Coronavirus. Una epidemia industria nacional

en La Hoja Socialista 18/Novedades

Si cada burguesía mundial ha mostrado su miserabilidad, la nuestra no tiene nada que envidiarles. La epidemia recorrió el mismo camino en cada país: primero era negado, luego minimizado, posteriormente atacado a medias y por último reconocido cuando los sistemas de salud colapsaban y ya era tarde.

A comienzos de febrero,  el ministro de salud González García declaraba “Me preguntan por coronavirus […] La gente no debe alarmarse, en el país hay capacidad de respuesta y de identificar el virus si aparece un caso.” Cuando comenzaron los casos no le quedó más que reconocer su inutilidad: “Yo no creía que el coronavirus iba a llegar tan rápido, no creía que iba a llegar en verano, nos sorprendió”.

Todo está mal porque nada fue previsto. Ni la cuarentena. El mismo día que la NBA suspendía el torneo en forma indefinida, Alberto apoyaba que se jugaran los partidos a puertas cerradas. Lo hacía amparado por la burocracia de la AFA y contra la opinión de los jugadores. Finalmente, tuvo que suspender el fútbol.

De igual modo, la suspensión de las clases sólo fue aceptada por la presión desde abajo, e incluso se tomó antes en algunas provincias. Luego fueron los docentes los que empujaron para que no se forzara a circular a centenares de miles de ellos a los colegios. Los obreros industriales tuvieron (y tienen aún hoy) que imponerles al gobierno y a sus patrones, que se detengan industrias tan “esenciales” como los caramelos y las papas fritas.

La cuarentena no fue una previsión sino una acción imprevista tomada al calor de la presión social por un gobierno que ni la organizó, ni se apropió con anticipación de los recursos necesarios para enfrentar la enfermedad y permitir a los que están en situación más precaria sobrevivir.

Un ejemplo menor pero ilustrativo fue el terrible embotellamiento en los accesos a CABA el miércoles 25 a la mañana. En esa torpeza quedaron varados los trabajadores de la salud… Para ello, además, Alberto mintió una promesa de ayuda extraordinaria que luego rebajó drásticamente y que todavía nadie recibió (de $30 mil a $20 en cuatro cómodas cuotas). Si no organiza bien el ingreso a una ciudad ni hablar del resto: abusivos aumentos de precios, escasez de productos, falencias en los servicios, idas y vueltas sobre los subsidios y ayudas.

Lo mismo se observa en relación a los recursos sanitarios. El total de tests realizados hasta el 30 de marzo (menos de 5 mil) no alcanza a la mitad de los que Corea del sur realizaba por día. Aquí no se descentralizaron los testeos rápidamente y se lentificó la tarea desde un único centro por mucho tiempo. Algo doblemente extraño en un sistema de salud que ha hecho de la descentralización y la anarquía su modo de funcionamiento normal. La cuarentena no puede a esta altura reemplazarse con testeos masivos, pero sin ellos es la misma cuarentena la que pone en riesgo su eficacia.

Lo más preocupante es que otros países, con muchos más recursos, se vieron desbordados. En Italia hay una proporción de enfermeros mucho mayor que acá y en otros países una cantidad de camas superior a la nuestra. Otro país que, como el nuestro, enfrentó la epidemia de manera descoordinada y sin protección para los más pobres es EEUU, pero cuenta con algo que no tenemos ni por asomo, una industria potente y de punta que podría paliar algunos cuellos de botellas, como la fabricación de respiradores y camisolines, barbijos y alcohol. Que nos espera a nosotros entonces…

El gobierno argentino, que no anticipó nada, confió en que todo lo iba a resolver el mercado. Y el mercado cuando le hablan con el corazón responde con el bolsillo. Hoy todo es escaso y caro, por imprevisión. Y las estrategias que se plantean no son un plan sino los manotazos de un ahogado. Y esta es la gente que maneja el timón de nuestro destino. Mejor vamos pensando en tomarlo en nuestras manos.

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