La situación de Villa Azul, ubicada en el límite de los partidos bonaerenses de Avellaneda y Quilmes, es alarmante, mire por donde se la mire. Los casos de Coronavirus crecen aceleradamente día a día. Al momento, estamos hablando de 196 infectados. Pero todo indica que la cifra está lejos de ser definitiva. Hoy mismo comienza un operativo de detección en Villa Itati, que solo está separada de Azul por el acceso Perón. Todo indica que la situación allí será similar.
El desastre se hizo público este domingo 24 de mayo. Pero lo cierto es que en el barrio hacía días que se rumoreaba que había vecinos con síntomas compatibles con Covid-19. Quienes prestaban asistencia en el Polideportivo del barrio lo negaban. Pero está claro que las autoridades políticas lo sabían. A espaldas de los vecinos, los intendentes Ferraresi y Mayra Mendoza, junto al gobernador Kicillof y el presidente, ya preparaban un plan de acción.
¿En qué consistió? En un plan digno de Jair Bolsonaro, quien ya está siendo responsable de casi medio millón de infectados y que carga en sus espaldas con casi 26 mil muertos, los mandatarios del Frente de Todos cercaron el barrio. Con vallas, ejército y policía, Villa Azul amaneció totalmente blindada. Los vecinos jamás fueron notificados.
Cuando Alberto habla de privilegiar la salud por sobre la economía, miente. El confinamiento en Villa Azul lo demuestra y es, a todas luces, insostenible para los vecinos en las condiciones que imponen quienes nos gobiernan. Hace décadas que al barrio le faltan los servicios más elementales. No hay agua y ya ha faltado varias veces suministro eléctrico. El hacinamiento no hace falta explicarlo, cualquiera que vive o haya pasado por las numerosas de villas miserias bonaereneses lo sabe.
La asistencia estatal es miserable. Y estamos siendo generosos. Los vecinos cuentan que, tras el cercado, apareció un camión repartiendo bolsones. ¿Qué tenían? Un pollo, unas naranjas, unas cebollas, arroz, fideos, papa y no mucho más. Más allá de que con eso no se alcanza una alimentación de calidad, tampoco se sabe cuánto debería durar, porque nadie informó cuando sería la próxima entrega.
Recordemos además, que nadie puede salir de su casa, ni para comprar. Por lo tanto, se tienen que arreglar con lo que les dieron y con lo que tenían. Lo que tenían, obviamente, es poco. El grueso de los habitantes de Villa Azul son desocupados y viven de changas. En el mejor de los casos, pudieron acceder al pago del IFE. $ 10.000 miserables pesos, cuando la canasta que define la indigencia se ubicó en abril cerca de los $ 18.000.
Como si esto fuera poco, no se están realizando testeos masivos. Solo se le han realizado a quienes tenían síntomas compatibles con Covid-19. Estamos hablando de una enfermedad que se caracteriza justamente por la frecuencia en la que se dan casos asintomáticos.
Los infectados que han sido aislados, no la pasan mejor. En la Universidad de Quilmes se armó una unidad sanitaria para los casos leves. Quienes se encuentran allí, denunciaron la falta de insumos sanitarios elementales, como alcohol en gel o jabón, sumados a que faltan y, por lo tanto, deben ser compartidos, objetos de uso diario como vasos o cubiertos. No hay suministro de medicamentos y los alimentos son mayoritariamente, budines y pan dulce, que deben racionarse.
Los hechos de Villa Azul, muestran que detrás del humo de la defensa de la salud frente a la economía, la política real es el bolsonarismo: miseria, enfermedad y muerte. Lo primero que hay que hacer, son testeos masivos. Absolutamente a todos los vecinos, aunque no presenten síntomas. Plata y terrenos hay. Se debe expropiar uno cercano, instalar casas prefabricadas con todos los servicios y con el distanciamiento necesario. El confinamiento en la miseria, no sirve. Los vecinos deben recibir bolsones en cantidad necesaria, que garantice alimentación de calidad para todas las familias. Además, deben recibir un subsidio equivalente a dos canastas. Con hambre no hay cuarentena