Como explicamos en la nota anterior de esta seguidilla (primera, segunda, tercera, cuarta) destinada a comprender la naturaleza programática de aquello que se concibe como tradición trotskista, la teoría de la Revolución Permanente, el núcleo de esa apuesta programática, sufre una importante transformación en el exilio mexicano de nuestro protagonista, transformación que, en realidad, ya empieza a asomar en sus trabajos sobre la situación china. De una teoría específicamente elaborada bajo las coordenadas rusas de comienzos del siglo XX, llegamos a un programa que puede aplicarse sin demasiadas contemplaciones particulares a, al menos, toda América Latina y muy probablemente a todo el mundo llamado colonial y semicolonial.
Guido Lissandrello
Grupo de investigación de la izquierda argentina (GIIA)
En ese pasaje, algunos elementos de la teoría de la Revolución Permanente mutan. El problema nacional ya no se ubica en un Estado que la burguesía no controla, sino en una dependencia e injerencia del imperialismo, en particular, el norteamericano. Esa sería la traba para un desarrollo capitalista pleno y le da una impronta particular al problema de la liberación nacional dentro de la Revolución Permanente. De allí se abre un terreno común con la burguesía nacional. A la par, se presupone un problema continental análogo al de Rusia, bien que nunca se lo prueba empíricamente y tiende a ser eclipsado por lo nacional: la cuestión campesina. Así cobra fisonomía lo que hoy conocemos como trotskismo en tanto tradición de izquierda. Como veremos ahora, los trotskistas mexicanos, esa primera generación formada por el propio Trotsky, se encargarán de exacerbar esos elementos para terminar delineando un trotskismo fuertemente nacionalista como el que conocemos hoy en Argentina.
El padre
En octubre de 1938 Trotsky fundó la revista Clave. Tribuna marxista, de periodicidad mensual, que alcanzó a editarse, no sin interrupciones, por espacio de dos años. En ella escribieron varios de sus colaboradores cercanos y activistas que se filiaban en sus ideas. Uno de ellos, Octavio Fernández, señaló sobre el emprendimiento editorial de su maestro:
“Podemos decir con absoluta certeza que Clave fue la revista de Trotsky. Ésta nació de él y sirvió a sus intereses fundamentales. De principio a fin, la usó para servir a sus ideas y su obra. Fue él quien tuvo la idea de una revista en español para la formación teórica de quienes comenzaron a simpatizar con el trotskismo en América Latina y ésta superó nuestras expectativas.”
¿Por qué hacemos esta aclaración? Los materiales que vamos a trabajar a continuación le dan mayor profundidad y sirven para comprender en toda su dimensión, a buena parte de las ideas que reconstruimos en la nota anterior. En particular, nos permitirán mensurar con más exactitud la cuestión de la opresión imperialista y las tareas nacionales. La cita nos permite calibrar la cercanía de estos textos, que salvo contadas excepciones no provienen de la pluma directa de nuestro protagonista, con sus ideas. Es decir, en lo que sigue no es Trotsky quien escribe, pero tampoco puede imaginarse que fuera completamente ajeno a esas conclusiones. Son los aprendices del maestro los que hablan.
En las páginas de Clave, pueden identificarse cuatro puntos que nos permiten profundizar las concepciones de lo que podríamos llamar los primeros trotskistas mexicanos formados bajo el ala del propio Trotsky: la extensión de la Revolución Permanente a los países de América Latina y el Caribe, su aplicación particular en México, el posicionamiento frente a las medidas “progresivas” del cardenismo y de los partidos demócratas/nacionalistas, y la cuestión de la opresión financiera por parte del imperialismo.
Las criaturas
Diego Rivera es quien se encarga, desde las páginas de Clave, de analizar la realidad latinoamericana y caribeña desde los ojos del programa trotskista que reconstruimos anteriormente. Siguiendo la concepción idealista que comenzara a esbozar el propio Trotsky, señaló que el carácter semicolonial es “común a todos los países de América Latina.”[1] Allí, sostuvo Rivera, las relaciones económicas y políticas no se encuentran determinadas por las leyes capitalistas sino por la presión del imperialismo. Una declaración abierta de que el problema semicolonial traslada el eje de las relaciones de producción a la cuestión política de la relación de fuerzas entre las burguesías nacionales y extranjeras. Como es de esperar, los integrantes de la clase dominante local, no serían “verdaderamente ‘nacionalistas’”,[2] de manera que se muestran incapaces de cumplir las “tareas revolucionarias nacionales y antiimperialistas”.[3] Para ellas, el proletariado es una base de maniobra para presionar a sus “amos” y venderse a mejor precio. Por ello mismo es que Rivera prefiere denominarlas “subburguesías”, como forma de hacer explícita su incapacidad o su carácter atrofiado de clase. Las consecuencias de esta caracterización son reveladoras. El artífice del exilio mexicano de Trotsky afirma que:
“Es necesario tener presente que en la América Latina, más que en ninguna otra parte, la verdadera política marxista no consiste en oponer las tareas concretas e inmediatas a la perspectiva abstracta de la revolución socialista, sino que consiste en demostrar que todas las tareas de la independencia nacional, progreso económico y cultural, elevación del nivel de vida, conducen de modo imperativo, a encontrar que el único capaz de cumplirlas es el proletariado, que por medio de la conquista del poder será el único guía capaz de la nación trabajadora”.
La lucha socialista es “abstracta”, y correspondería hablarle a la clase obrera en un lenguaje concreto, esto es, el nacionalismo… Cómo puede forjarse una conciencia superadora del capitalismo de esta forma, es algo que los trotskistas mexicanos no pueden responder. Difícilmente puede cumplirse esa tarea si se afirma que la constitución de una nación no oprimida, es decir libre, significaría una mejora en las condiciones de vida de la clase obrera. Se ata así al proletariado al carro de la burguesía nacional. En este cuadro, no puede sorprender que cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la revista publicara un “Manifiesto a los pueblos oprimidos de América Latina, de Asia y África”, en el que llamaba a la clase obrera de esos países a librar la única guerra nacional “justa”, la que tiene en la trinchera opuesta a los “banqueros e imperialistas de Europa, de Estados Unidos y del Japón”, una guerra “por nuestra independencia nacional”.[4] En ella, los “pueblos” deben pelear por:
“el derecho de decidir de su propio destino; deben recuperar sus riquezas nacionales que les fueron robadas por los capitalistas extranjeros; deben recuperar sus tierras, con el derecho a trabajarlas libremente; deben recuperar los grandes medios de producción y los monopolios absorbidos por los imperialistas extranjeros; deben recuperar la libertad de la que fueron privados por los señores feudales nacionales; aliados con los bandidos imperialistas extranjeros.”
Nada se dice de apuntar los fusiles hacia los explotadores locales, más bien la referencia al pueblo parece encubrir una alianza entre proletariado y burguesía local si se atiende a que el enemigo son los “señores feudales locales” y “los bandidos imperialistas”.
Por su parte, fue Octavio Fernández -a quien ya hemos citado para mostrar la solidaridad entre Trotsky y las ideas de la revista- el que intentó plasmar con mayor sistematicidad el programa de la Revolución Permanente específicamente en México. Este país, sostenía, se ubicaba en el escenario capitalista mundial, marcado por su etapa imperialista, como un país semicolonial cuya revolución democrático burguesa había sido abortada. La independencia, a comienzos del siglo XIX no alteró la estructura social, mientras que la reforma de 1857 fortaleció el latifundio. El proceso abierto en 1910 tampoco adquirió rasgos de verdadera revolución, en la medida que llegó muy tardíamente. Si bien convirtió a parte de los “campesinos semiesclavos de la gleba” en asalariados, dando pie al desarrollo de un mercado interno y mano de obra barata, lo cierto es que la pequeño burguesía urbana y rural se convirtió en una “subburguesía” sometida al imperialismo. Por ello fracasó, no liberó al país del yugo imperialista, y la historia de esa subburgesía es “es un encadenamiento de concesiones, forzadas e inevitable a veces, ventas repugnante al imperialismo.”[5]
El resultado de todo ello fue, siempre según Fernández, la constitución de una nación atrasada. En el campo solo aconteció una “revolución agraria” superficial, con una escueta base de pequeños propietarios. La concentración de la tierra (el 2% de los propietarios detentaría el 80% de la tierra), la existencia del latifundio (unidades de 10 mil hectáreas), serían el principal síntoma de ese atraso en el agro. La contrapartida de la gran extensión, fue la existencia de una enorme masa de campesinos pobres, pequeños propietarios y ejidarios con unidades económicamente inviables que “esperan la revolución”.[6] Como se ve, se trata de un análisis abstracto, que tiende a leer unilateralmente la concentración de la tierra como síntoma de atraso. Tampoco ofrece elementos para discernir la realidad social que se oculta tras el rótulo de campesino, sin identificar si allí se encuentra pequeña burguesía, semiproletarios o proletarios. Al no adentrarse en el universo de las relaciones sociales, resulta difícil discernir el grado de extensión del capitalismo en el campo mexicano.
En el ámbito industrial se ofrecen mayores datos cuantitativos sobre el desarrollo capitalista, pero paradójicamente se los lee en un sentido opuesto. Fernández indica que en el quinquenio que va de 1930 a 1935, se duplicaron los capitales invertidos en la industria local, así como se duplicó el valor producido por esta. Estas inversiones fluyeron hacia la minería, el transporte, las industrias de montaje y radioeléctricas, así como los textiles. ¿Por qué si la industria urbana está experimentando este proceso de crecimiento, se mantiene la caracterización de país atrasado? Por dos motivos. Por un lado, porque acontece en ciertas ramas de la producción que, por algún motivo, Fernández considera que no son del todo capitalistas: la producción de materias primas y el extractivismo. En realidad, señala como anormal lo que es la norma de los capitalismos latinoamericanos, la supervivencia a base de commodities. En segundo lugar, denuncia que la afluencia de inversiones proviene fundamentalmente de los Estados Unidos (indica que pasaron de 185 millones en 1900 a 2.000 millones de dólares en 1939). Según su evaluación, ello prueba que
“México está transformándose en un grado cada vez mayor en país productor de materias primas, en país semicolonial. […] Este crecimiento significa nada menos que el aumento de la penetración imperialista y la subordinación del país cada vez más al imperialismo.”[7]
El antiimperialismo que ha construido Trotsky en el exilio acaba por llevar a sus seguidores a no ver lo obvio: las cifras que se aportan muestran que, lejos de ser un factor de atraso, la afluencia de capitales extranjeros produce desarrollo. Incluso Fernández reconoce que este desarrollo industrial profundizó la migración del campo a la ciudad y aumentó la tasa de sindicalización, síntoma claro del desarrollo capitalista.
En este cuadro de situación, para los trotskistas mexicanos, la burguesía nacional se muestra completamente impotente para cumplir las tareas burguesas de liberación y la liquidación del atraso precapitalista, del “feudalismo en el campo”. Como clase, estaría íntimamente ligada a la gran propiedad y al imperialismo. De resultas de ello, muestra su plena vigencia la Revolución Permanente:
“El proletariado ha sido enfrentado por el destino histórico desde sus primeros pasos al imperialismo yanqui e inglés. La lucha en México es desde su génesis antiimperialista. […] La liberación del país del yugo del imperialismo y del atraso del precapitalismo, solo es posible a través de la lucha contra los imperialismos, yanqui e inglés, y sus agencias las burguesías nativas verdaderos dueños de las tierras, minas, industrias y transportes. La revolución resolverá tareas nacionales, pero su desenvolvimiento dialéctico lleva al terreno de la revolución internacional.”[8]
La tarea de los revolucionarios sería la de construir la alianza revolucionaria del proletariado a la cabeza de las masas campesinas, para instalar una dictadura proletaria que cumpla las tareas burguesas y dé paso a las socialistas. ABC del trotskismo que se puede esbozar sin siquiera prestar atención a donde uno tiene puestos los pies…
El trotskismo mexicano en busca de su Perón
Consecuente con este planteo antiimperialista y nacionalista, las páginas de Clave celebraron las nacionalizaciones del cardenismo, al que incluso se llegó a definir como “nacionalismo revolucionario”.[9] En cuanto a la expropiación de los ferrocarriles, se las caracterizó como un paso en la “liberación nacional del país”, si bien se reconocieron dos elementos que no podían señalarse como progresivos. A un lado, las expropiaciones se habían producido asumiendo el Estado las deudas contraídas por los administradores privados. De modo que, los “acreedores imperialistas” salieron ganando. Al otro lado, la administración recayó en manos de sindicalistas que se encargaron de ser un eje “auxiliar para la explotación de trabajadores”.[10] En efecto, el cambio de dueños redundó en un aumento del ritmo y el tiempo de trabajo. Lo que esto viene a mostrar es que finalmente se celebró una medida completamente regresiva para la clase obrera mexicana tras una fachada de progreso “nacional”.
Por su parte, la expropiación del petróleo mostraría los límites de los “sectores de la izquierda de la burguesía nativa”.[11] En este caso, como se trataba de un negocio rentable, el cardenismo no implementó la administración obrera completa (sí le reconoció un espacio a los sindicatos en las decisiones), retuvo la propiedad de la industria y su administración. Lo que viene a confirmar que la nacionalización de los ferrocarriles no solo no tenía ningún valor estratégico en la “liberación nacional”, sino que no pasaba de ser una maniobra de valor simbólico, incluso deseado por los administradores “imperialistas” que se deshicieron de un servicio quebrado. No muy distinto a lo que hizo el propio Perón en estas pampas. Paradójicamente, en un artículo se celebra que
“la administración mixta de la industria no llegó a pensar en despedir a ningún trabajador, demostrando con este simple hecho que hay una diferencia digna de tomarse en cuenta entre las empresas típicamente capitalistas y las administraciones de las industrias nacionalizadas en cuya dirección y administración intervienen los sindicatos.”[12]
Sin embargo, antes se había dicho que la nacionalización de los ferrocarriles había sido regresiva en relación a las conquistas obreras. Lo que ambos casos están mostrando es que, en rigor de verdad, la nacionalidad de los explotadores no dice demasiado sobre las condiciones de trabajo de los obreros, sino que lo que incide es la correlación de fuerzas entre las clases, en independencia de sus banderas. Desde Clave se llamó a levantar la consigna por la expropiación de todas las industrias del imperialismo y conseguir en ellas la administración obrera en tanto que, si bien no alteraba las relaciones de producción, si era una experiencia progresiva de centralización económica y de gestión obrera.
Más allá de la cuestión mexicana, el coqueteo con el nacionalismo que se encubría con antiimperialismo, también llevó a que los integrantes de Clave vieran con buenos ojos experiencias similares a la del cardenismo, como fue el APRA peruano. En las páginas de las revistas podemos ver cartas de militantes trotskistas que cuentan su experiencia con aquel partido. Un caso fue el de Juan Luis Velázquez, secretario personal de Trotsky en el exilio. En una carta comentó cuales fueron los motivos que lo llevaron a desarrollar una experiencia en el aprismo y luego darla por finalizada. Inicialmente, ingresó al partido al reconocer en él “la mejor posibilidad revolucionaria” y su “heroica y honesta tradición de lucha”.[13] ¿Con qué consignas intervino dentro del partido? Velázquez señala:
“Por la lucha antiimperialista en América Latina, contra los imperialismos fascistas y democráticos. Por la liberación económica, política y social de nuestros países oprimidos. Por la solidaridad continental, dinámica y revolucionaria de nuestros pueblos. Por la solidaridad de clase de todos los explotados del mundo que trabajan y luchan por su liberación. Por la fidelidad al marxismo, en su curso auténtico y dialéctico de Revolución Permanente y progresiva. Por el socialismo en América-latina. Por el triunfo del socialismo internacional.”[14]
Como se ve, parte de las consignas tienen una impronta nacionalista. Y el abandono de la experiencia estuvo asociado justamente a ello: cuando Haya de la Torre se proclamó “de acuerdo con la política imperialista de Roosevelt.”,[15] el militante trotskista abandonó sus filas. El nacionalismo burgués había mostrado su “inconsecuencia”.
Como surge de estas dos experiencias -el apoyo a las nacionalizaciones y el entrismo en el APRA-, el trotskismo de Trotsky en México consideraba que había un terreno común entre la burguesía local y el proletariado, que no era otro que el del campo de la nación. No es muy difícil percibir la lógica de ambas experiencias. Se parte de que las masas tienen intereses nacionales, es decir intereses en el desarrollo de la nación, y que la burguesía local formalmente se orienta en ese sentido. Sin embargo, está última presenta taras congénitas que le impiden postularse como dirección consecuente de esa tarea. En esa claudicación es que se quiere filtrar el trotskismo como opción alternativa a la inconsecuencia burguesa.
En la línea del antiimperialismo, por último, merece destacarse el posicionamiento de la revista ante la creación del Banco Interamericano. Este fue leído como un “nuevo paso en el proceso de metódico encadenamiento de América Latina.”[16] Con su creación, el imperialismo se aseguraría la intervención en el manejo de las monedas y las deudas latinoamericanas, apropiándose de las funciones que les corresponderían a los bancos centrales nacionales. De esta manera, el imperialismo intervendría “por encima de las decisiones gubernamentales y de las resoluciones de los consejos de administración de los bancos centrales […] en función de sus intereses rapaces” [17], claro está que con el “beneplácito” de las burguesías nacionales. El resultado de todo ello es que el Banco Interamericano
“está llevando al hemisferio a una situación en la que todos estos países estarán atados por cadenas económicas, financiera, política y de todo orden, tan estrechas con los Estados Unidos […] No habrá más comprador que Estados Unidos, no habrá más vendedor que ellos, no habrá más inversor ni más prestamistas que ellos.”[18]
Mientras que en la formulación original de Trotsky las tareas democráticas burguesas tenían que ver con un atraso social profundo -la cuestión agraria- y una incapacidad de la burguesía para hacerse del poder político -el Estado autocrático-, aquí se ha reducido el problema a una cuestión monetaria. El análisis es sintomático cuando se sostiene que la depreciación de la moneda mexicana no es resultado de la falta de competitividad de los capitales que allí acumulan, sino “una de los resultados del bloqueo imperialista iniciado contra México.” Incluso se evalúa que esa devaluación es una represalia por la lucha nacional: “Las privaciones materiales en una lucha son inevitables.”[19]
Sin lugar al que volver Aquí hemos visto el punto de llegada de la Teoría de la Revolución Permanente en el “último” Trotsky, el del exilio mexicano. Lo hemos reconstruido por boca de sus aprendices, bien que de él mismo ya nos ocupamos en la nota anterior. Lo que queda claramente delineado aquí es el trotskismo tal cual lo conocemos hoy en uno de sus rasgos centrales: fuertemente nacionalista por la vía del programa antiimperialista que produce una desviación de la contradicción de clase a la contracción nación/imperio. De allí que la política “revolucionaria” pase por postularse como la mejor y más consecuencia dirección nacionalista para las masas, ante la defección de la burguesía local. Esas son las premisas que, en nuestro país, han llevado a la construcción del síndrome 17 de octubre y ese patológico seguidismo al peronismo. No se trata, en definitiva, de ninguna desviación, sino de una teoría y de un programa que Trotsky esbozó para una realidad concreta, la Rusia de comienzos del siglo XX y que, más allá de esas coordenadas temporo-espaciales no tiene mayor valor. Lo que vale, justamente, es la forma en que la construyó: parándose de frente a su propia realidad y pensando con su propia cabeza la forma en que podía transformarla de arriba abajo y de abajo arriba.
[1]Rivera, Diego: “Los países del Caribe”, 4 de enero de 1939, en: Trotsky, León: Escritos latinoamericanos en México [1937-1940], Ediciones IPS, Buenos Aires, 2013, p. 215.
[2]Ídem, p. 220.
[3]Ídem, p. 218.
[4]“Manifiesto a los pueblos oprimidos de América Latina, de Asia y África”, octubre de 1939, en: Trotsky, Escritos…, p. 273.
[5]Fernández, Octavio: “Qué ha sido y adónde va la Revolución Mexicana”, noviembre-diciembre de 1939, en: Trotsky, Escritos…, p. 278.
[6]Fernández, Octavio: “Problemas nacionales”, 2 de abril de 1939, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 244.
[7]Ídem, p. 246.
[8]Fernández, “Problemas…”, op. cit., pp. 247-248.
[9]“Política cubana”, abril-mayo de 1940, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 305.
[10]García Treviño, Rodrigo: “Las administraciones obreras”, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 260.
[11]Fernández, “Problemas…”, op. cit., p. 250.
[12]García Treviño, “Las administraciones…”, op. cit., p. 263.
[13]Velázquez, Juan Luis: “El porqué de mi ingreso y mi salida del aprismo”, marzo de 1939, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 254.
[14]Ídem, p. 255.
[15]Ibídem.
[16]“El Banco Interamericano”, abril-mayo de 1940, en: Trotsky, Escritos…, p. 308.
[17]Ídem, p. 309.
[18]Ibídem.
[19]Trotsky, León: “Entrevista Trotsky-Fossa”, en: Trotsky, Escritos…, op. cit., p. 198.
MIRE YO NO ENTIENDO NADA DE NADA….. PERO SACO CONCLUSIONES ….. VAMOS A DAR NOMBRES RUSIA Y CHINA QUIEREN ESTABLECER UN NUEVO ORDEN MUNDIAL, PERO USA ESTA AHI ,NO ABANDONA LA PARADA , SE PUEDE ENTRE COMILLAS ESTABLECER UN NUEVO TRATADO DE TORDECILLAS, SIGLO XXI, RUSIA Y CHINA MAS PARA EL ATLANTICO , USA SI PUEDE POR PACIFICO, COLOMBIA, ECUADOR,PERU,CHILE, NO SE QUE PASA EN BOLIVIA, ALGO ASI……SI EN ARGENTINA LA IZQUIERDA BUSCA COMBATIR AL IMPERIALISMO…. A CUAL COMBATE? ….. TODOS SERIAN IMPERIALISTAS CON LAS RIQUEZAS NATURALES DEL PAIS….CLARO SI LA BURGUESIA NACIONAL POR INTERESES COMBATE AL IMPERIALISMO Y LA CLASE OBRERA TAMBIEN, EL PROBLEMA DE DISTRIBUCION DE RIQUEZA INTERNO SIGUE, LA BURGUESIA LOCAL NO VA A SEDER NADA GENTILMENTE….POR ESO HAY QUE IR AL SOCIALISMO SIN MAS VUELTAS, NO SOY CLARO POR QUE NO SOY HISTORIADOR, TAMPOCO SOY CEO DE NADA …. DE MI VIDA PUEDE SER… NO SE SI SE ENTIENDE