Los estudiantes de la educación superior, ya se trate de futuros investigadores o de futuros docentes, somos intelectuales. ¿A qué nos referimos? Lo sepamos o no, nos pasamos años recibiendo ideas que luego vamos a tener que transmitir (en clase, escribiendo, hablando). Somos formados como intelectuales porque, queramos o no, vamos a actuar en la lucha por la conciencia de las masas. En criollo, nos preparamos para meterle ideas en la cabeza a la gente.
Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza del conocimiento que transmitimos? Todo conocimiento, en última instancia, habla de la sociedad y es creado por esta. Por eso decimos que es social. Como estamos en una sociedad de clases, el conocimiento no es inocente, sino que responde a determinados intereses.
Dicho esto, va de suyo que no puede ser neutro: el trabajo intelectual es una función, una extensión, de las clases. Produce (o reproduce) un conjunto de ideas que explican cómo funciona el mundo y, por lo tanto, impulsan acciones sobre el mismo. Por eso, decimos que los intelectuales tienen un rol de dirección, ya sea para la clase dominante o para la clase obrera. Esa es la disputa que se da en la universidad y en los terciarios: bajo qué intereses vamos a actuar, el de los explotados o el de los explotadores.
Los intelectuales ligados a la burguesía reproducen las ideas de la clase dominante y promueven que las cosas sigan tal cual están. Su función es construir consenso y tratar de garantizar que las soluciones a los problemas reales caigan siempre dentro del marco del capitalismo. En general, la burguesía tiene un mayor poder de atracción, porque dispone de recursos, instituciones, prestigio y poder. Los intelectuales burgueses tiene la Universidad a su servicio, y la burguesía tiene a la Universidad como fábrica de ideología.
El problema es que la burguesía ya no puede hacer ciencia. No significa que no pueda producir conocimientos. Pero lo propio de la producción científica es la posibilidad de reconstruir lo real en forma ordenada y completa. Y la burguesía sólo puede llegar a resultados parciales, le está vedada la totalidad (la ciencia) de la experiencia. La totalidad es ajena a sus intereses. Por eso, nos presenta un conocimiento precario, incompleto. Si mostrara realmente la naturaleza de lo social, se encontraría con verdades incomodas, como el hecho de que su subsistencia se basa en la explotación de la clase obrera.
En la educación superior, la degradación se produce por partida doble. Por un lado, porque se recibe, sobre todo, conocimiento burgués. Es decir, un conocimiento ideológico. Por el otro, porque las carreras de grado se van vaciando de contenido real. La producción de conocimiento está ausente. Solo nos hacen resumir y repetir. Esta situación refuerza un sistema donde el ascenso no depende de la capacidad sino de las relaciones clientelares.
Pero el dominio de la burguesía no es total. La clase obrera también desarrolla sus intelectuales. Pueden nacer de sus propias filas o ser atraídos del campo enemigo. Lo que los define es que defienden los intereses de los explotados, discuten las ideas dominantes y explican la necesidad de la revolución. Es decir, son intelectuales revolucionarios. Ojo, no porque vayan a marchas o volanteen, sino porque hacen ciencia, crean conocimiento.
Por eso, los estudiantes debemos rebelarnos contra la regimentación intelectual y construir conocimiento científico para intervenir en la lucha de clases. Esto implica, en primer lugar, la lucha por la reforma de los planes de estudio en función un programa de investigación científica. Es decir, un programa al servicio de la transformación social. En segundo lugar, los estudiantes debemos producir de manera urgente el conocimiento revolucionario que la clase obrera necesita. Hay que empezar ahora. Por eso, nuestro llamado a los compañeros a ser verdaderos intelectuales revolucionarios. Una tarea que Razón y Revolución viene haciendo hace ya 20 años. La invitación está hecha.