De la ciencia al asistencialismo. La extensión universitaria hoy

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Una de las cuestiones que se suele poner sobre la mesa a la hora de evaluar el rendimiento de las universidades, es la relación que establecen con el conjunto de la sociedad. Es lo que habitualmente se conoce como “extensión universitaria”. Este tipo de práctica pasó por una serie de cambios importantes a lo largo de los últimos cien años, cambios que se fueron dando al compás de la degradación social de la Argentina.

A grandes rasgos, podemos distinguir dos momentos en la extensión marcados, a su vez, por dos importantes hitos. El primero de ellos corresponde a los años en torno a la Reforma Universitaria. Si bien había antecedentes institucionales de este tipo de práctica (la Universidad de La Plata) sería con el movimiento de la Reforma que esta cuestión pasaría a tener un lugar permanente en todas las universidades del país.

La extensión universitaria fue uno de los puntos del programa reformista. Para los estudiantes que lo impulsaron, la “extensión” no era otra cosa más que llevar los últimos adelantos científicos a la sociedad. La forma concreta que tomó esto fue con la creación en Córdoba de la asociación “Córdoba libre” y la “Universidad Popular” en 1916 y 1917, respectivamente. Estas fueron fundadas por intelectuales y futuros dirigentes. Desde ellas se organizaban charlas, conferencias científicas y clases de economía y derecho en locales de los gremios obreros de la ciudad. Como se ve, la extensión nació como una iniciativa autónoma de los estudiantes y de su voluntad de vincularse el movimiento obrero para promover la transformación social. Con la Reforma Universitaria los estudiantes lograron que sean las mismas universidades las que adopten programas de extensión.

En los años setenta y ochenta el concepto de extensión universitaria pasó por fuertes cambios. La nueva concepción se prefigura en la “Segunda Conferencia Latinoamericana de Extensión Universitaria y Difusión Cultural” de 1972. Según el nuevo paradigma, el hecho de llevar el conocimiento científico a la población es considerada una actividad “paternalista”. Frente a esto se propone como superador un modelo educativo donde Universidad y Sociedad se paran de igual a igual. Detrás de este discurso “progre”, y de la mano del posmodernismo, se postula la ausencia de jerarquías en el conocimiento: todo saber es igual de válido. Se dice que es igual el conocimiento científico al sentido común. Además, se empieza a asociar “extensión” con los programas de acción social. Prácticas de asistencia social son presentadas como parte de formación de los estudiantes.

En Argentina, esta concepción se volvió hegemónica durante el kirchnerismo. Se busca que estas actividades pertenezcan a la currícula de los programas de estudio y sean obligatorias para todos los estudiantes. Con estas prácticas se lleva a los estudiantes a realizar tareas en locales de la CTEP (organismo ligado a la Iglesia católica), de organizaciones ligadas a la “economía popular” y Centros de Acción Familiar, para realizar tareas que debiera cumplir el Estado. Entre ellas, la alfabetización de la población, actividades de “inclusión” de los “pueblos originarios” o la recolección de residuos. Incluso, en algunos terciarios se ha llegado al extremo de obligar a los estudiantes a cargar bolsones de comida de CARITAS para cumplir con sus “prácticas socioeducativas”. En otras palabras, se utiliza el trabajo estudiantil gratuito para realizar tareas asistenciales del Estado. Por esto, los estudiantes debemos recuperar el sentido original de la extensión universitaria. Si la ciencia nos ayuda a conocer la realidad, divulgarla a amplias capas de la población es una actividad progresiva. Enseñar no es autoritario ni paternalista. La mayoría de los estudiantes hoy somos obreros. Por lo tanto, conocer la realidad es una necesidad, al igual que compartir ese conocimiento con nuestros compañeros de clase.

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