La pobreza en Argentina

en Aromo/El Aromo n° 114/Novedades

La Universidad Obrera es una iniciativa de Razón y Revolución cuyo objetivo es acercar el conocimiento científico al conjunto de los trabajadores. Para lograrlo la Biblioteca de la Uni acercará mes a mes un libro que abordará temas de la historia argentina y mundial, problemas económicos, sociales y políticos contemporáneos, pinceladas del mundo en que vivimos y queremos transformar. En un formato accesible para todo aquel que quiera nutrirse de una mirada crítica de la sociedad actual. Intentamos con esto hacer una pequeña contribución para revertir la degradación educativa a la que nos somete el capitalismo, porque necesitamos conocer el mundo para poder transformarlo.

Para contribuir a esta tarea El Aromo publica la introducción de uno de los libros de reciente aparición en Ediciones RyR. Se trata de La pobreza en Argentina, de Nicolás Villanova. La difusión reciente de las cifras de pobreza en la Argentina tras un año de pandemia (y 10 de crisis y ajuste) ha generado alarma. Pero la pobreza no es un fenómeno nuevo en la Argentina. Las cifras no paran de crecer desde hace décadas. ¿Cuáles son sus causas? ¿Podemos fiarnos de las cifras oficiales? ¿Cómo terminamos con la pobreza? Estas son algunas de las preguntas que responde este nuevo título del que presentamos un adelanto para los lectores de El Aromo.

Nicolás Villanova – OES

Uno de los spots de la campaña del actual presidente, Alberto Fernández, prometía una Argentina “Sin Hambre” o con “Hambre Cero”. Como ocurre en toda campaña electoral, el spot denunciaba al candidato rival, entonces al frente del gobierno, en un momento en el cual los registros oficiales de la pobreza y la indigencia mostraban un aumento. Sin embargo, Alberto Fernández fue menos ambicioso que el propio Macri. El dirigente de Cambiemos había prometido un país con “Pobreza Cero” en su campaña en las elecciones de diciembre de 2015. Para que se entienda, según las mediciones oficiales ser “pobre” no es lo mismo que ser “indigente”, o no tener algo para comer. Desde esta perspectiva, se puede ser pobre sin pasar hambre. Pero a las promesas de campaña del macrismo se las llevó el viento, toda vez que los índices de pobreza se incrementaron mucho más en sus cuatro años de gestión. A las de Fernández, más modestas, también.

En el momento en que Macri lanzaba su promesa se desconocían las cifras oficiales de pobreza. Solo eran estimadas por consultoras privadas. El gobierno kirchnerista había decidido dejar de publicar y difundir los datos de pobreza e indigencia. En ese entonces, la situación social se había agravado muchísimo con la devaluación del año 2014, el aumento de los precios y la caída del poder de compra de los salarios. Por ello, por pedido expreso de Cristina Kirchner y Axel Kicillof, los datos de pobreza dejaron de difundirse y el gobierno decidió ocultar esos números con el argumento de que esas mediciones eran “estigmatizantes”. En resumen, mientras que Macri no cumplía con sus promesas de eliminar la pobreza, Cristina Kirchner y Axel Kicillof escondían los datos debajo de la alfombra. Como se ve, acá hay un problema de larga data y, aunque pasan los gobiernos, nada cambia para mejor.

Ahora bien, ¿quiénes son los responsables de la pobreza en Argentina? Si uno presta atención a lo que dicen los políticos, ellos nunca son culpables y se pasan la pelota uno a otro. El problema de la pobreza siempre viene de atrás, del pasado. Alberto Fernández culpabilizaba a la “tierra arrasada” que le dejó Macri. Mauricio denunció la “pesada herencia” recibida. Cristina Kirchner, que heredó el gobierno de su marido Néstor, achacaba los males de la situación social a los denostados años ’90 y al 2001, o bien ocultaba los indicadores para disimular la crisis social. Néstor Kirchner, lógico, responsabilizó a Menem. Carlos Saúl, el turco, supo señalar a la hiperinflación del ’89 como la causante de la crisis. Alfonsín responsabilizó a la última dictadura militar. En fin: la “herencia” es interminable.

Lo que queda claro es que para todos estos políticos los problemas siempre son de “gestión” o, en todo caso, de una “mala administración” de la economía. Las causas de los problemas sociales nunca se buscan en el capitalismo, en su funcionamiento normal. Lo cierto es que las consecuencias sociales de los estallidos económicos, al menos desde los años ’70 a la actualidad, son cada vez peores. Pasan gobiernos de diversos colores políticos y los problemas sociales persisten, incluso empeoran, con mayor desempleo, menor salario, con más miseria y hambre.

¿Por qué hay pobreza en Argentina? ¿Por qué estamos cada vez un poco peor que antes? De eso se trata este libro. De intentar explicar y describir qué es eso llamado pobreza, cuáles son sus causas y cómo se manifiesta en Argentina. De analizar por qué todos los políticos que nombramos antes son parte del problema y no de la solución. Y por supuesto, también es parte de este libro esbozar una salida al problema de la pobreza.

¿Qué es eso llamado pobreza?

El sentido común y la ideología dominante asocian pobreza con subdesarrollo capitalista, o sea, con su inexistencia o su falta de desarrollo pleno. Esa idea de subdesarrollo se vincula con las “carencias”. Desde esta perspectiva, pobre es aquella persona que no tiene ingresos suficientes para tener un nivel de vida mínimo o un estándar de vida adecuado. O bien, aquella persona que no tiene garantizadas sus “necesidades básicas” y que no tiene acceso a un sistema de agua potable, a la educación o la salud. ¿Y por qué la población no tiene ingresos suficientes, alimentos, vivienda o educación? Porque viven en países “subdesarrollados”, del “Tercer Mundo” o “periféricos”.

Desde esta misma perspectiva, la idea de pobreza se vincula con otros argumentos que brotan de la noción de subdesarrollo. Por un lado, el ser pobre se asocia con la “falta de oportunidades que ofrece el mercado”. Como contrapartida, un mercado “más desarrollado” ofrecería a todo el mundo las mismas posibilidades. Por otro lado, la pobreza se relaciona con la falta de alimentos para abastecer a una población que crece rápidamente. El mercado tendría un límite en relación con el aumento de la población. Además de ser falsa, porque en el mundo actual los alimentos sobran, es una idea peligrosa, porque la solución implícita presupone eliminar a una parte de la población, esa que no se puede sostener. O, en el mejor de los casos, incrementar el “desarrollo”. Desarrollo capitalista, que como veremos es en buena medida el problema.

El problema de todas estas argumentaciones acerca de la pobreza es que no encuentran la verdadera causa del fenómeno, a saber, las características básicas del capitalismo como tipo de sociedad. El sentido común y la ideología dominante ocultan las razones reales por las cuales la población se empobrece cada vez más. No ve las relaciones sociales de explotación, basadas en la existencia de clases sociales antagónicas e intereses contrapuestos (entre burguesía y proletariado), como tampoco a la propiedad privada, como causantes de la pobreza. La ideología burguesa oculta la relación existente entre ricos y pobres, o entre el enriquecimiento y el empobrecimiento. Sin embargo, como veremos más adelante, es justamente esa relación, entre capital y trabajo, de intereses antagónicos entre burgueses y proletarios, la que provoca el desempleo y la pobreza.

¿Es cosa del subdesarrollo?

La preocupación por la pobreza y las primeras mediciones del fenómeno en el mundo comienzan a sistematizarse luego de la Segunda Guerra Mundial, a través de los organismos del Banco Mundial y la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Todo el período de posguerra se hallaba atravesado por la reconstrucción de los países destruidos por la guerra, el intento por recomponer las relaciones comerciales en todo el mundo y por los realineamientos políticos de las potencias. El mundo ahora se dividía en tres grandes partes, según el Banco Mundial y la ONU: el Primer Mundo (países potencias del bloque capitalista), el Segundo Mundo (países alineados con el bloque socialista) y el denominado Tercer Mundo (colonias de las potencias en proceso de descolonización, países productores y exportadores de materias primas y productos de origen agrario).

La visión dominante asociaba al Segundo y Tercer Mundo con el atraso económico y el subdesarrollo. Lo que más preocupaba a los países del Bloque Capitalista era el peligro rojo, el comunismo y la consolidación del Bloque Soviético. Sobre todo porque, una vez pasado el boom de posguerra, los gloriosos años ’50 y ’60, y más específicamente después de la Revolución Cubana, varios países del denominado “Tercer Mundo” serían protagonistas de levantamientos sociales. La revolución argelina, la derrota de Estados Unidos en Vietnam y la oleada “subversiva” en América Latina: la Nicaragua sandinista, el Chile de Allende, los Tupamaros en Uruguay, el PRT en Argentina y otros tantos. Procesos revolucionarios que fueron determinantes para que organismos como el Banco Mundial propusieran como estrategia los préstamos o el apoyo económico, y comenzara a vertebrar la idea del “Combate a la Pobreza”. Desde la perspectiva del Banco Mundial, la pobreza en estos países representaba un verdadero peligro que podía dar lugar a rebeliones comunistas. La solución consistía en subirse a “la escalera del desarrollo” capitalista.

En Argentina, la preocupación por la pobreza y sus primeras mediciones comienzan en los años ’60 y ’70, de la mano, centralmente, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), una sede latinoamericana de la ONU. La pobreza en esta parte del mundo era entendida como “marginalidad”. Pobre sería aquella persona que se queda al margen de los beneficios del desarrollo económico. Desde esta perspectiva, los países latinoamericanos, entre ellos la Argentina, son caracterizados como dependientes del centro, con atraso tecnológico, poco industrializados, donde una parte de su población carecía de viviendas, era migrante del campo a la ciudad o se hallaba desocupada.

La teoría de la marginalidad es una explicación donde el desempleo y la pobreza aparecen como fenómenos ajenos al desarrollo capitalista. El problema sería que la clase dominante no invierte sus excedentes en la industrialización del país, sino que remite sus ganancias al extranjero, a la especulación financiera o el negocio inmobiliario. Consecuentemente, los países latinoamericanos serían subdesarrollados por impericia de su propia clase social dominante, que no es del todo capitalista. Sin embargo, como veremos, esto no es así.

Todo obrero es pobre bajo el capitalismo

En los hechos, todo obrero es pobre bajo el capitalismo. Es justamente el desarrollo de este último y no su ausencia lo que provoca la pauperización de la población. La propia existencia del capitalismo enriquece a unos pocos y empobrece a la gran mayoría. En efecto, a diferencia de modos de producción previos, bajo el capitalismo ningún obrero tiene la reproducción de su vida asegurada. Un esclavo, objeto de propiedad de su dueño, comprado y vendido al mejor postor, era una persona cuya alimentación estaba garantizada. Había que alimentarlo y mantenerlo con vida, de lo contrario moría y su dueño perdía la “inversión”. Bajo el feudalismo, el siervo de la gleba vivía en las tierras del señor feudal, con la garantía de alimentación, vivienda y seguridad, a cambio de entregar un diezmo y una parte de su producción al propietario del campo.

En cambio, en el capitalismo la reproducción de la vida no está asegurada. Todo obrero debe entrar en relaciones con un burgués para conseguir un empleo y, de ese modo, obtener un salario para comprar los alimentos, alquilar su vivienda, pagar los servicios públicos, viajar en auto propio o en transporte público. Hasta el consumo del agua hay que pagar. Incluso, el entretenimiento presupone tener dinero para poder pagarlo: ir al cine, al teatro, ver un partido de fútbol, todo supone el pago de una entrada.

¿Pero ir a la plaza no es gratuito? No. Ni eso es gratis bajo el capitalismo. El mantenimiento de las plazas y parques a cargo de los municipios también se paga. Con impuestos, claro. Impuestos que no dicen “pago de ingreso a plazas”. Pero, se paga. ¿O cómo piensa usted que se paga el salario de los obreros municipales que mantienen la limpieza de las plazas, su barrido, la construcción de los juegos para los niños, el césped cortado y demás? Con el cobro de los impuestos. Y como la mayoría de la población es obrera, los que más pagan impuestos son los obreros. De hecho, dado que los impuestos que paga la burguesía salen de sus ingresos, que no son más que plusvalía, es decir, trabajo expropiado a los obreros, directa o indirectamente, los obreros pagan todos los impuestos.

Bajo el capitalismo, todas las necesidades humanas se encuentran mercantilizadas. Por lo tanto, todo se compra y para ello se requiere dinero. Para los obreros, el dinero solo se obtiene del trabajo asalariado. Por eso, la vida de los obreros desocupados, los que no tienen trabajo, corre peligro. Y los burgueses saben esto. Por eso utilizan al desempleo como una extorsión a las pretensiones de mejoras salariales de los obreros ocupados. Si estos últimos protestan el empresario puede despedirlos. Se crea así una competencia entre obreros, entre ocupados y desocupados, por obtener un empleo.

Consecuentemente, todo obrero es un candidato a pobre en cualquier momento. Es decir, es candidato a eso que se entiende como pobreza en la sociología burguesa: un nivel de vida por debajo de las condiciones de existencia del obrero promedio. Nótese que esta definición de “pobre” tiene una consecuencia ideológica complementaria a las que ya examinamos: hace creer que aquel obrero que se encuentra por encima de la “línea de la pobreza” no es un explotado sino que forma parte del mundo de los “libres”, de los que viven bien porque “viven de su trabajo”. Un burgués hipermillonario y un obrero con un sueldo mayor de la media (un docente, por ejemplo), formarían parte de la masa “privilegiada” de la sociedad. Como nadie se animaría a llamar a un docente “rico”, entonces se inventan categorías intermedias para cubrir un bache obvio (“clase media”, por ejemplo).

Un obrero es siempre un explotado, sea cual sea su nivel de vida. Pero precisamente por ser un explotado, es decir, por carecer de medios de producción y de vida, su empleo nunca está asegurado, aun cuando se encuentre formalmente registrado o trabaje bajo convenio. El burgués siempre puede expulsarlo por las razones que fuere, que suelen presentarse como “racionalización del personal”, “despidos por causas injustificadas”, “jubilaciones anticipadas”, “retiros voluntarios”. Y si no hay trabajo la familia obrera no tiene para comer. En este sentido, la pobreza de algún modo se relaciona con la falta de empleo, aunque no solo. En efecto, en la medida en que amplias masas de la población entran en el terreno del desempleo, la presión de los desocupados sobre los ocupados puede bajar lo suficiente los salarios para que caigan por debajo de la “línea de pobreza”, incluso si la fuerza de trabajo se vende a su valor. Por lo tanto, cuando el obrero está ocupado es un candidato a ser pobre, es decir, un pobre virtual, pero cuando el obrero está desocupado u ocupado en condiciones de súper explotación, es un pobre real o consolidado.

Hay otra forma de ver la pobreza. No como un límite absoluto, sino como una relación entre el creciente peso de la ganancia y el decreciente peso del valor de la fuerza de trabajo. La pobreza, entonces, puede ser medida en relación al capital. La primera existe porque existe el segundo, y cuando éste avanza y se desarrolla, aquélla se profundiza y agrava. Es una tendencia histórica que no solo opera en la Argentina sino en el mundo entero. En efecto, el aumento de la productividad del trabajo como consecuencia del desarrollo capitalista crea un distanciamiento creciente entre el salario obrero y la ganancia capitalista, así como también entre los medios de empleo y la población. Veamos.

La explotación del trabajo aumenta por la vía del incremento de la jornada laboral (más horas de trabajo) o su intensidad (más trabajo en el mismo tiempo). Esto provoca la producción de más mercancías en el mismo tiempo que antes o en una jornada extendida. Esto es lo que Marx llama “plusvalía absoluta”. El aumento de la explotación puede darse también de otro modo: que con un menor gasto de energía, se produzcan más bienes. En ese caso, cada bien tendrá una menor cantidad de trabajo incorporado y, por lo tanto, habrá reducido su valor. En eso consiste el aumento de la productividad del trabajo, en crear más bienes en el menor tiempo posible. Cuando esos bienes forman parte de la canasta de bienes que concurren a la formación de la fuerza de trabajo, hace falta menos tiempo de trabajo para reproducirla. El resultado es que, de la jornada de trabajo, menos tiempo estará destinada a la fuerza de trabajo y habrá más trabajo excedente. Es decir, plusvalía. Esto es lo que llama Marx “plusvalía relativa”.

Estos dos mecanismos (plusvalía absoluta y relativa) dan lugar a dos procesos que generan el empobrecimiento de muchos y el enriquecimiento de unos pocos. Por un lado, con la elevación de la cantidad de productos, el burgués se hace poseedor de un mayor capital a cambio del pago de un salario que puede ser igual o incluso mayor que antes. Las ganancias obtenidas por el aumento de la producción serán mayores que el incremento del salario obrero. Por otro lado, ese mismo aumento de la productividad del trabajo abarata los bienes de subsistencia que consume el obrero, por lo tanto, su valor disminuye. Esto provoca una tendencia al abaratamiento o desvalorización de la fuerza de trabajo, lo que se traduce en un incremento de la plusvalía expropiada por el burgués. Mayor plusvalor para el burgués, menor valor del obrero. En ambos casos hablamos de una pauperización relativa del obrero en relación con el capital.

Ese mismo proceso de aumento de la productividad del trabajo por la vía de la incorporación de maquinaria y tecnología consolida la pobreza. Justamente, hablamos de sobrepoblación relativa cuando nos referimos a la población desocupada o sobrante para el capital. Es sobrante para el capital porque, debido a la incorporación de maquinaria y el avance técnico de los procesos de trabajo, una porción de la población es reemplazada por la tecnología y, consecuentemente, ya no es necesaria para la producción de plusvalía y ya no puede ser empleada productivamente. Para la obtención de ganancias de los patrones, esta población sobra. Por lo tanto, solo se reproduce por la vía de empleos temporarios, changas, entra y sale del mercado de trabajo, vive de subsidios o planes sociales del Estado. O bien, es una población que trabaja al límite de sus posibilidades, en condiciones terribles, cuya fuerza de trabajo es vendida por debajo de su valor, con salarios bajísimos. Son los obreros que pasan hambre, que con su sueldo no llegan a fin de mes, que viven hacinados, en viviendas precarias.

En cualquier concepción de “pobreza” esta existe y existirá siempre bajo el capitalismo, porque el capital tiene una ley de población particular, que vincula la masa de la población trabajadora a las necesidades de la acumulación. De hecho, la propia competencia estimula el desarrollo de esta ley: dado que los capitalistas compiten entre sí por porciones de mercado, el desarrollo de la tecnología recibe un estímulo permanente, en tanto es un arma en la lucha de capitales. Este proceso gesta una tendencia a la ampliación del ejército industrial de reserva o, como vulgarmente se dice, la masa de los desocupados. De allí que la pobreza es una amenaza permanente para toda la clase obrera, además de una tendencia propia del sistema que determina una polarización social cada vez más aguda (más pobres que son más pobres, menos ricos más ricos).

La pobreza existe porque existe el capitalismo. Y solo podremos hablar de una sociedad sin pobres si erradicamos aquello que los crea. Como veremos en adelante, el capitalismo argentino no es la excepción a estos problemas sociales, los cuales se agravan desde hace varias décadas.

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