Ojos que no ven, repudio que no se siente

en Aromo/El Aromo n° 118/Novedades

Mire por donde se lo mire, el desempeño electoral de la izquierda trotskista, en todas sus variantes, es pobre y exhibe los coletazos de la crisis profunda que la atraviesa. Crisis de una estrategia electoralista que fue el resultado de un giro socialdemócrata de todo el trotskismo y produce desastres ya no solo a nivel político-programático (el abandono del socialismo en nombre de las identidades y la política de ampliación de derechos) sino que hace agua en el propio terrero de los comicios. Eso que se hizo visible en las elecciones nacionales generales de 2019, donde el FITU se fue con las manos vacías se vuelve a confirmar ahora, en las elecciones provinciales (Jujuy y, sobre todo, Salta) y seguramente lo haga en septiembre y noviembre.

Guido Lissandrello

La fantasía

La única forma de creer que el trotskismo electoralista está en buen momento es leyendo las prensas de los partidos que lo componen o, lo que es igual, sin mirar la realidad de frente. No importa que suceda en los cuartos oscuros, los balances siempre rebozan del exitismo más vacuo: “muy buena elección”, cuando el amperímetro se mueve un milímetro a favor o “importante resultado” cuando se debe tapar el retroceso más obvio. Los balances de los comicios salteños, acontecidos el domingo pasado, muestran ese escenario. Lo particular radica en que es la primera oportunidad en que se enfrenta la Tendencia del Partido Obrero contra el FITU, en este caso de la mano del NMAS, es un frente que duró semanas.

El FITU cree haber hecho una buena elección porque recuperó algunos votos en relación a los guarismos de 2019 y consiguió un convencional constituyente. En la tierra de “Salta La Troska”, donde el frente supo salir primero en el distrito más importante, Salta Capital, para los cargos de senadores y diputados provinciales, arañando casi el 30%, conquistando 4 bancas de diputados y 1 en senadores, teniendo la posibilidad de tener la presidencia del Parlamento y proyectando una disputa por la intendencia capitalina, los partidos trotskistas ahora se conforman con abandonar el parlamento y tener un convencional constituyente. Para colmo del caso, ese constituyente proviene del PTS, lo que muestra la humillación a la que la banda de Solano sometió a su propio partido en la provincia que supo ser su bastión frente al prácticamente inexistente partido de Del Caño. Dicho sea de paso, el caso salteño no parece ser una excepción. Al contrario, las recientes elecciones provinciales en Jujuy confirmaron lo mismo. En 2017 el FIT cosechaba 59.251 votos (18,6%), lo que le permitió conquistar 4 bancas. Este año, su caudal se redujo a 27.460 (7,44%) y se despide del parlamento provincial, porque se vencen los cargos anteriores y no se conquistaron nuevos. Del “Vilcazo” solo quedó el humo…

Por su parte, la Tendencia y el NMAS creen tener un mundo que ganar por la simple razón de que no tienen un mojón anterior con el cual compararse. Todo es ganancia. Para Castañeira, porque el partido debuta por primera vez en la provincia y por el solo expediente de haber trazado una alianza con los expulsados del PO. En el caso de Altamira, se lava las manos del pasado del partido que el mismo dirigió, porque puede empardar a sus expulsores y porque ha cosechado algo más que en 2019 cuando compitió en las PASO salteñas dentro del FITU. Lo cierto es que no supera el horizonte del internismo en una izquierda que se cree inmune y por fuerza del rechazo a los partidos que comenzó vislumbrarse en la provincia.

La realidad

Para calibrar cabalmente la situación lo que hay que mirar es la realidad, abstrayéndose de los intereses mezquinos de internas partidarias completamente menores, que poco interés tienen para la clase obrera argentina, que sufre en sus espaldas una de las crisis más profundas de este país en bancarrota. Veamos entonces los números en frío.

En los comicios de este domingo se disputaban tres rubros provinciales: senadores, diputados y convencionales constituyentes. Si queremos medir el desempeño provincial de las fuerzas políticas, tenemos que concentrarnos en el tercero de estos rubros, porque algunos distritos renovaban diputados mientras que otros lo hacían en senadores. Tomado de esta manera, el FITU cosechó 15.352 votos y la Tendencia-NMAS 14.043, lo que representa un 2,4% y un 2,2% de los votantes, respectivamente. Ahora si lo extendemos al conjunto del padrón, en unas elecciones que se caracterizaron por el ausentismo, los números caen a 1,5% y 1,3%. Puede que esto diga poco para quienes están pensando en bancas y pisos electorales, pero es un dato que refleja, aún de manera distorsionada, en qué medida estas fuerzas políticas resultan o no atractivas para la clase obrera.

Veamos ahora la comparación con la elección provincial inmediatamente anterior, en la que se elegía gobernador, senadores y diputados. Para ello tenemos que tomar la primera de la categoría, la única que se votaba en todos los distritos. En ese momento el FITU cosechaba 17.045 votos, un 2,4% de los votantes (y un 1,7% del electorado). El frente hoy no hizo una mejor elección, aunque se podría argumentar que los dos frentes juntos sí cosecharon más votos y por tanto hay un crecimiento de la izquierda (siempre con la salvedad que comparamos legislativas contra ejecutivas, en breve vamos a encarar otra forma de entrarle al asunto).

Ahora bien, si superamos la estreches de miras, esa que se enfoca solo en la elección anterior, podemos evidenciar una evolución diferente que no garantiza festejos. En 2017 los comicios provinciales fueron legislativos. Allí el FIT cosechó 25.574 votos para diputados, casi el doble de los que obtuvo ahora y unos cuatro mil menos que los dos frentes sumados. Si estos números amenazan con aguar el exitismo, los de los años de “Salta la troska” son sencillamente lapidarios. Por aquellos años el frente obtenía para diputados 85.632 votos. Acá no hay cuentas que permitan avalar una buena elección en 2021.

La clave para poder reconstruir la trayectoria del frente a largo plazo, está en seguir el desempeño en Salta Capital que es, además, la madre de las batallas provinciales. En 2013 el frente obtuvo, como dijimos, el primer lugar en las elecciones de senadores, cosechando 72.988 (27%); en 2015 senadores bajó a 32.885 (11%); en 2017 siguió en retroceso, 20.976 (7,2%); en 2019 se votó diputados obteniendo 10.990 (3,75%); y ahora, 19.441 (7%), otra vez, en senadores sumando ambos frentes. Visto de esta manera, la izquierda trotskista solo se recuperó del piso al que llegó a caer, sin llegar a empardar las elecciones de 2017. Todo esto, abstrayéndose del dato concreto: el frente ya no existe, por lo tanto esa suma fantasiosa de votos entre FITU y NMAS-POT dice poco. Creer que la izquierda “crece” cuando se está dispersando, es una estafa.

El asunto probablemente pase por otro lado. Como lo dijimos, un fenómeno que la vieja izquierda ve, pero cree que le es ajeno. Si hubo una nota característica de las elecciones salteñas fue el enorme abstencionismo. A nivel provincial, para la categoría convencional constituyente, la asistencia fue del 60%, lo que es un número notablemente bajo. Más de 400 mil personas no fueron a votar. En distritos como Rivadavia, la asistencia arañó el 48%. Pero eso no es todo. El voto en blanco también dio la nota. En términos generales, se ubicó en el 10%, lo cual también constituye un guarismo alto. Para tener una referencia, en 2019 apenas alcanzó el 3%. El valor más alto se registró, justamente, en el distrito capitalino, rondando el 14%, casi 39.000 votantes. Si sumamos el ausentismo, el voto en blanco y las impugnaciones, obtenemos un porcentaje de rechazo de los electores al conjunto de los partidos que se ubica en el 46% a nivel provincial, con picos de 54% en distritos como Oran, y un 45% en capital.

Con estos números, se puede realizar un balance más ajustado. En el contexto de una crisis fabulosa, que amenazada en convertir a la del 2001 en un hecho menor, con un ajuste que haría sonrojar a Macri, parece insinuarse una tendencia hacia el repudio de los conjuntos de los partidos. Pero no solo patronales. Hay un dato que no puede ser obviado. De 2013 a 2021 hay más de 53.000 electores de la capital que abandonaron a la izquierda. La entronizaron en el primer lugar, le dieron un bloque importante en el parlamento provincial, vieron lo que la izquierda hizo y no hizo desde ese lugar y decidieron ahora darle la espalda, en función de todo ese proceso. Dicho de otro modo, vieron al trotskismo en acción y ahora ya no lo respaldan. Con los datos sobre la mesa, puede verse que la izquierda no solo no parece ser una canal de expresión del repudio de la clase obrera, sino que ella misma comienza a ser repudiada.

El futuro

La izquierda trotskista electoralera, esa vieja izquierda que se pretendió nueva en los albores del Argentinazo, hoy muestra su completo desbarranco hacia la socialdemocracia y el electoralismo. Una deriva doblemente grave, porque se produce en el momento en que este país alcanza niveles insospechados en su bancarrota y descomposición. Cuando un nuevo 2001 parece estar a la vuelta de la esquina, cuando debemos reflotar herramientas como la ANT para construir un órgano de poder obrero que batalle por el socialismo y alcanzar esta vez sí el triunfo, el trotskismo solo busca votos. Lo hace además con una estrategia vergonzante: el personalismo cultivado en las redes sociales, el seguidismo al kirchnerismo ya sea por la vía de la política de ampliación de derechos y las identidades o por el foco puesto en el FMI, la pretensión ridícula de ser “tercera fuerza” –lo que es ya toda una declaración de su falta de voluntad de poder- y otras tantas variantes que muestran que el socialismo ha desaparecido del horizonte de esta autotitulada izquierda revolucionaria. A esta izquierda hay que repudiarla en las elecciones, porque en nuestro nombre construye un camino que no conduce a ninguna parte.

El caso de la Tendencia del Partido Obrero es particularmente importante a lo que esto respecta. Pretendiendo volver a los orígenes de un trotskismo clasista y revolucionario, mostró justamente lo contrario, al centralizar toda su acción política en la consecución de la legalidad y construir frentes aún más oportunistas que el mismo FIT. Lo que Altamira nos ha mostrado es el hueso del asunto: no hay lugar al que volver, el trotskismo es el problema. Y la solución está en la construcción de una nueva izquierda, con vocación de poder, un programa acorde a la realidad nacional y los tiempos que corren y un objetivo que debe ser reconocido y gritado a los cuatros vientos: el Socialismo. En esto está Razón y Revolución, y a construir eso están invitados todos aquellos que quieran luchar por un rojo amanecer.

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