Eduardo Sartelli
Razón y Revolución
Jorge Altamira ha escrito el texto que abajo se transcribe. Como todos los trotskistas, cayó en la trampa populista burguesa y llamó, como ya lo había hecho con Dilma, “golpe” a lo sucedido en Bolivia. Corresponde examinar su propio escrito para entender por qué el trotskismo no está preparado para estas situaciones (lo que es lo mismo que decir que no está preparado para la revolución, por más que vea una detrás de cada mata).
Por empezar Jorge reconoce implícitamente que se trata de un “golpe” extraño. Imaginémonos a Isabel renunciada y fuera del país, mientras la bancada peronista negocia con Videla un nuevo llamado a elecciones y el presidente “de facto” se somete a las votaciones del Congreso, estando en absoluta minoría. Imaginémonos también al mismo Jorge Rafael tratando de forzar a la bancada peronista para que vote un llamado a elección en tiempo récord, mientras la mayoría justicialista reconoce que Isabel “se fue” y discute, simplemente, si se repiten las listas (y se evita que los partidos de la oposición se junten en una sola) o si se pueden hacer cambios. Este simple ejercicio demuestra, otra vez, la incapacidad para ver lo que pasa en la calle cuando la calle no camina con nosotros.
En efecto, caído Evo, la mayoría parlamentaria del MAS, una mayoría absoluta y muy holgada (dos tercios) retorna a la asamblea y, en lugar de destituir a Añez, exigir el retorno del presidente y convalidar las elecciones que lo consagraron para un nuevo mandato, se reúne con los “golpistas”, acuerda con ellos nuevas autoridades para los diferentes organismos y presenta un proyecto de ley cuyas diferencias con el oficial se limitan a maniobras electorales. Recordemos que el MAS, por lo que acabamos de decir, no define a Añez como gobierno “de facto”. Todo lo contrario, la reconoce “de facto” y “de iure”, en tanto acata el orden del Estado y cumple su función como parte de él (como poder legislativo). Todo ello en el mismo momento en que, fuera de los recintos, militantes masistas y no masistas se enfrentan con las FFAA y los muertos se multiplican. Ante esos militantes, la dirección del MAS se ha cansado de llamar a la “pacificación” y la desmovilización, mientras negocia no solo con el gobierno al que debiera haber desconocido, sino con el imperialismo (la OEA y la ONU, amén del Papa), las condiciones para su continuidad.
Todo esto es reconocido por Altamira. ¿Por qué caracteriza, entonces, el hecho como un “golpe de Estado? Porque hay algo que no ve. ¿Qué es lo que no ve? Que un gobierno como el de Morales, que se supone fue votado por casi la mitad de la población, cae en un par de semanas y no se percibe ningún levantamiento nacional en su defensa, ni en el momento de la caída ni al día de hoy. Fuera de fracciones masistas de El Alto, sectores cocaleros del Chapare y alguna que otra cosa más, no existe, insistimos, al día de hoy, ninguna movilización parecida, a escala nacional, a la que provocó su renuncia. ¿Qué significa esto? Que lo que Jorge caracteriza como revolución en marcha es un conjunto de fuerzas que, no solo no empujan en la misma dirección, sino más bien en direcciones contrapuestas. Para que Áñez haya podido hacerse con el gobierno y se sostenga allí, no alcanza con las FFAA, mucho menos, con unas en las que reina la división y la desmoralización. Áñez puede gobernar sobre el movimiento que hasta ayer era “imbatible” no solo porque el MAS demostró ser un gigante con pies de barro, sino porque existe un consenso mayoritario, pasivo, pero mayoritario, en que los días de Evo se acabaron. Buena parte de ese consenso pasivo fue la masa activa que volteó al ex-presidente, salvo que creamos, realmente, que cuatro tránsfugas de Santa Cruz financiados por Bolsonaro nos trajeron hasta aquí. Desconocer la movilización popular contra Evo, por el simple hecho de que lo capitalizó “la derecha” (como si Evo fuera “de izquierda”) no solo deja sin explicar los resultados (que son imposibles de entender sin esa movilización cuya realidad puede constatar cualquiera que haya seguido las noticias por televisión), sino que descubre a una izquierda que se negó a actuar contra el entonces gobierno boliviano. O sea, que fue su sostén. O lo que es lo mismo, que se subordinó a él contra las masas bolivianas.
No solo se exagera la magnitud real de las fuerzas en la calle, sino que se subestima el efecto desmovilizador del MAS sobre el ánimo de sus militantes. Entre otras cosas, porque esos compañeros no están movilizados por el socialismo y la revolución, sino contra el “golpe”. Porque eso les dijo su jefe y eso repitieron a coro no solo sus aliados burgueses de todo el continente, sino prácticamente toda la izquierda latinoamericana y mundial. No solo se les dijo eso a los defensores de Evo, sino que se acusó de “golpistas” a todos los que se movilizaron contra Evo o que lo hicieron contra Evo y Camacho. Es decir, esa izquierda formó parte de la estrategia general de desmovilización del MAS, por un lado, y de afianzamiento de la facción Áñez, por otro. Colaboró activamente en la división de la clase obrera y en su subordinación a las diversas facciones burguesas en pugna. Y ahora se pretende que toda esa energía social, milagrosamente se una y exija la transición al socialismo…
Es cierto que durante todo el desarrollo del hecho hubo una muy intensa presión por definirlo como “golpe”, una presión sobre todo proveniente del campo kirchnerista, que amedrentó a casi toda la izquierda. Hay que tener coraje para reaccionar contra el clima ambiente. RyR ha recibido, en pocos días, miles de insultos, amenazas, hasta intentos de despido para alguno de sus miembros. No creo que Altamira se haya doblegado ante esta presión, sin embargo. Creo, más bien, que el trotskismo nace “doblegado” y que esconde esa tara detrás del “transicionalismo”, que en el fondo oculta que no se cree, realmente en la capacidad revolucionaria de la clase obrera.
En efecto, por un lado se ignora o se quiere ignorar la movilización que lleva adelante la población contra Morales. Acompañar la lucha señalando sus limitaciones e indicando hacia dónde debe ir después de su caída, no parece una opción para los descendientes del gran León. ¿Por qué? ¿Acaso el PO bajo su dirección no marchó con Blumberg, tratando de mostrar que la izquierda revolucionaria también se preocupaba por los problemas de la “inseguridad”? Blumberg no era precisamente un izquierdista. ¿Acaso el PO bajo su dirección y con su explícita voluntad, no votó por De Vido en defensa de las “libertades democráticas”? Ni siquiera Alberto Fernández ha prometido sacar a De Vido de la cárcel. No hay libertad más “democrática” que el derecho al voto, vulnerado en tres ocasiones flagrantes por Evo. Bien. Buena parte de la clase obrera boliviana conquistó eso contra Altamira. ¿Con qué cara irá ahora la izquierda (lo que decimos de Altamira se aplica al FITU en su conjunto) a plantearles algo, luego de haberle hecho fácil a “la derecha fascista” hacerse con la movilización?
Caído Morales, contra toda evidencia obvia de golpe de Estado, se lo decreta. Morales cae por la movilización popular. El nuevo gobierno se encuentra con el poder porque hasta el último masista en la línea de sucesión renuncia. Si no, Áñez no podría haber asumido o habría asumido contra las autoridades constituidas, abriéndose un nuevo capítulo en la crisis. No hubo golpe porque el MAS no quiso. En vez de luchar contra el nuevo gobierno en nombre del “que se vayan todos” y por la formación de un poder popular, Altamira propone seguir la línea institucionalista que el propio Evo había lanzado: luchar contra el “golpe”. Evo manda a morir a sus compañeros y desde México negocia y acuerda. Altamira dice: ya se van a dar cuenta de las limitaciones del nacionalismo reformista. Y cuando se den cuenta, nos elegirán a nosotros como su dirección. En ese momento gritaremos “traición”. Y la bronca por la “traición” será canalizada por la revolución. La conciencia no solo evoluciona sola, sino incluso contra el partido revolucionario, que tiende a reproducir sus limitaciones en lugar de cuestionarlas en la teoría y en la práctica. Con unos no se puede hablar, porque se los insultó (“golpistas”), con los otros tampoco, porque se les mintió (“golpe”) ¿Por qué, quien no le ha hablado a la cara a la clase obrera, va a recibir su apoyo? Lo más probable es la desmoralización y el desencanto con cualquiera que le haya mentido.
Detrás de esta comedia de enredos en la que los amantes nunca se encuentran, porque cuando uno entra por una puerta el otro sale por la otra (tragedia, en realidad, porque así las cosas terminan inexorablemente mal) está la peculiar dinámica que el trotskismo imagina para este tipo de situaciones. La clase obrera tiene una conciencia. Esa conciencia no debe ser atacada frontalmente. No se puede cuestionar seriamente al kirchnerismo, la gente no lo entendería (recordemos que Altamira, entre las críticas al CC oficialista del PO anota no haber hecho foco en el macrismo…). Traducido: no se puede cuestionar a Evo Morales. Luego, hay que seguir más o menos de cerca esa conciencia, pero con críticas laterales, cuyo núcleo consiste en la herencia tras la traición. La clase hará su experiencia (pero sin nosotros). Evolucionará por la pura práctica. No solo lo hará, ya lo ha hecho: “Quienes han comprendido como nadie la disyuntiva política entre revolución y contrarrevolución son las masas indígenas y campesinas.” La pregunta es: ¿qué revolución se disponen a hacer los que se movilizan en El Alto y Chapare? O se cree que Morales es la revolución o se está diciendo que el trapo rojo está ad portas:
“Se ha acentuado la polarización política. La rebelión popular crece de día en día, así como la organización (un corresponsal de Clarín osó comparar las deliberaciones en El Alto a los soviets de 1917). La cuestión del armamento de las masas ha pasado a ser decisiva, y es ahí adónde debe apuntar la solidaridad internacional. La posibilidad de provocar deserciones en el ejército depende, en gran medida, de la capacidad del pueblo de hostigarlo y enfrentarlo con las armas. En esta política se resume la cuestión del desarrollo de una dirección revolucionaria en Bolivia.”
Bien. Solo faltan armas. Dejemos de lado que Altamira parece creer que en Bolivia no hay obreros sino “indígenas y campesinos” (con lo cual no sabemos quién hará “la revolución”, salvo que nos hayamos transformados en maoístas). Dejemos de lado también que los compañeros de la Tendencia que suelen criticarnos por nuestro supuesto “yutismo”, tienen aquí un ejemplo de cómo se piensa (correctamente) la relación masas-fuerzas represivas, para concentrarnos en el final del texto. No hay contra-revolución, porque no hay revolución, todavía. Hay un gobierno reaccionario (en el sentido de que pertenece a aquellas facciones que desean dar vuelta atrás el reloj en la mayoría de las concesiones simbólicas de Evo Morales, pero que desea dar muchos pasos adelante en relación al aumento de la explotación y de la expropiación de las masas obreras y pequeño-burguesas), que no pretende realizarse como tal en forma inmediata (no están dadas las condiciones) sino que busca desarmar el régimen masista al estilo Macri. El gobierno Áñez es muy débil. Se sostiene solo por la debilidad paralela del masismo. El candidato es Mesa, que no está “borrado”. No solo participa de la trastienda del poder, sino que el gobierno prohija una salida a su medida: la discusión en torno a si las listas de las elecciones de enero pueden cambiarse (Añez) o deben repertirse (MAS) tiene por función bloquear la posibilidad de la concentración opositora en torno a Mesa. La necesidad de un “episodio Macri” es la estrategia del imperialismo yanqui, porque es lo que puede evitar males mayores (de allí el intenso apoyo al presidente argentino por el FMI, cuestión que está, incluso, detrás de la sorpresiva aparición de un don nadie llamado Alberto Fernández como ultima ratio a Cristina).
Frente a ese gobierno se extiende una vasta fragmentación de obreros y pequeño-burgueses separados no solo en torno a Morales. Hay fracciones que apoyan a Añez, fracciones que apoyan a Evo, y las hay que no apoyan a nadie, porque creen que la cuestión terminó (la importancia que asume el término “pacificación” en los discursos gubernamentales y masistas no debiera ser pasada por alto) o porque creen que deben continuar la lucha contra el conjunto del régimen político. Sólo esta línea tiene un futuro cercano a lo que imagina Altamira, pero es, por ahora, muy débil. Creer que en El Alto hay “soviets” que solo precisan armas es tan disparatado como declarar agotada la política burguesa. Tanto en la Argentina como en Brasil, la salida “democrática” ha funcionado. No hay razón para creer que no lo va a hacer en Bolivia y Chile (donde el grueso de la clase obrera, por ahora, va a las elecciones, ya sea para modificar la constitución o para elegir nuevo presidente). El hiato entre la “confusión” de las masas que se reconoce en una línea (pero que se ignora en el corazón del texto) es llenado por “la situación mundial”. Sin embargo, en esa situación mundial no encontramos una clara tendencia a la lucha revolucionaria sino, más bien, la misma confusión que en Bolivia. Confusión que el “transicionismo” trotskista no hace más que abonar.
¿Hacia dónde va Bolivia? ¿Hacia la revolución? Puede ser. Pero falta mucho más que un par de escopetas. No ha hecho su aparición ninguna organización revolucionaria con un mínimo peso en las masas. Solo la caída de Áñez en simultáneo con la burocracia masista, quiebra del aparato represivo mediante, podría transformar la situación en un febrero boliviano. Llegados a ese punto, todavía falta el camino a octubre. Es curioso que Altamira, que ya pide armas, no haya enarbolado todavía la “asamblea constituyente”, instrumento inútil en general, pero que en este contexto le permitiría al menos terciar en la disputa discursiva y separarse del masismo. Ni siquiera eso. Vamos de la confusión a las armas. No hay, en todo el texto, ninguna consigna de poder.
La consigna que debe orientar nuestra lucha en Bolivia debe ser una que oriente a las masas en la ruptura con la burguesía: “Ni Evo ni Camacho”. Y que la organice: asambleas populares en todos lados, Asamblea Nacional de Trabajadores. Y que le dé un objetivo inmediato: “Fuera Áñez” y uno mediato: Socialismo. Es hora de hablar claro, basta de trotskismo.