Por respeto a la ciencia (primera parte). Una respuesta inicial a Christian Rath, a propósito de la Revolución de Mayo

en El Aromo nº 74

 

A pesar de nuestras previsiones, y obligado por las circunstancias, Christian Rath, dirigente del Partido Obrero, decidió responder a nuestra reseña a su libro sobre la Revolución de Mayo. En una muestra de dudosa honestidad, decidió no hacerse cargo de nuestros principales señalamientos. Nosotros, en cambio, aprovechamos esta réplica para incorporar aquellas críticas que quedaron originalmente afuera. Como la cantidad de sus desaciertos es infinita y la gravedad de los errores, inconmensurable, hemos dividido nuestro descargo en dos partes. Aquí, le ofrecemos la primera. Un consejo: no agote su capacidad de asombro, que hay mucho más en lo que se viene…

Juan Flores

CEICS-GIRM

 

En el número pasado, realizamos una reseña de un ensayo, escrito por un miembro de la dirección del PO, sobre la Revolución de Mayo. No marcamos allí nada que no hubiésemos señalado antes: la notable muestra de improvisación, el plagio de ideas ya escritas por el nacionalismo y el profundo desprecio por el conocimiento y el trabajo intelectual. A diferencia de otras veces, Christian Rath se vio obligado a esbozar una respuesta.1 En ella, se elude responder a la mayoría de las críticas. En cambio, para evitar discutir historia argentina, se nos acusa de no seguir a Lenin y se tergiversa algunas afirmaciones nuestras. Como corresponde, vamos a señalar todo lo que Rath omitió responder y vamos a abordar las nuevas afirmaciones del ensayista. Como la cantidad de errores es innumerable, no podemos señalarlos a todos en este espacio. Por eso, vamos a dar a conocer nuestras críticas en dos entregas. En esta primera, hacemos mención a todo lo que Rath no responde, a aquello que tergiversa y trazamos una primera muestra del desconocimiento de hechos históricos elementales y de las premisas del socialismo, que caracteriza a nuestro crítico ofendido. En la próxima, vamos a relatar más pormenorizadamente las atrocidades que se ha animado a escribir quien se hace llamar un “dirigente”.

 

Si no fuera por Christian…  

 

Ante todo, una cuestión sobre el método. Rath parece enojado por nuestros señalamientos y exige “mayor respeto”. Pues bien, fuimos más que respetuosos: nos tomamos el tiempo y el esfuerzo de leer un libro mal escrito y peor documentado (la verdad sea dicha), realizar una reseña y publicarla en nuestro periódico. Realizamos un relevamiento del material en tiempo récord y acudimos a la presentación (el libro salió a la venta un día antes) a plantear algunas preguntas. Allí se nos censuró. En la Biblioteca Nacional, se censuró también al público, con el único objetivo de cuidar a los autores de cualquier intervención que desnude lo evidente. Esa es la verdadera falta de respeto.

Se sostuvo, además, que criticábamos tan sólo con el afán de “figurar”. Una acusación que no cree ni su mismo autor. Hemos comenzado a escribir sobre el tema en 2002. Desde entonces, hemos producido dos tesis de licenciatura (2008 y 2010), una de doctorado (2011), tres libros (2006, 2009 y 2010), dos de ellos agotados y uno que ya va por su tercera edición. Hay una tesis de doctorado más esperando ser defendida y una de licenciatura más en curso. Nuestros trabajos son bibliografía obligatoria en varias universidades y profesorados. Eso, sin mencionar nuestras intervenciones en medios masivos de comunicación (fuimos tapa de Veintitrés en 2008). Se han referido críticamente a nuestros libros sobre el tema autores kirchneristas (Di Meglio), el PCR, el PTS y el MAS, entre otros. Y hemos respondido a todos. Nuestro libro, Hacendados en armas, es reconocido como uno de los mejores trabajos de los últimos diez años en el propio prólogo del ensayo de quien nos acusa de no existir. Por último, La cajita infeliz, libro tan criticado por Rath, ya vendió 10.000 ejemplares y va por su cuarta edición en Argentina; se editó en Venezuela y está preparándose una edición europea a cargo de Akal. ¿Qué libro del PO, en sus más de 50 años de historia como partido, puede decir lo mismo? ¿De dónde sacó Rath la increíble idea de que lo necesitamos para que alguien nos lea? La misma megalomanía que le aconseja escribir sobre lo que no sabe, le inocula la fantasía de que él y su partido son el centro del mundo…

 

La respuesta ausente

 

Rath utilizó algo más de 33.000 caracteres, tres páginas de este periódico, para hacer un descargo. No obstante, eludió responder los principales puntos de nuestra crítica. Seguramente, porque no sabe cómo. Vamos a enumerarlos, porque siguen esperando una réplica: 1) Que su libro es un plagio del que escribió Azcuy Ameghino; Que el Reglamento de 1815 es parte de un proyecto burgués; 2) Que, en los llamados “modelos clásicos”, la burguesía revolucionaria posee un origen agrario; 3) Que la vía farmer es un mito; 4) Que no existe una división entre hacendados burgueses y hacendados productores de tasajo y “defensores del orden”; 5) Que la mano de obra esclava no es predominante en la campaña (representa el 7,8% de la población); 6) Que los pequeños productores del período revolucionario no poseían como principal reclamo la propiedad de la tierra, sino la posibilidad de pastar ganados en diferentes suelos; 7) Que Andresito Artigas apelaba al trabajo coactivo de los pueblos a los que tenía que “proteger”; 8) Que Artigas se enfrentó con esclavos y libertos; 9) Que la gran propiedad es precondición del desarrollo capitalista; 10) Que el libro está lleno de errores fácticos, como la confusión de los movimientos de 1816, en Buenos Aires.

Estamos hablando de diez puntos centrales. La crítica elude a los diez. Aquí tenemos una segunda falta de respeto. No a nosotros, sino a los que siguen el debate e, incluso, a los mismos militantes del PO, que no esperaban vaguedades, sino una respuesta seria a cuestionamientos muy puntuales. Hasta que no se respondan estas cuestiones, no hay debate posible.

 

Por amor a la patria

 

En lugar de abordar las críticas específicas, Rath nos acusa de no repetir lo que dijo Lenin hace un siglo. O lo que programó Trotsky para la Rusia de (también) un siglo atrás. Según el dirigente del PO, a pesar de considerar que la revolución burguesa no había sido completada, la dirección del partido bolchevique jamás habría proyectado una alianza con la burguesía. Y, por lo tanto, se puede sostener lo primero (las tareas inconclusas) sin lo segundo (alianza con el capital). No obstante, la alianza obrero-campesina demuestra eso que Rath quiere negar: ¿qué otra cosa se oculta detrás del “campesinado”, sino la burguesía y la pequeña burguesía rural? ¿Y qué otra cosa es la NEP sino una política en favor de la burguesía rusa? Ahora bien, para el caso de nuestro país, ¿qué otra cosa es la exigencia de “reforma agraria” o “repoblar el campo”, sino la construcción de una burguesía rural? ¿No es eso otorgarle un lugar a la burguesía en la dirección? ¿Y qué es una dirección? ¿El carácter del personal político que ocupa la administración o el predomino de los intereses de determinada clase en un programa?

La segunda acusación “teórica”, para no discutir historia, es que consideramos a los problemas nacionales como una determinación secundaria. Pues bien, admitimos nuestra culpa: somos internacionalistas, es decir, sostenemos que la nación es una determinación secundaria respecto a la de clase. ¿Hay que explicar que el socialismo consiste en considerar que los lazos que unen a los obreros del mundo son más determinantes que aquellos que los unen con sus patrones? ¿Para el PO la frase “Proletarios del mundo uníos” debe ser reemplazado por “Oíd mortales el grito sagrado”? Con sus afirmaciones, Rath llama a los obreros argentinos a confraternizar con sus patrones, en defensa de la nación. Por eso, no es raro que termine copiando al nacionalismo. Su pretendida hipótesis “novedosa”, que la revolución se clausuró en 1816, ya fue esbozada por Rodolfo Puiggrós, en 1942. Citemos, como corresponde:

 

“Por más que el acta de Independencia firmada en Tucumán el 9 de julio de 1816 y la fórmula del juramento de la misma se refirieran a las Provincias Unidas en Sudamérica, es evidente que ese momento histórico marca el abandono por el gobierno de Buenos Aires del proyecto de unir a todo el continente o, por lo menos, a las partes del que fuera el Virreinato del Río de la Plata. Desde entonces, en adelante, se invirtió el proceso iniciado por la Revolución de Mayo. A través de la Junta Grande, de los Triunviratos y del Directorio, la política de expansión revolucionaria de la Primera Junta se había ido diluyendo hasta desembocar en su contraria”.2

 

Por respeto, si se va a copiar a otro, hay que hacer dos cosas. Primero, citarlo. Segundo, abandonar la pretensión de “novedad”. Rath no hizo ni una ni otra. Se comportó deshonestamente con aquellos que realmente se deslomaron investigando y con los lectores, a los que engaña con su supuesta “originalidad”.

 

Mala fe

 

Christian Rath deja de lado el grueso de nuestros planteos y discute con argumentos que no dijimos. En primer lugar, nunca sostuvimos, como nos atribuye “que aquí, a diferencia de EEUU, no hubo un desarrollo basado en los ‘farmers’”. Lo que dijimos, textualmente, es todo lo contrario: que ni aquí ni en EE.UU. se desarrolló una vía farmer. Y que eso era una virtud. Citamos:

 

“cualquier capitalismo se desarrolló sobre la concentración de la tierra y la expulsión de los poseedores. En Inglaterra, los cercamientos posibilitaron la expansión de las relaciones capitalistas (Marx, en El Capital, tomo I, cap. XXIV). EE.UU., lejos del panorama idílico de Turner, vivió un proceso de concentración y expropiación a comienzos del siglo XIX.

Creer que la vía farmer porta consigo el germen de la industrialización nacional no tiene el más mínimo asidero. ¿Qué mercado interno podría construirse si el farmer consume casi todo lo que produce? ¿Cómo se va a conformar un mercado de fuerza de trabajo si todos acceden a medios de producción y de vida? ¿Qué tipo de capitalismo imaginan que se puede formar sin la existencia de un mercado de fuerza de trabajo?”

 

Si se repasa el conjunto de nuestras afirmaciones, se comprende por qué Rath adulteró nuestro planteo: para no responder a las preguntas que se formulan al final del párrafo.

En segundo lugar, se nos acusa de no distinguir entre la Vuelta de Obligado, la Guerra al Paraguay y la Guerra de Malvinas. Nunca hicimos eso. Aunque son procesos liderados por la misma clase y con objetivos similares, tienen una dinámica diferente. El acápite citado de La cajita infeliz trata sobre qué es la nación y qué es el nacionalismo. Lo que se explica allí es que la nación es el espacio de acumulación de una burguesía, aunque Rath crea que es algo que debemos defender burgueses y obreros tomados de la mano. Por lo tanto, sobre las guerras nacionales, se dice lo siguiente:

 

“Durante las guerras, población que no ‘sabía’ que era argentina se enteró violentamente. Porque el ejército le pasó por encima, porque el ejército la conquistó (no con flores, precisamente) o porque la movilizó (es decir, la ‘patria’ la ‘convocó’ a filas). Son momentos donde la burguesía desarrolla al máximo la compulsión nacionalista”3

 

Siendo la nación una construcción burguesa, todas las guerras nacionales dirigidas por la burguesía argentina se hacen en defensa, primordialmente, de sus intereses: la de independencia en el siglo XIX y la de Malvinas en el siglo XX. Aunque una sea revolucionaria y la otra no, ambas son burguesas. Por lo tanto, en ambas, las masas cumplen la función de ser la carne de cañón. Si Rath hubiera leído algo de lo que publicamos, se habría enterado que los explotados, lejos de luchar por la “patria” -como dice el kirchnerista Di Meglio (a quien se rindió pleitesías en la presentación)-, se oponen a que los manden a la guerra. ¿Quién se hubiese beneficiado, de haber vencido Rosas en Vuelta de Obligado? ¿Los peones de la campaña o los grandes estancieros y comerciantes del puerto de Buenos Aires? ¿Conoce nuestro interlocutor el mecanismo de reclutamiento del ejército de Rosas (como los de cualquier “gesta”)? Se los “destinaba”. Es decir, iban mayoritariamente los que debían cumplir una pena. Si Rath hubiese leído, no ya algún libro de historia, sino Juan Moreira, se hubiese dado cuenta de la aversión que tenía la población al ejército de “las gestas nacionales”. En la referida novela, el protagonista prefiere perder a su familia y a sus bienes antes que ser enlistado. La conciencia histórica de Rath se encuentra más retrasada que la de Eduardo Gutiérrez. Y eso ya es decir…

Por último, en vez de aclarar sus términos rayanos en el racismo, Rath nos acusó de “agraviar gratuitamente” a los “indígenas”. Justamente, lo que señalamos es que el concepto es inadecuado: hay indígenas explotadores e indígenas explotados. En el libro se los presenta todos en forma simplificada bajo el mote de “indios” (p. 152). Rath dice que sólo se está refiriendo a los charrúas y guaraníes de Misiones. Sobre ello, en su respuesta, se reivindica que Misiones haya tenido un gobernador “indio”. Empecemos por lo último: ¿el hecho de que haya habido un gobernador “indio” y que Misiones haya sido provincia representa un avance para las masas explotadas, sean indígenas o criollas? Nosotros le señalamos que el “indio” Andresito recurría al trabajo coactivo de sus “paisanos” e incluso se jactaba de ello. Para Rath, todo esto no importa, porque la determinación “nacional”, en este caso étnica, es más importante que la de clase. Es sobre eso que versa la crítica: como son morochos, para Rath son todos iguales…

Ahora bien, no es cierto que el término “indios” en el libro sólo se aplique al caso de los charrúas y guaraníes. También se refiere con el mismo concepto genérico de “indios” a la población de Salta (p. 160). Pero, en este caso, también se equivoca. Para que se no nos acuse de plagiar, citamos: “[en Salta] la gran propiedad se nutría de mano de obra [indígena] que apelaba a las encomiendas” (p. 160). Allí citan el trabajo de Gelman y Barsky. Pues bien, si hubieran leído, en el mismo manual, unos renglones más, se hubieran encontrado con la siguiente afirmación: “La servidumbre indígena, que legalmente sigue vigente, es cada vez menos importante como forma de obtener trabajo”.4 No lograron siquiera copiar decentemente…

 

De Moreno a Artigas

 

Rath y Roldán sostienen (plagiando a Puiggrós, como vimos) que la revolución fue clausurada en 1816 por la “oligarquía porteña” en el Congreso de Tucumán (p. 155). Este viraje habría comenzado, sin embargo, con el Primer Triunvirato y la Asamblea del año XIII. Así “el régimen colonial virado hacia la metrópoli inglesa no varió en absoluto” (p. 105). Es decir, no hubo ningún cambio social desde el siglo XVIII a la actualidad. Por lo tanto, o había capitalismo bajo el régimen colonial (y por lo tanto no hubo ninguna revolución, ni clausurada ni triunfante) o todavía seguimos bajo el régimen feudal. Como Rath no caracteriza documentalmente el modo de producción bajo la colonia (para evitar definiciones comprometidas), no sabemos a qué atenernos, aunque ninguna de ambas hipótesis (capitalismo colonial y feudalismo en el siglo XXI) resiste la evidencia elemental.

En nuestra reseña, señalamos a los autores que era incorrecto trazar una continuidad política entre Moreno y Artigas. Especialmente, porque mientras a Artigas le atribuyen la causa federal, Moreno era unitario. Rath respondió que ellos nunca dijeron que Moreno fuera federal. Es más, se nos dice que “la centralización como tal no es reaccionaria. Por eso Moreno y el Plan de Operaciones son valorados positivamente en nuestro libro”.

Rath se olvidó de lo que él mismo (¿él mismo?) escribió en su libro. Allí, dice explícitamente que “los integrantes del primer Triunvirato se han integrado al Partido Federal, expresión política de los terratenientes bonaerenses y oposición viva al ideario federalista de los más lúcidos hombres de Mayo” (p. 101). Para Rath, Moreno representa lo más avanzado de 1810. Por lo tanto, siguiendo su razonamiento, este dirigente es parte del “ideario federalista”. O Moreno era federal (lo que niega en su respuesta) o no representa el sector más lúcido de Mayo (lo que en su respuesta afirma). En lugar de reconocer su error, como cualquier militante honesto, Rath decide cambiar su argumento inicial con tanta ingenuidad que se olvida que ya lo había escrito.

Pero hay más, porque Rath lanza frases al aire sin verificar qué es lo que está diciendo. Estimado Christian: ¿qué significa que los hombres del Primer Triunvirato “se integraron” al Partido Federal? ¿Qué ese gobierno es su antecedente? ¿Quiénes se integran? Veamos: Feliciano Chiclana no puede ser, porque apoyó a Pueyrredón y se retiró de la política en 1822. Juan José Paso tampoco, porque fue un congresal del unitarismo en 1824 y se alejó de la actividad ante el fracaso de la Constitución. Sarratea fue ministro ante Brasil en 1839, una tarea muy puntual de quien fuera ministro de Rivadavia y de alguien que no era un terrateniente y que siempre destacó su ideal unitario. ¿Vicente López y Planes? Fue diputado unitario y se encargó, luego de Caseros, de expropiar los bienes de Rosas. ¿Quién queda? El secretario de ese gobierno, quien fuera considerado el “cerebro” del mismo: Bernardino Rivadavia…Sobran las palabras.

Está bien, abandonemos por un momento esta cuestión del centralismo y el federalismo. Rath nos dice que la continuidad entre Moreno y Artigas es el rechazo de la alianza con el capital inglés. Pues bien, lo lamentamos: esto tampoco es cierto. Artigas pactó con Inglaterra varios tratados de preferencia comercial. Al respecto, en los Informes de comercio exterior del gobierno de Martín Rodríguez encontramos la siguiente afirmación:

 

“Lo que no dicen los ingleses es que en época tan duramente calificada, ellos fueron los únicos que hicieron grandes negocios contando con el apoyo de Artigas y Rivera y suponemos que de todos los jefes que seguían al caudillo oriental. Negocios, por otra parte, que no se limitaban a aquella banda del Río; en Buenos Aires, como veremos, sucedió lo mismo. El 23 de marzo de 1815, Fructuoso Rivera, desde la Colonia, otorga al ciudadano inglés Thomas Briggman libertad para pasar con su carga de la goleta Santa Fortuna ‘de la propiedad de dicho comerciante y sus compañeros todos ingleses’” (Archivo General de la Nación, Sala VII, 7-1-11)

 

Hay más evidencia: el 26 de septiembre de 1815, Francisco de Alzogaray, corresponsal de los Anchorena en Santa Fe, le escribe diciendo que “las órdenes de Artigas son francas para los buques que traigan patentes inglesas” (AGN, VII, 4-3-5). ¿Tanto cuesta darse una vuelta por el archivo?

Por último, puede señalarse que el 2 de agosto de 1817, Artigas –como cualquier dirección burguesa sensata- realizó un acuerdo comercial con los ingleses, en el que les confería garantías y buen destino a sus mercancías.5 Cualquier historiador que se dedique a la Banda Oriental conoce estos datos. Christian Rath y Andrés Roldán no, porque no se tomaron el trabajo de consultar algo más que los tres libros que tienen a mano. ¿Leer? ¿Para qué? Nuestro amigo tiene cosas más importantes que hacer…

 

La ignorancia no enseña

 

Como vemos, Christian Rath utilizó casi el doble de espacio que nuestra reseña para no responder. Y no ha respondido sencillamente porque no tiene los elementos para hacerlo. Lo que sí ha hecho es alterar candorosamente nuestras posiciones, para darle una oportunidad a su réplica. Decimos “candorosamente”, porque lo que está escrito no puede adulterarse. Por último, ha demostrado desconocer los elementos básicos para un abordaje histórico y las reglas básicas de la honestidad intelectual. En el camino, ha tenido el mal tino de evidenciar su incomprensión de la naturaleza de la Revolución Rusa y de los principios elementales que guían al socialismo revolucionario.

Hasta aquí, hemos rondado en los ordenadores más generales de la discusión (el plagio, el programa socialista). Queda mucho por decir. En la próxima entrega, no sólo revisaremos minuciosamente cada afirmación histórica con datos a mano, sino que, muy lejos de lo que se nos acusa, se verá todo nuestro esfuerzo por ayudar a Christian (vamos a llamarlo así, a esta altura) a rescatar algo de todo ese ensamble cosido a las apuradas. Seguramente, el lector ya adivina el resultado…

 

Notas

1“Aunque ud. No lo crea… Respuesta a los señores de Razón y Revolución”, en http://laclausurada.com.ar. El libro en cuestión: Rath, Cristian y Roldán, Andrés, La Revolución Clausurada, Mayo 1810-Julio 1816, Editorial Biblos, 2013. Todas las citas señaladas entre paréntesis corresponden a este libro. Nuestra crítica fue Flores, Juan, “Mito, plagio y desprecio, acerca del libro La Revolución Clausurada de Cristian Rath y Andrés Roldán” en El Aromo, n°73, 2013. Todos los resaltados son nuestros.

2Puiggrós, Rodolfo, Los caudillos de la Revolución de Mayo, Editorial Contrapunto, 1972 [1942], p. 353.

3Sartelli, Eduardo: La Cajita Infeliz, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2013, p. 540.

4Barsky, Osvaldo y Gelman, Jorge, Historia del agro argentino. Desde la conquista hasta fines del siglo XX, Grijalbo, 200, p. 90. Para este problema, véase también Mata de López, Sara: Tierra y poder en Salta: el noroeste argentino en vísperas de la Independencia, CEPIHA, Universidad de Salta, 2005. Nuestras objeciones al modelo de relaciones campesinas se pueden hallar en Flores, Juan, “El viejo norte”, en El Aromo, n° 70, 2012.

5Reyes Abadie, Washington: Artigas y el federalismo en el Río de la Plata, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986, pp. 234-235.

 

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