Guido Lissandrello – Grupo de Investigación de la Izquierda argentina
En medio de una de las crisis económicas más profundas que atravesó la Argentina, que de crisis sabe y mucho, y en el contexto de una pandemia que, gestionada de manera desastrosa por el gobierno, causó más de 5 millones de contagios y 114 mil muertes, el pasado domingo se desarrollaron las elecciones primarias legislativas. Los resultados de los comicios aportaron certezas y dudas. Por lo pronto, hay un hecho que desde el arco patronal hasta la izquierda, pasando por la gente de a pie, nadie discute: el gran perdedor ha sido el gobierno, que recibió una paliza que no anticipaban ni las encuestas más favorables a la oposición ni su principal rival, Juntos. Pero si esto resulta claro, lo cierto es que donde los balances no parecen ser unánimes es en el elemento contrapuesto a esta paliza, es decir, quién capitalizó el derrumbe oficialista.
La izquierda trotskista, materia de análisis de esta nota, salió a últimas horas del domingo a celebrar lo que habría sido una gran elección. Con números inflados, porcentajes mentirosos y basándose en una infografía periodística que utilizaba una conceptualización laxa y generosa de “izquierda” (al punto de incluir en su interior a fuerzas decididamente patronales), el ya clásico exitismo del Frente de Izquierda y de los Trabajadores Unidad (FITU) pareció tener asidero real, proyectando “la mejor elección primaria del frente”. Si bien es cierto que, contra la tendencia que arrojaban las elecciones presidenciales de 2019 y las provinciales que se sucedieron este año, el frente trotskista no pareciera quedarse fuera del parlamento, eso no significa –al menos para aquellos que estén interesados en una balance no electoralista de las elecciones- que haya habido crecimiento alguno y, mucho menos, una capitalización del descascaramiento del albertismo/kirchnerismo. Veamos el asunto en detalle.
El circo
El análisis del desempeño electoral del trotskismo, esto es del FITU pero también del Nuevo MAS y de la Tendencia del Partido Obrero, no puede comenzar por el final del asunto, es decir, por los números en abstracto. Primero que nada se debe partir del examen de las campañas electorales, porque eso da cierta dimensión del contenido político del voto. En este punto, la izquierda electoral no escapó a la tendencia general de lo que fue probablemente la campaña más vacía y banal de la historia argentina. En un escenario dominado por el “garche” de Tolosa Paz, el culo de Cinthia Fernández y los jingles de Moreno, no desentona demasiado el trap de Manuela, el picadito de Cele Fierro o los videos de TikTok “cancheros” de Solano.
Comencemos por el FITU. Existe un documento del Frente de Izquierda Unidad que oficia de programa formal. Y decimos formal porque el trotskismo argentino nos acostumbró a que ese documento no guarde ningún correlato real con el contenido de las campañas. Allí, en el terreno de los spots y las apariciones mediáticas se juega el programa oculto, pero real, de la coalición de izquierda. Motivo por el cual no tiene demasiado valor ponerse a analizar estos documentos en detalle porque son letra muerta.
La llamada Declaración programática habla de un “planteo obrero y socialista y de independencia de clase” del cual el trotskismo no puede hacer gala en virtud de su seguidismo al kirchnerismo. Ello se verifica a renglón seguido cuando, intentando pegarle al gobierno nacional, se lo embellece al considerarlo una variante ajena a la derecha. Se comprueba, también, cuando se cifran todos los problemas en el FMI, la deuda y el imperialismo y se lava la cara de la burguesía nacional:
“Señalamos que el pueblo trabajador no está condenado a tener que soportar un mal mayor o un supuesto mal menor. Hay otra salida, y es la que postula nuestro Frente: que la crisis la paguen los que la generaron, las grandes patronales, los banqueros, los terratenientes y el imperialismo.”
Le sigue, finalmente, un listado de 27 puntos que recogen los reclamos sindicales clásicos del trotskismo.
Dicho esto, veamos entonces el contenido real de la campaña del frente, lo que nos obliga a ver cómo la ha encarado cada partido, puesto que ni en este aspecto el frente funciona de manera unitaria.
El MST presentó una lista propia, lo que obligó al frente a competir y dirimir candidaturas en las PASO. El ángulo general de su campaña fue la “renovación de la izquierda”, es decir, la consigna que esgrimiera el PTS en 2013-2015 y que inventara el fenómeno Del Caño. De allí que su principal consigna haya sido “(R)evolucionemos la izquierda”. Esto implicaría “una izquierda sin personalismos, sin hegemonías, que no repita los vicios de la política de los que mandan […] romper con dogmas y lógicas que nos alejan de millones”. Concretamente, esto se traduce en llamar al FITU a ser más democrático, con un gran debate entre todas sus listas (o sea, entre el FIT y el MST) y a rotar más proporcionalmente las bancas. Incluso, en este punto se plantea, al menos formalmente, impugnar las candidaturas repetidas: Del Caño, Del Pla, etc. Un combate del MST al personalismo de este tipo es de dudosa veracidad, históricamente el partido ha jugado con las mismas caras (Ripoll, Bodart, en los últimos años Cele Fierro). Simplemente, se trata de un argumento para obtener mejores posiciones en las candidaturas, justamente porque ellos son lo “nuevo” en el FITU.
Con ese objetivo, el partido de Cele Fierro aspiró a un público amplio, con el cual pretende construir “una izquierda más amplia y abierta a incluir activistas y personalidades de la izquierda anticapitalista independiente”.1 Concretamente:
No hay que especular mucho para afirmar que lo que se propone es una izquierda lavada cuya base social no es ya la clase obrera, sino una conglomerado policlasista ganado por la política de la identidad.
En relación a los intereses de los trabajadores, el MST habla de debatir un proyecto, pero no dice cual. Sin embargo, sus materiales de campaña acaban por mostrar el verdadero contenido de esa renovación de la izquierda: el discurso de la ampliación de derechos, enfrentando a los “privilegios del 1% de los de arriba”. Bodart habla de “una izquierda más firme en lo programático y que plantee medidas duras contra los ricos y sus privilegios”. Pero es el discurso de los derechos y privilegios el que degrada el componente programático de la izquierda. Que así se genera un terreno común con el kirchnerismo es algo que el propio MST percibe y, por tanto, vuelve al argumento de la “inconsecuencia” del gobierno (“amaga y amaga pero siempre termina arrugando frente a los poderosos”), a la par que le lava la cara al señalar que la lucha contra la derecha es solo una lucha contra el macrismo.
En definitiva, el MST se postuló como una variante progre, una izquierda kirchnerista, coherente y honesta que no “arruga”, y que puede proyectarse como “tercera fuerza”.
Justamente, ese último elemento es el que fue central en la campaña del PTS, que puso eje en proyectarse como tercera fuerza nacional. El principal ángulo de intervención de Bregman fue ese: “Asumimos el desafío de poner en pie una tercera fuerza política y social.” La consigna con la que se lanzó la campaña no presenta diferencias: “Vamos por una tercera fuerza política nacional, construida desde abajo, en las calles y con más diputados y diputadas en el Congreso.” En ese punto, Myriam señala la importancia de pelear una banca contra Milei, al que todo el trotskismo ha convertido en el principal enemigo de la etapa:
“Nosotros estamos asumiendo el desafío de poner en pie una tercera fuerza política y social en las calles, donde nos ven siempre, acompañando reclamos, pero también en el Congreso Nacional. Porque todo el mundo sabe que no es lo mismo si está o no la izquierda, y mucho menos, si los que ingresan como tercera fuerza son candidatos como Milei. En un momento de tanta crisis económica y social, la izquierda tiene mucho para aportar”
La única consigna concreta que agitó el partido es sindical y completamente desconectada de cualquier horizonte socialista: la reducción de la jornada de trabajo a 6 horas con salario por arriba de la canasta básica. Es decir, un reparto de horas de trabajo moderado, que no le hace demasiada sombra a los proyectos de ley de la CTA (Yaski) y de la Bancaria (Ormaechea).
Por su parte, el PO jugó al comienzo de la campaña con ubicarse como ala izquierda del frente, apelando a mostrar un contenido obrerista por la vía de agitar reclamos sindicales. En este sentido plantearon que “El Frente de izquierda Unidad irá a las elecciones con el objetivo de ser la ierda política que se plante para derrotar al ajuste, y para ser un canal para la profundización de las luchas en curso.” Por eso mismo, agitó el componente obrero de sus listas que se nutren exclusivamente de los activistas de la Corriente Sindical Clasista del partido. Al mismo tiempo, el partido de Solano desarrolló una serie de spots ligados a reclamos sindicales, pero estos no constituyeron el eje de la campaña. El énfasis en enfrentar el ajuste no lo exime del parlamentarismo democratizante, al contrario, muestra cómo se privilegia el Congreso como terreno central de la lucha de clases.
Este amague, naturalmente, no significó poner en pie una campaña de agitación socialista, ni renegar de los elementos con los que el PTS hizo escuela en el frente (personalismo, política de la identidad, juvenilismo, etc). En efecto, no faltó la apelación al juvenilismo, presentando candidatos “cancheros” que exponen sus ideas “birra” mediante o, como Solano, un cincuentón devenido en youtuber/influencer/tiktoker. De igual modo, reprodujo la orientación filo kirchnerista del conjunto del frente. Sus spots estuvieron encabezados por una consigna central: “El gobierno y la derecha nos llevaron a una catástrofe social ¡vamos con la izquierda!” O, aun en una versión más lavada para empalmar con el discurso “anti-casta” de Milei: “Somos el voto que les duele a los dueños del poder”. Tampoco faltó el eje puesto en la defensa de la unidad por la unidad misma, como muestran los afiches de Buenos Aires con Del Plá y Del Caño y la leyenda “Nos unimos”.
Finalmente, Izquierda Socialista, como de costumbre, apareció desdibujada y con un papel modesto en la campaña. Sus notas y spots hicieron hincapié en la defensa de la unidad (“vota la unidad de la izquierda”), lo que indica que su preocupación es el intento del MST por conseguir mejores posiciones con las PASO, más que la intervención general del frente en las elecciones.
Por fuera del frente, pero dentro del mismo horizonte político, el NMAS hizo eje en la renovación de la izquierda, como el MST. Toda su agitación electoral giró en torno a la instalación de Castañeira, en el personalismo más exacerbado. Incluso las intervenciones de otros candidatos siempre remitían a ella. Su discurso fue la defensa de un llamado “anticapitalismo” que encubre mal una política de ampliación de derechos. Manuela, por caso, utilizó como latiguillo durante la campaña una frase peronista remozada: “donde los anticapitalistas vemos una necesidad, pensamos un derecho”. En relación a ello, se privilegió la cuestión ecológica, la cuestión trans y la precarización de la juventud. Sobre el final de la campaña se sumó el reclamo por un salario mínimo de 100 mil pesos y retenciones del 50% al agro, lo que viene a confirmar el contenido reformista y kirchnerista.
Finalmente, la Tendencia aspiró a jugar el papel, como ya explicamos en otra ocasión, de reserva histórica del trotskismo, frente a electoralismo del FITU. Sin embargo, esa reserva “combativa”, “revolucionaria” y “clasista” se redujo a poner como clave explicativa de todos los problemas del país… al FMI. Más allá de esto, ofreció un pliego de reivindicaciones que no superan el sindicalismo y un intento de correrse unos milímetros más a la izquierda, a los efectos de hacerle sombra al PO oficial. Por ello se echa mano a la consigna de una “constituyente Soberana y revocable”. Sin embargo, fiel al “Milagro para Altamira” de 2011, Altamira y Ramal presentaron spots cuyo único mensaje fue: “Tenemos que estar presentes en la elección general, para eso necesitamos tu voto en estas PASO”.
Cerremos con un dato no menor. Estas campañas han consumido un número demencial de recursos económicos. En los últimos dos años se invirtió solo en publicidad en redes sociales más de 10 millones de pesos para el perfil de Del Caño, casi 4 millones en el de Bregman, 3 millones en el de Castañeira y casi 2 millones y medio en el de Cele Fierro. Y esto es solo una parte de las múltiples erogaciones en propaganda.
Como puede verse en este recorrido, hay un programa único con varios elementos que se plasman con mayor intensidad en cada uno de los partidos, incluso de aquellos que no forman parte del frente pero sí de ese monocorde trotskismo argentino: el personalismo exacerbado (más palpable en el NMAS), la política de ampliación de derechos (eje de la campaña del MST), la aspiración a ser “tercera fuerza” (todo lo que tiene para ofrecer el PTS) y un superficial sindicalismo (con el cual el PO parece querer ubicarse a la izquierda). El socialismo, bien gracias.
La fiesta
En las últimas horas del domingo, el FITU se mostró exultante en su bunker celebrando ya una “histórica elección”, por arriba del millón de votos. Solano se apuró a compartir luego una infografía periodística que elevaba el entusiasmo. Según ella, la izquierda había superado el 7% de los votos, cosechando más de un millón y medio de votos. No se había percatado de un detalle: el mapa incluía en la misma bolsa el voto al FITU, al NMAS y a la Tendencia, pero también a Zamora, Castells, el Frente Amplio Progresista, a Del Frade y compañía. A pesar del exabrupto, que fue difundido hasta varios días después de las elecciones, el exitismo del frente no se disipó. La elección seguía siendo “histórica”. El PTS, sobre todo, creyó ver aquí la confirmación de su ángulo de campaña: ser tercera fuerza.
Vayamos a los números. Vamos a tomar la cantidad de votantes, porque para medir la influencia del frente y compararla históricamente, no nos sirve tanto el porcentaje que siempre se calcula sobre una base diferente (elección a elección el número de empadronados varía, y, al mismo tiempo, en las PASO los porcentajes se calculan sobre una base que contempla el voto en blanco, mientras que en las generales no). El FITU obtuvo 1.040.380 votos. Si se compara con la PASO inmediatamente anterior, 2019, el crecimiento parece importante (siempre teniendo en cuenta que hablamos de números bajos en relación al electorado nacional), pues en aquella oportunidad se cosecharon 697.748 votos. Sin embargo, al comprarlo con primarias legislativas, no se registran variaciones significativas: 924.671 en 2017 y 919.277 en 2013. Estamos hablando de un crecimiento menor en relación a esos números, que no llegan al orden del 10%, y eso sin contar que en aquellos años, no estaba el MST en el frente.
Se pueden destacar provincias como Jujuy, donde se cosecharon 81.613 votos. En estos casos, hay que tener siempre presente lo que muestra la trayectoria del frente: los “batacazos” se consiguen y se derrumban sin saber por qué. Recordemos el fenómeno de “Salta la Troska”, cuando en las generales de 2013 se obtuvieron 119.146 votos, de los cuales hoy solo quedaron 28.987. O el “Delcañazo” en Mendoza, con 143.381 votos en esa misma elección de 2013, que hoy se redujo a 49.155. Si bien pueden haber servido para meter diputados en su momento, estos picos de votos no mostraron ser sostenidos en el tiempo, por lo que son solo una foto que no nos muestra la película completa.
Claro que el FITU puede mostrarse optimista, cuando mira lo que el resto del trotskismo obtuvo. El NMAS cosechó 132.523 votos, por debajo de los 173.582 de 2019. Lo más llamativo es, sin embargo, Buenos Aires. El partido puso todas sus fichas en Manuela, figura con la que intenta emular hace varios años la construcción ficticia Del Caño. Durante estos últimos meses apareció en diarios nacionales, en programas de tevé y en cuanto medio de comunicación hubiese. Así y todo obtuvo hoy 70.348 votos contra los 71.933 de 2019. Tanto ventilador, shampoo y dinero puesto en publicidad, para nada… No tuvo mejor suerte en su debut nacional la Tendencia del Partido Obrero. 71.399 votos en todo el país (28.077 en Buenos Aires y 7.572 en CABA), quedándose fuera de todas las provincias menos Salta y Santiago del Estero. Este fracaso fue reconocido por el partido que, de todos modos, viendo el desempeño del FITU se preguntó en su primer balance:
“Lo que sería necesario saber es si este resultado electoral es la expresión de una conciencia socialista de una parte de la clase obrera y si prefigura una perspectiva revolucionaria. De lo contrario sería una expresión de izquierda de carácter democratizante, en concordancia con la publicidad electoral que el FITU desplegó en toda la campaña.”
Interesante pregunta, que debiera comenzar por responder el propio Jorge, padre del FIT en 2011, tiempos del Milagro por Altamira, y de las campañas posteriores, en las que en ningún momento se agitó el Socialismo…
Más allá de los desempeños individuales, corresponde hacer un balance general del trotskismo. Si sumamos a los tres competidores, tenemos que obtuvieron 1.244.302 votos, contra 1.246.272 en las primarias de 2017 y 1.192.060 en las primarias de 2013. Si lo comparamos como porcentaje del total de electores habilitados en cada uno de esos años, encontramos que representa un 3,6%, 3,8% y 3,9% del conjunto, respectivamente. Esto significa que el trotskismo oscila siempre entre una porción muy reducida de los votantes potenciales, y su caudal de votos en realidad es el mismo, que se reparte de diferente manera según como se hagan y deshagan las alianzas electorales. Finalmente, lo que se pone en evidencia es una tendencia al encapsulamiento de la izquierda electoralera que se muestra inmune a las coyunturas, sean estas de recomposición o descomposición del kirchnerismo, de ascenso y retroceso del macrismo, de relativa bonanza económica o de crisis profunda, de cierta expectativa o de una tendencia al repudio de los candidatos. Justamente, en esto último está la clave de la elección, aquello que tanto los partidos patronales como la izquierda trotskista no quieren ver…
La bronca
El trotskismo, casi monolíticamente, además de defender como un triunfo la elección del FITU, ha señalado un “giro a la derecha” por parte del electorado. Intentando explicar de esa manera, la pérdida de más de 4 millones de votos por parte del albertismo/kirchnerismo. Para el partido de Castañeira la situación se resume en “un giro electoral conservador compensado en parte por la elección de la izquierda donde el grueso se lo lleva el FITU, sobre todo por razones de instalación.” Hacemos notar que la explicación de los votos del Frente de Izquierda dice mucho de cómo el NMAS entiende la política, lo cual se ve también en la campaña que llevó adelante. Todo se reduce a un problema de marketing e instalación de marca. El PTS caracteriza que la derrota del gobierno fue capitalizada por la “oposición de derecha”, mientras que una parte del descontento contra el ajuste fue a parar a la izquierda, por eso “no estamos ante un giro unilateral hacia la derecha de la situación política.” Para el PO, “el retroceso del gobierno y de las listas del peronismo fue capitalizado principalmente por la derecha, desde Juntos por el Cambio hasta formaciones fascistizantes como la de Milei.” El MST suscribe el mismo balance al señalar que “la oposición burguesa, el macrismo, capitalizó la mayoría de dicho voto-castigo, aunque no tuvo un crecimiento estructural.”
Lo cierto es que, contra estos balances, Juntos no creció en la proporción de votos que perdió el Frente de Todos. Tampoco lo hizo el trotskismo que, como vimos, tiende a mantenerse estable. Lo que ninguno de estos partidos quiere ver es que lo que se plasmó en estas elecciones es una importante bronca que asemeja al “Que se vayan todos” del 2001. En particular, contra el kirchnerismo. Esa es la tendencia que se está incubando. Tendencia con la que es difícil empalmar si lo único que se ataca es a la “derecha”, entendiendo a esta como representada solo por Juntos y Milei. Es por eso que ese repudio incluye al trotskismo, en la medida que no lo canaliza hacia sus propias filas. Como la izquierda electoralera busca seducir a las bases de Cristina por la vía de la simpatía, se rehúsa a un combate frontal con la Jefa. El resultado, es que no canaliza el repudio.
Los datos son elocuentes: 833.339 votos en blanco, 618.775 votos nulos, cerca de 11 millones de personas que no fueron a votar. Naturalmente, siempre hay un número de ausentismo. Las elecciones suelen oscilar entre el 78/80% de asistencia. Sin embargo, en esta oportunidad se llegó a un piso de 67%, cuando la marca más baja anterior era de 72% (PASO 2017). En provincias como Chaco, Salta y Catamarca fue del 60%. Si tomamos el voto en blanco y el nulo, tenemos que suman 1.452.174 votos, un 6,4% de los votos totales, lo que lo convierte en la tercera fuerza. Si le sumamos la diferencia entre el porcentaje de participación normal (pongamos 78%) y el de esta elección, nos encontramos con una diferencia de 11% que serían, bajo el padrón actual, casi 4 millones de personas. La novedad, y la explicación de la caída del gobierno y la escasa absorción de ese caudal por otras fuerzas, está acá. Esto es lo nuevo y esto es lo que debiera estimular cualquier organización que se considere revolucionaria.
La trampa socialdemócrata
El trotskismo argentino se encuentra atrapado en la trampa socialdemócrata. Focalizado en retener y/o conseguir bancas, observa su desempeño solo en ese aspecto. Así, pierde de vista el enorme descontento social que se está cocinando como repudio al kirchnerismo y que le pasa de costado. Una muestra la tenemos ahora, cuando la alianza gobernante se resquebraja, como coletazo de la derrota, y el FITU no llama a la lucha callejera, sino que está pensando en noviembre. Este es un gran momento para poner en pie una nueva Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Pero para eso, es necesario estar pensando en el problema del poder, no en ser testigo de los movimientos políticos para calcular si en las generales se consiguen 3, 4 o 5 diputados.
Por otra parte, el descontento que se expresó dentro y fuera de las urnas, tiene que ver con un rechazo al kirchnerismo en particular, pero una parte decanta en otras opciones en la medida que no hay una alternativa real. Esa alternativa, es la que se niega a construir el trotskismo mismo, porque carece de voluntad de poder. Lo que debiera ofrecer es un plan de gobierno real, un socialismo real, aquí y ahora. No porque el poder brote de las urnas, sino porque se conquista ganando hegemonía en el conjunto de las masas. Ahí es cuando uno puede convertirse realmente una tercera fuerza, una fuerza social capaz de terciar entre las variantes burguesas. Y para eso es necesario mostrar la existencia de un horizonte real, una vida nueva. La construcción de un programa socialista para gobernar la Argentina ya, está a la orden del día. Y Razón y Revolución ha tomado esa tarea en sus manos.
No está mal.