Un relato burdo. El PO, Belgrano y la Revolución burguesa

en El Aromo n° 111/Novedades

Grupo de Investigación de la Revolución Burguesa – CEICS

Este año se cumplieron 200 años del fallecimiento de Manuel Belgrano. El Bicentenario no pasó desapercibido para la izquierda, en particular, para el Partido Obrero que -a través de la intervención de Gabriel Solano en la Legislatura porteña- expuso su mala comprensión del personaje y la Revolución.[1] La intervención de Solano careció de rigor histórico y puso sobre la mesa el nacionalismo del programa que pregona. Su discurso estuvo acompañado de algunos escritos que sostuvieron –con más palabras pero sin muchos más argumentos ni evidencia- la posición del PO.[2] Se podría sintetizar en: 1) La revolución burguesa no culminó sus tareas porque no creó un “Estado avanzado”. Eso se debió a que 2) Buenos Aires liquidó al artiguismo, la “verdadera” expresión revolucionaria. En ese marco, 3) Belgrano pasó de jugar un rol revolucionario en 1810, a uno “contrarrevolucionario”. ¿Por qué? Porque, luego de su viaje diplomático en 1814, se amigó con el “Orden” y colaboró activamente en la represión del federalismo. Veamos un poco estos puntos.

La revolución y las tareas nacionales

No queremos extendernos mucho sobre estos planteos. Sobre todo, porque hemos escrito lo suficiente como para que el lector tenga a disposición trabajos con fuentes históricas.[3] Solo nos parece importante señalar algunas cuestiones para clarificar qué es una revolución burguesa, cómo se mide y qué resultados tuvo en Argentina.

La idea del PO es que la revolución burguesa no triunfó en Argentina. Solano lo sintetiza de la siguiente manera:

“Es que con Belgrano se personaliza una clase social y una clase dirigente que logró una independencia del país, en términos políticos, pero que estuvo muy lejos de poder desarrollar a Argentina como Estado avanzado.”

El planteo es incorrecto por varias razones. Primero, porque la revolución burguesa no se mide por el tamaño resultante del capitalismo, sino por el desarrollo cualitativo de ciertas relaciones –las capitalistas- y por la hegemonía de una clase -la burguesía- en un espacio -la nación-.

En ese sentido, hay que decir que la revolución burguesa bastante hizo en el Río de la Plata. No solo porque liquidó todo vestigio feudal arreglándosela en soledad con ataques militares que venían de todos lados, sino porque construyó una nación en un territorio que contaba con 420 mil personas desperdigadas en 5 millones de km2. Lo que hoy es Argentina equivalía a un sexto de la economía norteamericana de 1776. Toda la población del virreinato –contando el Alto Perú- era un décimo de la población francesa y un quinto de la población española. Los pueblos se encontraban apenas conectados por caminos largos e intransitables. Para 1840, tomaba tres meses llegar de Buenos Aires a Salta. Y eso era lo de menos: había que cuidarse de los temporales, las tormentas de polvo, las sequías. Había caminos empantanados, tanto como ríos y arroyos sin puentes, a los que solo se podía bajar si la corriente no era muy intensa. Por si eso fuera poco, había que protegerse de los asaltos y reparar las carretas en muchas ocasiones. Ese era el escenario donde había que construir un mercado interno, donde circularan mercancías de forma fluida y donde la única unidad política real era un Virreinato –el del Río de la Plata- de reciente creación (1776) que agrupó unos espacios que hasta entonces eran el patio trasero de la colonia.

¿Algo más? Sí, Buenos Aires, la ciudad más grande, tenía 40 mil habitantes en 1810 y su área rural era muy limitada. La burguesía agraria naciente tenía que asegurar la propiedad privada de los medios de producción –el pilar de cualquier sociedad capitalista- en un territorio que apenas podía controlar, sin suficiente fuerza de trabajo asalariada y con grandes restricciones comerciales. Salvo que uno espere que de un escenario como éste brote la industria pujante del capitalismo mundial –en cuyo caso, sería un delirante en toda regla-, hay que señalar que la burguesía argentina construyó un capitalismo acorde a su tamaño. Es más, en ese largo proceso que dura más de setenta años, se apropió de más territorio que aquel que disponía, guerra y destrucción de sociedades indígenas mediante. Podremos cuestionar tal o cual método, pero es un hecho indiscutible y forma parte de toda revolución burguesa, nos guste o no. Como sea, el PO –como todo el trotskismo- considera la revolución desde un punto de vista idealista: supone que las clases sociales pueden hacer cualquier cosa en cualquier escenario, en abstracción de las condiciones objetivas.

El problema de la Argentina no reside en ninguna “dependencia” (en un punto, todos los capitalismos se conectan y “dependen” del mercado mundial) ni en la falta de “desarrollo” (es capitalista, chico y agrario, pero capitalista al fin). Mucho menos, en que pide prestado: desde Baring Brothers que el grueso de la burguesía argentina es una gran estafadora mundial por excelencia y, si no lo fuera, ya se tendría que haber fundido.[4] Cortita y al pie: el problema de la Argentina es que es capitalista y la tarea que tenemos pendiente es arrebatarle el poder del Estado para construir el socialismo sin mediaciones.

¿Hubo un giro “contrarrevolucionario”?

El Partido Obrero supone que Belgrano tuvo una etapa revolucionaria hasta que pegó un viraje “Termidoriano” o “contrarrevolucionario”. Algunos incluso señalan que su idea de revolución nunca fue muy “democrática”. Para justificarlo, rescatan sus negociaciones con Carlota Joaquina de Borbón, sin comprender cabalmente en qué consistió aquel juego diplomático. También contraponen a la revolución “popular” con el rigor, el verticalismo y la disciplina militar impuestos por Belgrano, por ejemplo, en el Motín de las Trenzas. Y pensar que se reivindican partidarios del Jefe del Ejército Rojo…

Este razonamiento, sin embargo, no resiste el más mínimo análisis. En primer lugar, por una cuestión de orden conceptual. Aún si hubiera un “Termidor” en la revolución en el Río de la Plata, corresponde señalar que “Termidor” no es equivalente a “contrarrevolución”. Uno supone conservar lo conquistado en la Revolución y otro volver al orden feudal. Salvo que Belgrano tuviera en su horizonte restablecer la propiedad feudal, la dilapidación de recursos a través de rentas, el restablecimiento del monopolio y el derecho Real sobre el territorio americano, hay que decir que la caracterización de “contrarrevolucionario” es ridícula.

Si algo distinguió a Belgrano fue su vocación programática. Belgrano era un intelectual revolucionario, que volcó sus conocimientos en economía para propiciar el desarrollo comercial y productivo en Buenos Aires, para luego ponerse al servicio de los intereses de su clase. Cualquier mínimo contacto con el Telégrafo Mercantil o el Correo de Comercio nos introducen en los objetivos de Belgrano: un mercado nacional, expropiar a los productores directos, garantizar la propiedad privada de los medios de producción…[5] Tareas de la revolución burguesa que hoy están cumplidas.

Pero vayamos al corazón del asunto. El argumento “fuerte” del PO estaría enfocado en las misiones diplomáticas de 1814-1816 y en la colaboración activa de Belgrano en la represión del federalismo. Estamos ante un serio problema de falta de evidencia e interpretación histórica. El PO supone que las negociaciones diplomáticas que involucraron a Belgrano fueron “conservadoras” y “reaccionarias”. ¿Por qué? Porque la comitiva compuesta en 1814  por Belgrano y Rivadavia –que se suman a Sarratea- fue a buscar una Corona para las Provincias del Río de la Plata. Dejan entrever un profundo desconocimiento de las revoluciones burguesas y de la política del siglo XIX.

Lo que el PO no entiende es que toda Revolución tiene que apelar a mil variables para conservar el poder. Sobre todo, si se encuentra en pura soledad.[6] Y en el siglo XIX, con las derrotas napoleónicas, con un proceso de Restauración que incluyó el retorno de Fernando VII, con un poder que tenía que financiar ejércitos para batallar en todos lados, solo un irresponsable se abstenía de intervenir en el campo diplomático. Por eso, firmó el Tratado Rademaker-Herrera en 1812, un tratado que evitó la guerra con otro enemigo incluso más peligroso, Portugal.

Pero, ¿en qué consistieron las negociaciones diplomáticas de las que participó Belgrano? Desde sus inicios, los gobiernos revolucionarios buscaban apoyo militar en Inglaterra y en todo el mundo. Y eso es una virtud: casi en soledad, la Revolución apelaba a todas las variables a mano para conservar al poder revolucionario. Pero el asunto fue esquivo: con el regreso de Fernando VII, Gran Bretaña iba a consolidar su alianza con España, que comenzaría a preparar un desembarco a cargo del general Pablo Morillo. Al mismo tiempo, los revolucionarios seguían manteniendo los frentes. El gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, todavía pretendía que las Provincias prestaran juramento a la Constitución española y jurara fidelidad al Rey. Las derrotas de Napoleón quitaban además una carta de negociación: hasta entonces, el “miedo” inglés era que las colonias recibieran con los brazos abiertos a los franceses, como lo muestran varias cartas de Lord Strangford, diplomático británico, a la Foreign Office.

El objetivo de la comitiva compuesta por Belgrano y Rivadavia tenía por objetivo evitar cualquier intervención española y estabilizar la revolución con una monarquía constitucional ofrecida a algún príncipe europeo, que pudiera operar de garantía de apoyo internacional en un contexto restaurador. Pero lo que el PO no advierte es que la política era dual: mientras la comitiva debía felicitar a Fernando VII y agradarlo con una carta, el Director Supremo Posadas informaba a gobernadores, alcaldes y jefes militares, que la misión al exterior tenía por fin “aumentar la fuerza armada, diferir la agresión de la península, facilitar el comercio y negociar la protección de una potencia responsable”.

Además, se especificaba que los diputados rioplatenses estaban autorizados a aceptar las proposiciones españolas, siempre y cuando lo examinen “los pueblos”. De este modo, apelando a los mecanismos de consulta, se pretendía ganar tiempo para retrasar el envío de las flotas desde España, bajo el supuesto de que si Fernando negociaba, probablemente no avanzaría a fondo con sus movimientos. De otro modo, los diputados debían señalar que los Pueblos estarían sumergidos en una “guerra interminable”. Bernardino Rivadavia tenía asimismo en su poder una serie de Instrucciones Reservadas firmadas el 10 de diciembre de 1814, que señalaban:

“Que las miras del Gobierno, sea cual fuere la situación de España, sólo tienen por objeto la independencia política de este Continente, o a lo menos la libertad civil de estas Provincias. Como debe ser obra del tiempo y de la política, el diputado tratará de entretener la conclusión de este negocio todo lo que pueda sin compromiso de la buena fe en su misión (…) Si peligrase el curso de la negociación, entonces hará ver con destreza que los Americanos no entrarán jamás por partido alguno que no gire sobre estas dos bases o la venida de un príncipe de la Casa Real de España que mande en soberano este Continente bajo las formas Constitucionales que establezcan las Provincias; o el vínculo y dependencia de ellas de la Corona de España, quedando la administración de todos sus ramos en manos de los Americanos. (…) Sobre estas dos bases girará el Diputado sus negociaciones sin olvidar que el tratado deberá sancionarse en la Asamblea de los Diputados de estas Provincias por haberse reservado esta facultad.”[7]

Así, Rivadavia podía solicitar al Rey cuotas de autonomía. Pero todo quedaba supeditado a lo que “sancionara” la Asamblea de Diputados. Es decir, se trataba de maniobras dilatorias para que Fernando no envíe sus expediciones (las mismas igualmente partieron en febrero de 1815 aunque se dirigieron a Nueva Granada porque Buenos Aires había recuperado la Banda Oriental). Asimismo, de fracasar estas negociaciones, Rivadavia tenía la potestad de negociar con cualquier potencia de primer orden “sin detenerse, en admitir tratados políticos y de comercio, que puedan estimular su atención porque el fin es conseguir una protección respetable de alguna Potencia de primer orden, contra las tentativas opresoras de España”. Para ello, debía solicitar a Sarratea, quien ya se encontraba en Europa, noticias sobre la política británica:

 “porque, en el caso que pueda conseguirse que la Nación Inglesa quiera mandar un Príncipe de su Casa Real o de otra de sus aliadas para que se corone en esta parte del Mundo bajo la constitución que fijen estos Pueblos o bajo otras formas liberales tomando sobre sí la obligación de allanar las dificultades que oponga la España o las demás Potencias Europeas, entonces omitirá su viaje a España y sólo tratará con la Inglaterra”.

Es decir, se sentaba la posibilidad de negociar directamente con Gran Bretaña, en el caso que esto fuera posible. Si eso no fuera así, se habilitarían las negociaciones con España, en los términos ya mencionados. Y si esto último fracasara, se podría apelar a negociar con cualquier otra gran potencia extranjera. Era tal la diversidad de opciones a la que se aspiraba manejar que incluso Sarratea había acudido a Carlos IV y Francisco de Paula para generar rispideces internas en el frente real. También pretendió, en su momento, apelar a un príncipe español.

Pero, lejos de lo que dice el PO, todas las negociaciones parten de sentar como condición el establecimiento de formas constitucionales propias o autonomía de administración, bajo protectorados o Coronas extranjeras. No es un asunto menor: allí se sientan condiciones importantes, como el destino de los recursos, el control de la administración pública y fiscal, de cara a negociaciones comerciales en expansión. Negociar con todo el mundo, prometerle coronas a todo el mundo, pero quedarse con los recursos, no era una propuesta muy aceptable para la contrarrevolución, como el lector se imaginará. Fernando comprendía mejor los hechos que Gabriel Solano, y por eso decidió expulsar a Rivadavia de Madrid. Nada muy distinto le había ocurrido a Sarratea: Cevallos –ministro de Fernando- no aceptó nunca más una negociación con mediadores suyos. Ni hablar en Río de Janeiro, donde Belgrano y Rivadavia dejaron una impresión muy negativa en la diplomacia española. Andrés Villalba –encargado de Negocios de España- escribía al duque de San Carlos: “Cada vez hay más motivos para dudar de la buena fe de estas gentes”.[8]

El problema del PO es que lee estas negociaciones en clave nacionalista, más cerca de Biondini que de un marxista. Lo escandaliza que un revolucionario haya buscado la “protección” de otro país y pensado en “Coronas extranjeras” en el Río de la Plata en el siglo XIX. No comprende –porque no se tomó el trabajo de revisar- todos los pormenores de las negociaciones y sus resultados.

La revolución oriental

Solano también considera que el peor pecado de Belgrano fue reprimir al federalismo y ser colaborador activo en un supuesto pacto con Portugal para invadir la Banda Oriental. Solano reproduce el viejo credo nacionalista: Artigas y el Sistema de los Pueblos Libres era “avanzado”, el Directorio, Belgrano y el Congreso de Tucumán “reaccionario”. Es un relato muy difundido: Solano tiene que saber que coincide con el PCR, con el PC y –como no podía ser de otra manera- con buena parte del peronismo.

Brevemente: Artigas representaba solamente una dirección alternativa para el curso de la Revolución. Lo que estaba en discusión era qué puerto se abría al mundo para la importación-exportación, y qué provincias podían aliarse contra el principal competidor -Buenos Aires- y bajo qué concesiones. Por eso, Artigas no era ni más ni menos revolucionario que Buenos Aires. En cambio, era menos viable. ¿Por qué? Porque mientras Buenos Aires operaba en el terreno internacional con completa autonomía y financiaba guerras con erogaciones monstruosas, en completa soledad y envuelto en una crisis interna, Artigas carecía de una construcción estatal propia y, luego de 1814, sólo se pudo reconstruir con apoyo de los Borbones y los portugueses, como lo demuestra nuestro análisis de la diplomacia rastreable en el Archivo Artigas.[9] Es así que fue la posibilidad de un contraataque español -que alertó a Buenos Aires- y una desatada crisis en el gobierno porteño, lo que dio vida al General en 1815. Irónico: la posibilidad de que la Revolución terminara en derrota, fue lo que reforzó a Artigas. José Gervasio debía conspirar con la contrarrevolución para enfrentar al poder revolucionario más viable, en uno de los momentos críticos más importantes de la Revolución. Lo que se dice una irresponsabilidad absoluta. Por eso, cuando en 1816, el Jefe de los Orientales sucumbió ante la invasión portuguesa con supuesta complicidad del Directorio, no podría haber negado que probó un poco de su propia medicina.

La realidad es que Artigas apenas creó una débil alianza confederal con provincias que lo abandonaron en plena guerra, bien conscientes de la necesidad de entablar relaciones financieras y comerciales con Buenos Aires. Al mismo tiempo, fue perdiendo base social hasta disponer solo de los explotados. No era una virtud –como cree el PO- sino una debilidad.

Tampoco era mucho más “progresivo” en sus planes. El PO cree que Artigas promovía un “capitalismo avanzado” porque impulsó un Reglamento que repartía tierras y posibilitaba desarrollar el “mercado interno” en “otra dimensión”. El PO se traga el cuento “farmer” de los liberales norteamericanos: el capitalismo se desarrolla sobre la expropiación del grueso de la población, no sobre la creación permanente de pequeñas propiedades para los explotados. Pero además, la realidad es que el “reparto agrario” era únicamente, una forma de poner en producción suelos incultos y derruidos por la guerra, así como de garantizar el orden en la campaña. Tal y como lo hacía el virrey Vértiz en la colonia o lo proyectaban intelectuales como Félix de Azara (ninguno de ellos revolucionario, por cierto). Ni siquiera puede decirse que Artigas apelara a otras alianzas comerciales diferentes a las porteñas: como era de esperar, firmó convenios con comerciantes ingleses en 1817.

Esta es la alternativa “revolucionaria” que apunta el PO con total falta de criterio…

Rescatar al revolucionario

La burguesía encumbra a un Belgrano “prócer”. Para ella, Belgrano no fue un revolucionario, sino un hombre de “buena moral”. Ponerlo en su verdadera dimensión sería revalidar el origen revolucionario de la sociedad que ellos dirigen. Contra esa operación, Solano solo opuso su desconocimiento y un relato burdo carente de pruebas históricas al servicio de rechazar un proceso muy rico con un valor pedagógico enorme para cualquier militante revolucionario. Así, en lugar de desnudar la hipocresía burguesa sobre la Revolución y las transformaciones sociales, el PO termina cerrando filas con la burguesía más de lo que cree.


[1] https://prensaobrera.com/politicas/71534-caba-el-homenaje-a-belgrano-y-el-rol-de-la-legislatura

[2]Las apreciaciones son las mismas tanto para el PO oficial como para la Tendencia: https://prensaobrera.com/aniversarios/71529-a-200-anos-de-la-muerte-de-manuel-belgrano y https://politicaobrera.com/revista/1643-a-200-anos-manuel-belgrano-entre-la-revolucion-y-la-contrarrevolucion

[3] https://razonyrevolucion.org/una-cruzada-nacionalista-la-izquierda-y-la-revolucion-burguesa-en-argentina/

[4] https://razonyrevolucion.org/quien-estafo-a-quien-el-emprestito-de-la-baring-brothers-y-la-conformacion-del-estado-argentino/

[5] Harari, Fabián: Hacendados en Armas. El Cuerpo de Patricios de las invasiones inglesas a la Revolución (1806-1810), Buenos Aires: Ediciones RyR; 2008.

[6] https://razonyrevolucion.org/una-politica-consecuente-juan-flores/

[7] Belgrano M.: “Documentos inéditos sobre la misión diplomática en 1814-1815, las instrucciones públicas y secretas”, La Prensa, Buenos Aires, 3 de febrero de 1935.  

[8] Comisión Nacional Archivo Artigas, Archivo Artigas, Tomo XVIII, 1981

[9] https://razonyrevolucion.org/la-izquierda-perdio-a-su-procer-artigas-y-las-negociaciones-con-portugal-y-espana-1814-1815-juan-flores/

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