Hace dos años fuiste al cuarto oscuro y ahora te encontrás con que todo sigue igual o peor, mucho peor en realidad. La carrera por la inflación la sigue perdiendo tu salario, y eso si tenés la suerte de tener un trabajo. Si tu sueldo supera el nivel de pobreza, lo que te convierte en algo así como un “privilegiado”, el Estado te sigue robando una parte (además de lo que ya te robó tu patrón) por el Impuesto a las Ganancias (que no es más que un impuesto al salario). Si tenés un plan, ya no te alcanza ni para parar la olla. A todo esto se suma el hecho nuevo de la pandemia, que viene a mostrar algo viejo: en esta sociedad nuestra vida no vale nada. Ponés todo eso en la balanza y empezás a pensar: ¿le doy un voto de confianza al gobierno? ¿Pruebo con alguien de la oposición? ¿Qué van a hacer en los próximos dos años cuando tengan el puesto asegurado y no tengan que prometer nada?
Vayamos por partes. La Argentina atraviesa la crisis más grave de toda su historia. El país se está hundiendo delante de nuestros propios ojos. Como en toda sociedad capitalista, los platos rotos los pagamos los laburantes. Los salarios hace más de una década que vienen perdiendo contra la inflación. En los últimos 12 meses la inflación creció en promedio 10 puntos más que los sueldos y la perspectiva es que esa brecha crezca. Casi 1 de cada 3 argentinos es desocupado. La pobreza está cerca de alcanzar a la mitad de toda la población. Los planes sociales, la AUH, la tarjeta Alimentar y el ya extinto IFE no son siquiera parches. Por caso, una AUH compra menos de la mitad de una canasta alimentaria individual, es decir, lo que necesita una sola persona para no ser indigente. Los jubilados reciben haberes que ya no siguen la inflación y se calculan con fórmulas de ajuste que harían avergonzar a Macri.
A la bancarrota económica, se le suman los estragos de la pandemia que son responsabilidad directa del gobierno, con su desastrosa gestión. Los Fernández comenzaron negando la llegada del Covid, pasaron a administrar una cuarentena que nació flexibilizada con excepciones ampliadas día a día y continuaron con promesas de vacunas que llegaron tarde, a cuentagotas y sin garantías de segundas dosis. Esa demora criminal fue producto de los negocios de Alberto con Sigman y de Cristina con los rusos. Los resultados están a la vista: casi 5 millones de contagios y más de 106.000 muertes. La variante Delta, más contagiosa y peligrosa, ingresa al país con solo el 17% de la población vacunada con las dos dosis que se requieren para enfrentarla.
Este es el escenario en el cual tienen lugar las elecciones legislativas de este año, con las primarias en septiembre y las generales en noviembre. Los políticos patronales (macristas y larretistas, albertistas y kirchneristas, radicales, liberales) nos convocan a meter un papelito en un sobre con la promesa de que eso va a cambiar el país en los próximos dos años. Lo curioso es que la derecha patronal hoy cuenta con un aliado a primera vista impensable, la izquierda trotskista. Todos, absolutamente todos, nos dicen lo mismo: con tu voto podemos cambiar el rumbo del país. Los casi 40 años de democracia burguesa ya son prueba suficiente de que votando no cambia nada. Lentamente, nos vamos acostumbrando a vivir cada día un poco peor.
Alberto, Cristina y compañía, ¿qué te pueden ofrecer? Ya lo mostraron a lo largo de más de una década y, como si fuera poco, tenemos estos dos años de experiencia. Miseria, hambre y enfermedad. Mientras el país se hunde, ellos piensan en proyectos delirantes, como convertir al país en una granja de chanchos para China. Proyectos que nos condenan a ser mano de obra barata y un caldo de cultivo de nuevas pandemias. Es que en el fondo su única preocupación es el bolsillo de los capitalistas, el suyo propio y evitar las rejas por todo lo que se roban mientras cumplen con esa tarea.
El macrismo, intentando renovarse ahora con Larreta, es lo mismo. También tenemos 4 años de experiencia. Una apuesta fracasada a una burguesía argentina completamente inútil y parasitaria. Sumado a eso, ahora el pelado en CABA a viva voz nos invita a continuar el contagio masivo, haciendo gala de un aperturismo criminal, cuya principales víctimas son docentes y estudiantes. Kicillof y compañía no hacen nada distinto, pero mienten un poco más para adornar la realidad.
Por fuera de estas variantes, dos campos se pelean por la representación de la “tercera fuerza”. Unos te ofrecen un cambio más o menos radical, los otros te intentan seducir con la honestidad y la crítica. Lamentablemente, los primeros son los liberales, con Espert, Milei y compañía. Lamentable, porque los que debieran ofrecerte un cambio profundo son los segundos, que se nutren de las filas de la izquierda trotskista, el FITU pero también el Nuevo MAS (el
desconocido partido de una no tan desconocida mujer, Manuela Castañeira) y Política Obrera (“nuevo” partido del “viejo” Altamira).
Los liberales no merecen demasiado comentario. Su Argentina “productiva” con un Estado mínimo requiere la liquidación de la mitad de la población, los que vivimos de planes o en diferentes formas de empleo estatal. Espert y Milei se deslizan entre la utopía de un país empresario serio y la realidad de la masacre social que se requiere para alcanzar ese sueño.
La izquierda trotskista, esa que debiera estar encabezando la lucha por una nueva sociedad, que debiera estar levantando en alto las banderas del Socialismo, le tiene miedo a esa palabra. Hace rato que los dirigentes de esos partidos solo piensan en ocupar bancas en los parlamentos. Nos dicen incluso que desde ahí se enfrenta el ajuste. Del Caño y Bregman son honestos cuando te dicen que su objetivo en esta campaña es ser “tercera fuerza”. Esa es toda su preocupación. Que no es la tuya, claro. Cuando Castañeira te dice que “hay que renovar la izquierda” es porque ella quiere ese lugar. Altamira y Política Obrera parecen querer estar a la izquierda de todo, pero cuando ves que todos sus esfuerzos están concentrados en esto, en las elecciones, te das cuenta que son lo mismo. Toda la izquierda está pensando en problemas que no son los tuyos, los de los laburantes, con o sin trabajo, de a pie.
Nuestro país se hunde como el Titanic y ellos solo buscan ser elegidos como diputados o concejales. ¿Qué hacer? En las urnas, al menos, repudiarlos a todos. Votar en blanco no va a solucionar nuestros problemas, pero si quieren que vayamos a votar, que obtengan lo que han sembrado: nuestro mayor rechazo.
En el fondo, el problema no es qué van a hacer ellos, los que nos gobiernan desde siempre o la izquierda trotskista. El problema es que vas a hacer vos, que vamos a hacer los trabajadores y trabajadoras. Hace ya muchísimos años que venís depositando la confianza en los mismos de siempre, y los resultados están a la vista. En 2001 te cansaste y saliste a exigir que se vayan todos. Hoy estamos peor. Es momento de que volvamos a ganar las calles, pero no solo para que se vayan, sino para que gobernemos los que hacemos andar al mundo. Solo nosotros podemos construir una sociedad nueva. Una que esté dirigida por los trabajadores, que no se base en la ganancia y la explotación y que generalice la riqueza, no la miseria. Donde el trabajo ocupe una pequeña porción del día y el ocio exista realmente. Un mundo nuevo, en definitiva, donde la vida valga la pena ser vivida. Eso tiene nombre, se llama Socialismo.
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