UNA CAMPAÑA PUBLICITARIA

en Revista RyR n˚ 3

Viviane Forrester: El horror económico, FCE, Buenos Aires, 1997. Primera edición en francés, 1996. (166 págs).

Reseña de Irma Antognazzi

Los medios masivos de comunicación dicen que el libro fue rápidamente un best seller no sólo aquí sino en todo el mundo, traducido, -según reza la solapa- a varios idiomas. Recibió elogiosos comentarios por la atribuida audacia y crudeza con que describe las atroces consecuencias de la política neoliberal. La falta de rigor científico, la carencia total de información y de fuentes, las falacias, son factores suficientes que ponen a este libro lejos del marco de cualquier estudio social serio. Sin embargo, abordamos su lectura crítica y la difusión de los resultados, porque entendemos que también es tarea de los historiadores y demás científicos sociales salir al cruce de los contenidos que son dirigidos al gran público a través de los medios masivos de comunicación y los operadores ideológicos del sistema. Este libro es consumido según lo muestran los datos de venta, por sectores sociales medios -sensibles a las funestas consecuencias de un modelo que cada vez les está tocando más de cerca, pero temerosos ante la necesidad de cambios revolucionarios- y por intelectuales que tienen micrófono y cátedras para difundir y desarrollar sus ideas. Una sorprendente campaña publicitaria intenta poner las ideas del libro en el seno de sectores populares víctimas del acoso del sistema imperante.

La atracción que habría provocado el libro, además del impresionante aparato de publicidad que llevó hasta repartir botones, banderines y remeras con el logo en la Feria del libro, radicaría en que habla con supuesta audacia de un fenómeno tan evidente como la creciente ola de desocupación y los agudos problemas sociales que produce. Pero una descripción por más que sea minuciosa y descarnada no es verdadera si no aborda el todo, ni menos aún cuando elude el fondo de la cuestión. Lo que no dice el libro es más de lo que dice. Las ciencias enseñan que, en todo caso, las descripciones son el primer paso de la acción investigativa, pero es necesario explicar, sustentar el nuevo conocimiento sobre alguna estructura teórica y hacerlo acumulativo para enriquecer el conocimiento humano y la posibilidad de transformar la realidad. Pero este libro no cumple con ninguno de estos requisitos.

¿Quién es Viviane Forrester?

Produce extrañas sospechas que ni el libro ni las numerosísimas entrevistas hagan ninguna referencia a la formación intelectual de la autora ni a alguna adscripción institucional. Habla un fluido castellano pero en ocasiones prefiere hacerse traducir. Aunque pretende un origen francés, el texto pareciera estar pensado desde y para la realidad argentina actual. La “convertibilidad”, “la estabilidad económica”, la contraposición de la democracia y las dictaduras militares, las menciones a la “memoria” para el “nunca más”, etc, son referencias a problemas de nuestro país que difícilmente podrían haber sido vistos así por alguien que está escribiendo desde la situación de Francia actual, o por lo menos sorprende que no indique en ningún lugar que se está refiriendo a la situación argentina. A pesar de una larguísima enumeración bibliográfica (casi todos autores franceses) no hace ninguna referencia a ellos en el texto. Da la impresión de haber recurrido a un fichero de biblioteca para evidenciar un origen francés, erudición y actualización que no aparecen reflejados en el texto. La misma impresión dan sus poco lúcidas intervenciones televisivas, periodísticas y radiales donde no sale de un libreto, donde ni siquiera se muestra capaz de fundamentar más allá de la repetición literal del texto. Un escueto, “novelista y crítica literaria” como reza la contratapa, no alcanza para explicar quién es Viviane Forrester y menos aún, el por qué de este inusitado boom mundial.

¿Cuáles son las ideas centrales del libro?

   Las ideas básicas, repetidas innumerables veces en todo el texto, son estas (subrayado nuestro):

«La civilización occidental reina en todo el planeta”…. «El trabajo considerado nuestro motor natural… se ha vuelto una entidad desprovista de contenido”……..»No hay una ni muchas crisis sino una mutación, no la de una sociedad sino la mutación brutal de toda una civilización”….”perpetuamos lo que se ha convertido en un mito…el mito del trabajo”…. “la lógica planetaria supone la supresión de lo que se llama trabajo, es decir, de los puestos de trabajo«….»hay algo peor que la explotación del hombre por el hombre: la ausencia de explotación…” «¿Cómo evitar la idea de que al volverse inexplotables, imposibles de explotar, innecesarias para la explotación porque ésta se ha vuelto inútil, las masas y cada uno dentro de ellas pueden echarse a temblar?” “Vivimos en democracia. Sin embargo falta poco para expresar la palabra amenazante, que acaso ya se murmura: superfluos “. «Qué sucedería si desapareciera la democracia?»…«Cuántos términos caen en desuso: «proletariado», «capitalismo», «explotación», incluso «clases» por ahora impermeables a toda «lucha»¿Qué sucedió para que reinen hoy semejante impotencia por un lado y dominación del otro?» …»Todos parecen participar del mismo campo, considerar que el estado actual de las cosas es el único natural, que el punto al que ha llegado la Historia es el que todos esperaban”…”hegemonía de una economía privada convertida en anónima. Las fusiones masivas a escala planetaria la agruparon en redes embrolladas, inextricables, de una ubicuidad tal, que ya no son localizables, escapando a todo lo que podría limitarlas, supervisarlas, o siquiera observarlas”… «Como quiera que haya sucedido, se trata de una verdadera revolución que ha logrado arraigar el sistema liberal, darle encarnadura, activarlo y volverlo capaz de invalidar cualquier otra lógica que no sea la suya, convertida en la única que funciona.»

Ante la gravedad de una situación que describe como “horror”, la autora se lamenta que haya conformismo, pasividad, indiferencia, falta total y absoluta de respuesta y de crítica. Más aún, se muestra sorprendida en las entrevistas cuando encuentra que su público le pregunta qué hacer y está decidido a la “resistencia”. (?) Un libro que pretende referirse a fenómenos sociales debe tener por lo menos precisión acerca de los sujetos sociales que realizan las acciones que describe. Los sujetos gramaticales que utiliza en su redacción: “ellos”, “nosotros”, “todos”, “se nos dice” “ se hace”, etc., son siempre impersonales o abstractos. Frases retóricas, preguntas que llevan adentro la respuesta buscada, que tratan de encontrarse con el pensamiento del lector y hacerlo coincidir con el libro. En ese punto buscaría lograr la impresión de que el lector está expresado, contenido. El texto hace las mismas “críticas” al mundo de hoy que cualquier lector de las capas medias intelectuales y el conjunto de los trabajadores y desocupados han llegado a descubrir por sí sólos en su práctica cotidiana y pueden querer expresar. Y más aún, lo expresan. Millones de argentinos no necesitan leerlas porque viven en su práctica los “horrores” a que son sometidos. Tan obvio que un colectivero al verme leyendo este libro me dijo: “Y Ud. tiene que leer sobre el horror económico? Ud, no vive el horror económico todos los días?”

La lectura de este libro se completa con lo que no dice. Aún aceptando la mera forma descriptiva, llama la atención que mientras describe con tanto detalle las formas más aberrantes de miseria, no hace ninguna mención a todas las formas de reacción social, de protestas, de luchas con diversos medios que se dan en todo el mundo, aún en Francia. No menciona Chiapas, ni Albania, ni las luchas de los pueblos por la democracia, por la justicia, por la justa retribución, por el trabajo, contra el deterioro ecológico, por las posibilidades de estudio, etc. Todo ese fenómeno, que es distintivo de este momento histórico de la humanidad, no está ni siquiera mencionado y por lo tanto, tampoco, la represión en sus diversas formas que se arbitran desde el poder para frenar todos los intentos de repeler estas políticas vigentes y dirigidas a construir una sociedad nueva, superando lo que la historia ya muestra como caduco. Lo curioso es que se lamenta de que no haya respuestas, mientras ignora todas las formas que están ensayando los pueblos.

El libro anuncia la “gran mutación civilizatoria”, dejando atrás el trabajo humano. Sin plantearse siquiera la pregunta obvia ¿por qué se llegó a esta situación?. Esto sería tarea de la historiografía, y el libro y todos quienes le hacen la corte, escapan de la historia y de la ciencia de la historia. “Usa” lo que la lingüística le provee para ocultar la verdadera historia. Confunde lo nuevo, que no es precisamente el fin del trabajo, y los horrores actuales. Lo nuevo son las nuevas experiencias de los pueblos por hacerse efectivamente dueños de su propia soberanía. Lo nuevo son las formidables fuerzas productivas que se han desarrollado en el seno del capitalismo pero dentro del cual se revuelven para liberarse y continuar desarrollándose. Lo nuevo son nuevas formas de democracia, de protagonismo efectivo, una especie aún embrionaria de doble poder como ejercicios o primeros palotes de poder popular. Pueblos enteros empiezan a meter las narices en este duro trabajo de hacer la historia con sus propias manos, esa dignidad que empieza a ejercer con fuerza contra lo más decrépito que es la corrupción, la injusticia, la violencia de los poderosos para seguir imponiéndose aún a costa del proceso que va abriendo la historia.

El libro se hace eco de quienes afirman el fin de la clase obrera, tratando de ocultar que la riqueza que hoy se apropian muy pocas transnacionales es la forma de mayor explotación que ha existido hasta hoy. Con menos obreros, el grandioso desarrollo de las fuerzas productivas, en las actuales condiciones de ejercicio de las relaciones capitalistas de producción en la gran industria, permite lograr niveles de productividad nunca soñados antes. Aunque se usen computadoras, aunque haya mercados electrónicos, aunque se hagan compras y ventas a futuro, la esencia del mecanismo de explotación capitalista, descubierta hace ciento cincuenta años es la misma: las relaciones capitalistas de producción tienen la particularidad de que se retribuye al obrero una parte cada vez más pequeña del valor de su trabajo, apenas se le paga el precio de su fuerza de trabajo cada vez más devaluada en el mercado. Por eso se despiden trabajadores y se crea una aparente lógica de que una parte de la humanidad sobra. ¿Sobrante para quién? Como quien escribió este libro -y toda la corte de obsecuentes comunicadores sociales del sistema dominante- no conoce, o reniega sin declararlo, un análisis clasista de la sociedad, no se pregunta a quién conviene y a quién perjudica esta situación. La “situación de mutación civilizatoria”, en realidad no es más que el momento de mayor decrepitud del imperialismo, porque muestra su incapacidad de resolver los problemas que la humanidad ha producido en su historia sobre este planeta. Los albores de la “mutación civilizatoria” posible son éstos precisamente, pero no en el sentido que lo piensan estos promotores del freno de la historia, sino que lo nuevo se está expresando en nuevas modalidades de organización, de respecto mutuo a las decisiones colectivas. Lo nuevo para la autora es la falta de trabajo, no producto de una crisis pasajera, sino como producto inevitable del “avance de la humanidad”. El avance de la humanidad está, precisamente en que ha creado condiciones para hacer posible la estructuración de una sociedad sobre bases nuevas que superen las relaciones de producción capitalistas.

El libro parece dirigido a hacer creer que la postura de lucha y de resistencia pasa por denunciar al poder dominante y los horrores que son consecuencia de sus políticas. Por “animarse a hablar”, como si ese fuese el máximo y hasta único nivel de lucha posible contra una forma de organización que produce tan graves injusticias contra la gran mayoría de los habitantes de este planeta. El libro (que pretende mostrarse con un ropaje contestatario) reproduce las ideas que aceptan los sectores del poder político y financiero (¿no se lamentan acaso de los lados “débiles”, de las “consecuencias no deseadas” y que deben modificarse del proyecto económico-político emprendido?). Antes” (no indica ninguna referencia temporal) la gente protestaba contra la explotación mientras que ahora piden a gritos que los exploten”. “Ahora el problema no es la explotación sino no ser más explotable”. Ya no es una falacia. Tampoco es un error. Es un manera burda de faltar el respecto a millones de personas a quienes, sin embargo, aconseja “respetar” (?) que no claman por ser explotados. Luchan por conseguir más espacio social y político, justicia, derechos, mejores condiciones para vivir. Más aún, reniegan de las condiciones inhumanas a las que son sometidos y empiezan a cuestionar el poder del estado, las manos actuales del poder. Todo el libro es una justificación al “orden” existente que hoy está llevando a la muerte física, psíquica, intelectual y social a millones de seres humanos en todo el planeta y a la vez la negación de las luchas populares que, con formas y contenidos nuevos, van dando la tónica del mundo de hoy.

Cuando insiste en el fin de la clase obrera, en renegar del contenido de la lucha de clases manifestando que la gente hoy pide que la exploten está aludiendo tácitamente al marxismo. No es novedad aquella idea que han echado a correr en el mundo académico oficial acerca del fin de los “grandes paradigmas”. Pero ahora, con este libro de fácil lectura y toda la prensa de su lado, viene envuelto con otro ropaje dirigido a multitudes a quienes se pretende oscurecer, cuando la misma práctica de vida está haciendo más evidente que nunca las consecuencias de las relaciones de producción capitalistas. Elípticamente el libro pretendería dar por sentado el fin de la teoría que explica la esencia de la acumulación capitalista a través de la extracción de la plusvalía. Atribuye el poder económico a mecanismos “virtuales” (mercados virtuales, los dineros electrónicos, compras a futuro). Los mecanismos capitalistas, que por cierto no menciona como tales, habrían dejado de existir en virtud de esta mentada “mutación civilizatoria”, y reitera que el trabajo se terminó y, junto con él, la base material de la riqueza y de la formación del capital. Superficialidad para criticar los principios esenciales del marxismo, no sólo el de la lucha de clases, sino el valor del trabajo como la gran cualidad esencial de los hombres, y sobre todo, pretensión de esconder el proceso generador de plusvalía, las relaciones de producción capitalista, mecanismo que hoy sigue vigente más que nunca, acrecentando las tasas de explotación de los obreros de las grandes empresas transnacionales que utilizan las más avanzadas formas de producción.

¿Por qué este libro hoy? o mejor ¿Por qué tanto empeño en que se meta en todos los intersticios de la sociedad?

El libro fue lanzado con el evidente propósito de intentar justificar la situación actual como el fin de la historia, admitir ¡por fin! una estación terminal de la historia. Francis Fukuyama subestimó las experiencias acumuladas de los pueblos que con su práctica cotidiana demostraron que la historia no había terminado. Además se presentaba como asesor del Departamento de Estado de los EEUU. Esa carta de presentación, por lo menos daba para sospechar acerca de los intereses que pretendía defender. La forma grotesca que adoptó su tesis se estrelló rápidamente con la realidad y después de vender muchos ejemplares, perdió totalmente su efecto y fue ridiculizada. La forma ideológica de la lucha de clases es un arma permanente. El poder financiero debe encontrar formas para ganar tiempo, ganar consenso, confundir, desviar la atención, oscurecer la conciencia de diversos sectores excluidos del poder para imponer las políticas llamadas de “ajuste” que facilitan y encauzan el natural proceso de concentración capitalista en beneficio de los sectores que detentan el poder financiero. Para eso dispone de ideólogos a su servicio. No puede recurrir siempre y todo el tiempo al arma de la represión física y política. Sabe -han experimentado en carne propia, dentro de sus propias filas y con las del enemigo antagónico de clase- que la lucha de clases existe, y cada vez más encarnizadamente y con un campo de víctimas y potenciales opositores que crece de manera descomunal. Pero la defensa de sus intereses le obliga a negarla y atacar a la teoría que ha descubierto ese fenómeno. De ese modo, tendrían el terreno libre y el éxito de la batalla podría resultarles más fácil. El horror económico es una versión más sencilla del fin de la historia pero dirigida ahora al gran público. Llama la atención que entrevistas a la autora y citas del libro aparecen en revistas de divulgación masiva, incluso dedicadas al público femenino, cuya temática en general está alejada estudios sociológicos, económicos o políticos.

Podría pensarse que este libro es un simple ensayo de una escritora que busca rating. Sin embargo, este libro -de una reconocida editorial como es el FCE y precedido de importantes críticas en los principales medios periodísticos, radiales y televisivos- se aproxima más a un operativo de inteligencia que a un bienintencionado ensayo para clarificar acerca de la grave situación social. Más allá de sus posibles objetivos conscientes -que no alteran el resultado- este libro, o la trayectoria editorial y publicitaria que se armó en torno del mismo, es un operativo instrumentado desde el poder financiero transnacionalizado, embarcado en la guerra ideológica. Pretendería sacar del combate a muchos centenares de miles de jóvenes estudiantes y trabajadores que empiezan a husmear en este duro oficio de protagonizar la historia cotidiana, achatando sus pretensiones de cambio social y para ganarlos para la causa de la “nueva civilización”, de la “mutación cultural”, la gran “epopeya civilizatoria”, el estado actual de “mundialización”, que conlleva, ésta es su tesis principal, el fin del trabajo. Y en consecuencia, aceptar la situación como necesaria y única posible o enfrentarla con un lavado “resistir” sin significado alguno cuando ni siquiera se sabe de qué se trata. Es un texto que pinta el horror como inevitable, pero mantiene una permanente ambigüedad acerca del qué hacer. Cuando pretende dar alguna propuesta, en realidad es una apelación a “pensar”, a “saber”, a “respetar”.

En todas las intervenciones publicitarias hace hincapié en su propio “desahogo” y el de sus lectores al escribir y leer esto. Habría un “antes y un después” de este libro: antes “vergüenza” por ser desocupado, “ahora», se “sabe” que es así. Y punto. Todo el libro es una descripción del “horror”, del mismo modo que describieron y siguen describiendo las torturas más atroces, tanto los organismos de derechos humanos, las víctimas y ahora, hasta algunos victimarios. Ese horror de las torturas se describió hasta el hartazgo. Sin explicación, se mostraban con detalle todos los rasgos del horror: la mera descripción, como si fuera toda la realidad. Esa convivencia con la descripción de las aberraciones del terrorismo de estado fue necesaria como información y para crear conciencia. Pero por sí mismo no es ya un arma de combate, de lucha y de compromiso con la ruptura del orden existente. Más aún, hoy pareciera provocar un efecto contrario si queda sin explicación y contextualización histórica. Sin abundar, por falta de espacio, vale una reflexión: los comandantes responsables del terrorismo de estado fueron juzgados, sin embargo no se llegó a la misma instancia con los responsables del fraudulento endeudamiento externo que comprometió los bienes del conjunto del pueblo argentino en nombre de lo cual se imponen las políticas actuales. Otro ejemplo: la sociedad conoce el número de desaparecidos pero no ha podido acceder a los análisis y objetivos políticos de los militantes revolucionarios que pusieron su vida al servicio de una causa. ¿Qué causa? Esto está totalmente tapado desde el poder del estado en manos de los grandes grupos transnacionales y sus representantes políticos.

El horror económico describe con una crudeza que ya es frecuente escuchar públicamente, las lacras a que ha llegado el modo de vida capitalista-imperialista actual, aunque sin usar esos términos. Todas lacras reconocibles. pero ¿dónde está la falacia? Todo eso es presentado por este libro, y la pléyade de comentaristas que elogian su supuesta «osadía», como producto de la gran “mutación civilizatoria”, no como el fin de un modo de vida, el imperialismo, como fase final del capitalismo. Si no se explica el proceso histórico este tipo de descripciones no llega a superar lo que el común de la gente ya ha podido acceder con su práctica. Hoy se ha hecho evidente el proceso gigantesco de concentración financiera; los cambios en la forma del estado (la ruptura de los estados nacionales por estados de las transnacionales); la crisis del poder político en la etapa de cuestionamiento y construcción de las primeras búsquedas de poder popular; el gigantesco desarrollo de las fuerzas productivas que dominadas por los pueblos en lugar de pequeñas minorías posibilitarían bases nuevas para una sociedad distinta. Pero todo esto, la verdadera mutación civilizatoria que es posible que la humanidad emprenda, más aún, estarían dadas las condiciones para ello, aquí está negado. En el campo de las ideas, los ideólogos oficiales se ocupan muy bien de mostrar que la realidad no existe, que lo que existen son los discursos acerca de ella.

No se sabe si más allá del boom editorial y la campaña publicitaria en los medios masivos, puede hacer pie en la conciencia de algún sector del pueblo argentino. Es de pensar que los operativos ideológicos sirven, pero como dice la teoría de la ciencia de la historia -por más defenestrado que esté en los círculos académicos el materialismo histórico-  en última instancia y “sólo en última instancia, la base material determina la conciencia”. A pesar de esto, a ningún intelectual definido por la defensa de los intereses populares debería pasarle desapercibido la operatoria ideológica de los sectores dominantes. Y creemos que, con este libro, estamos ante un ejemplo de ese tipo. Los intelectuales que no reflexionen sobre los ejes propagandísticos que utiliza el capital financiero a través de sus ideólogos, se vuelven cómplices de las nuevas formas de genocidio, que aún sin producir ruidos de tanques y gritos de tortura llegan a ser tanto o más abominables que aquéllos.

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