Voto en blanco. Levantemos la mirada al horizonte socialista

en El Aromo n° 119/Novedades

Mientras repartimos volantes llamando al voto en blanco, a repudiar este sistema y pensar en el socialismo, no pocas veces los trabajadores a los que se los ofrecemos en las esquinas o en nuestros trabajos, declinan amablemente recibirlos. Este alejamiento no es nuevo, todos sabemos que la política burguesa está pensada para que los trabajadores la vean lejos e inaccesible. Pero en estas elecciones la distancia y la desconexión parecen tener mayor profundidad que otras veces.

Por Ricardo Maldonado

Es posible suponer que esto está relacionado con una combinación devastadora. La irrupción de una pandemia de la mano de un virus mortal e inasible, sumado a la persistencia de una ya muy conocida crisis económica, nos tiene agotados. Para cada trabajador es exasperante y demoledor estar todo el tiempo atento. Es como si hubiéramos retrocedido de los modos civilizados a la vida animal. Girando nuestras cabezas a un lado y a otro, como probablemente lo hicieron nuestros ancestros en los primeros pasos erguidos africanos. Apenas podemos vivir sin dejar de estar atentos al virus, a la falta de vacunas, a la corrupción y los negociados con esas vacunas, a la inflación desbocada, al dólar que aumenta, la pobreza que aumenta, la desocupación que aumenta, la precarización que aumenta, la violencia que aumenta. Salvo los ingresos y la estabilidad laboral. Todo lo negativo aumenta. El largo camino que ha realizado la humanidad y que cada uno de nosotros trata de realizar en su vida, para intentar vivir tranquilos, se encuentra amenazado.

Tranquilo. Precisamente es una palabra que expresa mucho de lo que los trabajadores desean e incluso es una de las expresiones más ligadas al repudio a la política y a las elecciones. “Gracias, no me meto o no me gusta la política, yo lo que quiero es vivir tranquilo” ¿Y quién no?

Vivir tranquilo es una ambición nada desdeñable. La tranquilidad es necesaria para el amor o la amistad, la tranquilidad es necesaria para tener proyectos o aprender cosas, la tranquilidad es necesaria incluso para salir de situaciones complejas como la enfermedad o los duelos. Precisamente porque los socialistas valoramos profundamente las condiciones que los trabajadores necesitamos para desplegar una vida que valga la pena vivirla es que también queremos que nos dejen tranquilos. Solo una ministra de Alberto puede sugerir que Suiza es “aburrida”, probablemente porque le falta el espectáculo de 40% de pobres con el que ella se entretiene en nuestro país.

Sin embargo, aunque queremos lo mismo hay una razón por la que nosotros entregamos el volante o hacemos las propuestas que, otros -muy cercanos a nuestros sentimientos de cansancio y repudio- declinan recibir. La razón es que la política no es la causa de nuestra intranquilidad sino la herramienta que la produce. Y, como toda herramienta, lo que se realice con ella depende de quien la empuñe. La política que nos tiene hartos, e impide nuestra tranquilidad y nuestros proyectos, es la política como herramienta empuñada por los burgueses.

Y el problema no es, en el fondo, que los políticos burgueses sean corruptos insensibles, que hagan negociados y que mientan, que sean hipócritas y traidores, que repriman y se asocien con delincuentes, y que oculten mal todo eso. Todo eso es el medio, y esos políticos son la vía, por la cual una clase parasitaria e incapaz de tener un proyecto de país está hundiendo a la Argentina. Toda la política burguesa argentina se limita a repetir desde uno y otro bando que los otros son peores, son más malos. Cómo si bastara saber que el cáncer de próstata es menos agresivo que el de páncreas para elegir el primero. Y ante esas alternativas sin alternativa, y mientras se hunde la Argentina, y en ella todos nosotros, los trabajadores, el único interés de esos políticos es representar los intereses de algunos capitalistas miserables y sacar provecho para ellos.

La debacle socioeconómica del macrismo que profundizó el endeudamiento, también la inflación y desmejoró todos los indicadores sociales, colocó en el gobierno en 2019 a parte del elenco gobernante que había sido desalojado en el 2015. Volvieron en 2019 en una alianza inestable con muchos los sectores que habían ayudado desalojarlos en 2015. Este acuerdo, carente de programa y de principios, pero con una gran vocación de poder, generaba amplia desconfianza y empujó al 40% de la población bonaerense a votar al mismo Macri como el mal menor. De manera que la federación de gestores que se llama peronismo volvió al poder sin tener totalmente esmerilada a su oposición burguesa, incluso cuando éstos habían llevado la inflación por arriba del 50%. De esta manera la grieta se alimenta de sí misma, ninguno se consolida al gobernar, y por lo tanto le devuelve al otro el papel de herramienta para echarlo.

Luego de ganar, lo que caracterizó al Frente de Todos antes y durante la pandemia ha sido la ausencia de un planteo común estratégico, sobre el fondo de una interna permanente y pública. Lo que vale la pena destacar de esta interna y que repercute en la decepción y el desencanto, es que no se trata de disputas por el proyecto (ausente) de país, sino simplemente los desacuerdos en la estrategia a seguir de parte del populismo paralelo que despliega el peronismo.

Lo que, en la década del 40 a través de la Fundación Eva Perón, era incipiente y centralizado -una forma de gestión privada de los asuntos públicos de parte de miembros del elenco gobernante- se ha transformado, ante la debacle general de la sociedad capitalista argentina, en una expropiación de los asuntos públicos por bandas que se pelean a la luz del día. Los gabinetes peronistas lejos de ser una estructura de comando son una federación impotente de intereses contrapuestos. Y el análisis político, en consecuencia, se ha transformado en la interpretación de códigos mafiosos. Cómo expresión de la decadencia del capitalismo argentino, los propios burgueses declinan la lucha por un programa estratégico de crecimiento, para asociarse con esas bandas en la búsqueda de algún beneficio particular. De esta permanente lucha interna, carente de estrategia y objetivos, se deriva la apariencia de tragedia shakespeariana que nos ofrecen los políticos. Las traiciones y alianzas con enemigos para golpear a un rival ubicado entre los amigos se multiplican al no tener como límite ningún proyecto. La política burguesa suele ser nauseabunda, pero hoy es más asquerosa que nunca.

Por eso la miseria creciente que se extiende como una mancha de aceite en el conurbano bonaerense no es un problema para el peronismo sino un negocio posible y una estructura de poder que se disputan en el estado nacional, los intendentes y las organizaciones sociales adictas. Ese es el modo de armar gabinetes, repartiendo cajas y negociados. Se entiende así que el ministro Guzmán intente desplazar al subsecretario Basualdo, en teoría un subalterno, y no pueda. El gobierno no es una cadena de mandos, un “poder ejecutivo” sino islas de presupuesto y poder, sin horizonte.

Como ejemplo tenemos las vacunas. Las vacunas nunca fueron consideradas como la oportunidad para retomar lo antes posible la normalidad minimizando los costos en vidas y sufrimiento. Las vacunas fueron desde el comienzo el terreno en el que se disputaban los negocios posibles los distintos burgueses. Comparada con la burguesía argentina y su personal político, fundamentalmente el peronismo, Trump parece un humanista. Mientras que el jefe del imperialismo yanqui colocaba el dinero haciendo competir a los capitales para llegar lo antes posible a las vacunas y logró tenerlas a fines del 2020, el gobierno argentino se enredó en un juego de negociados que implicó en primer término sacar del medio a la empresa que había realizado ensayos clínicos en el país, Pfizer, mediante un artículo de una ley, luego negociar con el capitalista amigo Hugo Sigman para que provea la vacuna de AstraZeneca, en tercer término otro sector del Gobierno introdujo la negociación para traer la vacuna rusa. La primera apuesta del Gobierno fracasó ya que el día de hoy todavía no han llegado a la totalidad de las vacunas comprometidas casi un año atrás, la segunda apuesta del Gobierno fracasó a medias, ya que luego de muchísimos elogios al gobierno ruso, no consiguió que llegarán las segundas dosis y se vio obligado administrar esquemas de vacunas cruzadas de dos empresas diferentes. Para cerrar el siniestro vodevil ocho meses después de haber votado con su mayoría parlamentaria la ley que se le cerraba el camino a Pfizer para favorecer a sus amigos Sigman y, luego Figueras, un decreto del Gobierno da marcha atrás con esa ley para que puedan llegar -innecesariamente tarde- las vacunas de Pfizer.

En situaciones de catástrofe el tiempo es una variable fundamental. Centenares de miles de argentinos cayeron debajo de la línea de indigencia, decenas de miles de argentinos perdieron su trabajo, sus ingresos y sus ahorros, medio centenar de miles de argentinos fallecieron entre el comienzo de los siniestros negociados y la llegada de las vacunas fabricadas por laboratorios norteamericanos. Mientras tanto una sarta de mentiras sin fin, entre las que se destacan los 10 millones de vacunados entre enero y febrero del ministro Ginés García o los millones de Sputnik de fabricación nacional inundando el mercado en el mes de junio de la ministra Vizzoti, fueron la respuesta de un gobierno tan corrupto, como inútil y mentiroso.

Todo esto explica la indignación justa por las fotos de la fiesta en Olivos. La información, negada primero, reconocida a medias luego, tergiversada más tarde y finalmente minimizada por el Gobierno completa un ciclo iniciado por el Vacuna Gate a principios de este mismo año. El repudio y la bronca por ambos episodios son incomprensibles sin el fondo trágico mencionado de negociados que demoran soluciones y de una población que padece problemas que se agravan. Es ese telón de fondo el que resalta que los burgueses y sus políticos acceden a las vacunas que no estaban disponibles para la población, en la misma medida que esos políticos y burgueses seguían su vida normal, que le estaba vedada a los trabajadores por la amenaza de la enfermedad y la muerte.

Este es el país en que los primeros indicios sobre la participación electoral en las provincias que han realizado comicios señalan un alto nivel de ausentismo y voto en blanco. Esto no debe interpretarse como lo opuesto a la política, sí no como la política tomando caminos más claros y determinados. Por eso el problema es la duda. Durante todos los meses previos a las elecciones escuchamos la queja, la bronca y el repudio a los políticos de la burguesía. Pero llegadas las elecciones, la vanguardia de la clase trabajadora, la que ve en los políticos burgueses un problema, se ve asaltada por la duda. Duda. Porque es verdad que habría que repudiar a estos tránsfugas de todos los colores, pero si lo hacemos, si el repudio se hace visible en las urnas, si la bronca se expresa en una baja participación, una dispersión muy grande de votos, un alto número de votos blancos o anulados. ¿Qué pasaría?

Una situación así abriría una gran inestabilidad política, es verdad. Y junto a ella una disputa por el rumbo real del país. No una disputa por el maquillaje del rumbo actual, cómo se propone, por ejemplo, el trotskismo cuando resume sus aspiraciones en llegar a ser la tercera fuerza (aunque sea con menos de un décimo de los votos de la segunda) o tener diputados en el Congreso sin ninguna perspectiva. Eso hubiera servido, quizás, en un ciclo reformista en el que la tranquilidad general permite los cambios graduales y las reformas favorables. Pero no estamos en un momento de tranquilidad.

Hay dudas porque nadie quiere perder. Es obvio que no queremos perder. Pero el momento crucial de la vida política, como en cualquier otra situación vital, es saber romper con aquello que ya está muerto, es poder aceptar que no arriesgamos nuestra tranquilidad porque ya está perdida.

Pero también es el momento de comprender que no podemos dejar de tomar alguna decisión porque el juego de la vida social y política es un juego en el que nadie puede dejar de jugar, solo podemos y es lo que se suele hacer en tiempos normales y tranquilos, entregar la gestión, el control del juego a otros, es decir dejar que los políticos de siempre realicen sus tramoyas y esperar que no nos perjudiquen tanto.

Alguna vez hay que dejar de quejarse. Ese momento es cuando la queja ya no solo no sirve para nada, sino que contribuye a la estabilidad de aquello que la motiva. Cuando la queja es la válvula de escape que equilibra de nuevo las cosas. Cuando nos permiten salir al patio a gritar fuerte, para luego volver a entrar callados y calmados.

Pero además llegado ese momento es preciso recordar una hecho que suele quedar oculta envuelta en las tergiversaciones de la historia que realizan los patrones. Y el hecho es que ellos nunca nos dieron nada, todas las conquistas, todos los beneficios han sido obtenidos bajo amenaza, todo lo que nos ha permitido en algún momento tener una vida tranquila ha sido obtenido luego de largas luchas que amenazaron, como mínimo, el dominio burgués. Con los explotadores la buena voluntad y el diálogo siempre termina en pérdida de derechos, en dispersión y derrota.

Mostremos el rechazo al régimen patronal resistiéndonos a participar de su farsa, desarticulamos la tranquilidad de su dominio con el voto en blanco o la abstención. Para tener mejores condiciones en la calle. Para luchar por nuestros derechos y nuestras reivindicaciones.

Levantemos la mirada para que detrás de los oscuros bultos maloliente de la política burguesa se pueda alcanzar a ver el horizonte de una sociedad organizada y gestionada por y para los trabajadores. No agachemos la cabeza, levantemos la mirada. El horizonte es socialista.

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