San Milcíades, sus apóstoles y la cruzada contra el conocimiento. A propósito de la edición de Historia del pueblo argentino, de Milcíades Peña

en El Aromo nº 68

a68santiagovsmpSantiago Rossi Delaney

Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo

Editorial Planeta acaba de publicar una compilación de los escritos de Milcíades Peña sobre historia argentina. Ni “trágico”, ni “maldito”, su trabajo fue presentado y elogiado por todo el espectro intelectual. Este autor trotskista fallecido en los ’60 parece haberse convertido en una autoridad para toda la izquierda. A continuación, le explicamos por qué lo que dijo sobre la formación de la Argentina no pasa de opiniones sin fundamento, que mal pueden servir de guía para la revolución.

Este año fue publicado Historia del pueblo argentino, de Milcíades Peña. Naturalmente, no se trata de un libro inédito, sino de la compilación de los cuadernos editados por Fichas en la década de 1960, en los que el historiador trotskista recorrió nuestra historia desde la Colonia hasta mediados del siglo XX1. La reedición de la obra de Peña estuvo a cargo de Horacio Tarcus y Fernando de Leonardis y fue difundida como una de las actividades culturales del año, promovida por los grandes medios de comunicación (como la revista Ñ) y presentada en medios académicos con la participación de intelectuales ligados al kirchnerismo (José Pablo Feinmann y Felipe Pigna), al progresismo opositor (Maristella Svampa, de Plataforma 2012) y a la izquierda (Eduardo Grüner, integrante de la Asamblea de Intelectuales en apoyo al Frente de Izquierda)2. Por eso, por tener toda esa pléyade de festejantes, es que lo hemos de llamar, merecidamente, San Milcíades.

Hasta aquí, difícilmente podamos considerar a Peña un autor “prohibido” o “desmitificador”, al decir de Forster3. La reedición de sus obras por la multinacional más poderosa de la industria editorial, la amplia difusión que tuvo y las pleitesías que le rinden propios y extraños, dentro y fuera de la academia, expresan que el autor “trágico” tiene más acuerdos con la historiografía académica socialdemócrata que con el materialismo histórico. Revisemos (una vez más) sus principales argumentos en lo que hace al tema que nos dedicamos: el período de la formación de la Argentina.

San Capitalismo

Para San Milcíades, el capitalismo no es cosa de relaciones humanas, sino que es prácticamente eterno. Cuando explica la colonización de América sostiene que “el objetivo […] fue eminentemente capitalista: producir a gran escala y vender en el mercado para obtener una ganancia”4. Es decir, América es capitalista desde el siglo XV. Lo cual, aunque disparatado, no es del todo original, ya que nuestro santo repite las palabras de Sergio Bagú: no se desarrolló en nuestro continente un “capitalismo industrial” (entiéndase, un “buen” capitalismo) como el europeo o el norteamericano, sino un “capitalismo colonial”, donde el predominio de “la esclavitud en forma de salario bastardeado”5 y de una burguesía débil y servil a los intereses extranjeros, reacia al fomento del mercado interno y activa en la producción a gran escala para el mercado mundial, habría detenido el desarrollo de las fuerzas productivas y la conformación de una nación plenamente burguesa.
La interpretación de San Milcíades (“interpretación” en un sentido literal, dado que no aporta pruebas nuevas para sostener sus ideas) tiene varios problemas. En primer lugar, caracteriza a un modo de producción por las formas de la circulación comercial y no por las relaciones sociales de producción. Se insiste con la vieja idea (ya vieja en la década de 1960, dado que el circulacionismo tiene a sus primeros defensores en Henri Perenne) de que la producción en gran escala para el mercado mundial implica capitalismo. Su error se acentúa con cada nuevo trabajo que, desde la década de 1970, aporta datos para profundizar nuestro conocimiento de las sociedades precapitalistas americanas de los siglos XV a XVIII6. La existencia de capital (todavía reducido a las grandes fortunas comerciales) no implica capitalismo (una relación social entre una clase propietaria de medios de producción y una desposeída de ellos, obligada a vender su mano de obra para sobrevivir). El santo de la izquierda no comprende la necesidad de un análisis histórico del capital mercantil o comercial, sobre todo en un período de transición: el comercio, al mismo tiempo que expande las relaciones feudales, las socava, al crear las premisas históricas para el surgimiento del sistema capitalista. Es cierto que, en un primer momento la conquista y el monopolio dinamizaron y desarrollaron el comercio y las fuerzas productivas, pero Peña debería explicar por qué la encomienda, la mita, el yanaconazgo y la esclavitud constituyen formas capitalistas. Si abandonamos la definición de capitalismo acotada a la existencia de relaciones sociales particulares y la extendemos a toda producción que esté destinada al mercado y a “obtener ganancias”, entonces podemos encontrar capitalismo hasta en la Roma Antigua. Si en cambio, solo nos concentramos en “obtener ganancia” entonces nos remontamos a períodos más antiguos aún. Nuestro Santo, al igual que Pirenne, se basa en una definición neoclásica de capitalismo, que excluye a la historia y se remonta a la noche de los tiempos.

San Sarmiento

A pesar de que muchos izquierdistas lo reivindican por suscribir un marxismo “latinoamericano” y no “eurocentrista”, la interpretación del autor de Antes de Mayo, en vez de comprender las particularidades del desarrollo capitalista (agrario) americano, celebra al europeo y norteamericano (industrial y pujante), y subestima al de aquí, signado por “maldición de la abundancia fácil”7. Esa idea de que, “no trabajan porque la tienen fácil”, más cercana a Carrió que a un marxista, estructura toda su explicación del “atraso” argentino. En términos académicos: la productividad de la pampa, que multiplicaba los ganados sin necesidad de inversión y trabajo, impidió la formación de unidades de producción intensivas y obturó la aparición de una burguesía industrial interesada en el progreso. Esa “abundancia” redundó en la proliferación del latifundio e impidió la conformación de una “democracia igualitaria” al estilo europeo. Por lo tanto, en vez de tener actualmente a los progresistas industriales de la General Motors, debimos conformarnos con la “oligarquía” de la Sociedad Rural. Esta no es más que la hipótesis que esgrimió Sarmiento cien años antes que Peña. Y con mayor maestría, la verdad sea dicha.
En realidad, la campaña bonaerense, como se probó, no era un paraíso donde las vacas se reproducían ilimitadamente. Ya hacia 1720, el Cabildo de Buenos Aires temía por su extinción. El stock vacuno rioplatense no era, no podía ser, superior al de cualquier país europeo. Buenos Aires, hasta 1770, fue una región marginal de la economía, con ganado y todo. La ventaja no estaba en la “abundancia”, ni en las condiciones climáticas (la pampa se inundaba o se incendiaba, y los ganados huían), sino en la capacidad de la región de producir en escala. Esa potencia se basaba en la inexistencia de trabas sociales a la gran producción. Un estanciero podía acumular ganado vacuno porque no había comunidad campesina que se lo impidiera. Aunque tuviera otros límites, estos eran menores que los que se podían sufrir en otros lados. Por lo tanto, no es una atribución de la naturaleza, sino de la sociedad.
En vez de explicar las particularidades del capitalismo argentino (inserción tardía en el mercado mundial en ramas donde no es necesaria una alta inversión), Peña le echa la culpa a la “falta de vocación nacional de la burguesía”. Los hechos muestran que, después de la revolución, las fuerzas productivas crecieron: triplicación de los índices de población, duplicación de tierras cultivables, expansión de la producción e ingreso a posiciones en el mercado mundial8. Es más, el crecimiento no fue solo extensivo, ya que de la caza del ganado cimarrón se derivó a manufacturas como el saladero, los cual llegó a ocupar importantes posiciones en el mercado mundial, apoyándose en la explotación del trabajo asalariado. La orientación al mercado interno, externo, nacional o local no define las características estructurales de un sistema social. En todo caso, es una expresión de la escala de esa economía.
San Milcíades, al no ver la conformación de un mercado nacional inmediato, condena a la Revolución de Mayo y a la “Independencia” nacional”. No obstante, si uno observa el proceso, este mercado se crea en tan solo 40 años (entre 1810 y 1850), por lo que difícilmente podamos hablar de atraso estructural. El autor no hace más que reproducir una concepción apologética del pequeño capital, al plantear que solo el desarrollo “farmer” de agricultores puede desembocar en un verdadero “capitalismo industrial”. Sin embargo, el capital necesita de cierta escala para desenvolverse. El hecho de que en otras regiones las vías al capitalismo implicaron un fuerte componente de pequeños productores, oculta el desenlace de dicho proceso. En Inglaterra y en EE.UU. el desarrollo del capitalismo agrario solo fue posible cuando la diferenciación dio paso a la formación de grandes unidades productivas9.

San Alberdi

Repitiendo los dichos de Alberdi, Peña plantea que la Revolución de Mayo no fue más que un cambio de régimen político, una “revolución política”, ya que no habría tenido como objetivo la creación de una nación, sino tan solo “establecer un trato directo con Europa sin la molesta interposición de la Corona española” [10]. Es más, la Revolución de Mayo no habría sido más que un mero efecto de la invasión napoleónica en España (como plantea la academia)11. Por lo tanto, la burguesía no portaría en sus orígenes una potencialidad revolucionaria. Las guerras de independencia no se interpretan entonces como algo buscado (Halperín dixit).
El proceso revolucionario, entonces, habría sido impulsado por una “burguesía intermediaria” del comercio extranjero, anti-nacional y subordinada al desarrollo europeo. La “tragedia”, para utilizar el concepto de Tarcus, es que el desarrollo burgués argentino no era posible de ninguna forma, dado que ni los burócratas españoles ni la “oligarquía criolla” permitiría el despegue nacional. Tan sólo eran diferentes formas de colonialismo: el Río de la Plata dejó de ser colonia de España y se transformó en una semi-colonia de Inglaterra. Sí, Halperín Donghi y el trotskismo argentino coinciden en las características del “pacto neocolonial”12.
El concepto de “revolución política” es, francamente, descabellado. Una revolución es una transformación en las relaciones sociales. Si no hubo tal cosa, no hay revolución alguna, ni política ni social. ¿O el cambio de un personal político o de un régimen de gobierno implica una revolución? Lo cierto es que el trotskismo, tan dispuesto a encontrar revoluciones por todos lados y en todo momento, niega a la única revolución triunfante en la Argentina.
La investigación ha comprobado que la burguesía agraria integró los principales puestos en la lucha de la revolución contra el régimen, lo cual se observa en la composición social de la dirección del Cuerpo de Patricios (el partido que llevó a cabo la preparación política de la Revolución de Mayo), mientras que los comerciantes monopolistas fueron los más férreos defensores del orden colonial. Nuestro trabajo muestra que la burguesía criolla barrió con el régimen feudal y reorganizó la economía bajo nuevas relaciones sociales. Claro que la generación de Mayo no pretendía la socialización de los medios de producción. En ese contexto es completamente entendible (y hasta necesario) que haya tejido lazos con las potencias capitalistas del período. Pero que la principal producción del país sea vendida en Inglaterra no equivale a “semicolonialismo”. Tampoco la “unidad” de intereses de la burguesía nativa y la “imperialista”. Análisis de ese tipo deberían considerar la posibilidad de que actualmente seamos una colonia China…

Los divulgadores de la Palabra

El capitalismo es eterno, Argentina no tiene una verdadera burguesía y los grandes procesos sociales no tienen contenido alguno. Tal es la visión pesimista de San Milcíades. Resultado: hace falta crear cierta burguesía, hay que repartir la tierra y difícilmente podemos aspirar al socialismo. Sus apóstoles (NMAS, PTS, PO, IS) creen ver en este santo un ejemplo revolucionario y terminan enredándose con sus conclusiones. Algunos, plácidamente, otros sin darse cuenta. Ninguno se pregunta por qué el nacionalismo y la academia le rinden pleitesía. Todos acompañan esa procesión sin chistar. Se niegan sistemáticamente a llevar a cabo un estudio exhaustivo para comprender las tendencias que operan en la realidad social. Una visión pesimista, una lectura religiosa de Alberdi y Sarmiento y la falta de una investigación seria llevan a Peña y al trotskismo vernáculo detrás de la ideología burguesa. La realidad, no obstante, muestra otras cosas. Es cuestión de abandonar esa verdadera Armada Brancaleone que se gestó en torno a un militante con un trabajo intelectual poco riguroso y salir al encuentro con el verde árbol de la vida. Tal vez sea el momento de dejar de repetir la Palabra y convertirse en Verbo.

NOTAS

1 Peña, Milcíades: Historia del pueblo argentino, Emecé, Bs. As., 2012.
2 Revista Ñ, 06/07/12.
3 Tiempo Argentino, 08/06/2012.
4 Peña, Milcíades, op.cit., p. 65.
5 Ibídem, p. 67.
6 AA.VV.: Modos de producción en América Latina, Siglo XXI, México, 1989.
7 Peña, Milcíades, op.cit., p. 77.
8 Harari, Fabián: La Contra. Los enemigos de la Revolución de Mayo, ayer y hoy, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2006.
9 Kullikoff, Allan: “Transition to Capitalism in Rural America”, en The William and Mary Quarterly, Tercera serie, Vol. 46, nº 1, enero, 1989.
10 Peña, Milcíades, op. cit., p. 84.
11 Ibídem, p. 89.
12 Tulio, Halperín Donghi: Historia contemporánea de América Latina, Alianza Editorial, Bs. As., 2011, p. 215.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Últimas novedades de El Aromo nº 68

Ir a Arriba