El plan económico social del gobierno de los Fernández se ha aclarado mucho en este verano, en sus primeros tres meses de gobierno. Ninguna de las promesas de terminar con el ajuste se han cumplido y las medidas tomadas van en sentido contrario. Pagar para poder volver a endeudarse, recortar gastos para poder pagar, sostener a las patronales de todo color y tamaño regalándoles concesiones, atacar a los trabajadores para financiar los favores a las patronales. Esto es así, como hemos expuesto desde todos los ángulos posibles en nuestras diferentes notas, porque el capitalismo argentino no encuentra la forma de funcionar en nuestro país satisfaciendo las necesidades de su población trabajadora. La sábana corta del capitalismo argentino no se encoge con la deuda, al contrario, la deuda es un medio para estirar un poco la cobertura y no destaparse tan rápido.
En los números, en la piel, en la vida de cada día, el plan Fernández no deja a nadie contento y si no es un fracaso aun es porque se sostiene en la preparación del fracaso futuro. Un ejemplo es Vaca Muerta. En estos días circula la noticia de que Añelo se está convirtiendo en un pueblo fantasma. Añelo es el corazón de Vaca Muerta, es un pueblo que creció en la última década en base a las inversiones en petróleo no convencional, una de las pocas esperanzas de la burguesía de conseguir una fuente de ingreso de dólares (y de evitar la salida de los mismos para comprar energía). Pero hay problemas. Uno estructural, el shale oil tiene un margen menor que el petróleo convencional por lo que la estabilidad de estas inversiones también es menor que otras, son más sensibles al entorno económico. Alberto congeló los combustibles al asumir como una manera de contener una inflación desbocada. No logró demasiado, la inflación de enero se mantuvo en 2,3%, sensiblemente menor que el 3,7% de diciembre, pero más de la mitad de la tasa de Brasil en todo 2019. Y eso con toda la batería de medidas tomadas con el objetivo de bajar ese numerito. Porque con esas medidas, puso un pie sobre el freno a las inversiones millonarias que se necesitarían para que el petróleo sea encontrado primero y explotado luego. Claro que los capitalistas no invierten si no es negocio, y los congelamientos alejan esa posibilidad. Para ensombrecer el panorama, la Cuenca Pérmica, (el Vaca Muerta de EEUU) la gran zona productora de shale oil en Texas, muestra signos de estancamiento como negocio. Es decir, si por un lado atrajo inversiones en miles de millones de dólares y logró que la producción de EEUU superara la de Irán y Venezuela juntas, también se encuentra en entredicho la capacidad de retorno de esas inversiones. Si este negocio tiene problemas en allá, moviéndose a precios de mercado, podemos imaginar que desesperanzadora es la perspectiva en Neuquén. Por eso Alberto y Cristina, junto al congelamiento temporal del combustible les ofrecieron una rebaja en las retenciones, del 12 al 8%. Lo que no se les cobra a las empresas (que son extranjeras asociadas con las nacionales como Pan American Energy; Pluspetrol, Tecpetrol y Compañía General de Combustibles) se compensa con recortes a la población. El recorte más notorio es el de las jubilaciones por las que el estado dejará de pagar a los jubilados más de 5 mil millones por mes. Para decirlo de manera gráfica, tu familia financiando a la familia Bulgheroni.
No sólo a los grandes colosos se les favorece, otra medida que explica el norte que orienta al Frente de Todos es la moratoria a las PyMEs. Es el perdón de hasta el 40% de las deudas que alcanzan 440 mil millones de pesos que los empresarios le adeudan al estado, complementa esta medida la reinstalación del IVA del 21% a los alimentos. Miles y miles de millones de pesos que el estado le quita a sus dueños (los trabajadores) para ser transferidos a los patrones, grandes y chicos, nacionales y extranjeros. Para que no la pongan los patrones hacen que la pongamos los laburantes.
Y la discusión con el fondo se basa en la misma lógica, el gobierno quiere pagar (de eso no cabe duda) pero no quiere hacerlo a costa de desatender a la burguesía local (la favorecida con las medidas mencionadas) porque el pago y las buena relación con el sistema financiero es para volver a pedir y seguir favoreciendo al conjunto de la burguesía. Si no fuera así, si sólo se quisiera pagar, no habría exenciones para cada sector patronal, si el plan no fuera favorecer a la burguesía, no se elegiría a los trabajadores, activos y pasivos, para que sean los que sostengan el peso del ajuste.
Es tan feroz el plan que el gobierno reconoce que su efecto es devastador y que una parte de la población trabajadora directamente no podría vivir ni sobrevivir a ellas. Por eso para poder favorecer a las patronales, para que fluyan las ganancias dentro del sistema y para que los más sumergidos de los trabajadores no impidan la realización de los negocios, el plan incluye sacarle menos a la porción más empobrecida de los trabajadores (no para que salgan del pozo, sino para que asomen la nariz apenas)
Un plan simple (no por eso más viable): favorecer a todos los explotadores que acumulan en el país, quitarle y ajustar a la clase trabajadora y mantener a los más empobrecidos apenas respirando, para evitar un estallido descontrolado. Por eso paralelamente, y en consonancia con un plan de ajuste de este tipo, se suceden guiños a las fuerzas represivas. Al aumento que otorgaron a las FFAA de común acuerdo con Cambiemos justo antes del fin del mandato de aquellos, se suman los discursos que relativizan la represión y la tortura como inconductas. La disculpa por red social de lo dicho en un discurso oficial, expone más el achicamiento de los márgenes de maniobra que un arrepentimiento sincero. Si en el discurso Fernández dijo lo primero que le vino a la cabeza es grave porque expuso su verdadero pensamiento, si fue una estrategia calculada, es grave porque está midiendo y convocando al accionar represivo. Lo que no se puede dejar de señalar es que el gobierno va calculando y preparando esa posibilidad, y que pueda hacerlo depende, en gran medida, de la celeridad y contundencia de las respuestas, de los rechazos. De ser por los organismos cooptados por el oficialismo, la tortura hubiera quedado sancionada como inconducta. Fue el repudio inmediato de los que no claudicamos ni negociamos la lucha y la historia de los compañeros la que motivó la disculpa presidencial.
El plan económico tiene, por supuesto, un correlato político-ideológico, una manera de intentar hacerlo creíble, aceptable. Así como al ajuste trataremos de combatirlo en la calle (como hicimos con el de Macri, por ejemplo con su reforma previsional) en la calle también hay que combatir el modo de hacer aceptable el Plan FF. El peronismo difunde una idea de sociedad en la que los beneficios para las patronales son ocultados. Para eso se pone en primer plano la ayuda a los extremadamente miserables, la porción de la clase trabajadora que sobra para el capital y por lo tanto apenas consigue los medios para vivir. Y a esta parte de la clase trabajadora se la fracciona y divide en particularidades, cada ancestro, cada cuestión de género, cada color de piel, cada tasa de urbanización, sirve para configurar un colectivo particular y opuesto a otros. Socioeconómicamente hay un problema mapuche, un problema trans, un problema femenino, un problema campesino, un problema afro y así podemos encontrar que cada trabajador tiene una forma particular, única e intransferible de ser explotado. Y por lo tanto se disuelve la unidad de la clase productora, la clase largamente más numerosa de la sociedad en una infinidad de opresiones, y problemas cada vez más minoritarios.
Para completar esta deformidad ideológica los problemas de la fracción más perjudicada, no se confrontan con la clase opuesta y explotadora, sino con los otros trabajadores. De manera que los trabajadores registrados, los trabajadores urbanos, los trabajadores varones, o con educación formal, al igual que los jubilados que cobran más de 650 pesos por día, son los enemigos, los privilegiados a los que se les pide solidaridad. Esa solidaridad no es para los más empobrecidos, sino para los negreros de las PyMEs, para los millonarios del petróleo, para los explotadores de toda laya cuyos intereses son los que ordenan la política gubernamental. Cuando se habla de “clase media” para referirse a la clase trabajadora que posee algo más de poder adquisitivo, cuando se pone en el centro del lenguaje a los CEOs, la maldad, la incompetencia o cualquier rasgo contingente en lugar de la estructura social de explotación, debemos saber que se está trabajado para los capitalistas, para la clase que queda oculta por esa maniobra.
El peronismo es en este momento la ideología que enfrenta a unos trabajadores con otros, a unos explotados con otros, que culpabiliza a algún sector de la clase obrera de los males del país, como lo expone Yasky al afirmar que las cláusulas gatillo generan inercia inflacionaria. O cuándo acusan a un jubilado que cobra 21 mil pesos de no ceder sus “privilegios”.
Esta división y enfrentamiento entre explotados tiene un claro objetivo: hacer desaparecer del escenario social a los patrones, al conjunto de los patrones. Y, si es necesario admitir que hay privilegiados, se buscan explotadores que parecen flotar por fuera de las relaciones sociales: el FMI, los inversores, el imperialismo, a los que no se los relaciona con el resto de la burguesía sino que se los presenta como autonomizados de la vida social. Sin socios, sin intereses comunes, sin negocios compartidos.
La condición para que este plan funcione es un ajuste aun más profundo. La condición para ese ajuste es que en los actos y las ideas el peronismo pueda poner freno al descontento, a la bronca, y logre que se acepte la miseria. Y en última instancia lograr que la resistencia se fragmente, se parcialice, se divida y pueda ser golpeada por la represión, en muchas pequeñas batallas, provocando derrotas tras derrota. Para los que no nos resignamos, la tarea es doble. Por un lado alentar la rebeldía, la bronca, la lucha y resistencia contra los recortes a nuestro nivel de vida. Y mientras tanto discutir, conversar, explicar nuestro punto de vista sobre la situación, horadando el engaño burgués, afirmando una mirada clasista del problema. Y uniendo, relacionando, asociando cada acto de lucha particular de los trabajadores, con el problema general, y común: el capitalismo.
La crisis de este sistema afecta a numerosos estratos de nuestra clase trabajadora, esa crisis tiene aspectos comunes a todos y particulares de cada sector. La política socialista no puede ser otra que remarcar el carácter común del problema (el capitalismo) frente a la política burguesa de profundizar las diferencias internas o centrarse en las particularidades. Hablar a la vanguardia que quiere enfrentar la situación y que siempre parte de su experiencia particular, con el lenguaje común de los trabajadores, sobre los intereses del conjunto de toda la clase explotada. Lo contrario de hablar a los trabajadores con las palabras y las particularidades de la vanguardia. Hablar de lo visible y cercano, y cómo se conecta tan directamente con la necesidad de cambiarlo todo. Y alentar esa conexión. Porque si la izquierda pone más énfasis en salir a la calle por los incendios en Oceanía (a los que sí conecta con el capitalismo) que por los recortes en las jubilaciones en Argentina (a los que –contrariamente- explica por el carácter odioso de la deuda) deja latente la idea de que el socialismo es una solución foránea que no sirve para nuestros problemas.
Y esa idea de que el socialismo es una idea ajena e inapropiada –como siempre sostiene la burguesía- se complementa y refuerza con la visión, sobre todo del FITU, de que el socialismo es una idea y una sociedad natural, a la que los trabajadores llegarán solos, en una “transición” inevitable desde sus demandas más inmediatas. Y por lo tanto se tratara sólo de defender el mismo programa que los burgueses (la democracia, la independencia nacional, la defensa de los pequeños productores frente a los “monopolios”, los derechos particulares, las canastas básicas) pero de manera más consecuente, más firme, más combativa. Pero organizarse para trabajar por “lo mismo pero mejor” impide luchar para convencer que “mejor es otra sociedad”. Para la burguesía es abominable la idea de otra sociedad, de una que no esté organizada por la acumulación y sostenida en la propiedad privada de los medios productivos. La izquierda no cree necesario imponer la discusión, la pregunta al menos, por esa posibilidad. Por eso no responsabiliza al capitalismo sino a la deuda, no se unifica alrededor de las luchas sino del parlamento (FITU). Justo cuando la profunda crisis económica y social pone la cuestión de ¿Adónde nos lleva la burguesía argentina? en primer plano. Y como el gobierno aclara cada día la respuesta (crisis, miseria y represión creciente) es necesario plantarse para decir que no vamos con ella a ninguna parte. Declarar que no vamos con la burguesía a ninguna parte es el punto de partida necesario si queremos inventar nuestro propio destino socialista.