Trece Rosas. El sujeto político del feminismo cuestionado en los deportes

en La Hoja Socialista 18/Novedades

A principios de este año, se conoció la noticia de que sería incorporada la primera jugadora trans al Torneo Femenino de Primera División de la Asociación Argentina de Fútbol. El hecho fue celebrado desde el progresismo como resultado del avance en la “inclusión”. Se argumentó que sus niveles de testosterona estaban dentro de los límites que establecen los reglamentos de la rama femenina, con lo cual no habría “desventaja”. Pero bien mirado, el asunto no es auspicioso. Expliquemos por qué.

Los deportes son sexuados y tienen categorías. Razones de orden biológico que hacen que dentro de la especie humana haya diferencias por sexo. También se establecen diferencias por peso, altura, edad (en el boxeo o artes marciales, por ejemplo). Hasta la pesca tiene categorías por edades. Ninguna de esas categorías para competir significa discriminación negativa y mucho menos, “exclusión”. A nadie se le ocurre decir que discriminan a un peso pesado que quiere pelear con un peso mosca.

En este caso hablamos de diferencias colectivas (más o menos peso, más o menos edad, más o menos altura), de modo tal de que las competencias sean equitativas. Sin embargo, cuando se pone a competir a las mujeres con trans mujeres, el foco cambia. Los argumentos son que hay diferencias sustantivas entre individuos a la hora de competir. O sea, hay un Messi que mide 1,60m y es más talentoso que un jugador que mide 1,80m. O por ejemplo, que hay un Ronaldo que, por su disciplina en el entrenamiento, puede jugar mejor que chicos mucho más jóvenes. Pero las categorías no se realizan para distinguir a los más talentosos y separarlos, sino para premiar el talento y el esfuerzo de algunos, por eso se realizan sobre la base de características biológicas/estructurales previas.

Haber nacido hombre o haber nacido mujer es una de esas características que no pueden obviarse por el sencillo hecho de que aún cuando una trans mujer esté permanentemente en dependencia hormonal (a los efectos de mantener los estándares hormonales) habrá tenido hasta el momento de su transición todos los efectos que la testosterona operó en su masa muscular y su estructura física.

Cuando se miden los niveles de testosterona en trans mujeres para ponerlas a competir con mujeres, aparecen a primera vista dos problemas: uno, que, independientemente de los deseos de un individuo, no se ponen en cuestión ni los estándares de “belleza” (imposición de género: parecerse externamente a una mujer) ni los daños que una hormonación permanente causa en la salud. El segundo problema compete directamente al feminismo: las mujeres no estamos en condiciones de competir con quienes tuvieron una ventaja estructural biológica porque esos físicos ya se desarrollaron antes. Por no mencionar que la socialización del género implica que a un nacido varón le ponen una pelota a los pies aún antes de caminar y a nosotras, nos llenan de muñecas, jueguitos de té y cocinitas.

Las mujeres hemos experimentado, en el terreno de la competencia deportiva, serias limitaciones no solo para realizar dichas actividades, sino también por las condiciones que la competencia impone sobre la biología: hormonas, bloqueadores, ciclos menstruales. Todavía no hemos sorteado estas dificultades cuando las mujeres trans comienzan a incorporarse en las mismas categorías y equipos que nosotras. Esto significa que debemos competir con quienes han tenido una ventaja estructural biológica y lo que es peor, la tendrán de por vida. Así, el capitalismo va violentando nuestros cuerpos y seleccionando a quienes pueden asegurar los triunfos.

Las mujeres no podemos aceptar que la ideología queer nos arrebate las reglas equitativas previas a todo deporte. Las feministas defendemos los derechos sexuados también en el terreno de las competencias deportivas.

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