Como hemos visto en la nota anterior, y en otras tantas de las que hemos publicado explicando el problema del Coronavirus y el capitalismo, queda claro que el combate a la pandemia siguió la lógica capital en cada país. ¿Qué quiere decir eso? Que lo que se buscó privilegiar es la acumulación del capital, las ganancias. Y se abordó la epidemia sólo en la medida en que complica esa acumulación. Cada burguesía de cada país eligió el tipo de estrategia que le convenía con absoluta soberanía política.
Esto nos permite afirmar que no hay ningún “todos juntos”, ni “entre todos”, ni “sin grieta”. Esa es la apuesta que vienen sosteniendo los Fernández. O Alberto por ahora, porque Cristina viene guardada hace rato, después de haberse fugado a Cuba en pleno desastre. Ahora mantiene una cuarentena, física y verbal, porque no dice ni palabra. Pero volvamos a lo central: el gobierno apuesta a construir una gran “unidad nacional”, contra el Coronavirus. Mientras la economía se derrumba y nuestras condiciones de vida se degradan, todo eso parece quedar en un segundo plano frente a la “gestión” del problema del virus. El día de mañana, cuando todo esto pase, el ajuste quedará justificado por la “tierra arrasada” del macrismo y el combate “biológico”.
Comencemos por la falsedad de que el virus nos coloca a todos en igualdad. Es obvio que el virus no distingue a la clase social a la que pertenece la persona a la que infecta. Como tampoco puede decirse que el Coronavirus sea un “virus de chetos”, como decía el kirchnerismo hace un tiempo para minimizar el asunto y quedarse de brazos cruzados. Lo que sí distingue el virus es la condición en la que se encuentran los seres humanos: las enfermedades preexistentes, las condiciones higiénicas, la alimentación previa, las coberturas de salud, la comodidad o imposibilidad para el aislamiento. No es lo mismo que un virus infecte un cuerpo sano y bien nutrido, que a uno con enfermedades previas y malnutrido. Tampoco se desarrolla del mismo modo la enfermedad, si uno tiene acceso a un sistema de salud de calidad o si uno termina en un hospital donde solo tiene como tratamiento, una cama.
Eso es tan notorio que generó mucho malestar. En el New York Times puede leerse: “Sin embargo, con todo y que existe un suministro escaso de pruebas en varias regiones de Estados Unidos (lo que ha dejado a los trabajadores de la salud y a muchos enfermos sin poder obtener un diagnóstico), algunas personalidades conocidas han logrado que les realicen la prueba sin exhibir síntomas o sin tener contacto conocido con alguien que tenga el virus, como lo requieren algunos lineamientos de la prueba. Otros se han negado a dar detalles de cómo lograron obtenerla.”
No sólo es un problema el acceso sino el precio si se accede. Sobre esto decía la revista Time: “Finalmente tuvo un diagnóstico: COVID-19. Unos días más tarde, Askini recibió las facturas de su prueba y tratamiento: U$S 34.927.- (…) Al igual que otros 27 millones de estadounidenses, Askini no tenía seguro cuando ingresó por primera vez al hospital.”
En nuestro país la ficción de igualdad se derrumbó apenas comenzaron las incertidumbres. El burgués Tinelli cruzó medio país para recluirse en el sur, la burguesa Cristina Fernández pudo salir del país, el burgués Nardelli, dueño de Paladini cursaba su cuarentena navegando en su yate Champagne por el Paraná.
Basta salir a la calle para ver a los trabajadores más precarizados exponiéndose al contagio como no lo hace, ni lo hará, ningún patrón. Los vemos recorrer las calles una y otra vez para entregar comida, o cobrar en la caja, o barrer las veredas y recoger basura. O sea que a la burguesía, y sobre todo a la gran burguesía, no le preocupan tanto los estragos de salud que van a sufrir ellos, porque no serán afectados de manera tan dolorosa. En todo caso le preocupa que una epidemia desatada haga estragos en los trabajadores en activo, tan necesarios para mantener la acumulación. Nuestra vida solo les preocupa en la medida que les permita sostener su ganancia.