Carta a un obrero socialdemócrata

en Clásico piquetero/El Aromo n° 103

León Trotsky – 1933

En pleno auge del nazismo, Trostky publica este texto dónde traza tareas y límites precisos en la lucha contra el fascismo. Propone la autodefensa en común ante las agresiones físicas a las organizaciones obreras por parte de los nazis, a la vez que sostiene la necesidad de mantener la actitud critica y la lucha política entre esas mismas organizaciones.

Un pacto de no agresión

Los dirigentes socialdemócratas proponen al partido comunista sellar un «pacto de no agresión». Cuando leí por primera vez esta frase en el Vorwarts, pensé que era una broma casual y no muy feliz. Sin embar­go, la fórmula del pacto de no agresión esta hoy en boga y, en la actualidad, está en el centro de todas las discusiones. Los dirigentes social­demócratas no carecen de políticas probadas y habilidosas. Mayor razón para preguntarse cómo es que han podido elegir una consigna semejante, que va contra sus propios intereses.

La fórmula ha sido copiada de la diplomacia. El significado de este tipo de pacto es el siguiente: dos Estados que tienen causas suficientes para ir a la guerra, se comprometen durante un periodo determinado a no recurrir mutuamente a la fuerza de las armas. La Unión Soviética, por ejemplo, ha firmado un pacto semejante, inflexiblemente limitado, con Polonia. Suponiendo que estallase una guerra entre Alemania y Polonia, el pacto citado no obligaría en forma alguna a la Unión Soviética a acudir en ayuda de Polonia. No agresión, y nada más. No implica, de ninguna manera, una acción defensiva común; por el contrario, la excluye: sin esto, el pacto tendría un carácter completamente diferente y tendría que llamársele con un nombre completamente diferente.

¿Qué sentido, pues, dan los dirigentes socialdemócratas a esta fórmula? ¿Amenazan los comunistas con meterse en el saco a las organizaciones socialdemócratas? ¿O está dispuesta la socialdemocracia a emprender una cruzada contra los comunistas? En realidad, lo que está en cuestión es algo enteramente diferente. Si se quiere emplear el lenguaje de la diplomacia, sería mejor hablar no de un pacto de no agresión, sino de una alianza defensiva contra un tercer partido, es decir, contra el fascismo. El objetivo no es detener ni conjurar una lucha armada entre comunistas y socialdemócratas -en eso no hay problema de un peligro de guerra-, sino de unir las fuerzas de los socialdemócratas y de los comunistas contra el ataque armado que ya han lanzado contra ellos los nacionalsocialistas.

Por increíble que pueda parecer, los dirigentes socialdemócratas están poniendo en lugar de la cuestión de la defensa verdadera contra las acciones armadas del fascismo, la cuestión de la controversia política entre comunistas y socialdemócratas. Es exactamente como si en lugar de cómo prevenir el descarrilamiento de un tren, se pusiera la cuestión de la necesidad de mutua cortesía entre los viajeros de segunda y tercera clase.

La desgracia, en todo caso, es que la desafortunada fórmula del «pacto de no agresión» no podrá ni servir para lograr el objetivo inferior en cuyo nombre se ha agarrado por los pelos. El compromiso asumido por dos Estados de no atacarse mutuamente no elimina en forma alguna su lucha, su polémica, sus intrigas y sus maniobras. Los periódicos polacos semioficiales, a pesar del pacto, echan espuma por la boca cuando hablan de la Unión Soviética. Por su parte, la prensa soviética está lejos de hacer cumplidos al régimen polaco. La pura verdad es que los diri­gentes socialdemócratas han tomado un curso equivocado al intentar sustituir una fórmula diplomática convencional por las tareas políticas del proletariado.

Organizar conjuntamente la defensa;
No olvidar el pasado;
Prepararse para el futuro

Los periodistas socialdemócratas más prudentes traducen su pensamiento en este sentido: no se oponen a una «crítica basada en los hechos», pero están contra las desconfianzas, los insultos y las calumnias. ¡Una actitud muy loable! Pero, ¿cómo averiguar el límite entre la crítica consentida y las campañas inadmisibles? ¿Y dónde están los jueces imparciales? Como regla general, la crítica nunca gusta al criticado, sobre todo cuando no puede oponer ninguna objeción a lo esencial de la crítica.

La cuestión de si la crítica de los comunistas es buena o mala, es una cuestión aparte. Si los comunistas y los socialdemócratas tuviesen la misma opinión sobre este tema, no habrían dos partidos en el mundo, mutuamente independientes. Admitamos que la polémica de los comunistas no merezca mucho la pena. ¿Menoscaba ese hecho el peligro mortal del fascismo o hace desaparecer la necesidad de una resistencia común?

Sin embargo, miremos la otra cara del cuadro: la polémica de la socialdemocracia contra el comunismo. El Vorwärts (tomo simplemente el primer ejemplar a mano) publica el discurso que efectuó Stampfer sobre el pacto de no agresión. En este mismo número, aparece una caricatura con el siguiente lema: Los bolcheviques firman un pacto de no agresión con Pilsudsky, pero se niegan a firmar un pacto parecido con la social­democracia. Ahora bien, una caricatura también es una «agresión» polé­mica, y ésta en particular es de lo más desafortunada. El Vorwärts olvida por completo que existió un tratado de no agresión entre los soviets y Alemania durante el período en que el socialdemócrata Müller estuvo al frente del gobierno del Reich.

El Vorwärts del 15 de febrero, en la misma página, defiende en la primera columna la idea de un pacto de no agresión, y en la cuarta columna acusa a los comunistas de que su comité de fábrica de la compañía Aschinger traicionó los intereses de los obreros durante las negociaciones de una nueva escala de salarios. Emplean abiertamente la palabra «traicionó». El secreto que hay detrás de esta polémica (¿es una crítica basa­da en los hechos o una campaña de difamación?) es muy simple: en esa época iban a tener lugar nuevas elecciones para el comité de fábrica de la compañía Aschinger. ¿Podemos, en interés del frente único, pregunta el Vorwärts, poner fin a ataques de este género? Para que eso ocurra, el Vorwärts tendría que dejar de ser lo que es, es decir, un periódico socialdemócrata. Si el Vorwärts cree lo que imprime a propósito de los comunistas su primera obligación es abrir los ojos de los obreros a las faltas, crímenes, y «traiciones» de aquéllos. ¿Cómo podría ser de otra manera? La necesidad de un acuerdo de lucha proviene de la existencia de dos partidos, pero no la suprime. La vida política continúa. Cada partido, incluso aunque adopte la actitud más sincera sobre la cuestión del frente único no puede dejar de pensar en su propio futuro.

Los adversarios cierran filas frente al peligro común

Supongamos por el momento que un miembro comunista del comité de fábrica de la compañía Aschinger le dice al miembro socialdemócrata: «Puesto que el Vorwärts caracteriza mi actitud sobre la cuestión de la escala de salarios como un acto de traición, no quiero defender junto a ti ni mi cabeza ni tu pescuezo de las balas fascistas.» No importa con cuanta indulgencia queramos contemplar esta acción, sólo podríamos caracterizar la respuesta como completamente insensata.

El comunista inteligente, el bolchevique sensato, dirá al socialdemócrata: «Eres consciente de mi hostilidad hacia las opiniones expresadas por el Vorwärts. Dedico y dedicaré toda mi energía a socavar la peligrosa influencia que este periódico tiene entre los obreros. Pero eso lo hago y lo haré mediante mis discursos, la crítica y la persuasión. Pero los fascistas quieren acabar arbitrariamente con la existencia del Vorwärts. Te prometo que conjuntamente con vosotros defenderé vuestro periódico hasta el límite de mi capacidad, pero espero que digas que al primer llamamiento también vendréis en defensa de Die Rote Fahne, prescindiendo de tu actitud hacia sus opiniones.» ¿No es ésta una manera irreprochable de plantear la cuestión? ¿No corresponde este método a los intereses fundamentales de todo el proletariado?

El bolchevique no exige al socialdemócrata que cambie la opinión que tiene del bolchevismo y de la prensa bolchevique. Además, no pide que el socialdemócrata guarde silencio durante la duración del acuerdo sobre su opinión del comunismo. Tal exigencia sería absolutamente imperdonable. El comunista dice: «En tanto yo no te haya convencido a ti y tú no me hayas convencido a mí, nos criticaremos mutuamente con total libertad, utilizando los argumentos y términos que cada cual juzgue necesarios. Pero cuando el fascista quiera amordazarnos la boca, ¡lo rechazaremos juntos!» ¿Puede negarse un obrero socialdemócrata inteligente a esta propuesta?

La polémica entre los periódicos comunista y socialdemócrata, no importa cuán encarnizada pueda ser, no puede impedir a quienes componen los periódicos que lleguen a un acuerdo de lucha para organizar una defensa común de sus prensas de los ataques de las bandas fascistas. Los diputados socialdemócratas y comunistas en el Reichstag y en los Landtags, los concejales, etc., están obligados a llegar a la defensa física mutua cuando los nazis recurran a los bastones cargados y a las sillas. ¿Se necesitan más ejemplos?

Lo que es cierto en cada caso particular también es cierto como regla general: la lucha inevitable en que están empeñados la socialdemocracia y el comunismo por ganar la dirección de la clase obrera no puede ni debe impedirles cerrar sus filas cuando hay golpes que amenazan a la clase obrera en su conjunto. ¿No es esto obvio?


* Escrito el 23 de febrero de 1933, fue publicado en The Militant, 1 y 15 de abril de 1933

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