Tiempo de pescar. La crisis que se avecina y las perspectivas de la izquierda

en El Aromo n° 113/Novedades

Aquí y en el resto del mundo, la política sigue siendo, todavía y a pesar de la crisis, un asunto burgués. En ningún lado, todavía, la clase obrera ha comenzado a hacer política. Ello es muy claro en Argentina, a pesar de la profundidad del descalabro. De todo el arco político burgués, salvo Cristina y Macri, todos juegan para Alberto. Nadie quiere verlo caer, porque nadie, salvo los dos mencionados, tendría ganas (y capital político suficiente) de hacerse cargo del país en estas condiciones. El chiste es venir después de la crisis, no antes ni durante. Para Cristina, salvo una debacle descomunal, con manifestaciones multitudinarias en la calle y una elevación de la descomposición burguesa a un escalón superior, asumir la presidencia es imposible. En un escenario como el descripto, Cristina aparecería como el Perón del ’73: la última carta burguesa en el campo del régimen democrático burgués. En esa misma situación, es posible un retorno de Macri al poder, aunque en un estadio apenas anterior, es decir, el momento previo al desborde. Una vez desatado este escenario, la burguesía debiera apelar a un gobierno de fuerza, ya sea mediante un golpe militar (improbable) o una bordaberrización. Es decir, un proceso paulatino de desmontaje del régimen democrático burgués sin perder esa condición. Macri podría, aunque es dudoso, dada la característica del personaje y de la situación, asumir ese rol. Muy probablemente, un retorno del ingeniero significaría la antesala de una descomposición general. Macri es, entonces, la anteúltima carta.

Macri no es candidato a Bordaberry. Recordemos que el proceso de «bordaberryzación» requiere de unas fuerzas armadas cohesionadas y politizadas, con amplios vínculos con el capital en general, con la «comunidad de negocios» y con el «círculo rojo» de la política. Es decir, deben constituir un partido en sí mismo. En esas condiciones se hace posible una colonización creciente del régimen democrático burgués bajo la cobertura de un personal político que oficie como puente hacia la dictadura abierta o encubierta. Tal cosa no está disponible en la actualidad, por la destrucción material y la descomposición política de las FFAA, después de décadas de ajuste y dominio de un personal político que no requiere sus servicios y tiene, en sentido estricto, mucho más poder material, incluso mucho más poder «militar» en sentido estricto (cualquier alzamiento de alguna o todas las FFAA en conjunto podría ser derribado con facilidad por una combinación de gendarmería, policía y movilizaciones populares). El escenario internacional tampoco empuja en ese sentido. Para que se produzca una bordaberrización, además, el partido militar necesita una máscara política eficiente. Isabel Perón, por ejemplo, que se postuló para Bordaberry hacia fines de 1975, no sirvió. Ya no podía contener ni a su propio partido.

Un escenario venezolano, una bordaberrización invertida, protagonizado por Cristina o Máximo, sería más probable. Decimos «bordaberrización invertida» porque en esta situación no es un aparato militar que subordina a un personal político, sino a la inversa, un personal político que subordina, reorganiza y disciplina a las FFAA para usarlas como puente de su propia dictadura. En lugar de un militar presidente escondido en el cuerpo de un presidente «democrático» (Bordaberry), tendríamos un presidente militar escondido en el cuerpo de un presidente «democrático» (Maduro). Este papel solo lo puede cumplir Cristina.

Para la burguesía, contrariamente a lo que cree cierta «izquierda» infantil, este escenario es demasiado peligroso. El Estado se autonomiza en un grado muy elevado, como sucede con el nazismo, y es capaz de prohijar cualquier atentado contra la propiedad. No contra la propiedad en general, sino contra ciertas «propiedades». Amenaza ideológicamente con formas de «colectivismo», al punto de jugar con la palabra «socialismo», pero tarde o temprano tiene su «noche de los cuchillos largos», es decir, la amputación del ala más radicalizada. Eso no impide que haya que premiar a quienes realizan las tareas sucias, abriéndoles paso a la propiedad burguesa. Expropiaciones selectivas, nacionalizaciones o simples pasajes de empresas de manos de burgueses «de ley» a los nuevos burgueses «de facto», operan esta construcción de una nueva capa burguesa originada desde el Estado y como pago por los servicios de contención de las masas. El tan traído y llevado tema del respeto a la «propiedad privada», por estos días puesto sobre la mesa por sucesos tan dispares como Guernica, Etchevehere, los mapuches o la casa usurpada en Cariló, apunta en este sentido. Aquellos que simplifican los problemas al punto tal de que todo se remite al largo plazo y «lo general», y sostienen que el Estado capitalista no puede, por su naturaleza, atentar contra la propiedad privada capitalista, no entenderán nunca este punto: el Estado es una propiedad emergente de las relaciones sociales, luego, está anclado en ellas y tiene, también, una amplia autonomía «relativa». Esa «relatividad» es lo que asusta a la burguesía, porque hasta que llegue el «largo plazo» y se pueda ver «en general» la correspondencia entre estructura y superestructura, muchos, hasta todos, los burgueses particulares pueden ser expropiados y reemplazados por otros. No es LA burguesía la que quiere esta o aquella cosa, sino esta burguesía concreta, con sus divisiones y enfrentamientos actuales, la que quiere «esto o aquello» y, por lo tanto, la que hay que observar. La «generalidad» y la correspondencia inmediata solo existen en los libros. En la vida real, entonces, opera un conjunto de contradicciones más vasto y complejo. Se llama «política».

En consecuencia, en la crisis en la que nos encontramos, la burguesía escapa a la solución más drástica y prefiere la línea de corte más barata, eficiente y, sobre todo, menos peligrosa. A menos que la situación se torne ingobernable. La burguesía argentina se encuentra en medio de una fragmentación muy elevada. Cuando observamos los partidos que la representan, observamos la profundidad y extensión de la fragmentación. Finalmente, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, no son más que galaxias mantenidas unidas por un agujero negro en su centro (Cristina, Macri) y mucha «materia oscura» (las masas que arrastra cada uno). Como la Vía Láctea y Andrómeda, las galaxias que dominan la vida política argentina van camino a un choque «galáctico» descomunal. Por un lado, las masas macristas (sería absurdo suponer que quien saca 50% de los votos no sea considerado un líder de masas), muy activas por estos días y perfectamente capaces de voltear un gobierno (si no lo hacen es porque el centro galáctico está debilitado y enfrentado a fuerzas internas que reducen su acción gravitatoria), compuestas por obreros ocupados en condiciones de salarios altos y seguridad jurídica y sectores de la pequeña burguesía y la burguesía que opera en el campo de la producción y la circulación de mercancías (sobre todo agrarias), la Argentina «productiva», se enfrentan a las masas kirchneristas (sectores de la burguesía mercado-internista más débiles, la masa del empleo en negro y de la población sobrante). Esta última alianza está en el gobierno, pero desarmada por la crisis y en crisis ella misma, por su inviabilidad histórica.

En los bordes de las galaxias en camino de colisión se encuentran un conjunto de personajes que buscan evitar el cataclismo: Alberto, el primero; Horacio, el segundo. Ambos son sensibles al «tirón gravitatorio» de sus respectivos centros, pero buscan, más el segundo que el primero, constituir su propio poder sin perder el sostén de sus mandantes. Estamos, entonces, en el momento en que se producen los desesperados intentos de los «moderados» por evitar ser absorbidos por sus «agujeros negros».

¿Qué es lo que da aire a esta «moderación»? O, mejor dicho, ¿por qué los «moderados» son mejor vistos que los «extremos»? Porque la burguesía en su conjunto no quiere ninguna solución «extrema». Quiere evitar la colisión, de la cual, en el futuro, en el «largo plazo» y «en general» podría esperarse una solución si no definitiva, al menos duradera, pero en tiempo real puede dejar un tendal en el camino. Un tendal burgués. Y nadie quiere ser el almuerzo ni la cena de la «necesidad abstracta». De modo que, ni Macri ni, mucho menos, Cristina. Por eso, todos juegan para Alberto. Horacio, porque no podría ni querría asumir en una catástrofe inmanejable, en la cual, más que él, sería su jefe el convocado. La Corte no le da la razón al macrismo, pero deja a Cristina al albur de las elecciones del año que viene y de jueces que, o renuncian o la mandan presa en plazo breve, lo cual va a depender, también, de los resultados de la compulsa electoral en el horizonte. Es decir, la deja a merced de Alberto, que ahora va por Rafecas, con la venia de Carrió, desesperada por organizar los bordes de la galaxia macrista. La Iglesia desmontó a Grabois de su caballo, que, sin el respaldo papal, resultó ser un pony enano. Maniobra facilitada por la payasada que el Señor de la Quinta bajo los Eucaliptus protagonizó sin que nadie lo obligara. Los «amigos» de la City le dieron descanso al dólar a cambio del fabuloso negociado en puerta de los nuevos bonos anclados a la verde divisa. El escenario mundial construye, de a poco, un viento «moderado», sobre todo regional: la crisis chilena, encauzada por un plebiscito «moderado», la victoria de Arce en Bolivia y la probable de Biden en EE.UU. van en ese sentido, sumándose a Lacalle para aislar al Bolsonarismo regional. Solo queda el problema venezolano. La suba del petróleo y de la soja y la posibilidad de un dólar barato en el mundo como resultado de la política demócrata, también estimulan la contención del choque galáctico y la formación de un nuevo centro. Hasta la pandemia se conjura a favor de Alberto, con la evidente disminución de los contagios, la apertura casi definitiva y la vacuna rusa. Un soplo de primavera en medio de un, hasta ahora, invierno crudo. ¿Puede durar este escenario? Depende a qué llamemos «durar». ¿Hasta marzo? Puede ser. ¿Hasta octubre del ’21? Difícil, salvo que el gobierno pueda reanudar un nuevo ciclo de endeudamiento a gran escala al estilo Macri. Que es la «solución» que viene abriéndose paso. Eso sin contar, tema para otro posteo, la evolución de la situación económica mundial, que más allá del corto plazo, no pinta bien.

En efecto, el «nuevo Guzmán ortodoxo» como lo apodan ahora en los círculos «rojos» burgueses, va llevando adelante un plan «Remes». Un proceso de reordenamiento de variables para arreglar con el FMI y recuperar un mínimo de funcionamiento «normal» que permita volver a los mercados financieros. Si lo logra, octubre no quedará tan lejos. Alberto y Horacio se verán las caras y pelearán en el centro alejados de esos sumideros de estrellas que por ahora dominan la vida política argentina. Si no, habrá llegado la hora de los extremos y el choque será inevitable. Por eso, ambos, Mauricio y Cristina se limitan a mostrarse: Macri, que es capaz de acaudillar masas «de propietarios» enardecidas, encabezar el país productivo y destruir a su oponente, en este «segundo tiempo», de un modo definitivo; Cristina, ordenando la represión en Guernica, señalando su disposición a reprimir si hace falta, es decir, su voluntad de «Madurar», incluso si ello la lleva a perder sus bases «por izquierda» en una nueva Plaza de Mayo vacía de «estúpidos e imberbes».

La que no ha dicho nada, todavía, es la clase obrera. No ha dicho nada como clase. Es decir, en forma independiente de las dos grandes alianzas que maneja la burguesía y en las cuales la clase obrera se encuentra confinada como masa de maniobra y moneda de cambio. Aunque Alberto tenga éxito en la prolongación de su «primavera», nada limitará el ajuste sobre las masas. Por el contrario, esa prolongación lo requiere. La izquierda que se pretende revolucionaria debiera construir ya el continente en el que las energías liberadas de la clase obrera encuentren contención y despliegue, cuando las galaxias se despeñen finalmente en el abismo. Si ello sucede, no sería esta la primera crisis revolucionaria abortada, el proletariado necesitará su propio centro aglutinante. Ya ha mostrado, históricamente, que puede hacerlo y la forma que ello toma: la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados fue el punto de llegada de las fuerzas que se desplegaron con el Argentinazo. Debe ser, ahora, nuestro punto de partida. Ha terminado el tiempo de reparar las redes. Ha llegado el tiempo de pescar.

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1 Comentario

  1. Veo un enfoque digamos profundo,no electoralista ,como creo es el FIT y el MAS preocupados por una banca más o menos y ninguna perspectiva que convoque

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