Hace ya más de un siglo atrás, más precisamente en 1886 en Estados Unidos, caían compañeros que batallaban por una jornada laboral de 8 horas. Así nacía un día histórico internacional de lucha, el 1ro de mayo. Los compañeros se ponían en pie para mejorar las condiciones de vida, de ellos y de toda la clase.
Hoy, la pandemia del Coronavirus, nos muestra cómo nuestras condiciones de vida se fueron deteriorando. No por el virus, sino por las necesidades de los patrones nacionales, que nos necesitan más baratos y más explotados. Necesidades que los gobiernos, como ahora el de Alberto, defienden, con ajustes a machazos.
Los primeros perjudicados por el aislamiento fueron quienes no tienen ingresos estables. Esos que si no salen de su casa, no comen. ¿De cuántos estamos hablando? De ese 9% de trabajadores que están desocupados, a los que se suma un 9,5% de los llamados “subocupados”, esos que, según las estadísticas tienen menos de 35hs de trabajo semanal.
En este grupo también se ubican los informales, casi un 36%, que al estar en negro o con contratos basura, deben aceptar condiciones de empleo miserables, están más expuestos al despido (porque el patrón no está obligado a pagarles nada) y de un día a otro pueden bajarles el salario sin demasiadas vueltas. Finalmente, hay que sumar a los monotributistas, forma en la que se encubre a otros tantos asalariados, que llegan al 8,5%.
Si fue haciendo las cuentas, se habrá avivado que a esta altura sumamos ya más del 50% del conjunto de los trabajadores. Se trata de un grupo que hoy se enfrenta a una situación muy difícil: el hambre en casa o el contagio en la calle. ¿Qué hizo el gobierno por ellos? Lanzó el Ingreso Familiar de Emergencia. Un subsidio de $10.000 con el que no se sostiene ni a palos una familia. Pensemos que la canasta básica alimentaria, esa que mide ni la pobreza sino la indigencia, está en $16.785.
Los trabajadores en blanco no están mucho mejor. Quienes deben seguir trabajando en actividades esenciales, en muchos casos no cuentan con los elementos de protección necesarios. Esto es muy evidente en el sector más expuesto, el de los trabajadores de la salud. No por nada somos el país con mayor porcentaje de empleados de salud entre los contagiados.
Hay todo otro grupo de trabajadores que están arriesgando su salud y no por ocuparse en actividades esenciales, sino porque el gobierno amplió cada vez más el listado de excepciones a la cuarentena. ¿Acaso es esencial la producción de papitas de Pepsico o los chocolates de Felfort?
Quienes se encuentran ocupados y registrados en el sector privado, están sufriendo un duro ataque. El decreto que prohibía los despidos y suspensiones es letra muerta. El caso más conocido es el de Techint, pero se contabilizan alrededor de 5.400 cesantías y no se impidieron las bajas de los contratos.
Las suspensiones tampoco se prohibieron porque se permitieron acuerdos con sumas no remunerativas menores al salario. Esto se facilitó con el acuerdo entre el gobierno, la UIA y la CGT. Los estatales no están mucho mejor: en muchas provincias hay retraso de pagos y en algunas, como en CABA, se amenaza con pagos escalonados.
El acuerdo que permite la baja de los salarios viene a agravar la miseria que sufren los trabajadores. Cualquiera sabe que el nivel de nuestros ingresos viene en picada, sencillamente porque se lo va comiendo la inflación. Para graficar: en los últimos cuatro meses de 2019 el 70% de los ocupados percibía ingresos menores a 30 mil pesos, o sea por debajo de la línea de pobreza.
Todo este panorama empeora si se tiene en cuenta que las paritarias se vienen pateando hace rato, mientras la inflación si dispara y nadie controla los precios. La realidad es que este panorama no está tan lejos de los planes de ajuste que tenía el gobierno: aumentos de sumas fijas por decreto, prohibición de cláusulas de revisión y aumentos exclusivos a las categorías más bajas.
Como ya sabemos, este proceso de empobrecimiento tiene una historia más larga. El salario real promedio se ubica hoy en la mitad que en la década del 70. El trabajo en negro no desciende del 30% hace tres décadas. Los contratos basura crecen cada vez más. El desempleo es crónico y, bien medido, está por arriba de las dos cifras.
Queda claro entonces que esto no empieza con el Coronavirus. Cuando la pandemia pase, nos van a querer vender que ahora el ajuste es porque la economía quedó destrozada por la batalla por la vida. Que, una vez más, nos ajustemos el cinturón. Pero lo cierto es que la pandemia deja en evidencia las condiciones que debemos soportar bajo el capitalismo, y las agrava. Se vienen tiempos difíciles. El Día Internacional de los Trabajadores, es un buen momento para recordar que la lucha por una vida mejor sigue vigente.