La disputa por el calendario
En la lucha revolucionaria librada por la burguesía para imponer sus relaciones sociales y construir el estado nacional sobre las sociedades previas, también hubo una disputa por el tiempo y los calendarios. Por la instalación del homogéneo tiempo capitalista de horas, días y meses iguales a sí mismos. Y por la vigencia de un calendario que ensalzaba los logros de la nueva clase victoriosa.
La disputa por el calendario refleja en los feriados el movimiento y las luchas de las clases. Las fiestas eclesiásticas ecuménicas y de larguísima tradición en el mundo occidental: la semana santa, la ascensión de la virgen, la navidad (y por contigüidad el fin de año) se vieron invadidas en el almanaque por las conmemoraciones de la nueva clase triunfante que celebraba su revolución, su guerra independentista triunfante, su institucionalización, la delimitación de su territorio. A fines del siglo XX esta clase, ahora en total decadencia, comenzó a conmemorar su debacle, una guerra inútil y perdida, una masacre de militantes revolucionarios, la sistemática quiebra de su institucionalidad.
Pero desde la irrupción de la clase obrera, la disputa por el tiempo también fue un tironeo -que permanece hasta el día de hoy- entre trabajo y no trabajo, librado entre la clase obrera y la burguesía: las 8 horas, el descanso dominical, el sábado inglés, los horarios recortados por insalubridad son avances de la clase trabajadora; el pluriempleo, las jornadas extendidas, la precarización sin controles son avances el capital
Este tironeo alcanzó visibilidad a fines del siglo XIX y comienzos del XX cuando esta clase pujante, joven y entusiasta comenzó a disputar la vida social, y por supuesto, el calendario. Y la clase obrera internacional se hace presente en el mismo con dos fechas propias: el 8 de Marzo, Día Internacional de Lucha de la Mujer Trabajadora, y el Primero de Mayo Día Internacional de Lucha de los Trabajadores. Hoy conmemoramos una de esas dos fechas, y al hacerlo le disputamos simbólicamente el calendario, el tiempo, y por lo tanto la vida, a la burguesía y a todas las clases explotadoras, poseedoras del resto de los feriados. En el hemisferio norte, donde surgió la propuesta de esta conmemoración, el Primero de Mayo se encuentra asociado al renacimiento primaveral y, por lo tanto, desde sus inicios la conmemoración implicaba la esperanza de una nueva sociedad, un elemento trascendental intrínseco a la fecha: el anuncio de otro mundo, éticamente necesario, teóricamente posible y que convocaba a la práctica y a la organización.
El 1° de Mayo se pretende universal como la pascua y está cercano a ella no sólo en el almanaque, ambos días se refieren a una deuda. La fiesta religiosa a una deuda inextinguible con la divinidad llamada pecado original, que explica todas nuestras miserias y sufrimientos actuales como los intereses y punitorios de esa deuda mítica: nosotros le debemos a dios y le deberemos por siempre. El Primero de Mayo también conmemora una deuda, aquella que los explotadores tienen con las clases trabajadoras, y que solo puede saldarse con una reorganización total de la sociedad, sin ellos y con los obreros al frente.
La disputa por el sentido
El Primero de Mayo surgió como una propuesta, en el Congreso Internacional Socialista de 1889 de celebrar una acción internacional en reclamo de la jornada de 8 horas de trabajo y la fecha elegida era la de un acto previsto por la Federación Americana del Trabajo de EEUU. En principio nadie supuso ni imaginó la regularidad y extensión que alcanzaría. Sin embargo, al igual que el 8 de Marzo, ambos eventos demuestran que alguien tiene que organizar, proponer, iniciar los movimientos que luego se desarrollan masivamente.
De la misma manera que el movimiento de la clase trabajadora le impuso a la iniciativa una masividad y entusiasmo impensados, los iniciadores retomaron ese empuje y en pocas décadas los trabajadores llegaron a incluirlo en los calendarios de casi todo el planeta. No solo los trabajadores y sus partidos de aquel momento percibieron la importancia de esta fecha sino también las burguesías. Mientras que los partidos más liberales no admitían de buen grado una conmemoración clasista y por lo tanto opuesta a sus valores: nación, democracia, ciudadanía e individuo; los más autoritarios y fascistas rápidamente incorporaron el día con un carácter corporativo integrista y de adulación al líder. Así lo hicieron la España de Franco, la Alemania de Hitler y la Francia de Pétain que instituyó la Fiesta del Trabajo y la Concordia, donde explícitamente se suplanta la lucha por la conciliación. En Sudamérica Perón adhirió a esa perspectiva autoritaria tergiversando el sentido de combate por el culto a su personalidad.
Por lo tanto, en la disputa por el calendario cada 1° de Mayo se libran batallas en varios frentes, contra el mesianismo religioso, que nos propone pagar, oponemos el socialismo qué propone apropiarnos de la vida; contra el nacionalismo burgués que nos propone acompañar la decadencia de su sociedad, padeciéndola, el internacionalismo obrero qué propone la unidad de la clase trabajadora, aquí y en todas partes, para terminar con esa decadencia. Pero, también, el Primero de Mayo es un recordatorio de la relación de la vanguardia organizada con la espontaneidad de la clase trabajadora.
Cada una de estas fechas le adjudica sentido a los días del calendario. Simbólicamente cohesionan a quienes las conmemoran. En la Pascua el cristianismo se siente uno y los cristianos parte de esa unidad, de esa comunidad. El 9 de julio sucede lo mismo con los argentinos, unidos todos en la nacionalidad, cada trabajador con Macri y Cristina, con Videla y Menem, todos argentinos, todos unidos por la argentinidad, alejados de los paraguayos o venezolanos. Así cada fecha dota de sentido y cohesión simbólica a quienes la conmemoran. Y aun cuando muchos trabajadores ignoren gran parte de la historia y el contenido del Primero de Mayo, la sola alegría de no ir a trabajar, y tener un día propio por esa condición, martilla sus conciencias, leve pero sistemáticamente. Por eso este día es tan importante.
La disputa por el contenido de las acciones
Como ya lo expresamos, el 1 de mayo implica la esperanza de una nueva sociedad, un elemento trascendental intrínseco a la fecha: el anuncio de otro mundo, éticamente necesario, teóricamente posible y que convocaba a la práctica y a la organización. Esto es vivido de manera desigual y variada, porque no somos todos iguales, somos distintos. Poseemos diversos atributos. En la tarea de abolir las relaciones sociales del capital al menos un grupo, una vanguardia, es necesario que posea tres: un ethos, un logos y un pathos.
El primero es una convicción profunda que el mundo podría ser mejor, que no sólo es profundamente injusto (algo que por sí mismo puede llevar a la resignación) sino que esa injusticia es evitable y superable. Y que por lo tanto es inmoral, inadmisible. Esa convicción es la que nos asalta cuando vemos el inmenso monto de sufrimiento humano innecesario. Es esa convicción que toda religión intenta encausar por fuera de la rebelión, y derivar a la compasión. Pero, si hay sangre en las venas, cada día vemos una escena de la vida social inaceptable. Hasta aquí llega el autonomismo y las identidades, hasta el grito, la disidencia, el malestar individual o de grupo. El grito puede alertar de un problema, pero no indica la solución y ni la organiza
El segundo implica que la rebeldía, una reacción visceral, se vuelva ideas. El punto de partida básico es que con lo que hay en el mundo se podría organizar la vida de mejor manera. Luego tiene que plasmarse en un programa. en una serie de soluciones sistematizadas para los problemas actuales en su versión local. Es decir, el enojo, sin enfriarse, debe dar lugar a la frialdad de la mente. Entendiendo los problemas y proponiendo soluciones se plasma el programa. Con las propuestas que ambicionan resolver la discordancia entre ingentes logros materiales y una creciente miseria de la clase trabajadora.
Y sin embargo se puede sentir la indignación y vislumbrar las posibilidades que ofrece la sociedad para su transformación y, a pesar de eso, no sentir la llamada de la lucha colectiva y la organización. Nada garantiza que de la indignación y el conocimiento racional se deriven entusiasmos y sensibilidades. La indignación personal al ser atravesada, reorganizada y unificada en un programa reclama una organización, y unas tareas, que no necesariamente son acordes a la sensibilidad del indignado. Máxime cuando se trata de un anticipo, la injusticia es actual pero las soluciones son futuras, hoy solo embrionarias. Requieren confianza en el programa por un lado y en las potencialidades de la clase trabajadora por otro.
Inteligente y experimentada la burguesía sabe que es difícil ocultar las causas del malestar, la desigualdad y miseria, sabe también que es mucho mejor disputar las soluciones, disputar la conducción política en los programas. Pero coloca parte de sus mejores esfuerzos en trabajar sobre la sensibilidad, en ofrecer alternativas seductoras individualmente, que atraigan por fuera de la construcción de una sensibilidad concertada, organizada y colectiva al interior de organizaciones de clase socialistas y revolucionarias.
La disputa frente a las excusas
No todos se indignan ante la realidad que nos rodea, los que quieren cargar en otros los problemas se consuelan con el posibilismo y aseverando que siempre hubo (y habrá) pobres. No todos los indignados aceptan la necesidad de la teoría y la organización, los que quieren cargar en otro su limitación intelectual, con su rechazo suele nutrir las críticas a la excesiva teoría y academicismo de la izquierda. Son los herederos remozados, pero no mucho, de “alpargatas si, libros no”. No todos los que creen que la indignación por el estado de cosas actual debe tener una propuesta (organizada como programa y elaborada teóricamente) aceptan la organización. Los que quieren cargar en otros el problema denuncian los modos, el poco espacio para la iniciativa personal e individual, o lo aburrida y poco entretenida que es la militancia. Generalmente se denuncian a sí mismos ya que una nimiedad personal les sirve para abandonar la construcción de organizaciones revolucionarias. Conseguida la excusa, llamativamente no solo no construyen una nueva organización, sino que atacan virulentamente a grupos políticos que, de ser honestos en su crítica, no tendrían ninguna importancia, ni impedirían de lucha socialista.
Hay un menú burgués disponible para desalentar el ascenso a cada escalón de la lucha revolucionaria. A la indignación y la rebelión le ofrecerá resignación por lo imposible de la aspiración igualitaria. Al conocimiento científico de la realidad le contrapone la fragmentación y el idealismo, pensar en pedazos o desligarlo del mundo material. Al pathos, la sensibilidad militante le contrapone la satisfacción individual, la libertad de opinar sin concertación colectiva, el capricho.
Pero dejando de lado la resolución de problemas personales adjudicándoselos a los defectos de la lucha y la organización política, el Primero de Mayo es uno de esos días en que todos: los indignados, los teóricos y los organizadores, reconocemos, junto a los que se alegran por la fiesta del trabajo y el día libre, la pertenencia a un mismo movimiento. Es el día en que simbólicamente anticipamos la unidad de la clase obrera como clase y reconocemos, en las disputas de la vanguardia, la lucha por encontrar y delimitar el programa del futuro.
En este Primero de Mayo sin las condiciones para actos multitudinarios no dejamos de conmemorar la tradición de la independencia de la clase obrera en su lucha internacional contra la burguesía, y la aspiración siempre renovada de otra sociedad. Esa sociedad organizada para el bien común y sin explotadores cuya ambición está en el origen de este día.
Pero hoy se ha sumado a nuestros problemas una enfermedad que agobia al mundo, y la burguesía ha demostrado no estar la altura de las circunstancias. Fallando hasta en soluciones obvias y disponibles, al punto que nos amenaza la escasez de oxígeno. Toda una metáfora de la irrespirable atmósfera del capital.
Para salir de esto no necesitamos suerte, sino hacernos cargo del problema. Somos trabajadores, somos los que tenemos la capacidad única de superar colectivamente las desgracias. Esa capacidad de sometimiento colectivo de lo espantoso, para ponerle fin a la tragedia, es lo que celebramos cada 1° de Mayo