Procesos de trabajo y relaciones sociales de producción entre pequeños productores mercantiles.

en Revista RyR n˚ 8

Un abordaje del campo formoseño en los noventa

Una primera versión de este trabajo fue presentada en las VIII Jornadas Interescuelas y Departamentos de Historia, Salta, septiembre de 2001. Agradezco las críticas y sugerencias de Eduardo Sartelli y Nicolás Iñigo Carrera.

La problemática de la crisis capitalista afecta a todas las clases de la sociedad. Entre las menos estudiada de ellas, tal vez por el lugar marginal que ocupa en la estructura social argentina, está la pequeña producción mercantil rural o, como prefiere Sapkus, el campesinado. Sin embargo, ningún panorama de la sociedad argentina estaría completo si se lo excluyera. A ese rescate viene este texto. Sergio Sapkus es antropólogo y docente de la Universidad Nacional de Formosa.

Por Sergio Omar Sapkus

En los últimos años, en el marco de la actual reestructuración “neoliberal” del capitalismo, se han renovado los debates en torno al lugar ocupado por la pequeña producción agrícola en las formaciones sociales capitalistas. La cuestión de la “persistencia” o “desaparición” del campesinado vuelve a ser abordada por los especialistas en la problemática sin que un cuadro uniforme haya aparecido (Pastore, 1995). Nos encontramos nuevamente con fuertes contrastes entre los análisis que enfatizan la persistencia y externalidad de la pequeña producción con respecto a las unidades capitalistas (que conduce a actualizar las viejas tesis populistas de una desarrollo agrícola campesino “autónomo” e “independiente” –por ej. Paz, 1999) y los análisis que enfatizan la indisoluble vinculación de este tipo de unidades productivas con el desarrollo capitalista más amplio, y de allí su destino variado de acuerdo a diversos contextos históricos y regionales. La “cuestión campesina” requiere de esta manera renovados abordajes empíricos que vayan aportando elementos para refinar el debate.

            Uno de los motivos que han renovado estas cuestiones es la aparición en los noventa de diversos procesos de movilización y protesta de pequeños productores agrarios en el país. En este sentido, nuestra intención es realizar una aproximación más ponderada de la base social de una de las organizaciones que han hecho su aparición en esta fase: el Movimiento Campesino de Formosa (MOCAFOR).[1] Esta organización, que aglutina a una parte importante de los pobladores rurales más empobrecidos de esta provincia norteña, ha logrado movilizar y constituir un movimiento social que ha sacudido la aparentemente calma vida política rural de esta jurisdicción.[2]

La formación social argentina está compuesta por diversas regiones donde el desarrollo de las relaciones sociales capitalistas presentan peculiaridades específicas. La región pampeana, caracterizada por un temprano desarrollo capitalista agrario, presenta características notable-mente diferentes al resto de las regiones extra-pampenas. En estas últimas, la penetración del capitalismo ha sido más lento y ha seguido vías más complejas. Es así que la organización “familiar” del proceso de producción agropecuaria siempre ha tenido un peso significativo en las estructuras agrarias de estas regiones. Pero las condiciones que posibilitaron la reproducción social de este estrato se han visto notablemente alteradas en las últimas décadas (Rofman, 1999). Y los efectos de estas alteraciones sobre las condiciones concretas de vida y trabajo de las personas que pueblan los espacios rurales aun no han sido indagadas en todas sus dimensiones, más allá de los análisis que dan cuenta de los indicadores de migración, pobreza, etc. que nos estarían hablando de un proceso de marginalización creciente.

            En este sentido, el presente trabajo aborda, con un enfoque etnográfico[3], las caracterís-ticas del proceso de trabajo de producción de algodón en bruto en las unidades de explotación agrícolas de pequeños productores en la provincia de Formosa durante la década del noventa.[4] Entendiendo que la importancia del análisis de los procesos de trabajo reside en que permite aproximarnos al grado de desarrollo del capital, a la medida en que éste ha logrado subsumir al trabajo en su propia lógica, nos interesa aproximarnos a las formas de organización del proceso de trabajo en estas unidades, en un contexto que se ha visto modificado por la reestructuración capitalista de los últimos años (Rofman, op.cit.). El acercamiento a estas formas, en unidades donde el proceso de subsunción del trabajo al capital no se ha desarrollado plena y acabadamente, nos permitirá tener una visión de la experiencia laboral de un sector social con fuerte presencia en las regiones periféricas del país y situar empíricamente algunas conceptua-lizaciones referentes al tema. En este sentido nos interesa además discutir brevemente algunos acercamientos teóricos convencionales de este sujeto social agrario.

La pequeña producción mercantil: breves observaciones teóricas

La cuestión de la pequeña producción mercantil en las formaciones sociales capitalistas contemporáneas ha sido extensamente debatida en la literatura socio-antropológica.. Como su uso difiere notablemente según el abordaje teórico esgrimido, es necesario aclarar brevemente qué entendemos por esa noción. En este trabajo, y refiriéndonos al ámbito rural, hablamos de pequeños productores para caracterizar a los sujetos sociales que están vinculados a la explotación agropecuaria en pequeña escala (usualmente llamada “doméstica” o “familiar”) relativamente especializada, en una formación social capitalista, donde se combinan, de manera diversa, las posiciones de clase del capital y del trabajo. Como tal, es un conjunto profundamente dividido, que alberga posiciones de clase contradictorias, y muestra de manera embrionaria y/o con desarrollo rudimentario las posiciones de las clases definitivas del modo de producción capitalista: la burguesía y el proletariado (Bernstein, 1994). En este sentido, está tendencialmente expuesto a desarrollar las características plenas de estos dos polos de la relación antagónica constitutiva del capitalismo y por lo tanto a la diferenciación social (ascendente o descendente).

Por esta razón no les adjudicamos a estos agentes ninguna clase de “lógica” o “racionalidad” específica o “sustantiva”, y tampoco consideramos que constituyan una clase social particular dentro de la estructura de clases. Entendemos que los agentes así categorizados no constituyen una “clase en sí” ni un sector homogéneo, sino un conglomerado de grupos sociales que no mantienen relaciones fijas ni estables entre ellos. Así, se puede concebir a las formas productivas cuyos rasgos empíricos no se ajustan al modelo típico ideal de capitalismo (relación capital/trabajo plenamente estructurada y a gran escala) como formas fenoménicas, históricamente determinadas, que adquiere el desarrollo capitalista en el campo, y principalmente en las zonas rurales del Tercer Mundo.[5] Es posible pensar así de manera no esencialista en la dinámica social y productiva de aquellas capas de productores.[6]

            En términos generales, las unidades productivas de este estrato son poseídas por los jefes de las unidades domésticas (U.D.), que recurren principalmente al trabajo de los miembros de las U.D. en base a la experiencia pasada, esto es, en base a rutinas de origen empírico. La producción es llevada a cabo con instrumentos simples, con métodos artesanales y depende fuertemente de las condiciones naturales. Como veremos más adelante, para el caso que nos ocupa, en los últimos tiempos también se han introducido tecnologías mecánicas y bioquímicas que complejizan la situación y las características de los procesos laborales sin alterarlos significativamente. Algunos de los rubros para el mercado son consumidos como valores de uso. A esto se puede agregar que los niveles de acumulación y diferenciación son bajos y que, muchas veces, se alquilan los medios de producción y se utiliza fuerza de trabajo extra-doméstica en base al reparto del producto y a arreglos no monetarios.[7]

Los pequeños productores rurales de Villa Gral. Belgrano y Misión Tacaaglé

El grupo de pequeños productores (“campesinos”) que abordamos empíricamente, los que habitan en los alrededores de las localidades Villa General Belgrano y Misión Tacaaglé[8], de donde ha surgido el MOCAFOR, organizan el proceso productivo bajo secano de sus explotaciones en torno a dos productos para el mercado: el algodón y las hortalizas (fundamentalmente zapallo y calabazas). El algodón es un producto industrial no apto para el consumo directo y es el cultivo tradicional de esta capa de productores formoseños. La razón por la cual continúa siendo el cultivo comercial al que se le dedica mayor atención, pese a la constante y progresiva crisis de rentabilidad que afecta a los pequeños productores por lo menos desde los setenta y que se ha profundizado dramáticamente en los noventa, es que es el rubro de mayor seguridad productiva y comercial de la provincia. Con respecto a las hortalizas, se comercializan a largas distancias (las grandes ciudades del Centro-Litoral argentino) para su consumo fresco, aprovechando ciertas condiciones climáticas de la zona que hacen posible su cultivo en determinadas épocas del año en que los cinturones verdes de aquellas ciudades no los producen (son cultivos de “primicia”). En determinadas coyunturas, con una buena cosecha y una buena situación del mercado, la venta de este rubro genera un ingreso monetario relativamente elevado para estas explotaciones. Además de estos dos, los campesinos de la zona venden otros rubros producidos en sus parcelas (productos hortícolas, animales domésticos), como así también los animales vacunos que posee, en momentos de necesidad de circulante. El resto de los cultivos que producen en sus chacras son consumidos como valores de uso (mandioca, porotos, maíz, etc.), así como también la mayor parte de los animales domésticos que crían (aves de corral y cerdos, fundamentalmente).

            Cabe agregar que la mayoría de las U.D. de la que estamos hablando recurre a una variada gama de fuentes de recursos para garantizar la reproducción de las U.D. y de la explotación, esto es, recursos que pueden ser canalizados hacia el consumo reproductivo o productivo. Además e los ingresos monetarios y valores de uso de origen parcelario que hemos comentado, se recurre en grado variable a la inserción de miembros de las U.D. en el mercado de trabajo (local, regional o nacional). Esta incorporación de dinero al presupuesto doméstico se da no sólo a través de los miembros que residen permanentemente en el predio y se emplean temporalmente en la zona, sino también a través de aquellos que migran periódicamente a los centros urbanos y/o de los que lo hacen de manera permanente y envían remesas de dinero a los residentes.

            Otros recursos son vehiculizados a través de la acción del Estado (nacional o provincial): pensiones, ayuda alimentaria directa, entrega de insumos –semillas, aves de corral-, subsidios, hasta hace unos años las asignaciones familiares, capacitación en tareas agrícolas y artesanales no tradicionales, etc. Estos recursos son distribuidos de acuerdo a una lógica clientelística. Además, también obtienen recursos de diversas organizaciones no gubernamentales, que en la zona están vinculadas en mayor o menor medida a la Iglesia Católica (alimentos, medicamentos, prendas de vestir, insumos agrícolas, capacitación técnica).

            Todo esto configura un cuadro bastante complejo. La importancia de cada una de estas fuentes variará de acuerdo a diversos factores (dotación de recursos con que cuente la unidad productiva, condiciones del mercado de trabajo y de productos, condiciones climáticas, políticas estatales, tamaño y composición del as U.D., etc.). Pero aun así se puede establecer que, dentro del universo de unidades que se encuentran bajo nuestro foco de análisis, algunos estratos se recuestan más en algunas de ellas de acuerdo, básicamente, al lugar en el que están ubicados en el proceso de diferenciación social.

            En el presente trabajo abordamos solamente las condiciones de trabajo en la pequeñas unidades de explotación agrícolas donde las personas que las operan ocupan los lugares más deprimidos de la escala social de la población dedicada a tales actividades. Estas unidades son aquellas que dedican, como límite máximo en los últimos seis años, veinte hectáreas de su parcela al cultivo agrícola. De acuerdo a los estándares de la región, veinticinco Ha. constituye el umbral mínimo de superficie explotada con algodón a partir del la cual una unidad puede obtener un excedente por encima de las necesidades de consumo de la U.D. y de mantenimiento y reposición de los medios de producción utilizados (reproducción simple) y puede, en coyunturas específicas, iniciar procesos de reproducción ampliada. Los que pertenecen al grupo de los que superan este umbral y explotan hasta 100 Ha. de sus predios son los campesinos “ricos” de la zona. Por encima de ellos ya se encuentra la burguesía agraria local (que gestionan unidades productivas agropecuarias donde se ha desarrollado plena y acabadamente la subsunción formal del trabajo al capital). Los que no alcanzan el umbral mínimo pueden ser clasificados a su vez en tres grupos:

-los productores de infrasubsistencia: son aquellos que no cultivan más de 3 Ha. de algodón, más diminutas parcelas de autoconsumo. El rasgo central de este grupo es que dependen de los ingresos extra-prediales para asegurar la supervivencia de los miembros de la U.D. (y aún así con niveles de consumo extremadamente bajos, categorizables en lo que se conoce como población N.B.I.). Son U.D. semi-proletarizadas. Utilizando el lenguaje “emic”, son los mboriajhú api (pobre pelado, en lengua guaraní) o “pilinchos”. Abarcan cerca del 70% de las U.D. de la zona con menos de veinte Ha. trabajadas.

-los productores de subsistencia I: Trabajan entre 4 y 10 Ha. de sus parcelas. Las U.D. correspondientes a este estrato tienen un nivel de consumo menos deprimido que el anterior (no alcanzan el nivel de pobreza extrema), en parte asegurado por una producción de autoconsumo más diversificada. La disponibilidad de tierra pata para uso agrícola dentro de sus predios les permite ampliar la superficie de cultivo en años prósperos. Poseen además un parque de equipamiento agrícola más completo, aunque no mecanizado, y estructuran sus “estrategias de supervivencia” en torno a las ventas de los productos prediales. La diversificación de ingresos aquí apunta más que garantizar la satisfacción de las necesidades mínimas de consumo, a ahorrar contra las malas cosechas y/ o a conseguir un ingreso adicional para invertir en pequeñas mejorías del nivel tecnológico de la explotación. En el lenguaje “emic” son los mboriajhú ryguá (pobres llenos, en idioma guaraní). Abarcan cerca del 20% de las U.D.

-los productores de subsistencia II: Dedican hasta 20 Ha. de sus parcelas al laboreo agrícola. El nivel de consumo es un poco superior al del estrato anterior (observable en la calidad de las viviendas que habitan) y cuenta con un mejor equipamiento tecnológico: poseen en general un tractor (aunque antiguo –de más de quince años- y de poca potencia –70 o 90CV.). También poseen vehículos de transporte automotor (camionetas o pequeños camiones) e implementos agrícolas más sofisticados y en mejor estado que los poseídos por el estrato anterior. En este caso también poseen tierras agrícolas disponibles dentro de las parcelas que no es regularmente trabajada y puede ser utilizada en años de bonanza. Y aquí también, y en mayor medida que los mboriajhú ryguá, la diversificación de fuentes de recursos apunta a garantizar la reproducción de la unidad productiva. Abarcan cerca del 10% de este sector de unidades productivas.

            En el lenguaje leninista clásico, estos grupos corresponden a los campesinos pobres y medios (Lenin; 1973). La diferencia entre ellos expresa las diferentes presiones ejercida por la dinámica contradictoria de la forma de producción que corporizan (combinación inestable de capital y trabajo en una misma unidad productiva), que los lleva a reproducirse como fuerza de trabajo (reproducción diaria y generacional de la U.D.) o como capital (mantenimiento, reposición o posible expansión de los medios de producción). Entre los mboriajhúi api, su situación de clase, más allá del control formal sobre una exigua porción de tierra, los compele a desarrollar estrategias de reproducción en tanto fuerza de trabajo. El estrato de los “productores de subsistencia II” intentan, con mucho esfuerzo, reproducirse como capital, como pequeños patronos. El estrato intermedio, el de los mboriajhú rygua es el que se encuentra en la situación más ambigua con respecto a los dos polos de la relación capital/trabajo.

El proceso de trabajo en la agricultura en pequeña escala: el algodón

La peculiaridad del proceso de trabajo agrícola consiste en que debe adaptarse al ciclo natural biológico de la planta. Esta peculiaridad dificulta la subsunción del trabajo al capital en esta rama de la economía y hace que las formas de desarrollo de la mercantilización y del capitalismo sean más desiguales que en otros sectores económicos. Mientras que la producción industrial transforma materiales previamente apropiados de la naturaleza por un proceso extractivo anterior, la producción agrícola transforma la naturaleza a través de la misma actividad de apropiársela, estando por lo tanto más expuesta a las condiciones naturales. En términos generales se plantean tres motivos específicos que inhiben la introducción del capital en la agricultura. El primero es que las incertidumbres climáticas añaden un riesgo extra al riesgo “normal” de la concurrencia mercantil. El segundo es que en la agricultura el tiempo de trabajo no es idéntico al tiempo de producción, ya que éste depende del ciclo de crecimiento de las plantas, durante la cual el capital permanece inactivo e incapaz de realizar ganancias. El tercero es que las dificultades (y por lo tanto el costo) del control del trabajo son mayores en una finca agrícola que en una fábrica.

            Es preciso aclarar, de todas maneras, que estos factores dificultan el desarrollo del capitalismo pero no lo imposibilitan de forma total y permanente. Las leyes concurrenciales que operan en todas las ramas de la economía presionan para que las unidades agrícolas de explotación eleven su productividad a través de la innovación tecnológica, que busca estandarizar la producción agrícola reduciendo las incertidumbres y obstáculos de la naturaleza (a través de la mecanización y aplicación de tecnologías bioquímicas).

            Las formas fenoménicas que adquieren las unidades de explotación en el agro presentan entonces una complejidad y variabilidad acentuadas debido a las particularidades del trabajo agrícola. Esto explica la particular desigualdad con que el capitalismo se desarrolla en la agricultura y abre vías analíticas para pensar realidades agrarias concretas.

            Veamos más de cerca este problema en el caso de la producción de algodón en rama entre los pequeños productores anteriormente identificados. El proceso de trabajo en la producción de algodón se divide en cuatro grandes fases, diferenciadas temporalmente: la preparación del suelo, la siembra, el cultivo y la cosecha. Estas se realizan entre julio-agosto y abril-mayo del año siguiente, en que acaba definitivamente la recolección de los capullos. Hasta mediados de la década del ochenta, la mayoría de los productores de las franjas más pobres que hemos identificado realizaban todas las operaciones del ciclo de manera tradicional, sin mecanización. Recurrían a la fuerza de trabajo del grupo doméstico para las tareas agrícolas y, en coyunturas definidas, donde se produce una gran demanda de mano de obra que excede la capacidad de esta fuerza laboral (durante la tareas de desmalezamiento –“carpida”- y cosecha), se recurría mano de obra extra-doméstica, a través de la contratación de jornaleros (“cosecheros”) y/o de las instituciones de intercambio de trabajo con vecinos y parientes. Con respecto al aspecto técnico del proceso, se utilizaba así la tracción a sangre para todas las operaciones de labranza del suelo durante el ciclo agrícola y para determinadas tareas como la “carpida” y la cosecha se recurría exclusivamente al trabajo manual. Las innovaciones tecnológicas orientadas a elevar la productividad de la tierra tampoco eran muy utilizadas.

Esta situación comienza a modificarse en los setenta y el cambio se consolida a mediados de los ochenta, cuando se generaliza progresivamente la utilización y el alquiler de tractores y se incrementa la utilización de agroquímicos (fundamentalmente fungicidas y plaguicidas).[9] Esto introduce cambios en los procesos de trabajo en algunas operaciones del ciclo agrícola, principalmente por la introducción del tractor y la relativa decadencia del uso de los implementos de tracción animal, que amplia la división social y técnica del trabajo. En efecto, hace su aparición el “tractorista”, la persona que conduce el tractor y que generalmente es un trabajador jornalizado (o un miembro subordinado del grupo doméstico). En las tareas de fumigación también se puede apreciar una complejización de la división de las tareas porque esta operación queda a cargo, en los casos de los productores de subsistencia I y II, de operarios que no son los jefes de las explotaciones. Se avanza entonces a formas de división del trabajo complejas. Sin embargo, y para realizar un juicio que destaque la situación general de este sector, este progreso tecnológico no es de serio alcance, todavía no supera las mejoras marginales. Esto se expresa en la baja productividad de estas explotaciones.[10]

            En síntesis, en las tareas consideradas predominan las formas simples de cooperación. Lo mismo sucede, podemos agregar, en la producción del otro rubro principal para la venta: las hortalizas. Esto es, formas en las cuales en que los productores directos se reúnen para llevar a cabo la misma o similar operación. En este sentido observamos que en los momentos críticos del ciclo del algodonero, cuando hay que aplicar mucho trabajo en poco tiempo (en la carpida y en la cosecha), esta forma de cooperación arriba a su máxima eficacia al permitir producir una mayor masa de valores de uso y constituye el umbral técnico a partir del cual se desarrolla la cooperación capitalista plenamente desarrollada, con división sistemática del trabajo. Observa-mos también que para algunas operaciones, la división del trabajo se torna más compleja: las tareas mecanizadas y la fumigación. Aquí el jefe de la explotación no participa del trabajo productivo y éste queda a cargo de operarios jornalizados, alcanzando niveles de división social del trabajo. Si bien hemos dejado fuera de nuestro foco de análisis los procesos de trabajo en las fincas capitalistas, es preciso señalar que en éstas el proceso de trabajo y el grado de cooperación alcanzado aparece más claramente demarcado de acuerdo a la división manufacturera del trabajo: las tareas de laboreo del suelo y de cultivo las realiza el “tractorista” y las tareas de carpida y cosecha las llevan a cabo manualmente los jornaleros. El jefe de la explotación se reserva las tareas de gestión y supervisión del trabajo ajeno, trabajo que todavía posee características artesanales. Y esto porque aun no han incorporado tecnología que haga posible una reorganización del proceso de trabajo que avanzaría hacia formas de división del trabajo de “manufactura moderna” del mismo (como parece estar sucediendo en otras zonas algodoneras del país, con la introducción masiva de la cosechadora mecánica –cfr. Rofman, cit.).[11]

Sobre las relaciones sociales de producción en la pequeña producción mercantil

Las unidades de producción de los pequeños productores mercantiles constituyen a la vez una U.D. y una unidad productiva. Esto es, son a la vez un conjunto de personas que comparten un espacio vital y un presupuesto, conjunto que suele basarse, aunque no necesariamente, en relaciones de parentesco (Benería y Roldán, 1992: 34); y un espacio donde la organización de las relaciones de producción resultan en la producción de un valor de uso diferenciado. Así, de acuerdo a diferentes factores, estas unidades tenderán a enfatizar la reproducción de la U.D., esto es, de la vida humana, o de la explotación, de la producción de mercancías. Lo importante aquí es resaltar que esta unidad no puede reproducirse fuera de los circuitos mercantiles, ya que la posibilidad misma de esta reproducción reposa en el acceso de bienes y/o servicios que circulan como valores de cambio. Y esto sucede aunque no todas las relaciones sociales están plenamente mercantilizadas dentro de las unidades económicas.

Dentro de estas unidades económicas y entre ellas se establecen diversas relaciones de producción. Estas relaciones son muy complejas de analizar a un nivel micro. Como punto de partida debemos considerar el acceso y el control de los medios de producción, con su corolario de control y poder en la toma de decisiones. En estas unidades productivas el control de estos recursos está en manos del jefe de la U.D. No puede considerarse que la U.D. controle homogéneamente los medios de producción. Si bien en un primer momento podemos considerar que en este tipo de unidades la figura del capitalista y del obrero se encuentran combinadas, esto se da de manera no ambigua solamente en la medida que la unidad esté gestionada por una sola persona. Lo cierto es que son varias personas, en principio las que constituyen la U.D., las que cooperan y contribuyen de distintas maneras para llevar a cabo el proceso de producción. Aquí estamos hablando de la primera forma que adquieren las relaciones de producción dentro de estas unidades de producción: la cooperación intra-doméstica. Estas se configuran entonces cuando el jefe de la explotación moviliza fuerza de trabajo no pagada de su U.D. para realizar determinadas tareas productivas (“trabajo familiar”). Se dibujan entonces un cuadro de tensiones y conflictos dentro de la U.D. que obligan a ser cautos acerca de la caracterización de la naturaleza de las relaciones sociales internas a ella. Generalmente se tiende a considerar a la U.D. como una forma socioeconómica unitaria y homogénea, ignorándose el hecho de que donde los medios de producción son poseídos de manera privada por uno solo de sus miembros, la familia campesina está internamente atravesada por relaciones de clase (Brass, 1990). En situaciones específicas, de este modo, el miembro de la familia que posee la tierra trabajada por toda la U.D. puede tener intereses económicos que son diferentes (e incluso opuestos a) aquellos de sus miembros sin tierra, una contradicción de clase que da origen a conflictos intra-parentales.[12] La relación productiva en las unidades campesinas entonces no es asimilable a la simple relación familia/tierra, ya que el proceso de mercantilización que afecta a estas unidades alienta la estructuración de relaciones de subordinación cuasi-clasistas por género y edad que parecen oscurecidas con el lenguaje “familístico”. Esto es percibido no solamente a través de las categorías analíticas utilizadas por el investigador, sino que el mismo lenguaje y categorías “emic” muchas veces deja traslucir la ambigüedad de las relaciones: “Para que vos entiendas, mi hijo es mi “secretario”, te voy a decir”.[13]

Todo esto conduce a cualificar la noción común entre los estudiosos de la temática campesina de “auto-explotación” familiar y a observar que la cooperación familiar, que se constituye en base a diferencias de poder en torno a las diferencias de género y edad, como la “base de la cooperación capitalista” (Lenin, cit., pág. 90, 364). Este tipo de cooperación atravesada por estas desigualdades se desarrolla con más claridad en las unidades correspondientes a la de los campesinos medios y “ricos”, donde las unidades de explotación son antes que nada espacios de producción de mercancías. En el otro extremo de la estratificación, las desigualdades mencionadas se expresan en que los efectos de la proletarización de la U.D. en su conjunto se hacen sentir diferencialmente por género y edad (las mujeres amplían el radio de participación en tareas productivas, sin dejar de ser las principales ejecutoras de las tareas reproductivas; los niños comienzan a participar en las tareas productivas a menor edad, etc.).

            Otras forma de movilizar trabajo para las operaciones parcelarias son aquellas en las que se incorpora trabajo extra-doméstico a través de arreglos no monetarios. Nos movemos acá en el terreno de la segunda forma de relaciones de producción que se establecen entre estos productores: la cooperación Inter.-doméstica. Aquí el jefe de la explotación recurre a la movilización de mano de obra de fuera de los lindes de su U.D. en base a determinadas relaciones sociales como el parentesco (real o ficticio), la amistad o la vecindad. Una forma de pagar esta mano de obra mediante la devolución del mismo valor de uso recibido: el trabajo. El jefe de la explotación (o algún miembro de su U.D.) realiza en la parcela de la persona que anteriormente trabajó en su chacra alguna actividad productiva. Esto es, se constituyen las contraprestaciones recíprocas de trabajo. Es lo que se conoce en la zona como “minga”. Si bien podemos caracterizar a esta forma como no implicación explotación entre los participantes en tanto se da entre unidades de producción ubicadas en el mismo estrato, es decir, donde predomina la simetría de la relación, esto no puede ser generalizado. Cuando la dotación de recursos de las personas involucradas en la prestación es diferente, el vocabulario de parentesco y/o amistad con que está recubierta (“Mi amigo me ayudó para la carpida”, “Mis hijos fueron a la chacra de don x a ayudarle a cosechar la primera vuelta”) oscurece el carácter asimétrico de la misma y el hecho de que estos arreglos constituyan una forma de apropiarse del plus-trabajo de las U.D. más pauperizadas. Esto es, formas rudimentarias de capital/trabajo son evidenciables por detrás de la costra ideológica y ritualística adherida. Esto aparece más claramente cuando el trabajo es retribuido de forma no monetaria pero con un bien de uso diferente al que se tomó. Esto en la zona sucede frecuentemente a través de arreglos donde los mboriajhú api laboran las parcelas de los pequeños productores más capitalizados a cambio de que éstos les den algún insumo productivo.

            La tercer forma que toman las relaciones de producción entre estos sujetos sociales es el de la contratación de trabajo asalariado. Aquí el vínculo salarial reemplaza progresivamente a los ambiguos arreglos no monetarios. Como vimos, la necesidad de contratar mano de obra asalariada deriva de las propias necesidades del ciclo de producción de la planta de algodón que en determinadas fases demanda mucha mano de obra. Se recurre entonces a la contratación de braceros que provienen de otras U.D. de la zona como así también de personas no vinculadas a las tareas agrícolas que residen en las poblaciones cercanas o en otros lugares de la provincia y de fuera del país (Paraguay) que migran estacionalmente para esta altura del año. Estas formas salariales también presentan cierta complejidad para el análisis ya que los que contratan asalariados para una determinada tarea o cierta fase de esa tarea, pueden asalariarse posteriormente en otras unidades productivas del mismo estrato. Algunos autores sostienen en este sentido que sólo si la contratación de esta fuerza de trabajo externa a la U.D. contribuye a un proceso de acumulación sostenido, tendríamos que hablar de una “auténtica” relación capitalista en dicha unidad económica. Esto es, que sólo en este caso tendríamos que hablar de subsunción formal del trabajo al capital (Llambí, 1981). Otros sostienen que a este tipo de argumentos se les escapa que, de ser así, muchas empresas en al industria manufacturera en el sector urbano no podrían ser consideradas capitalistas (Brass, op. cit.). De todas maneras, esto puede clarificarse un poco observando que no todos los estratos se emplean vendiendo su fuerza de trabajo de manera temporaria en otras parcelas. Esto lo hacen fundamentalmente los mboriajhú api. En el estrato de los mboriajhú rygua esta estrategia aparece con mucha menos frecuencia, dependiendo más de factores coyunturales. Los miembros del estrato de subsistencia II no participan como vendedores de fuerza de trabajo en el mercado de trabajo agrícola. Esto es, que los que participan en el mercado de trabajo agrícola son fundamentalmente los semi-proletarizados, por lo que las formas salariales, aunque no sean estables y permanentes, estarían hablando de relaciones capital-trabajo, aunque “atrasadas”. Debemos recordar también que el significado de estos ingresos, más allá de la rama de la economía en que se inserten como vendedores de fuerza de trabajo los miembros provenientes de las U.D. de estos estratos, es diferente según la estrategia de reproducción que sigan las unidades.

Reflexiones finales

Marx identificó tres momentos en el desarrollo de la producción capitalista: la producción artesanal (cooperación simple), la manufactura y la fábrica (gran industria). Mientras que estos momentos han aparecido en una particular secuencia histórica en Europa occidental, el rango real de formas en lugares específicos está determinado coyunturalmente. En la zona rural de la provincia de Formosa una parte importante de las unidades productivas, las más pequeñas, organizan los proceso de trabajo en base a la cooperación simple. Esto deriva del escaso desarrollo de las fuerzas productivas y la dificultad para convertirse en formas complejas de cooperación. Pero la presión de la competencia, acentuada en los últimos años, conduce a que podamos observar operaciones cuya organización se acerca a la división compleja del trabajo, de tipo manufacturero. Esto se registra no solamente a nivel de las relaciones sociales extra-domésticas sino también intra-domésticas. En las capas más capitalizadas, la pequeña burguesía más próspera, esta forma de organizar la producción predial adquiere rasgos más nítidos.

En vinculación con las características de los procesos de trabajo, las relaciones de producción que se establecen en estas unidades presenten dificultades notorias para su análisis. Es necesario entonces recurrir a categorizaciones que no confundan las expresiones manifiestas de los procesos sociales con las relaciones subyacentes que las constituyen y las explican, a fin de dar cuenta de las relaciones capitalistas y sus efectos variados y contradictorios sobre la realidad empírica (oscurecidos frecuentemente por la utilización de categoría tales como el de “explotación familiar”). Y de esta manera observar cómo el capitalismo se desenvuelve, de maneras complejas, tanto fuera como dentro de las pequeñas explotaciones mercantiles.

Bibliografía

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[1]Han aparecido en los últimos años diversos trabajos que abordan esta cuestión en otros movimientos del país y de países latinoamericanos. El problema de una parte importante de estos abordajes es que, o tienden a conceptualizar a su base social como agentes de “modos de producción” diferentes y alternativos al capitalismo (“producción popular”), o a conceptualizarlos sin más como una “nueva clase obrera”, pasándose por alto las complejas configuraciones de clase hacia adentro de este estrato social.

[2]Un análisis más detallado de las acciones llevadas a cabo por esta organización y el cuerpo ideológico que configura su identidad lo realizamos en Sapkus, (2001).

[3]Los datos primarios utilizados en este trabajo han sido relevados en diversas visitas al terreno realizadas en los años 1999-2000.

[4]La provincia de Formosa está ubicada en la región NEA. Presenta una estructura económica basada en la producción de algodón, llevada a cabo en pequeñas y medianas explotaciones, y en la ganadería tropical. La actividad industrial es muy reducida. La maquinaria estatal emplea a una porción muy importante de la PEA (Carrera, Podestá y Cotarelo, 1999). Presenta además los mayores niveles de pobreza del país (Manzanal, 1999). Carrera, Podestá y Cotarelo (ibíd.) ubican a la provincia en la estructura económico-social definida como de “pequeña producción mercantil, principalmente en el campo” en su clasificación de estructuras económico-sociales concretas del país.

[5]El origen de esta capa de pequeños productores agrícolas en Formosa es un efecto de la actividad mercantil.-capitalista en la región, un territorio relativamente vacío de población antes de la llegada de los colonizadores y del control efectivo del Estado-nación argentino a fines del siglo XIX. Esto es, el campesinado en Formosa se desarrolla como efecto de la expansión del capitalismo “en extensión” en la región, como producto de su incorporación a la división capitalista del trabajo de la formación social nacional. Se configura, más específicamente, a partir de la década del treinta del siglo pasado, en momentos en que el aumento de la demanda de fibra textil por parte de la industria textil nacional estimuló la radicación espontánea de migrantes provenientes de otras jurisdicciones provinciales y de la vecina República del Paraguay en las tierras fiscales con disponibilidad agrícola que habían quedado fuera del primer reparto de tierras de fines del siglo XIX.

[6]Evitamos así las posiciones evolucionistas unilineales y a las “articulacionistas” que, más allá de sus diferencias en torno a la persistencia o desaparición de este sujeto social, coinciden en considerar a estas formas productivas como fenómenos externos al capitalismo.

[7]En la literatura especializada se recurre a la noción de “campesino” para dar cuenta de este sujeto social. Entendemos que esta noción, en tanto categoría analítica, no es precisa y oscurece el análisis. De todas maneras, la utilizaremos en algunos pasajes del trabajo como simple noción descriptiva.

[8]Las poblaciones están ubicadas a 250 kms. de la capital provincial y media entre ellas una distancia de 30 kms. La primera cuenta con 5000 hab. y la segunda con 2000. La zona es atravesada por el riacho El Porteño, afluente del río Paraguay, cuyos albardones poseen tierra de alta fertilidad para los estándares provinciales. Esto hace que esta zona constituya una de las concentraciones de explotaciones agrícolas más importantes de la provincia. En la zona coexisten pequeñas y medianas explotaciones agrícolas y estancias ganaderas (con explotación extensiva). Hay trece asentamientos de pequeños productores (“colonias”) en la zona, donde residen alrededor de 3000 personas.

[9]Esto se vincula a la aparición de diversos programas de auxilio a la pequeña producción agropecuaria que toman cuerpo en esta década a través del Estado y de diversas ONGs, con diferentes fuentes de financiamiento. También es preciso mencionar la creciente emigración rural que se acentúa en los ochenta, que incide en la capacidad laboral de los grupos domésticos.

[10]El rendimiento promedio por Ha. es de 1500 kgs. La producción bajo riego y en fincas capitalistas en otras zonas del país logra rendimientos cinco veces superiores.

[11]En la producción del algodón es la introducción de la cosechadora mecánica la que permite un salto en la productividad y en la sujeción del trabajo al capital. En la zona considerada no se ha producido aún la incorporación de esta tecnología en las fincas capitalistas y en la provincia en general tampoco se observa un incremento significativo del desplazamiento de la recolección manual por la cosecha mecánica.

[12]Estos conflictos intraparentales se registran, en el clivaje generacional, en el abandono del predio por parte de los hijos en la etapa de fisión del ciclo de vida doméstico. También se registra en las diferencias en el consumo de bienes de subsistencia dentro de las U.D., donde el tipo y la cantidad de los bienes y servicios consumidos no se distribuye igualitaria ni equitativamente. Esta situación, si bien está fuertemente enmascarada por el discurso familístico, no es pasada totalmente por alto por los lugareños. En una de mis conversaciones con ellos, se me señalaba que cierto pequeño productor de la zona, de los estratos más capitalizados, había expandido la escala de producción de su explotación “matando de hambre a sus hijos”. Esto es, donde no son los requerimientos del consumo familiar los que determinan la dinámica de la unidad económica sino los imperativos de la acumulación.

[13]En la provincia se utiliza la expresión “secretario/a” para referirse a la persona que trabaja para otra de mayor “status” y poder en una relación personalizada y donde puede o no existir una retribución monetaria. Se suele denominar de esa forma a las personas que trabajan en el servicio doméstico.


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