1810: ¿Una revolución feudal? Una discusión con el maoísmo criollo sobre los orígenes de la burguesía argentina

en El Aromo n° 36

Por Fabián Harari – La izquierda argentina tuvo que cargar, a través de su larga trayectoria, con la ausencia de un cuidadoso examen de la historia del país en el que le tocó actuar. En particular, de la de su enemigo. Así, el hito histórico más importante en la conciencia de las masas (la Revolución de Mayo) y los problemas de la génesis del capitalismo, permanecieron sin un abordaje sistemático. Períodos de clandestinidad y ostracismo, organizaciones reducidas y abocadas al trabajo sindical y el desarrollo de una tradición anti-intelectual conspiraron contra una tarea tan difícil como sustancial. La excepción es, para el tema que nos convoca, el caso del maoísmo. Esta corriente, expresada en el Partido Comunista Revolucionario (PCR), ha destinado un grupo de intelectuales a la tarea de construir un programa de investigación, con el fin de darle sustento histórico a la estrategia política que ha tejido para el país. Sin embargo, si bien han logrado eludir la tendencia al ensayo, mantienen la esperanza de tipo nacionalista que caracterizó a la mayoría de quienes los precedieron. El PCR sostiene que la Revolución de 1810 careció de la dirección de la burguesía. Sencillamente, porque ésta no existía. Quienes llevaron adelante el proceso habrían sido los terratenientes feudales aliados a los comerciantes librecambistas. La revolución, en consecuencia, sólo habría tenido un componente político (nacional), pero no social (burgués). La crisis del sistema feudal habría sobrevenido luego de 1860, cuando los terratenientes decidieron “aburguesarse” en alianza con el imperialismo. La construcción del régimen burgués, por lo tanto, arrastraría la deformación de su origen y la supervivencia de formas precapitalistas. La tarea del proletariado sería, entonces, apoyar una lucha de liberación nacional en un frente con la burguesía local. El análisis de los orígenes del capitalismo argentino nos lleva, entonces, al examen de un tiempo lejano (la sociedad colonial) en un espacio reducido de 29.000 hectáreas (la campaña rioplatense). La razón de este viaje es que debemos verificar la existencia o inexistencia de un sujeto revolucionario (burgués). Tenemos, entonces, que remontarnos a los años anteriores a la revolución para reconstruir el proceso que la desencadena. ¿Podemos decir que surge allí una burguesía revolucionaria? Si en algún lugar podríamos llegar a localizarla, es en la campaña bonaerense. De 1750 a 1810, el Río de la Plata parece asistir a una sorprendente expansión de las fuerzas productivas. Se duplicó la ocupación de la tierra, se quintuplicó la población y la producción de cueros creció, aproximadamente, un 900%. El maoísmo intenta desmentir que este fenómeno haya sido un elemento disruptivo del modo de producción feudal, ya que sus beneficiarios (los “hacendados”) habrían sido señores feudales, a los que llaman “clase terrateniente”. Examinaremos a continuación el modelo que proponen, para luego explicar los límites y falencias del mismo.

Tiempos de hidalgos

En la sociedad capitalista, el obrero carece de medios de producción y de vida, por lo tanto, si quiere sobrevivir debe llevar al mercado la única mercancía que tiene: su fuerza de trabajo. Por el contrario, el campesinado feudal poseía tierra, ganados, instrumentos de producción y sus propias manufacturas. Entonces, la primera constatación que debe realizar el maoísmo, para probar la presencia de relaciones feudales, es la existencia, en la campaña bonaerense, de una clase campesina. Para el PCR, el campesinado es una realidad debido a que los habitantes de la campaña tenían acceso a la tierra, mediante relaciones de arrendamiento o agregación1. Quienes no desearan cultivar la tierra, podían dedicarse al abigeato, dada la ausencia de control de los ganados por parte de los terratenientes. Estas prácticas eran toleradas debido al carácter estacional de la producción agraria. Si bien toda estancia contaba con una mínima peonada permanente, no resultaba redituable sostener todo el año la supervivencia de peones que sólo se utilizarían un par de meses. Estos elementos estarían probando la unidad entre el productor directo con sus condiciones de reproducción. No obstante, las relaciones feudales implican algo más que un campesinado: hace falta un señor que obligue a la comunidad a tributarle, por la vía político- militar, un excedente en forma de renta (en productos o en trabajo). Ahora bien, ¿cómo verificar esos mecanismos en la campaña bonaerense del siglo XVIII y XIX? Azcuy Ameghino las identifica en dos relaciones: el peonaje obligatorio y el arrendamiento forzoso. El primero, es el producto de la acción de la justicia rural, a cargo de los hacendados, que castigaba las expresiones de autonomía de los pobladores carentes de propiedad: el robo de ganados, el juego, el comercio clandestino. Así, la justicia performaba conductas y habría compelido a los campesinos a emplearse en las faenas rurales, en los meses en que se los requiriera. El peón no era libre de entrar al mercado, ni de salir de él. El segundo elemento, el arrendamiento forzoso, se refiere a la imposibilidad de los campesinos de acceder a la propiedad de la tierra o al libre asentamiento. En palabras de Azcuy Ameghino: “No pudiendo accederse a la propiedad de la tierra y no pudiendo o no ‘queriendo’ instalarse en los terrenos realengos inmediatos a la frontera con el indio (y careciendo de alternativas a trabajar la tierra), el arrendamiento y el agregamiento resultan forzosos …”2 Los terratenientes, entonces, lograrían extraer un excedente por la vía extraeconómica, en virtud de su ascendencia política. La ocupación de los puestos judiciales y administrativos rurales les garantizaría sus prerrogativas, sin que eso implique pertenencia alguna a la clase dominante metropolitana. La relación colonial establecía la transferencia de una renta a la metrópoli. Según el maoísmo, entonces, los enfrentamientos de 1810 habrían tenido como fundamento la disputa por ese excedente entre dos clases feudales.

La vida nueva

El problema con el modelo maoísta es que no puede conciliar la teoría con la evidencia presentada. No puede probar la existencia de un campesinado autosuficiente, de relaciones de servidumbre ni de una nobleza. Comencemos por un problema conceptual de importancia: la existencia de una “clase terrateniente”. La categoría terrateniente se refiere a la ostentación de la propiedad de la tierra, sin discriminar las relaciones sociales que la sustentan ni aquellas que permiten la reproducción del beneficiario en cuestión. Existen terratenientes esclavistas en el Imperio Romano, terratenientes feudales y terratenientes bajo el capitalismo. Por lo tanto, el problema no es encontrar “terratenientes”, sino burgueses o señores feudales. Ahora bien, con respecto al campesinado, los peones, arrendatarios y agregados no parecen guardar analogía alguna con los siervos de la gleba. En el Río de la Plata no encontramos una extendida clase campesina. En primer lugar, la autosuficiencia no constituía un fenómeno general. Los pequeños productores carecían de manufacturas propias, de moliendas y de hornos. Con el tiempo, se incrementaron los casos de agricultores cuya producción no les alcanzaba para subsistir.3 Debían, por tanto, emplearse estacionalmente, con el objetivo de obtener un adicional de dinero o bienes. La caza y comercialización de ganado clandestino podía ofrecer algún beneficio circunstancial, pero no constituir un empleo a tiempo completo de todos los pobladores. En segundo lugar, esos peones y agregados no estaban adscriptos a su parcela. El siervo feudal le pertenece al señor, como la tierra. Es, más bien, un atributo de ella. El productor rioplatense tenía la libertad jurídica de irse cuando quisiera. De hecho, las sistemáticas quejas de los grandes propietarios demuestran que los abandonos imprevistos constituyeron una realidad muy extendida, ya sea peones contratados, que se marchaban a mitad de la cosecha, o agregados que abandonaban la tierra sin previo aviso.4 Asimismo, el hecho de que la justicia persiga conductas contrarias al orden social no evidencia la existencia de un sistema feudal. Cualquier estado que se precie ejerce formas de disciplinamiento de las conductas requeridas. La justicia del noble, en cambio, tiene dos características: está patrimonializada y es la manifestación misma de la renta. Esto no sucede en el Río de la Plata. Por un lado, ningún cargo de justicia ni administración rural es hereditario. Es más, se rematan cada año: quien tuviera más dinero podía usufructuar con el puesto. Por otro lado, no se ha probado que la justicia opere como vehículo de la renta, asignando trabajo forzado. La hipótesis sobre la existencia de arrendamientos forzosos tampoco parece tener un sustento firme. Según los mismos dichos de Azcuy Ameghino, la ausencia de terrenos libres determinó que los pobladores debieran arrendar. Entonces, la compulsión no es política, sino económica. No hay fuerza estatal que los fije a determinada tierra. La entrega de una renta (en especie, en trabajo) es parte de cualquier contrato de arrendamiento. Hay, sin embargo, otro argumento más. Azcuy Ameghino da cuenta de dos tipos de arrendatarios y de dos tipos de campesinos: el pobre y el acomodado. El primero apenas puede alcanzar su subsistencia, pero el segundo, sin ser propietario, es un gran productor que explota trabajo ajeno. Por lo tanto, habría arrendatarios “acomodados” que poco tienen que ver con el campesino oprimido. La existencia de esta diferenciación social en la campaña denota, más bien, un proceso de desaparición del campesinado. En Europa, estos fenómenos son los que llevan al surgimiento de una burguesía rural y de formas capitalistas: la gentry en Inglaterra y los gallos de villa en Francia.5 Esta diferenciación no sólo fue vista por Azcuy Ameghino, sino que ya fue señalada por diversas investigaciones.6 Dicho esto, no parece que la campaña rioplatense haya engendrado señores feudales. La existencia de producciones a gran escala que utilizan mano de obra asalariada7, su vinculación con la formación de un mercado mundial capitalista, una progresiva -pero pronunciada- diferenciación social y la poca visibilidad de un campesinado de tipo antiguo sugiere, más bien, que estamos en presencia de la aparición de un sujeto que responde a intereses históricos burgueses o que, al menos, está sometido a las contradicciones propias de una sociedad en transición al capitalismo. Eso no quiere decir que no predominara el modo de producción feudal en la colonia. Implica, sí, que en las pampas se está gestando la clase que intentará barrer con el antiguo régimen e instaurar una sociedad (burguesa) a su imagen y semejanza. Si el maoísmo se tomara el trabajo de examinar lo que sucede después de 1810, tal vez caería en la cuenta de que lo que le propone al proletariado argentino ya fue hecho hace doscientos años por su actual enemigo.


Notas

1Agregación: entrega de una parcela de tierra a cambio de obligaciones laborales. El agregado podía residir en la casa del propietario.

2Azcuy Ameghino, Eduardo: La Otra Historia. Economía, estado y sociedad en el Río de la Plata colonial, Imago Mundi, Buenos Aires, 2002, p. 340 (cursivas en el original).

3Encontramos para fines del siglo XVIII una gran cantidad de productores con menos de 500 cabezas, un stock que produce anualmente lo mismo que el salario en dinero de un peón permanente. Lo cual no alcanza para mantener una familia.

4Para el caso de los peones, véase los trabajos sobre la estancia de Las Vacas que, aunque se trate de la Banda Oriental, mantiene una dinámica idéntica a la de Buenos Aires, en Fradkin, Raúl (comp.): Historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos, CEAL, 1993, t. II. Para los agregados véase Mayo, Carlos: Estancia y sociedad en La Pampa (1740-1820), Biblos, Buenos Aires, 2004, cap. IV.

5Para el caso inglés véase Hill, Christopher: De la Reforma a la Revolución Industrial, 1530-1780, Ariel, Barcelona, 1991. Para el caso de Francia véase Lefebvre, George: Les Paysans Du Nord Pendant La Revolution Francaise, [1924], Laterza, Paris, 1959.

6Aún un exponente tan representativo de la corriente chayanoviana reconoce su existencia. Véase Garavaglia, Juan Carlos: Pastores y labradores de Buenos Aires. Un historia agraria de la campaña bonaerense 1700-1830, Ed. De la Flor, Buenos Aires, 1999, cap. VII.

7Cfr. Garavaglia, Juan Carlos: op. cit., cap. VIII y Amaral, Samuel: The Rise of The Capitalism on The Pampas. The Estancias of Buenos Aires, 1785-1870, Cambridge University Press, Cambridge, 1998, cap. III

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