Miseria y clientelismo K

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Hace ya rato que los planes sociales se convirtieron en una norma en la Argentina. Aunque tal o cual político patronal los critique aquí o allá, lo cierto es que son necesarios para sostener a este país capitalista. Ya lo explicamos en otra ocasión: a la Argentina le sobra gente y, por lo tanto, a esa masa de desocupados hay que tirarles un hueso para que no protesten. Así es la política de los patrones. Aprendieron la lección del 2001, cuando el movimiento piquetero ganó las calles.

Tal es así que Macri, por caso, cuando recibió el último desembolso de dólares del FMI, negoció aumentar el tope mínimo del gasto social (es decir, el gasto para planes) y Alberto ya dijo que los planes deben continuar hasta que la economía mejore. Hasta Espert, el pelado liberal que se la pasa despotricando en la tele, dijo que no pueden eliminarse de un plumazo. Como señalamos, son una necesidad de los patrones para controlar.

En esta materia, el kirchnerismo hizo escuela, escuela en superexplotación y manejo punteril. Analizaremos aquí el caso del plan Argentina Trabaja. Ese programa fue lanzado allá por 2009, cuando Néstor y Cristina perdieron las elecciones intermedias, en particular con una importante paliza en la provincia de Buenos Aires. En los papeles, este programa venía a generar “puestos de trabajo genuinos”, impulsando la formación de cooperativas que realizaran algún trabajo a cambio.

¿En qué consistía el plan? Los “beneficiarios” recibían un ingreso que equivalía al 60% de un salario mínimo. A plata de mediados de este año, serían unos $18.000. Claro que eso no era gratuito. A cambio, debía cumplir con 35 horas de trabajo en tareas completamente superficiales: mejoramiento de veredas, pavimentación y limpieza de parques. En realidad, para los patrones y sus políticos no importaba tanto la utilidad de lo que hacían las cooperativas, sino fomentar esa idea que encubre siempre la explotación: “la cultura del trabajo”.

Además, el “beneficiario” debía cumplir con 5 horas de capacitación semanales en cursos que dictaba el sindicato de la construcción (UOCRA) y el Ministerio de Trabajo. En paralelo, se hacían también talleres para fomentar el cooperativismo y la “dignidad” del trabajo. Es decir, para convencer a los desocupados que el problema no está en la sociedad, sino en uno mismo que, si se la rebusca, puede encontrar changas para parar la olla. Básicamente, el emprendedurismo macrista.

Va de suyo que estos planes fueron una herramienta muy útil para controlar el movimiento de desocupados. En particular, en manos de los intendentes del conurbano, que utilizaban a sus punteros para distribuirlo e, incluso, para quedarse una “comisión”. Porque si uno le consiguió el plan, usted algo le tiene que dar… Así quieren que pensemos. Obviamente, si la cooperativa formada para acceder al plan no respondía al kirchnerismo, no recibía nada o lo recibía a cuentagotas.

No es casualidad que un amplio número de organizaciones sociales no alineadas con el kirchnerismo –como en su momento fue Barrios de Pie, el Frente Popular Dario Santillán, la Corriente Clasista y Combativa y el Polo Obrero- protagonizaran importantes planes de lucha con movilizaciones y piquetes para denunciar el manejo punteril y la baja remuneración del Argentina Trabaja. Esto es el kirchnerismo y esto es lo que va a continuar hoy. No solo porque vuelve Cristina. Macri no cambió ni un milímetro esta política. Ni la puede cambiar ningún político patronal. Los laburantes debemos poner en cuestión toda esta política social. Lo que necesitamos, ya, es un Subsidio Único al Desempleo, con montos que estén por arriba de la canasta familiar de pobreza. En paralelo, debemos luchar por el reparto de las horas de trabajo. Si hay laburantes que cumplen jornadas de 10 horas y otros que están en la calle, pues que se dividan. El problema de fondo es esta sociedad, basada en la ganancia, que hace que los patrones se llenen los bolsillos, mientras los laburantes vivimos en la miseria. Es tiempo ya de luchar por otro horizonte.

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