufrió una herida, se le infectó y concurrió al hospital en el que se investigaba la penicilina. Aplicada al paciente logró en la primera dosis hacer retroceder la infección ya avanzada, la segunda dosis siguió ganando la batalla, y mucho más la tercera. El policía murió días después[i]. ¿La causa? Esas tres dosis eran toda la penicilina existente en el mundo. Si bien se conocía desde tiempo atrás el principio general, llevó tiempo y trabajo encontrar cómo hacerlo eficaz para las personas. Y mucho más hacerlo llegar en cantidades al mercado, a la población que pudiera pagarlo. Ésta última etapa se pudo realizar cruzando el Atlántico. EEUU asumió la tarea como esfuerzo de guerra, y el laboratorio Pfizer (que nunca más dejó de estar entre los más grandes a nivel mundial desde ese momento) junto a Merck y Squibb encontraron la manera de producirla mediante una fermentación masiva e industrial.[ii] El problema no es sólo descubrir principios generales, sino transformarlos en una solución práctica.

Al terminar la guerra, el acta de Chapultepec, a la que adhiere Argentina, bajo los lineamientos de EEUU, prescribía la expropiación de la “propiedad enemiga”. Argentina, sumada a la contienda cuando ésta ya terminaba, expropió algunas empresas alemanas. Alemania había instalado varias empresas farmacéuticas en el país, y era, junto a Suiza y EEUU, la vanguardia del sector, aún luego de la derrota en la Gran Guerra. Entre las expropiadas estaba el laboratorio Schering. Desde tres décadas antes funcionaba en el país el estatal Instituto Malbrán. La mitología peronista suma Malbrán y Schering y llega a hablar de nacionalización de la producción de medicamentos, exagerando la función[iii] y el peso de la creada EMESTA, Empresa de Medicamentos del Estado Argentino. Lejos de esto se trató de un agregado de empresas cuyo norte estratégico fue proveer medicamentos comunes a precio barato, incidiendo en el mercado y en la provisión de la salud pública[iv]. Pero nunca estuvo considerada la unificación, y mucho menos la planificación racional, de la industria farmacéutica bajo propiedad estatal. A pesar que en ese momento era una rama proporcionalmente menor, de poca incidencia en el conjunto de la producción industrial, contrastando con la gran importancia en su repercusión en la vida social.

Por otro lado, en ese mismo período en la parte septentrional del mundo, en el bando aliado de la guerra, la industria fármaco-química pegaba un salto crucial en la historia de la salud, la producción masiva e industrial de antibióticos: el boom de las infecciosas. La industria local, producto de las restricciones del comercio internacional por la guerra, y de ciertas ventajas relativas en los productos derivados de los animales (ventajas asociadas a la importante industria frigorífica) había logrado un desarrollo acompañado de rémoras en la productividad. Ese despliegue, por fuera de los opoterápicos, dependía de manera crucial de los insumos importados. La industria farmacéutica no se encontraba integrada verticalmente. La provisión de los insumos básicos dependía de importaciones, cómo lo hace hasta el día de hoy en una proporción del 90%.

La elección de 1947: Braden o Braden

El tibio intento de abordar la producción de antibióticos desde el estado, que se planteó en 1946, se disipó rápidamente. Un mercado de segundo orden, fragmentado en decenas de empresas relevantes y muchas decenas de otras irrelevantes, no podía acercarse a la frontera tecnológica de cada momento. En fecha tan temprana como setiembre de 1947, se “confesaba tener dificultades técnicas, inexperiencia profesional” para un emprendimiento de tal tipo y que no se estaba en condiciones de producir penicilina para abastecer las necesidades nacionales, a pesar de haber obtenido, de los legisladores, fondos para hacerlo. Por esa razón es que, en ese año de 1947, se comienza a trabajar el convenio con la norteamericana Squibb, otorgándole ventajas para la instalación de una planta que comenzará a funcionar en 1949. La instalación de esa primera planta de Squibb & Sons, y luego de otra, antes del final del gobierno peronista, reemplazó la incipiente producción de antibióticos del laboratorio estatal Malbrán cuyos números cayeron abruptamente. Pero también cerró la trayectoria de la producción industrial privada que intentaban desarrollar los laboratorios Ocefa y Massone. A este último le impuso todo tipo de restricciones hasta llegar a su intervención y liquidación en 1950, con oscuras acusaciones sobre sus productos. El hecho que Massone fuera un importante exportador de productos opoterápicos, derivados de los animales, y que el país pasara, en ese rubro, de exportar 11 millones de pesos en 1946 a 623 mil pesos en 1954, sumado a que Massone exportara insulina a Italia, que nunca presentó una queja por la calidad de esos envíos, es considerado una prueba de que el gobierno peronista liquidó a una empresa que no se alineaba políticamente con él, con un carácter centralmente represivo y ejemplificador. Sin negar el indiscutible carácter represivo del accionar general del gobierno, podemos ubicarlo dentro de una lógica más amplia. Si Perón actuaba de esta manera con fracciones disidentes del capital en beneficio de las adictas (como los yanquis de Squibb) mucho más represivo era con los trabajadores. Pero este factor, innegable, no puede ocultar otro factor confluyente y más profundo, que hace al núcleo de esta nota. Se trata de la necesidad y posibilidad de la producción de antibióticos, la frontera tecnológica del momento. La suposición de que Massone estaba en condiciones de ocupar el lugar de Squibb se encuentra con tres problemas. Una conjetural, que los técnicos y directivos contratados por Squibb fueran en su mayoría argentinos (algo estipulado por el contrato, en una proporción de 80%) no significa que esos técnicos pudieran contribuir con la tecnología de punta además de operarla. En segundo lugar, si bien Massone fue boicoteado, no así Ocefa o el Malbrán, que no ocuparon ese lugar en la producción de antibióticos, como si lo hizo al llegar el año 50 otra norteamericana, Parke Davis. En tercer lugar, si bien la penicilina era de reciente introducción en el mundo industrial, había sufrido una serie de renovaciones muy dinámicas en ese corto tiempo, que dejaban a las tecnologías usadas rápidamente obsoletas u atrasadas. Esto sucedía en tres terrenos, la mejora de las cepas utilizadas, la modificación de los insumos usados para los cultivos y los cambios en los tipos de fermentación, del cultivo de superficie al cultivo sumergido[v]. El dinamismo del sector era tal, que, en los últimos 6 meses de la guerra, de junio de fines del 44 a junio del 45, el precio de la penicilina exportada por EEUU se redujo en un 50%, tomando un período mayor encontramos que en 1946 el precio era el 3% del de 1943.

Una burguesía impotente

Nada permite pensar que Massone (ni Ocefa) que era competitivo en una franja con históricas ventajas comparativas (los opoterápicos) lo fuera también con los novedosos antibióticos. Un capital particular difícilmente podría alcanzar las cotas de productividad de las farmacéuticas yanquis. Éstas habían dado un salto resolviendo las limitaciones en la escala productiva, contratadas por el gobierno de EEUU. Solventadas como parte del esfuerzo de guerra.

Lo cierto que cualquier interpretación del evento deja mal parado al relato peronista, para cuya mitología debería ser inconcebible que se desarticule una posible producción nacional para alentar en su lugar la instalación de una empresa foránea, yanqui para peor. Pero la realidad es que la producción de antibióticos en escala y con niveles de productividad de punta, estaba por fuera del alcance de una industria farmacéutica que sólo a la sombra de las restricciones de la guerra había crecido. Y lo había hecho por la retirada de los competidores y el recurso a la intensificación de la mano de obra.

No había (ni hay) nada a medio camino entre las reglas del capital o el socialismo. El matrimonio Perón-Squibb es una demostración palpable. El fondo de la cuestión era la incapacidad de los laboratorios nacionales para producir antibióticos al nivel de la productividad internacional en pleno boom de las infecciosas. Lo que era el centro del negocio de la salud estaba por fuera del alcance de la burguesía local. Como anunciara Carrillo, era cuestión de esperar que los burgueses entrevieran las posibilidades del negocio para poder cedérselos a ellos. Pero la poca capitalización del sector salud en los primeros 50 años del siglo la hacía, en general, poco atractiva. Mucha mano de obra y poca inversión, poco capital orgánico, mantenía a la rama en la esfera de los pequeños productores independientes o de la burguesía pequeña. Los grandes capitales en general no veían razón para interesarse. Y en los pocos sectores en qué si había atractivos para el par inversión-ganancias, como las infecciosas y los antibióticos, el capital acudía. Pero sus montos, sus escalas, ya se habían alejado de las posibilidades de los burgueses argentinos. La cuestión es que en un momento de excedentes de los antibióticos (ya no había que proveer a millones de heridos en combate) se acudió al capital extranjero, más productivo y concentrado. Entender como se solucionó la provisión de antibióticos es entender la relación de los capitales precarios del país con la frontera tecnológica de cada rama (salvo en relación al agro probablemente). También entender la causa del faltante sistemático de dólares en el país. Desbalance al que los burgueses, de uno otro lado de la grieta, resuelven devaluando y perjudicando el nivel de vida obrero. Pero que como vimos se debe a una burguesía famélica, incapaz de resolver siquiera la supervivencia de la población bajo sus mismos parámetros. Una situación estructural de una economía que, condicionada por la fragmentación, irracionalidad y orientación a la ganancia del capitalismo, necesariamente gasta más de lo que produce. Nada exterior impedía que la burguesía argentina desarrolle soluciones sanitarias de punta en los años 50, el problema fue el carácter marginal del mercado donde operaba y el pequeño tamaño de su capital. En la segunda parte, al analizar la situación actual veremos que la situación de Argentina con el mundo, desde ese momento hasta hoy, sólo ha profundizado lo que la historia nos mostraba 70 años atrás.


[i] https://www.caeme.org.ar/historias-para-recordar-el-descubrimiento-de-la-penicilina/

[ii] “Aunque el cultivo sumergido ahora parece ser más económico y más práctico desde un punto de vista industrial, se utilizaron cultivos de superficie para producir la penicilina que primero efectuó las notables curas clínicas que señalaron que la gran inversión de tiempo y dinero realizada durante el pasado tres años estarían justificados. (…) Este artículo informará sobre algunos de los más de quinientos experimentos que han llevado a un aumento en el rendimiento de penicilina desde el rango de 2 a 6 Oxford unidades por ml hasta 160 a 220 unidades Oxford por ml. Este aumento de rendimiento se ha logrado principalmente mediante la selección adecuada de organismos y nutrientes, incluyendo el uso de licor de maceración de maíz, el uso de lactosa como carbohidrato principal, y la adición de nutrientes durante el curso de la fermentación (Penicillin VIII. Productión of penicillin in Surface cutures. Andrew J. Moyer y Robert D. Coghill, Fermentation División, Norhern Regional Research Laboratory. Peroria, Illinois, 1945)

[iii] “Ello obligaba, según el ministerio, a otorgarles una personalidad jurídica adecuada, que impidiera su confusión con la personalidad jurídica del Estado; se consideraba, entonces, que la empresa de la DI.N.I.E. no podía ser una repartición de la administración pública, ni centralizada, ni descentralizada. La importancia de tratar de definir la naturaleza pública o privada de las empresas que quedaron bajo la coordinación de este organismo radica en que contribuye a entender sus funciones, mecanismos y alcances. Pues, una empresa privada funciona a partir de la lógica de la acumulación de capital y de maximizar beneficios. En tanto que en la lógica de funcionamiento de una empresa pública pueden existir y de hecho, en líneas generales existen, otras variables que se relacionan con la implementación de políticas públicas. En ese sentido, las funciones de la DI.N.I.E. guardaron relación con el diseño de las políticas públicas llevadas a cabo por el Estado en torno a la industrialización, a la redistribución, a la capacitación de mano obra, entre otros incluidos en el Primer Plan Quinquenal”.

[iv] Nuestra hipótesis es que no se hizo una utilización plena del potencial de la capacidad instalada de las mismas, debido a que parecen haber primado objetivos mayormente ligados a la regulación del mercado de medicamentos y no a la expansión de la producción y al aumento de la productividad relacionado con el desarrollo tecnológico del sector farmacéutico. (Terceras Jornadas de Historia Económica. Montevideo 9 al 11 de julio de 2003 . Mesa 9: Estado, Empresas y Política Económica durante la experiencia peronista 1944/ 1955. María Teresa di Salvo y Viviana Román (UBA).

[v] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC518123/pdf/jbacter00670-0117.pdf

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