No «desaparecieron», los mataron. No fue por error ni hubo excesos: la situación exigía esa estrategia. Nadie sabe cuántos son, la cifra más probable oscila entre 10 y 20.000 personas. No fue al azar, se trató de cuadros formados, organizados y combatientes. No fue un ataque a los «derechos humanos», fue una acción destinada a destruir a la vanguardia obrera y socialista.
Eduardo Sartelli – Razón y Revolución
Los que llevaron adelante ese proceso de destrucción, también eran militantes, militantes por el capitalismo. No es un problema moral, es un problema de clase: ganan ellos, gana el capitalismo; ganamos nosotros, gana el socialismo. Los medios con los que cada uno consigue ese objetivo son un problema menor frente al problema central, a saber, quién tiene el poder. Lo único reprochable a los combatientes obreros y socialistas de los ’70 es que no supieron ganar. No era fácil, más bien lo contrario, pero hubo errores «no forzados» de los que debemos aprender. El principal error de una fracción muy grande de la vanguardia fue su caracterización del peronismo y sus esperanzas en el nacionalismo burgués, bonapartista y represor. De lo mismo estamos hablando hoy, por ejemplo, cuando exaltamos la política de derechos humanos. La política de los derechos humanos es una política burguesa, que reconduce la acción por los carriles del derecho burgués. No es ese nuestro objetivo, ni es ese el modo de establecer «justicia» con nuestros compañeros, porque nuestros compañeros no luchaban por la condena de los militantes contra-revolucionarios, luchaban por la transformación social. Obviamente, cuando la revolución triunfa hace cosas peores con los militantes de la contra-revolución que una simple reclusión en cárcel común.
La figura de «crimen contra los derechos humanos» la inventa el imperialismo para juzgar a los criminales nazis, es decir, para terminar de ordenar el mundo a la hegemonía norteamericana. Cuando uno no puede combatir en otro campo, porque la situación no lo permite, y se tiene que limitar a los marcos de la legalidad burguesa, lo que sucede el 99% del tiempo, tiene que utilizar todos los instrumentos que tenga a mano y explotar todas las contradicciones que ese marco legal crea para el enemigo. Pero ningún militante que se diga «revolucionario» puede confundir una táctica momentánea con los objetivos estratégicos de la lucha socialista. Cuando alguien se ofende porque criticamos el dispositivo burgués de la «memoria» y señalamos los límites puramente tácticos de la política de derechos humanos; cuando alguien se ofende porque reivindicamos una lucha por sus objetivos reales y no por los ficticios, no solo no ha entendido ni el proceso histórico ni el sentido de la expresión «lucha socialista». Ese «compañero»/esa «compañera» no lo es, porque su verdadero programa es el de la burguesía democrática, la fracción de la burguesía que cree que, después del garrote y la masacre, no viene mal una caricia en la espalda al esclavo recuperado. Varios episodios de estos días demuestran que esta claudicación corresponde a todas las variantes que se reclaman «trotskistas», incluso las que rompen un partido por izquierda para ir a las elecciones por derecha, confundiendo las bancas del congreso con el poder social. Incluso esas variantes, no son capaces de salir de sus ilusiones democrático burguesas. Esa es la razón por la cual el problema no es esta o aquella lectura de Trotsky, sino el trotskismo mismo. Huelga aclarar que los méritos teóricos e históricos de Trotsky no equivalen ni se corresponden con la expresión «trotskismo», motivo por el cual no estaría mal que lo dejaran en paz, que dejaran de esconder sus políticas reales con aquella historia que ya está cerrada y que solo caprichosamente puede utilizarse como paraguas de otra cosa, bien distinta. Como decía el viejo Bernstein, hay que animarse a parecer lo que se es. Es decir, socialdemócratas. El «trotskismo» hoy es solo eso: social democracia. Una social democracia radicalizada (y en algunos casos ni siquiera eso), pero social democracia al fin.