“Los argentinos somos derechos y humanos”

en Revista RyR n˚ 8

En 1910, los políticos conservadores y sus intelectuales, frente a las huelgas del Centenario, consideraban que el anarquismo era una enfermedad y que los anarquistas contagiaban a la población con el virus de las “ideas avanzadas”.

En 1919 Yrigoyen y sus ministros caracterizaron los graves sucesos de la Semana Trágica como producto de “agitadores”.

En 1945, la emergencia de la clase obrera en el plano político fue explicada como el triunfo de los “cabecitas negras” y de la “barbarie”, reflejando el profundo racismo que domina a la burguesía argentina.

Frondizi organizó el Plan Conintes contra los “infiltrados” comunistas.

Onganía llamó a una cruzada contra los “izquierdistas” responsables del Cordobazo.

En 1974, Juan Domingo Perón expulsó al ala izquierda de su movimiento con la acusación de “estúpidos” e “imberbes”, mientras su hombre “de confianza”, López Rega, organizaba la Triple A.

El Proceso Militar “combatió” a la “subversión” internacional que había infectado el cuerpo de la “Patria” mientras endeudaba al país, lo arrastraba hacia la guerra y “desaparecía” miles de personas.

Alfonsín volvió a las raíces de su partido al acusar a los “agitadores” de la crisis social producida por su política económica y sancionar la teoría de los dos demonios.

Menem… ¿Qué decir de quien se abrazó con el Almirante Rojas?

Hoy, De la Rua, Storani, el Frepaso y los medios de comunicación hablan de “narcoterrorismo”, “francotiradores” que nunca aparecen, guerrillas de las FARC que se trasladan milagrosamente de Colombia a Salta, piqueteros dotados de “armas de fuego” que atacan a la gendarmería, “exaltados” de “izquierda y derecha”, “ultras”, etc., etc..

Otra vez: “infiltrados”, “izquierdistas”, “agitadores”, “gentes de ideas avanzadas”, “los dos demonios”, la “enfermedad”. Otra vez: detenidos, procesados, presos. Otra vez: apaleados, heridos, muertos.

La repetición no es casualidad, es constante. La constancia revela una política, una política burguesa, una política de patrones: la lucha es delito, enfermedad, locura, infiltración, agitación sospechosa. Para quienes manejan el país y lo han llevado de desastre en desastre, la lucha no expresa los intereses antagónicos de una sociedad de clases. Es más: para ellos no existen las clases. Todos somos argentinos, todos somos iguales ante la ley. La ley que hicieron ellos. El país del que ellos son titulares.

Para ellos hay “otras formas” de protestar. Sólo que a esas otras “formas” nunca responden. Para ellos, está bien aceptar ajuste tras ajuste. Es más, para ellos, los argentinos “verdaderos” siempre aceptan el ajuste sin chistar. Los únicos que protestan son los otros, las “minorías infiltradas”, porque los argentinos, los argentinos “de verdad” somos “derechos y humanos”. Que viene a ser algo así como estúpidos. En conclusión, para ellos, los obreros argentinos son una masa de tarados que se deja engañar, infectar, agitar, infiltrar. Nunca pueden hacerse dueños de su destino, nunca pueden actuar autónomamente, perseguir sus intereses.

Para los patrones, está mal resistir. Está peor actuar. Para nosotros no. Para nosotros, la lucha no es delito. La lucha es lucha.

Libertad y desprocesamiento para todos los compañeros presos y procesados por luchar.

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