El grueso de los partidos de izquierda dicen que el FMI vino a colonizar Argentina y a extraer nuestras riquezas. El razonamiento es el siguiente: Argentina pide plata y el FMI le exige ajuste y más explotación. ¿Quién se beneficiaría? Los grandes capitales especuladores que fugan plata. Así, los izquierdistas repiten la idea de los progres: el capitalismo, sin el capital financiero y el imperialismo, podría funcionar mejor. Peronistas y trotskistas plantan lo mismo. Pero la realidad es otra.
Primero, lo que hay que decir es que vivimos una situación de ajuste casi permanente que con pasos más avanzados o más cortos lleva ya más de diez años. Todo el asunto se explica por algo elemental: la Argentina es un capitalismo chico, con capitales improductivos que compiten desde atrás. Por eso, tiene crisis capitalistas cíclicas. Sin embargo, hay varios elementos que entran en juego. La burguesía muchas veces apela a “trampas” para postergar la crisis. Una de ellas es la renta agraria. Para decirlo simple: los dólares por la exportación de materias primas. Pero tiene un límite: el precio. Aquí entra en juego el otro elemento: la deuda. Como vimos en otro número, la deuda es un mecanismo para patear la crisis, una suerte de tubo de oxígeno.
¿Y qué hizo el Estado con la deuda? ¿Permitió una fuga de riqueza que impidió el desarrollo productivo? En realidad, no. Con la plata que entró, tanto Cristina como Macri subsidiaron capitales y patearon la crisis para más adelante. Pero el problema es que eso también tiene sus límites: los capitales no se relanzan -no se vuelven necesariamente más competitivos- y la productividad argentina sigue rezagada.
Macri incluso pensó en un modelo desarrollista: buscó concentrar el desarrollo en los capitales más productivo a través de una lluvia de inversiones. Pronto, se dio cuenta de lo difícil de desarmar un esquema como el del mundo pyme, mientras la lluvia de inversiones jamás llegó. Así, la deuda se volvió cada vez más insuficiente para sostener tantos capitales. Luego de buscar por todos lados, tuvo que acudir el FMI, la última puerta a la que podía tocar.
Pero ¿cómo?, dirá el lector, ¿acaso Macri y CFK no pagaron deuda? Sí. Pero eso no quiere decir mucho. En realidad, lo hicieron para volver a pedir. En los hechos, la deuda se renegocia todo el tiempo. Algunos números permiten demostrar que siempre entró más plata de la que salió. Sí, el verdadero estafador es el capitalismo argentino, que librado a la suerte del mercado, le tocaría perder.
Ahora bien, hay algo más importante que señalar. El ajuste y la explotación capitalista no son “imposiciones” del FMI. En realidad, el ajuste es necesidad de los capitalistas. Por eso, no arrancó con Macri. Arrancó antes: ya podemos hablar de él desde la crisis del 2008/2009. Y en otros ciclos de crisis, también hubo ajuste. Así, la baja de los costos laborales no es una imposición del FMI, sino de los capitalistas que quieren impulsarla para competir mejor. La baja salarial, la flexibilización por convenio no son exigencias del FMI sino de los mismos capitales productivos que los kirchneristas e izquierdistas desorientados llaman a defender. Es más, los dólares que ingresan por esta vía son justamente para “lubricar” el ajuste. Esto es, contar con algo de plata para repartir, mientras se desarma la bomba lentamente. Por eso, con FMI o sin FMI, el problema es la runfla de parásitos que nos explotan, que buscan ponerse a tono con las ganancias capitalistas mundiales. Lo peor de todo es que tanta sangre, sudor y lágrimas de los trabajadores, no tiene mayor sentido. Los capitales seguirán siendo chicos y atrasados. Es indispensable sacárselos de encima y poner en funcionamiento una sociedad donde nos apropiemos los laburantes de la riqueza que producimos: el socialismo.