En sucesivos números de El Aromo, venimos explorando las ideas principales del programa socialista revolucionario que alcanzó cierto despliegue teórico y político dentro de un sector de la izquierda argentina en los 70. En esta ocasión, nos ocuparemos de revisar los principales aportes de Ismael Viñas, tanto aquellos abocados a la caracterización del desarrollo capitalista en el agro, como los que exponen una evaluación más general sobre la dependencia y la acción del imperialismo. Todos ellos, pilares programáticos del Socialismo Revolucionario.
Ana Costilla – GIIA (Grupo de Investigación de la Izquierda Argentina)- CEICS
Hemos analizado ya el carácter distintivo de la OCPO (siendo la organización más importante del Socialismo Revolucionario) que a comienzos de los 70 descartó la consigna de “reforma agraria”, levantando bandera por la colectivización de la tierra. En este sentido, hemos examinado la influencia teórica que tuvo el “colorado” Guzmán. en la elaboración programática de la OCPO y sus afluentes. Sin embargo, de manera contemporánea, Viñas desplegó una labor propia en la construcción del programa socialista revolucionario, que, en líneas generales, discurrió por los mismos tópicos que aquel intelectual, pero profundizando aún más en el examen de los problemas relativos a la cuestión agraria. Además, la cercanía política entre Viñas y el grupo aglutinante de la OCPO (la organización cordobesa El Obrero) era mayor, puesto que ambos provenían del mismo núcleo: el Movimiento de Liberación Nacional (MLN). Entonces, la labor intelectual de Viñas nutrió de un fundamento empírico al programa socialista, aunque se tratase de tesis que ya estaban presentes en el proceso colectivo de ruptura con el programa de liberación nacional hacia 1969.
El largo y sinuoso camino de Viñas
Proveniente de una familia de tradición radical, Viñas (1925-2014) dirigió la revista Contorno, donde se esbozaban ciertas reivindicaciones de lo que consideraban avances positivos del peronismo (la “justicia social” y el desarrollo autónomo del país) así como se cuestionaban los mecanismos de censura sobre los sectores opositores al gobierno. En 1957, Viñas se vinculó a la Unión Cívica Radical Intransigente, seducido por la retórica progresista y de impronta nacionalista de Arturo Frondizi, llegando a desempeñarse como su Subsecretario de Cultura. El idilio duró poco y las diferencias dieron lugar a lo que se denunció como la “traición Frondizi”, a propósito del ingreso de capitales extranjeros y la incumplida legalización del peronismo.
Tras intentar una experiencia con el PC, a comienzos de los ‘60 Viñas se dispuso a construir el MLN, junto a otros militantes que habían protagonizado este proceso con él. Al cabo de ocho años de desarrollar un programa de liberación nacional, la organización entró en crisis. Esta se plasmó en expulsiones, cambios en la dirección (entre ellos, la destitución de Viñas como Secretario General) y, finalmente, en su autodisolución. Naturalmente, en ese proceso de crisis se enfrentaron líneas opuestas en diferentes aspectos: organizativos, estratégicos y programáticos. Aquí nos interesa destacar este último eje, ya que refiere al particular proceso de redefinición y rechazo hacia los postulados de liberación nacional que transitó Viñas. Sus críticas a esta posición fueron expuestas en el documento titulado Hegemonía proletaria en la revolución (1969), que contenía el balance de la ruptura de la fracción por él dirigida.[1] Cabe destacar, que entre los déficits que le atribuían al MLN, se subrayaba la carencia de investigaciones sobre la realidad del país (lo cual tornaba imposible su transformación) y la necesidad de ajustar definiciones sobre la estructura económico-social.
A partir de allí, Viñas encaró la elaboración de un trabajo que dotaría de evidencia empírica a sus planteos políticos para discutir el programa de liberación nacional, y plantear que el camino estaba allanado para construir el socialismo sin etapas intermedias. La maduración de los lineamientos programáticos del ex líder del MLN se observa en sus escritos posteriores: Capitalismo, monopolios y dependencia (1972) y Tierra y clase obrera (1973).
La piedra angular
Hegemonía proletaria en la revolución es uno de los primeros documentos de este período que puso en tela de juicio la caracterización de un capitalismo argentino atrasado, deformado o subdesarrollado, postulando el cumplimiento histórico de la revolución democrático-burguesa. Los planteos ilustran un cambio en el método para la definición de la estrategia revolucionaria adecuada. En efecto, sus autores establecen la necesidad de calibrar la “forma nacional” de cada revolución, a partir de tomar en análisis elementos concretos de la estructura económica y social, para determinar así “cuál es la contradicción fundamental y cuáles son las contradicciones secundarias en la misma”. Esta aclaración metodológica, que enfatiza el “análisis científico de nuestra sociedad”, busca distanciarse de lo que los autores entienden como “razones subjetivas” por las que distintos partidos de la izquierda argentina “definían sus posiciones.” En otras palabras, Viñas y sus compañeros buscaban romper el esquematismo con el que la izquierda, apegada a las tradiciones, orientaba su accionar político.
Con este método, los autores precisaron la estructura económico-social argentina era capitalista (habiendo dejado de ser colonia hacía más de 150 años) y que su desarrollo aconteció bajo la penetración del imperialismo durante la llamada “organización nacional”, momento en que el país se incorporó plenamente al mercado capitalista internacional. Se destaca:
“una importante industria fabril que ha superado ya hace tiempo en valor productivo al campo, con relaciones de producción capitalista sólidamente asentadas en el agro, reinando la compra de fuerza de trabajo asalariada, y estando unificado el mercado interno en base a la circulación de mercancías”.
En términos de la estructura de clases, era un país eminentemente urbano, aunque contara con regiones rurales con altos grados de concentración de campesinos y trabajadores rurales. Pero se trataba de un escenario dominado por relaciones de producción plenamente capitalistas, en el cual “el campesinado propiamente dicho (el pequeño y mediano burgués rural) constituye un porcentaje relativamente bajo de la población”. Incluso, la totalidad de la población rural no llegaba a la mitad de la clase obrera urbana. De un examen riguroso de los porcentajes, el campesinado, entendido como el pequeño productor directo (no explotador), se revelaba marginal, representando apenas un 1% de la población total. Mientras que el proletariado rural alcanzaba el 15%. Por su parte, el peso total de la clase obrera se mostraba abrumador al sumar todas las categorías que el censo medía (industria, comercio, rural, “empleados” y “no especificados”), ya que en términos globales superaba el 70%, y en términos numéricos representaban poco más de seis millones de personas. A ello se le añadían elementos subjetivos: la trayectoria sindical e historia combativa de ese proletariado, que para los autores estaba lejos de ser una “primera generación”.
Otra elemento que merece ser destacado, refiere al problema de la distribución de la tierra. A contrapelo de lo planteado por el grueso de la izquierda, la caracterización de la estructura agraria como predominantemente latifundista, no era concebida como una supervivencia feudal o semifeudal, ni siquiera atrasada. Esta idea será desarrollada por Viñas más adelante.
El documento concluía que la sociedad argentina se encontraba en la etapa de su revolución socialista, derivando una serie de discusiones con las consignas que cobraron centralidad en la intervención política de la izquierda setentista. Así, contra el planteo de una reforma agraria, Viñas y sus compañeros (aun sin discutir aquí la existencia del “problema del latifundio” –común a toda la izquierda-) señalaban necesaria como vía para su transformación, la expropiación al servicio de la colectivización. Así también, los autores formulan aquí que la revolución socialista se ocuparía de liquidar al imperialismo, no como una etapa previa, sino en su propio despliegue, rechazando la posibilidad de toda alianza con la “burguesía media y menor”. Y, si bien Viñas y sus compañeros exponían un punto de vista nacional del imperialismo (como freno al desarrollo económico de la nación), cabe resaltar que en este documento se advertía que los sectores “nacionales” promovían una salida de contenido regresivo, mediante un discurso “reformista”.
Contra la izquierda liberal
Unos años después, en 1972, Viñas escribió el libro Capitalismo, monopolios y dependencia,[2] centrado en discutir el fenómeno del imperialismo, en sus facetas político-militar y económica. Nuevamente, la preocupación de Viñas estaba dada por la introducción de concepciones reformistas en el seno de la izquierda, a partir de formulaciones que exaltaban el fenómeno de la penetración extranjera, de la presencia de capitales foráneos y la monopolización de la economía, como elementos opresivos. Identificando su correlato con los intereses sociales de la pequeña burguesía, Viñas señalaba que esta:
“no pocas veces con argumentos formalmente marxistas, cree posible modificar el capitalismo actual y su tendencia a la monopolización creciente, retrocediendo a un capitalismo de libre competencia, basado en la difusión de la pequeña propiedad (…) Esta posición toma a menudo la forma de una propuesta que sostiene que para llegar al socialismo es necesario pasar primero por una etapa de liquidación del gran capital monopolista mediante la extensión de la pequeña propiedad y de la pequeña empresa (…) En el primer caso nos encontramos ante la alabanza abierta del capitalismo. En el segundo ante la ilusión de hacer retroceder la historia hacia el capitalismo premonopolista, bajo una apariencia progresista”.
La lectura de Viñas operaba en sentido inverso: el socialismo estaba a la orden del día precisamente por el crecimiento de la monopolización que generaba la acción del imperialismo. En una dinámica capitalista en la que nunca se anula la competencia, el reemplazo de la pequeña producción por el gran capital resulta consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas. Desde esta perspectiva, la monopolización aparece como progresiva, al crear mejores condiciones para la expropiación y socialización de los medios de producción.
En segundo lugar, Viñas discutía el desarrollo de una dinámica de succión imperialista de capitales, que obstaculizara las relaciones capitalistas de producción en la periferia. Para analizar el problema, delimitaba las nociones de dependencia y desarrollo capitalista. Este último implicaba la extensión de las relaciones sociales capitalistas de producción, y de las fuerzas productivas. En este sentido, la intervención del imperialismo, lejos de frenar ese desarrollo, lo impulsaba, destruyendo relaciones sociales previas e impulsando las nuevas. Viñas sustentaba este planteo en datos sobre el incremento de los establecimientos industriales (que pasaron de 5.815 en 1887 a 39.189 en 1913) y en la diversificación desplegada para 1960 (con ramas semipesadas –automotriz- y de base -siderúrgica, petroquímica-). Viñas explica entonces que “las inversiones de capital crearon las condiciones para una dinámica de desarrollo superior a la que esos países hubieran generado por sí mismos.”
Sobre el concepto de dependencia, nuestro autor justificaba necesario continuar empleándolo, por cuanto existían diferencias relevantes entre países imperialistas y países dependientes. Sin embargo, insistía en el carácter netamente capitalista de la lógica de la competencia y la ganancia, por cuyo desenvolvimiento natural no podría haber una producción, distribución y consumo equitativos. Es decir, que respecto del problema de la dependencia de Argentina, Viñas postulaba que un desarrollo autónomo y equilibrado era una aspiración irreal dentro de los marcos del propio sistema capitalista.
Un horizonte inmediato
Un año más tarde, Viñas publicaba Tierra y clase obrera.[3] Retomando varias de las formulaciones que había esbozado con anterioridad, en este trabajo su objetivo fue precisar qué tipo de relaciones de producción predominan en el agro. Viñas buscaba polemizar con las posiciones del Partido Comunista, Vanguardia Comunista y el Partido Comunista Revolucionario, quienes postulaban la realización de tareas propias de una revolución democrática o popular, a cargo de la clase obrera, como etapa previa a la construcción del socialismo.
A lo largo de este trabajo, Viñas irá desmontando una serie de errores conceptuales y malentendidos que identifica en la lectura de la izquierda sobre la cuestión agraria. El primero, consistía en asumir como signo de atraso el hecho de que el agro fuera menos productivo que otros países. Para discutirlo, ofrecía datos comparativos con Estados Unidos en el período 1935-1939, en el que Argentina producía más toneladas de maíz y de trigo. El segundo signo equivocado de atraso, sería la existencia del latifundio, la mediería y la aparcería. Entonces, Viñas refería a la “vía prusiana” de desarrollo con grandes propietarios del suelo (casos de Alemania, Italia y Rusia) para demostrar que el latifundio no era antitético al capitalismo. Además, contra la imagen de los aparceros como sectores campesinos empobrecidos, demostraba que bajo ese régimen se encontraban grandes o medianos burgueses o incluso pequeños capitalistas.
Signos equivocados de atraso serían también el predominio del arrendamiento por sobre la cantidad de propietarios, y la extensión de la pobreza en el agro. En cuanto a lo primero, Viñas apela al marxismo clásico para demostrar que lo característico del capitalismo es la expropiación de la tierra del productor directo. En consecuencia, ni la expulsión ni el empobrecimiento de “campesinos” son evidencias de un campo poco capitalista, sino del propio desenvolvimiento del capital. En último lugar, discute el supuesto carácter progresivo que la izquierda adjudica a la pequeña propiedad, fundamentando de esa manera su concepción programática del campesinado como una clase aliada para el proletariado. El autor logra identificar en estas posiciones, una confusión producto de extrapolar las características de la experiencia rusa, otorgando al latifundio capitalista argentino las mismas determinaciones que el latifundio de carácter feudal que dominaba el campo en la Rusia zarista.
En este sentido, Viñas encuentra que los signos erróneos de atraso que interpreta la izquierda se combinan con una imagen estática, que perpetúa el predominio de relaciones no capitalistas en el agro, ignorando las transformaciones profundas que comenzaron a operarse desde mediados de la década del ‘30, producto de la creciente penetración del capitalismo.
El primer indicador de desarrollo que toma en análisis Viñas, es la expansión de los cultivos industriales y su carácter intensivo de producción, que requiere de grandes inversiones y de un uso distinto de mano de obra. Por lo que el desempleo y la situación de decadencia de ciertas producciones a partir de los años ‘60 (como las de caña de azúcar y algodón) no constituían muestras de un capitalismo poco desarrollado, sino lo contrario: evidencian el aumento de la productividad y la incorporación de mayor capital constante en maquinarias, abonos e hibridación de semillas.
En cuanto a la tecnificación, se advierte un ritmo de crecimiento de la capitalización de la actividad agropecuaria, observado tanto en el aumento de los millones de pesos invertidos, como en la relación entre capital constante por hombre activo. Por ejemplo: la expansión del tractor, que pasa de 17 mil unidades en 1937 a 108 mil en 1962. Por otra parte, Viñas encuentra que se han complejizado y especializado los implementos agrarios además de la generalización de su uso, acompañado de químicos y fertilizantes. De modo que tanto la implementación de maquinaria como la innovación química, se convierten en la explicación del incremento general de la productividad que se registra entre 1945 y 1964. Fenómeno, por otra parte, que no fue exclusivo de las grandes explotaciones, sino también de aquellas entre 25 y 100 hectáreas. En este sentido, Viñas discute la asociación equívoca entre pequeñas extensiones y “campesino pobre” no explotador. En palabras del autor: “el carácter de nuestro campesino debe ser analizado a la luz de la economía de nuestro país, y no con los criterios válidos para la China prerrevolucionaria, la Rusia zarista, o los países realmente atrasados de la época actual.”
Otro indicador del desarrollo capitalista sería el aumento de la producción agrícola en su conjunto, signada por el pasaje de cultivos más tradicionales a otros. Ello habla de una adecuación a la demanda del mercado, con el consecuente impulso de mayores inversiones y producción en las mejores tierras. Es decir, que si la constancia y repetición de cultivos año a año constituían una evidencia de atraso, el caso argentino mostraba una dinámica acorde al desarrollo pleno de la lógica capitalista. Además, se destaca la introducción de la agricultura industrial en otras regiones fuera de la pampeana, en razón del incremento de las demandas interna e internacional. De esta forma, el antiguo dirigente del MLN mostraba cómo el agro argentino estaba lejos del estancamiento, la descapitalización y el atraso.
No conforme con ello, Viñas abordó con mayor detalle el examen de la estructura de clases sociales en el campo, con el objetivo de medir el peso del trabajo asalariado. En este sentido, no solo verifica una tendencia a la baja poblacional en el campo argentino sino que, dentro de ella, se asiste a una disminución de los “campesinos” frente al ascenso del número de asalariados. A partir de las categorías contenidas en el censo, Viñas calcula 26.400 burgueses, alrededor de 690.674 “campesinos” y 1.200.000 proletarios.
Ahora bien, Viñas se propuso determinar el contenido de clase de la categoría “campesinado”, para lograr medir específicamente el peso de la pequeña burguesía pobre dentro del mismo. La importancia de este cálculo, muestra una preocupación por el mismo elemento programático en el grueso de la izquierda: la alianza con la pequeña burguesía. Para cuantificar, entonces, estas sub-categorías, entre pequeña burguesía explotadora y no explotadora, Viñas acude a los censos y encuentra 260.000 “campesinos”. Se trata de pequeños burgueses que producen para el mercado, no de campesinos pre-capitalistas que producen para su subsistencia. Por otra parte, se advierte que la cifra incluye una proporción (30.000) de explotadores de obreros transitorios. Se rechaza así toda alianza con este sector explotador de la pequeña burguesía rural y, aunque no llega a descartar la categoría de “campesino” sí demuestra que refiere, en el mejor de los casos, a una porción ínfima y despreciable de la realidad argentina.
La conclusión que nuestro autor desprende de este cuadro, es que en el agro argentino no predominan las relaciones campesinas, ni el proletariado constituye una clase minoritaria, sino lo contrario. Las formas de economía de subsistencia, no solo resultan marginales, sino que suelen presentarse combinadas con formas capitalistas, encarnadas por un semiproletarios que tienen tierra propia y suelen emplearse en tareas rurales estacionales en algunas empresas capitalistas. En consecuencia, la tarea política de la clase obrera urbana es ganar al proletariado rural y a esta pequeña franja de productores no explotadores.
En suma, el panorama que expone Viñas es el de una Argentina que tiene todas las características de una sociedad capitalista industrial, con sus dos clases antagónicas fundamentales. “Si tenemos en cuenta el peso numérico de la clase obrera tanto urbana como rural (…) no se ve por qué se teme al aislamiento de la clase obrera y por qué se intenta fabricarle aliados que no surgen de la estructura económico-social de nuestro país.” Así, el campo que describió Viñas, con datos en mano, se mostraba ya maduro para un horizonte nuevo: el socialismo.
Socialismo Revolucionario
Muchos ex militantes reconocen hoy en Viñas una influencia sobre las concepciones del campo que el Socialismo Revolucionario sostuvo en los 70. En efecto, la caracterización excepcional de la cuestión agraria argentina, desde la cual se combatió políticamente la consigna de reforma agraria encontró fundamentos teóricos y empíricos en los trabajos de Viñas. La contribución de estos estudios, fueron particularmente relevantes en tanto la Argentina constituye un capitalismo de base agraria. Las definiciones sobre la estructura y producción agraria, resultan concluyentes respecto del carácter de las relaciones sociales fundamentales de la economía, desprendiendo de ello la naturaleza de las tareas revolucionarias. Para resolver ese problema, Viñas recurrió a un amplio abanico de datos y cifras, mediante el uso de informes y documentos de diversos organismos públicos y privados, así como también revisó la bibliografía local especializada en el tema. En la biblioteca quedaron Trotsky, Mao, el Che y tantos otros referentes de revoluciones pasadas y lejanas. Porque de lo que se trataba para Viñas, y el socialismo revolucionario, era de perseguir un método para examinar y conocer la realidad concreta que se quería transformar.
[1]Aguirre, Osvaldo, Calderón Julio, Montes Raúl y Viñas, Ismael: Cuadernos de Polémica N° 1, noviembre de 1969. Hasta que se indique lo contrario, todas las citas corresponden a este documento.
[2]Viñas, Ismael: Capitalismo, monopolios y dependencia, CEAL, Bs. As., 1972. Hasta que se indique lo contrario, todas las citas refieren a esta publicación.
[3]Viñas, Ismael: Tierra y clase obrera, Achával Solo, Bs. As., 1973. En adelante, todas las citas corresponden a este documento.