Una epidemia no la provoca la existencia de un virus, sino la de un cuerpo social en condiciones de enfermarse y propagarla. El coronavirus, del que conocemos poco, muestra mucho de la sociedad en que vivimos, de los explotadores que la dirigen y de la clase trabajadora que puede ofrecer una salida a la crisis.
Lic. Ricardo Maldonado
GISA (Grupo de Investigación sobre la Salud Argentina)
La pandemia profundiza la crisis pero no la crea
Si el prefijo Pan de pandemia parece indicar la inequívoca unidad mundial de la amenaza, las formas, variadas y discordantes, con que se enfrente la misma demuestra la vigencia del nacionalismo como la forma de integración insuperable para la burguesía como clase. La amenaza de crisis generalizada se expresó en los dos años previos a éste en la furiosa guerra comercial de EEUU y China. Debajo de esta pelea de colosos, el bloque europeo, las demás burguesías con peso regional, las más débiles y pequeñas e incluso las demasiado famélicas, debieron jugar sus cartas. En ese marco, de sanciones y aranceles cruzados, los golpes que se propinaban dañaban a los gigantes, y mucho a los demás. Particularmente, el enlentecimiento de China golpeó a Sudamérica que tanto se había beneficiado de su crecimiento. En este marco es que surgió un virus (otro) en una zona industrial de China. Una de esas zonas de incorporación reciente al mundo de la gran urbanización en las que se combina, por ejemplo, la existencia de una planta automatizada de la GM y un mercado al aire libre de animales silvestres o salvajes.
En 2003 estalló el SARS, en 2009 la Gripe A, en 2015 el MERS. Coincidente en el tiempo con el MERS surgido en Arabia Saudita apareció en África occidental el peor brote de Ébola. Es decir, que la aparición de virus es algo recurrente, para nada increíble. Su capacidad de diseminación es proporcional a la importancia como centro económico del lugar en dónde se inicia. No es lo mismo Conakri, la capital de Guinea, de dos millones de habitantes en un país pobrísimo, que Ryad con 8 millones o Wuhan con 11 millones e intensos lazos comerciales con el resto del mundo.[i]
Por eso la epidemia transformada en pandemia no es un evento común, pero su carácter extraordinario no lo hace extra sistémico, todo lo contrario. Es algo inusual pero perfecta, y diríamos que solamente, posible en el mundo capitalista. Inusual pero posible quiere decir que no es algo exterior sino propio del capitalismo. Y que por lo tanto el capital buscará una salida concordante con sus intereses. Y debemos decirlo, no es imposible recomponer la acumulación en un ciclo superior de concentración si logra aplastar la resistencia que esa misma recomposición probablemente provoque.
Las herramientas disponibles
A todos nos viene a la cabeza la palabra vacuna cuando pensamos en enfermedad contagiosa. Pero cuando la enfermedad es nueva no hay vacunas disponibles. Y aunque la capacidad de desarrollarlas en la actualidad es realmente asombrosa, llevan tiempo. Y tiempo es algo que no se le puede dar a las contagiosas. Por lo tanto se disponen de un arsenal sanitario alternativo que consiste en una combinación de cuatro acciones: freno al ingreso del virus en las fronteras, testeos para identificar y aislar los posibles portadores-reproductores, cuarentena preventiva, tratamientos médicos. Aunque no es imposible contener un virus, su diseminación permite percibir bajo qué condiciones pretenden hacerlo los distintas fracciones del capital mundial. La competencia obliga a hacer mal las cosas. De manera que aunque hay una casuística que permitiría tomar decisiones beneficiosas para el conjunto de la humanidad, éstas, al ser refractadas por cada fracción nacional del capital (y a veces incluso fracciones locales) toma un color particular. El color del fracaso.
Pero volvamos al arsenal disponible: Sin vacunas que anticipen el desarrollo de los contagios y los neutralicen, todo lo que se puede hacer es utilizar esas cuatro herramientas para intentar contener el contagio. Sin vacunas se trata de aislar y asistir a los que ya están contagiados para que no contagien. De allí que se trata de medidas de aislamiento y tratamiento, de distintas características, y cuya efectividad depende de la acción concertada. Aislar países, aislar los casos y sus contactos, aislar poblaciones, aislar y tratar al que enfermó, y aislar (del contagio) al personal de salud. Todas las variopintas estrategias seguidas por cada país no son más que la combinación particular de estos cuatro elementos (incluso su ausencia es una estrategia, como veremos). El aislamiento no proviene de una propensión a la ruptura de los lazos sociales sino de una lucha contra un contagio que enferma y mata. Solo mentes afiebradas pueden confundir la peste como metáfora y cómo realidad. A Camus con Sabin.
El control en las fronteras es el mecanismo de menor costo, pero su incidencia se resiente rápidamente. Su costo se abate sobre cierta parte de los negocios (turismo, eventos deportivos, hotelería, cruceros, aerolíneas) pero si no se toma de manera rápida y rigurosa pierde efectividad. Los países asiáticos lo tomaron bastante presurosamente, en un momento, el año nuevo lunar, en que se realizan millones de viajes en el extremo oriente. Sólo así se explica el relativo éxito obtenido. No fue nuestro caso: tan tardíamente como el 1 de marzo ingresó el virus desde Italia. Punto para el coronavirus.
Un testeo amplio permite detectar los casos, examinar su red de contactos y aislarlos si dan positivo. Su amplitud depende de la existencia de reactivos, lo que puede encontrar dos problemas: no estar certificados, o que no haya la cantidad. EEUU se enredó en su propio laberinto de certificaciones, algo que Corea resolvió de antemano con un trato excepcional para epidemias. En el caso de nuestro país, no los elaboramos ni los compramos a tiempo.[ii] Ahora el mercado, en quien confió el gobierno, impone condiciones. Punto para el coronavirus.
La cuarentena es una medida en relación directa a la contagiosidad y también a la extensión de su diseminación. Si las dos anteriores no fueron bien efectuadas, si se perdió el trayecto de los focos, es necesario detener los contagios, aminorar su velocidad. La cuarentena tiene un alto costo para los trabajadores y sobre todo para los más pobres y precarizados. Si no se asiste económicamente a las familias más expuestas, y en primer lugar al escaso, empobrecido y descuidado personal de salud, la avalancha desborda al sistema sanitario. Llegados a este punto es necesario que sea el mismo virus el que se termine agotando, porque se han perdido todas las oportunidades. El gobierno de Fernández llegó tarde y mal a todas las instancias. Y hace de su accionar una épica que no es más que la asunción del fracaso. Una sociedad organizada no necesitaría héroes sino previsión. El capitalismo, al contrario, compensa su incapacidad y la defensa de intereses ajenos a la vida humana, con una alta cuota de sacrificios y heroísmo. La que se les pide ahora a los trabajadores de salud.
Previsión es celeridad
Cuando se criticó ácidamente a los que ante la probabilidad de la llegada del virus a nuestro país compraron todo el alcohol en gel disponible no se percibía que era una actitud lógica en un mundo capitalista. Si esa misma pericia y previsión la hubieran tenido los burgueses que nos gobiernan no estarían ahora buscando en un mercado encarecido y desabastecido los elementos necesarios. Estamos lejos de poder realizar testeos masivos siquiera se implementan testeos necesarios para el seguimiento de los focos. Extendida la enfermedad los tratamientos los realiza el sistema sanitario tomado como una totalidad pero es una totalidad jerarquizada. Los sistema de salud están organizados en todo el mundo en función de la competencia por lo que arrastran irracionalidades y contradicciones que les quitan eficiencia y efectividad. Ante la perspectiva de que la epidemia afecte al conjunto de la economía de un país se perciben los intentos de racionalizar y centralizar un sistema que navega en sentido contrario. No funciona bien porque no está construido para la racionalidad. Y ahora, los agregados que se intentan realizar evidencian la improvisación.
El éxito relativo depende de la aplicación de cada una de las herramientas en el momento adecuado. Llegar tarde es tan criminal como no hacer nada. En cierta medida, es lo mismo. Ya que la cantidad de casos se multiplican en el tiempo, el tiempo es un vector principalísimo. Lo que nos lleva a la pregunta sobre la lentitud en la adopción de estas medidas. Y aquí aparece el factor ordenador para entender la pandemia: en el capitalismo, un sistema de productores en competencia, lo que orienta la vida social es la ganancia. Para obtener ganancias un capitalista adelanta un capital esperando obtener, realizándola en el mercado, un monto mayor al inicial. Pero eso es una especulación, una suposición que puede caerse y que necesita de la confianza, de la fe en que el ciclo se va a cumplir y lo invertido retornará con creces. Contrariamente a lo que supone el progresismo, los capitalistas aman la paz, la circulación y el crecimiento de los negocios. Las epidemias ponen en entredicho todo eso. Y esa es la razón por la que, contra todo criterio sanitario, miran para otro lado y ciegan los ojos de los demás, hasta dónde pueden.
La
circulación de personas es tan crucial para el capital como lo es el de mercancías.
De hecho las personas son, para los capitalistas, portadoras de mercancías, vendedoras
de fuerza de trabajo. Eso no significa que en determinados (muy determinados)
espacios y momentos lo impidan. Pero la interrupción de la circulación es una
afrenta para el capital. Han nacido como clase en oposición a las aduanas interiores.
De allí que aborrecen los piquetes que impiden la circulación para vender
fuerza de trabajo (en una huelga) o la circulación de mercancías (en la ruta) e
incluso de allí viene que para presionar sobre el gobierno salgan a la ruta
como forma de lockout. El derecho genérico a la circulación es un derecho
individual básico, un derecho de la sociedad burguesa básico. Que sea
cuestionado desde esa misma sociedad nunca es una opción fácil. Para hacerlo
debe exhibirse una amenaza a la acumulación que así lo exija. Por eso la
restricción no es un hecho negativo para la clase obrera en sí misma. Lo fue
durante la dictadura (también durante el accionar de la Triple A). Pero en este
momento la obligación de circular es una exposición que podría evitarse. No es
lo mismo que dejar de circular sea una forma de abortar un proceso de luchas o que
sea una medida sanitaria para intentar salvar vidas obreras. Por eso en aquel
momento la demanda central era política, recuperar las condiciones para luchar
sin que la burguesía nos asesine, y hoy es casi inversa, obtener los recursos
económicos para poder minimizar la exposición al contagio y diseminación del
virus. Es muy probable que surjan luchas en el sentido opuesto: para que no nos
impidan cuidarnos. Las explosiones de descontento de los trabajadores de salud
por la falta de recursos para su protección y la escasez de sus salarios se asocian
al reclamo de quedarse en su casa ya ocurrido en Felfort, Pepsico y otras
fábricas, aquí y en el mundo. Ese es el camino. No es la libertad de
circulación el principal reclamo en este momento sino un subsidio generalizado
a la clase obrera por el valor del salario íntegro. Para vivir de manera normal
hasta que pase el peligro. Para contribuir a resolver la epidemia.
[i] https://blogs.publico.es/otrasmiradas/30966/la-propagacion-del-coronavirus-por-europa-contra-la-narrativa-centroeuropea-derechista/?fbclid=IwAR3EJXZMwfGdLBffyGdJMzz29j5e4K6LrgvOyAcRC4E1x5hWtFb3sJpa3yU
[ii] https://www.pharmabiz.net/mercado-ivd-en-la-cresta-de-la-ola/