La huida del General

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Aquí y allá, sobre todo en boca de la izquierda trotskista, suele escucharse que los líderes “populistas”, son cobardes y le escapan a la lucha, o bien la traicionan. Eso habría explicado que el General se escapara en 1955 ante el golpe que inauguraría la dictadura de la Libertadora, o que hoy en día Evo se refugiara en México, tras las movilizaciones obrera que lo obligaron a renunciar (ya explicamos por qué no fue un golpe aquí). Lo cierto es que el asunto no se reduce a la valentía. El caso de Perón es muy claro. Veamos.

Hacia mediados del ’50, segundo gobierno de Perón, el clima político está enrarecido. Los mismos peronistas parecen desmoralizados. Sueldos atrasados en el Estado, elevados impuestos, obras inconclusas y corrupción son quejas comunes en todo el país. Si bien los medios no publican información sobre las torturas, los casos trascienden y generan disgusto. En Rosario la desaparición del médico Juan Ingallinella causa una profunda conmoción.

Los empresarios peronistas como Jorge Antonio están en su apogeo. Hacen negocios millonarios con concesiones estatales. Expanden sus negocios amenazando a sus competidores con posibles inspecciones o hasta expropiaciones del Estado. En este contexto, la burguesía ve con desconfianza el giro cada vez más autoritario del gobierno. Por las restricciones a la libre actuación de los partidos políticos, la oposición empieza a canalizarse por otras vías: las internas militares y la Iglesia.

Bajo la forma de actos religiosos se organizan protestas políticas. En junio del ’55 se realiza un primer intento de golpe de estado, sectores militares bombardean Plaza de Mayo. Como represalia, se queman iglesias del centro de la ciudad. El conflicto erosiona parte del apoyo popular del gobierno. Este apoyo ya se había enfriado por la caída de los salarios y la represión estatal a los conflictos del último año. Se instala un clima pesimista.

El 16 de septiembre de 1955 comienza el levantamiento militar que termina con el gobierno. Perón no decide si irse o quedarse. Si se queda, no solo debe enfrentar el levantamiento, sino también completar el ajuste que inició. Esto le haría perder su capital político.

Córdoba, corazón del levantamiento, es pronto cercada por los leales al General. El levantamiento parece tener corta vida. Sin embargo, las fuerzas “leales” no avanzan. El golpe sigue su curso. En Buenos Aires, en algunas reparticiones públicas se monta la defensa de los edificios, pero no hay demasiado entusiasmo. El personal deserta: cuando los empleados van a descansar a su casa no vuelven a cumplir su siguiente turno en la defensa.

Al pasar los días, Perón ve la falta de decisión para reprimir y la ausencia de entusiasmo popular para defenderlo. En este contexto, recibe un ultimátum: la Marina amenaza con bombardear puertos y refinerías. Algunos aconsejan apresar a familiares de los marinos y usarlos como escudo. Perón, que no había tenido prurito en junio en convocar a los obreros a la Plaza de Mayo, rechaza la idea. Los obreros pueden ser usados como carne de cañón, pero no los respetables familiares del alto mando militar.

El 19 de septiembre el presidente renuncia. Los militares leales quedan a cargo hasta que los golpistas toman el poder. Perón todavía duda, intenta una última movida y afirma que su renuncia no es tal. Los militares “leales” no aceptan su jugada y le informan que su renuncia fue aceptada y no hay vuelta atrás. Perón emprende el camino del exilio. Al final, desde su perspectiva parece haber tomado la mejor opción: general que huye sirve para otra batalla… No habiendo completado el ajuste económico puede retirarse y volver a aparecer en los setenta. El desgaste de la figura de Perón explica que la clase obrera no salga a la calle ante el golpe. Solo se registran movilizaciones en Rosario, reprimidas ferozmente por Lugand, un militar que va a ser homenajeado poniendo su nombre a un pasaje en la ciudad, decisión que tomó el propio Perón en su retorno. En sus idas y vueltas, el presidente parece esperar un levantamiento obrero que no llega. No hay otro 17 de octubre. Como en todo, en el nivel de apoyo político hay grados. Los obreros argentinos podían seguir apoyando a Perón en el sentido de votarlo, pero no estaban dispuestos a luchar en su defensa. No fue “aguante” lo que le faltó, fue el apoyo obrero que había perdido porque su gobierno respondía a los intereses de los explotadores.

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