En lógica, la disyunción refiere a un razonamiento que presenta dos proposiciones antagónicas como las únicas posibles. La falacia por falsa disyunción se produce cuando los términos presentados no son en realidad ni mutuamente excluyentes –no se oponen realmente- ni exhaustivos –no se consideran otras opciones existentes-. Pues bien, el kirchnerismo se ha esforzado por imponer este tipo de razonamiento falaz desde su asunción en 2003 –Gobierno/Campo; oficialistas/oposición; neoliberalismo/desarrollo con inclusión social; continuidad/vuelta a los 90-. Se trata de un recurso que las burguesías suelen utilizar para arrear a los obreros detrás de sus proyectos. Una mirada infantil, donde la clase obrera solo puede elegir al amo bueno. El triunfo de Macri demostró que la operación discursiva no resultó tan exitosa como creía Cristina. Pero aún así pretende imponer una dicotomía entre su gobierno “popular” y el ajustador de Macri. Y parece que su estrategia viene funcionando bien, no solo entre los kirchneristas sino incluso en la izquierda.
Neoliberales, populistas, desarrollistas
Existe un mito muy aceptado acerca de la historia argentina: la sucesión de modelos político económicos opuestos, sin continuidad entre sí. Así, como contracara del neoliberalismo de los 90, los Kirchner habrían retornado a un neo-populismo. Claro que la imagen de “inclusión social” solo pudo ser sostenida ocultando los índices reales de pobreza, inflación y desocupación. Ahora Macri encarnaría un neo-conservadurismo ligado al viejo neoliberalismo. Ya lo hemos explicado con mayor extensión en otros lados: se trata de dos caras de la misma moneda. El capitalismo argentino repite la crisis cada aproximadamente diez años porque su sustentación está atada a la renta agraria, que no ha alcanzado para contrarrestar su carácter chico y tardío, o a la obtención de otras fuentes de compensación como la deuda. Por esta razón, las posibilidades de un gobierno burgués para implementar ciertas políticas están determinadas por los ciclos económicos, ligados al mercado mundial, y por las relaciones de fuerzas entre las clases, es decir, la lucha de clases.
Con la soja en 600 dólares, Néstor tuvo para repartir y contener la lucha obrera. Con ello consiguió construir un armado bonapartista en el que entró, en un principio, el conjunto de la burguesía agraria e industrial y la totalidad de la clase obrera -la sobrepoblación relativa y la clase en activo-. Cristina vio cómo el precio de la soja descendió a la mitad. Con las arcas vacías y sin conseguir el suficiente financiamiento externo (más allá de algún acuerdo con Venezuela o los swap chinos), comenzó a implementar el ajuste (la “sintonía fina” que muchos parecen haber olvidado). La crisis llevó a la ruptura de la alianza bonapartista. Cristina mantuvo su relación con la sobrepoblación relativa, la cual había incorporado al aparato estatal, pero rompió lazos con la clase obrera en activo y con buena parte de la burguesía, en especial la agraria. Macri, en cambio, aglutinó a los elementos que abandonaron aquella alianza, y conformó una que acumuló mayor fuerza social. Entre la clase obrera, el PRO ganó el apoyo de los ocupados, en particular los registrados del sector privado, pero también parte de la sobrepoblación relativa estatizada, como demuestran las elecciones en municipios clave del Conurbano y algunas provincias.
Perdida la elección, Cristina comenzó a ocupar su rol opositor desmarcándose del nuevo Presidente hasta con gestos infantiles. El kirchnerismo intenta imponer la fantasía que Macri es quien quiere hacer el ajuste, a diferencia de Cristina, quien no habría tocado “el modelo” y de Scioli, que tampoco lo hubiera hecho. Esta idea no resiste el mínimo análisis. No solo Cristina ya había comenzado con esa tarea, sino que Scioli estaba preparando uno “gradual”, a diferencia del “shock” de su rival. En realidad, lo que va a hacer Macri es continuar con el ajuste, pero con un cambio de signo. Las medidas que promete implementar van a beneficiar a la clase obrera ocupada en blanco. El acuerdo sobre precios y salarios que anuncia Triaca, no es muy distinto a los topes en paritarias que Tomada negociaba con los sindicatos afines. Por otro lado, la idea de atar salarios a la productividad la inauguró el mismo Perón. Aún está por verse si efectivamente va a ajustar sobre la sobrepoblación relativa, en la medida que ha anunciado que universalizará la AUH. Recordemos que inicialmente esta fue una propuesta de Carrió, quien integra la coalición gobernante. Es probable que el ajuste venga por el lado del empleo estatal, encubierto con la excusa de echar a los “acomodados”, y el “gasto de la política”. En ese sentido apunta la modificación de la Ley de Lemas.
La utopía macrista consiste en conseguir la expansión de la economía mediante el incremento de las inversiones, en especial en obras estatales, como el anunciado Plan Belgrano. Es decir, no estamos ante un proyecto liberal, sino frente a una política desarrollista. De concretarse, el gobierno podría evitar un mayor ajuste y lograr el pasaje de la sobrepoblación relativa ligada al Estado a la economía privada. Esto último permitiría revertir la dependencia de fracciones enteras de la clase obrera de su relación con el Estado. Así, Macri pretende recomponer la alianza bonapartista, pero sin bonapartismo. En principio, ya consiguió la liquidación de exportaciones, promesas de préstamos y negociaciones para ampliar el swap chino (además de un conjunto de promesas importantes, como describe Fabián Harari en este mismo número de El Aromo).
¿Cristina conducción?
Frente a este panorama la izquierda ha tomado la peor de las políticas: hacerle un tributo al kirchnerismo. La idea de que “se viene la derecha”, implica que Cristina era de izquierda. Decir que “se viene el ajuste”, supone que el ajuste no estaba en marcha. Otro tanto sucede con la idea de que ahora van a gobernar los empresarios… ¿y antes quién lo hacía? Con ello lo único que se logra es embellecer al kirchnerismo y dejarle la batuta de la oposición.
Quien extremó más esta posición ha sido TPR y su llamado a marchar contra Macri (junto al kirchnerismo). Pero más perniciosa resulta la actitud del PTS. Unilateralmente decidió no asistir a la asunción de Macri, cuando sí lo hicieron a las de Larreta y Cornejo, como ellos mismos reconocen sin explicar por qué allí sí decidieron ir. ¿Será el sucesor de “Mauricio” en la ciudad y el flamante gobernador de la provincia de “Nicolás” gentes de izquierda? Siguieron así las órdenes de Cristina. También inconsultamente se negaron a reunirse con el Presidente. Estas actitudes son un punto más en la línea seguidista del peronismo que viene trazando el PTS y que ya hemos denunciado. De allí al entrismo hay un paso que no puede descartarse. La propia Bregman dijo en 678 que no les molestaba que buena parte del electorado del FIT haya votado por Scioli en la segunda vuelta… El PO, por su parte parece no decidir su posición. Mientras asistió a la ceremonia y Altamira le reprochó a Del Caño no reunirse con Macri, Solano se manifestó en contra de ir a ese encuentro.[1] IS, en cambio, advirtió que el hincapié del PTS en la “derechización” puede derivar en acuerdos con el kirchnerismo.
Todo esto es una nueva muestra de lo que hemos advertido desde la constitución del FIT: la negación de avanzar en la unificación, a construir la plataforma electoral en un congreso de militantes, lleva no solo al vaciamiento del Frente sino a la extinción de la izquierda revolucionaria en la Argentina. Mientras la izquierda no logre dar un salto cualitativo en su intervención, no se proponga ganar las conciencias obreras, el seguidismo será una política latente. Y la burguesía, con sus opciones, seguirá ganando terreno allí donde nosotros debiéramos plantar la bandera socialista.