PENSAR Y MORIR EN ARGENTINA

en Revista RyR n˚ 3

Tarcus, Horacio: El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, Ediciones El cielo por Asalto, Buenos Aires, 1996.

Reseña de Mauro Pasqualini (estudiante de Historia de la UBA, Fac. de FyL. y miembro de la redacción de Razón y Revolución)

«Mientes de una manera hermosa» dice la protagonista del film Undeground a su marido, un burócrata yugoslavo considerado «Héroe de la Revolución» por la jerarquía estatal. Hábil administrador de la verdad y la mentira, este personaje encarga una película sobre su lucha contra la dominación nazi, en la que el conflicto queda circunscripto a la antinomia fácil entre el Bien y el Mal, negando lo que había de mezquino en la pelea entre el jerarca alemán y el camarada yugoslavo. De esta forma el carácter groseramente apologético del film queda evidenciado y, trazando una continuidad con el presente, el régimen se autolegitima:»Nuestro pasado fue tan memorable que nuestro presente no puede dejar de ser glorioso» vendría a ser el mensaje. De todas formas la película no llega a realizarse, ya que en medio del rodaje los desplazados, traicionados y engañados (los derrotados) rompen con su encierro subterráneo y buscan ajustar cuentas con el presente. Ignorantes del paso del tiempo, la emprenden contra los actores y destruyen de esta manera el relato oficial. Obviamente, una vez que se alejan del espacio de ese relato, se encuentran con verdades para nada tranquilizadoras…

A la Argentina burguesa, como a la protagonista de Underground, también le ha gustado que le mientan. Por eso, de Mitre en adelante, no han faltado escribas autocomplacientes que relaten la historia como una epopeya abundante en héroes fundadores inmaculados, gestas gloriosas, voluntades eternas. Lo lamentable es que quienes supuestamente pretendían criticar esa Argentina, hayan recurrido al mismo método, trazando se esa forma continuidades con el pasado cuyo motivo no era otro que legitimar sus políticas presentes. Es por eso que Horacio Tarcus acierta al poner el concepto benjamiano del «Peligro» en el centro de «El marxismo olvidado…». De acuerdo con esta categoría, en vez de adueñarse del pasado «tal cual éste ha ocurrido» corresponde al historiador adueñarse de un recuerdo «tal cual éste relampaguea en un instante de peligro». Este peligro no es otro que el de ser convertidos en instrumentos de la clase dominante. Por eso cabe, en cada época, esforzarse por arrancar la tradición al conformismo que está a punto de avasallarla. Tarcus es conciente de que la tradición implica la construcción de una identidad, y por eso denuncia el motivo de su libro como la constitución de una tradición (pag. 21). Esta precaución metodológica, unida a un trabajo de investigación exhaustivo, constituyen los principales méritos del libro. Esta construcción de la tradición, implica al mismo tiempo la destrucción de los circuitos tradicionales en los cuales suelen matricularse este tipo de trabajos. De esta forma, no podríamos ubicar al «Marxismo olvidado…»en los «enclosures» temáticos en los que la academia suele registrar este tipo de trabajos (al estilo «Historia de las ideas» o «Historiografía» o «Historia de las ideas políticas»), así como tampoco aborda su objeto de estudio a través de las tradiciones políticas (socialismo, comunismo, anarquismo, trotskismo) desde las cuales se consideraría a Milcíades Peña o a Silvio Frondizi como una excepción o una exterioridad.

El lente que elige Tarcus para acercarse a Peña y Frondizi sin desdibujar sus particularidades es la tragedia. Para «El Marxismo olvidado…» el elemento común a Peña y Frondizi (y que los diferencia del resto de sus contemporáneos) es el elemento trágico. Este se manifestaría en ambos en la conciencia del malestar que atraviesa las relaciones del hombre y el mundo social. Este malestar o esta crisis que trastoca la unidad entre los dioses y los hombres torna al mundo equivoco e insoportable. Por eso en la tragedia el encuentro con la Verdad siempre está vinculado con alguna enfermedad física que aparta al hombre del mundo, o lo lleva directamente a la muerte (pag.31). En Silvio Frondizi, estos elementos estarían presentes en su conciencia de la crisis, en tanto advierte que el mundo liberal se derrumba y que es esta crisis la que debe ser conceptualizada. Aparte, es también su propio lugar de intelectual liberal el que se encuentra en crisis. A partir de la década del 40, ya devenido pensador socialista, el elemento trágico radica en mantener las antinomias de manera negativa, sin resolverlas dogmáticamente, siendo la historia el resultado de esa negatividad, de esa tensión siempre irresoluble o cuyo límite de resolución es la utopía.(pag. 32-33) En Milcíades Peña, en cambio, lo que tenemos es una «visión trágica de la historia». Si bien observa que Peña entiende la dinámica histórica como el resultado de la contradicción entre las fuerzas sociales, ésta se desarrolla en el contexto especifico de nuestra formación social, en donde una forma peculiar de capitalismo dependiente lleva el desarrollo de una Nación autónoma a un callejón sin salida. De esta forma, las distintas opciones que se presentaron a lo largo de la historia y que dividieron y confrontaron las fuerzas sociales, no representaban autenticas antinomias. El concepto de tragedia que Tarcus toma fundamentalmente de Lukacs y Goldman resulta bastante atractivo. Sin embargo, presenta algunas desventajas. Una de ellas, no la única, es si realmente podemos hablar de «visión trágica» en Peña.

Seis problemas para don Milcíades Peña

En «Seis problemas para Don Isidro Parodi», de H. Bustos Domecq (seudónimo de Borges y Bioy Casares) su protagonista está recluido en prisión debido a una injusticia. A su estrecha celda 273 llegan regularmente todo tipo de personajes de pretendida fama asediados por algún problema criminal que nadie puede resolver. De forma arrogante, cargados de citas en francés y de metáforas incomprensibles, los visitantes despliegan su relato ante un atento Parodi que escucha mientras toma mate en su jarrito de loza azul. Sólo cuenta con las pistas que puede sacar de este relato, y de los datos que lee en los pocos medios a los que tiene acceso. Sin embargo, Parodi resuelve el caso, y el procedimiento es siempre el mismo: en un lenguaje claro y coloquial, que contrasta con el relato anterior, delata lo que había de artificioso, mediocre y falso en la primera versión. La sagacidad de Parodi consiste en subvertir las identidades: los perseguidores son los realmente perseguidos, los que se consideran como víctimas resultan ser los victimarios, las grandes y nobles disputas resultan ser peleas por causas miserables, los supuestos artistas y pensadores notables resultan una banda de mediocres… Obviamente, como esta recluido en su celda y nada puede hacer para evitarlo, son otros los que se apropian de sus descubrimientos, y pronto sus hallazgos pasan a circular en los medios bajo la firma de inescrupulosos periodistas.

Se podría decir que Parodi ocupa en la historia de la literatura policial un lugar similar al de Peña en la historiografía. Los rasgos comunes son muchos, pero el que vamos a rescatar aquí es el recurso que ambos comparten y que Don Isidro lleva en forma de apellido: la Parodia. Milcíades Peña no es trágico, es paródico. Como tal, irrumpe en la historiografía apuntando contra los monumentos, los próceres y las gestas canonizados por las corrientes hegemónicas. Es un disociador sistemático que a diferencia de la historiografía liberal, la revisionista o la nacionalista, no busca trazar con el pasado una continuidad que legitime su acción política sino que, todo lo contrario, su posición política le permite desplegar una mueca irónica e irreverente hacia las tradiciones patricias y las figuras santificadas del pasado. Su procedimiento favorito no solo consiste en despojar de su falsa gloria a los héroes míticos de la República liberal o del pensamiento nacionalista, sino también en demostrar lo que hay de falso en las supuestas opciones: Unitarios-Federales; Buenos Aires-Interior; Rosas-Mitre; Colonialistas-Anticolonialistas, etc. A diferencia de otros autores que tomaban partido por alguno de los dos bandos, cayendo de esa forma en un esquema maniqueísta, la apuesta de Peña pasa por demostrar la estrechez de miras de ambos lados y de esa forma denunciar, borrados los artificios y los decorados, los verdaderos intereses (totalmente inmediatos y mezquinos) que se esconden tras la contienda. Por supuesto, una vez que señala las limitaciones de las clases dominantes para llevar a cabo un proyecto de nación autónoma, no busca otro sujeto que sí podía desarrollar el proyecto, sino que establece un vacío : no había una clase capaz de llevar a cabo un proyecto de nación. Como no le tiene miedo a las discontinuidades (ya que no cree que la historia avance parsimoniosamente de acuerdo a los capítulos de los libros) no tiene ningún problema en destacar la ausencia de una clase progresiva que enfrentándose con la oligarquía desarrolle la democracia burguesa. Milciades Peña no sueña despierto con la República Verdadera, como hacen los historiadores liberales para legitimar el status quo, o los stalinistas para plantear su política en términos de «necesidad histórica», ni mucho menos busca héroes demiúrgicos de una voluntad metafísica al estilo nacionalista. Muy por el contrario, mira con desdén paródico los mitos establecidos por estas corrientes. Tarcus señala todas estas características, pero las expone como prueba de su visión trágica. Pensamos mas apropiado hablar de «visión paródica» porque si bien Peña observa la realidad como externa a los actores históricos, si bien es cierto que el mundo parece habérseles puesto en contra, no hay malestar por este hecho. No hay un sujeto que sí acceda a la verdad y sea castigado por esto.

Es cierto que en una obra donde los nombres propios aparecen para ser atacados, hay una excepción con Alberdi y Sarmiento, como bien señala Tarcus. Peña los rescata como el pensamiento mas lúcido del que fuera capaz la burguesía y Tarcus apunta que no debe ser casual que

«…las únicas dos personas sobresalientes en el discurso historiográfico de Peña, Sarmiento y Alberdi, sean considerados por él como dos figuras trágicas, dos figuras de la tragedia argentina, dos intelectuales burgueses revolucionarios sin burguesía revolucionaria. En este desencuentro se alberga toda su tragedia como así también toda su lucidez. Pues Peña logra hacer del extrañamiento de los intelectuales con su clase un valor positivo, al menos en el plano cognoscitivo, ya que la mayor lucidez crítica es posible a través del descentramiento, del desencuentro y de la tragedia» (pag. 266)

Este es uno de los momentos mas personales del libro, donde Tarcus agudiza su poder interpretativo y propone un paralelo entre este desencuentro de Sarmiento-Alberdi con su clase, y el que el propio Peña sufría con las masas. Por eso agrega : «La identificación por parte de Peña se hace sin duda más intensa con una figura como Alberdi, el Alberdi intelectual que difícilmente había logrado franquear las puertas de la práctica política» (pag. 267)

Nosotros también nos podriamos tomar una libertad interpretativa, ya que no nos parece descubrir ningún secreto rabiosamente escondido afirmar que en esta continuidad trágica que tiene a Alberdi en un extremo, Tarcus se busca a sí mismo en el otro. Pero el problema con este enfoque es doble. Por un lado, es cierto que Peña advierte mayor mérito intelectual en Alberdi, pero su «dedicarse a la meditación», su alejamiento de la arena política y su aislmiento están vistos como una limitación. Incluso cuando hace el balance de los deplorables 10 años de coincidencia entre Sarmiento y la oligarquía (y todo lo que eso trajo aparejado: su alianza con el mitrismo, su masacre contra los seguidores de Peñaloza y Varela, el crimen contra el Paraguay) por lo menos los rescata desde el punto de vista de la experiencia: «… comprende cada vez más que con las clases dominantes argentinas no se puede ir a ninguna parte».[1] Por otro lado, el ver en el extrañamiento el valor cognoscitivo, resalta en un primer plano sólo el momento de alejamiento de Alberdi de la vida política, dejando en un segundo plano lo que hubo de positivo en su actividad política anterior. Este contraste es inherente al «enfoque trágico», ya que si solo aquellos que se apartan del mundo pueden acceder a la verdad, como afirma Tarcus, se está subrayando el carácter contemplativo del conocimiento por sobre la praxis.

Este tema del extrañamiento en el «intelectual trágico» lleva una tercera desventaja que deja sus huellas en el libro. Es el tema del recorte de quién es intelectual y quién no. O de qué es lo que debe ser pensado y qué no. De esta forma, cuando en el primer apartado del capitulo III Tarcus hace una panorámica de «La recomposición del campo intelectual en el posperonismo» (tal es el titulo del apartado), reubica las principales publicaciones y figuras del momento, desde la simiesca señora Ocampo hasta la aparición de corrientes nacional-populistas. Sin embargo es un recorte bastante parcial, lo cual queda evidenciado , por ejemplo, por la ausencia de Rodolfo Walsh, quien para esa época comienza a publicar su Operación Masacre. Pareciera como si fuera mas importante para los itinerarios politicos descriptos por Tarcus, saber qué pasaba en el nucleo de Sur, que preguntarse por qué los fusilamientos de José León Suarez fueron publicados en un periodico nacionalista como Mayoria. A partir de este momento el lector de Tarcus empieza a sospechar que se encuentra ante una brillante reconstrucción teórica del pensamiento de Peña y Frondizi, pero en esa investigación erudita, donde el autor rastrea los vasos comunicantes y las fuentes bibliográficas más remotas, el recorte comienza a encerrarse sobre sí mismo. Esto contrasta con su descripción del clima político anterior al peronismo, en donde sí sondea la politización obrera y la incapacidad de los distintos grupos de izquierda (debido a su encapsulamiento, su burocratización, su desorientación teórica) para aprovecharla a su favor, lo cual constituye uno de los mejores pasajes del libro. También defrauda porque en la introducción del libro, al criticar esquemas tradicionales en el estudio de partidos o figuras intelectuales, Tarcus postula: «En la obra del historiador, a través de la historia del partido, debe vislumbrarse la de su sociedad; a través de la biografía intelectual, debe poder apreciarse el conjunto de la vida cultural, desde el ángulo particular del sujeto escogido para el estudio» (pag. 40) Cabe preguntarse hasta qué punto el elegir ese sujeto como trágico no es la causa de un recorte demasiado acotado. Tarcus nos deja la pelota picando para que le critiquemos: «lo de la tragedia es muy lindo, pero… ¿quién construyó la Tebas de las siete puertas?».

Conclusiones

«El Marxismo olvidado…» tiene cierto carácter de «obra monumental» por la cantidad de información que maneja y por la amplia bibliografía que aparece citada. De esta forma, logra reproducir los debates historiograficos de una manera completa. Sumado a esto, el enfoque desde el concepto benjamiano de «peligro» agrega un toque de lucidez, que los defectos del «elemento trágico» empañan un poco. Tal vez, mas que de «marxistas trágicos», hubiera sido mejor hablar de «marxistas peligrosos»…


[1] Ver Peña, Milcíades: Alberdi, Sarmiento, el 90, Ediciones Fichas, 1973, p. 82

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