Una cultura represiva

en El Aromo n° 14

 

 

Eduardo Sartelli

 

 

Mientras algunos compañeros de la izquierda insisten con que “cultura no es lucha”, que hay que otorgar “la mayor libertad a los artistas”, es decir, mientras los compañeros en cuestión abandonan la lucha en el campo ideológico más amplio, el gobierno avanza en la tarea de resucitar el nacionalismo burgués como modo de reconstruir la hegemonía burguesa en cuestión tras el Argentinazo. La idea de que Patoruzito es un simple ejemplo de oportunismo comercial, no soporta el más mínimo análisis. Como Nazareno Cruz y el lobo y Juan Moreira, de Leonardo Favio, que arrearon millones de espectadores a las salas en los ‘70, el “dibujito” patagónico es una síntesis (muy berreta, por cierto) de la conjunción entre la burguesía en funciones gubernamentales y los intelectuales que defienden su programa. Programa que, hoy por hoy, se extiende hasta la cumbia villera, el programa de Tinelli, el semanario Ñ, el teatro porteño y Canal 7, amén de todos los aparatos culturales sobrevivientes de la Alianza.

Mientras algunos compañeros de izquierda insisten, insisto, con que la “cultura no es lucha”, el gobierno les demuestra que hasta el deporte lo es: así como el Proceso tuvo su mundial de fútbol, Alfonsín el suyo y hasta Menem pretendió jugar básquet y prohijó al eterno segundo de la Fórmula Uno (Reutemann) y al primero de la motonáutica (Scioli), Kirchner se beneficia de la inusitada actuación argentina en las Olimpíadas. Así, Ginóbili, las Leonas y hasta Bielsa, han venido a darle una alegría inesperada, reviviendo el rito de la celeste y blanca flotando por encima de banderas mejor respaldadas económica y políticamente.

¿Qué es lo que busca la cultura K? Obviamente, no darle “libertad a los artistas”. En primer lugar, porque no les hace falta: la tienen porque el programa de Kirchner es su programa. Pero, además, porque sólo la pequeña burguesía y algunos partidos de izquierda creen que alguien puede otorgar lo que no tiene. En efecto, es una concepción muy burguesa, fundacionalmente burguesa, la creencia en que todo ser humano es libre por naturaleza. Y que, entonces, la democracia burguesa es el ordenamiento político natural de la especie humana. Abstraída de las relaciones de clase, basada en un individuo asocial, la libertad aparece como una potencia mística que iguala a todos los seres humanos. Esta igualdad no puede hacer otra cosa que reflejarse en la construcción de la comunidad de pares, la nación. Así, hay partidos de izquierda que creen poder otorgar lo que no tienen (“la mayor libertad”) a quienes parecen ya dotados de ella por naturaleza (“los artistas”). Reproducen una conciencia burguesa del problema. Kirchner no. Como en todos los campos, la burguesía hace lo contrario de lo que dice. ¿Y qué es lo que “dice” la burguesía kirchnerista? Que en este país reina la máxima libertad, puesto que somos gobernados por un gobierno elegido que, si peca de algo, es de su escasa voluntad represiva y de su celo por la defensa de esa comunidad de pares que es la nación argentina. ¿Qué es, sin embargo, lo que hace Kirchner? Recomponer el dominio de una clase de personas (la burguesía) en su coto de casa exclusivo (la nación argentina) para continuar con la esclavitud asalariada del resto de la población, con el fin de asegurar la extracción de trabajo (explotación) con el que la clase dominante obtiene para sí los máximos límites de libertad posibles bajo el capitalismo.

¿Qué hacen los intelectuales y artistas kirchneristas? Reprimen. Reprimen las tendencias hacia la autonomía política de la clase obrera argentina. Reprimen el rechazo a las ilusiones propias de la pequeña burguesía por parte de quienes supieron en su momento batir cacerolas. Reprimen la explicación de los procesos sociales resucitando por izquierda la teoría de los dos demonios. Reprimen las tendencias liberadoras existentes en el no-trabajo en nombre de una “cultura del trabajo”. Esa represión tiene una función clara: fijar los límites (burgueses) por donde ha de transitar la acción de las clases explotadas y oprimidas. Como toda represión, no consiste sólo en un elemento negativo. Dicha negación sólo es posible si se afirma positivamente. Es decir, si se reconstruye el sentido común deteriorado por la autoactivación de las masas. Un sentido común profundamente irracionalista (¡sigue a tu corazón, Patoruzito!) que se viste, sin embargo, de racionalidad: ¡no vamos a andar matando chicos por la calle, Señor Blumberg! Que pretende una justicia distributiva mientras paga puntualmente la deuda aunque el Fondo no acepte excusas. Que sostiene que protestar está bien pero cortar la calle no. Que el trabajo es salud y que los piqueteros no quieren trabajar porque más que los palos, los asusta la pala…

Así se explican los pasos que el gobierno ha venido dando: se planta frente a Blumberg pero ordena que se le aprueben sus pedidos, al tiempo que mientras se niega a reprimir, reprime. El primer paso fue en la Legislatura de la Ciudad, con la detención de militantes e incluso personas completamente fuera de todo contacto con los hechos. El siguiente, fue meter preso a Castells: aunque esa acción haya escapado a su voluntad y lo ponga en una posición incómoda frente a la toma de la comisaría por D’Elía, no le viene mal poder mostrar que nadie es impune en la república. El último, acabamos de vivirlo en Plaza de Mayo, con decenas de detenidos por policías infiltrados. El mensaje es claro: al movimiento piquetero se le está acabando la cuerda.

Una cultura represiva para hacer posible, creíble y aceptable la represión. Eso es la cultura nac&pop, que de nacional y popular tiene poco. Una mezcla que históricamente se llamó peronismo y que juntó a Eva y a Isabel, a Perón y López Rega, a Montoneros y al Comando de Organización. Así como el capitalismo no tiene un lado bueno y otro malo, el peronismo tampoco: Eva es Isabel e Isabel es Eva; Perón es López Rega y López Rega es Perón; Montoneros es CdeO y CdeO es Montoneros. Una parte crea las ilusiones que permiten a la otra destruir a los ilusos. Kirchner no desentona, sólo que hasta ahora ha logrado mostrar una sola de las dos caras.

Frente a esa cultura represiva, pretender dar a los intelectuales y artistas lo que el movimiento piquetero no tiene, es absurdo. Todo lo contrario, lo que debe hacer la próxima ANT es dar órdenes, ejercer la dirección, actuar como estado mayor: exigir a sus intelectuales y artistas una lucha consecuente en el frente en el que ellos deben luchar: la construcción de una cultura para la libertad, es decir, plena de conciencia de la necesidad. De la necesidad de autonomía política de la clase obrera, internacionalista, socialista. La comisión de cultura de la próxima ANT tiene que convertirse en la dirección de los intelectuales y artistas piqueteros. El que se niegue a esa centralización política, sencillamente está demandando su “libertad” para defender un programa burgués. La libertad no está dada, ni proviene del aislamiento: surge de la organización y de la lucha.

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