El desencanto. Acerca de Montoneros. El peronismo combatiente en primera persona, de Roberto Perdía

en El Aromo nº 74

 

 

Diez años de kirchnerismo han puesto nuevamente en discusión el programa del nacionalismo “de izquierda”, si es que algo así existe. En este artículo debatimos con la propuesta de Roberto Perdía, ex dirigente Montonero, que en su nuevo libro revisa su pasado para concluir que la salida a la crisis pasa por la renuncia a la lucha por el poder.

 

Stella Grenat

Grupo de investigación de la lucha de clases en los ‘70

 

En un contexto en el cual los partidarios del Gobierno reclaman para el peronismo la herencia de lo más avanzado que dio la lucha de clases en los ’70, Roberto Perdía, ex número dos de Montoneros, vuelve a la palestra con un nuevo balance y una propuesta política para enmendar lo que él considera “errores” cometidos por su “generación”. Para ello, escribió un libro de más de 800 páginas, editado por Planeta, que ha tenido bastante repercusión.[1]

Como era de esperar en una sociedad que aún no cierra sus heridas del 2001, el trabajo fue bien recibido, en tanto aporte al debate sobre los errores cometidos en el proceso revolucionario cerrado en el ’76, siempre con el objetivo de construir una propuesta superadora. No obstante, lejos de ello, Perdía le da la razón a los teóricos de la contrarrevolución que culpabilizaron a las organizaciones revolucionarias por la “violencia” de los ’70, manipula los datos históricos y, lo que es más grave, enhebra una estrategia que ha dado cuenta de su incapacidad para alcanzar la victoria.

 

Un mal balance de los ‘70

 

Debemos reconocer un elemento valioso, aunque colateral, del libro: a lo largo de todo su análisis, Perdía se encarga de probar que Montoneros y la izquierda son cosas diferentes. Ahora bien, el problema no es que tome distancia de esta última, sino que se ocupe de ocluir el derrotero de la izquierda revolucionaria, a la que apenas le reconoce entidad histórica. Su objetivo de presentar a la clase obrera y al peronismo como sinónimos, lo obliga a ocultar (o desconocer, lo que no es menos grave), el papel de la izquierda en la historia argentina. Para ello, no solo pasa por alto la influencia de sus contemporáneos del PRT-ERP, sino también la de quienes los precedieron (anarquistas, socialistas y comunistas) y la de los que los sucedieron (maoístas y trotskistas).

Por ejemplo, en su maniqueo relato, el primer detenido-desaparecido es Felipe Vallese. Perdía borra de un plumazo a los anarquistas Roscigna, Vázquez Paredes y Malvicini, desaparecidos en 1937.[2] Y también a Juan Ingalinella, el médico comunista detenido en el segundo gobierno peronista y del que jamás se supo más nada. Asimismo, busca asimilar al peronismo con la “juventud”, para lo que no se le ocurre mejor idea que omitir la militancia comunista en la Universidad de la década de 1960. Por último, al referirse al proceso revolucionario del 2001, no le queda otra alternativa que reconocer la participación de “diversas organizaciones de izquierda, de tendencias trotskistas”. Aunque habría sido más honesto depositar en ellas el papel central del proceso, se trata de un signo de los tiempos que alguien decidido a excluir a la izquierda de la historia se haya visto obligado a declarar su existencia.

Es así que, para Perdía, la historia argentina no es otra cosa que la historia de la resistencia del pueblo peronista contra diversas formas de dominación y, con este argumento, ordena todo el relato: la primera resistencia (1955/1966) centrada en los trabajadores y sus sindicatos, la segunda (1966/1973) que marcó la incorporación de nuevos sectores sociales a la lucha y vio nacer a Montoneros, y una tercera “nueva resistencia”, que se manifestaría con las coordinadoras fabriles del ’75 y se extendería hasta la dictadura militar, que habría encontrado su “tope […] ante el fortalecimiento de la protesta social”. Inventando una “resistencia” a la dictadura tan temprano como desde su mismo comienzo, justifica la contraofensiva de Montoneros del ’79. Finalmente, desde mediados de los ’90, considera que la “rebeldía popular alimenta una nueva resistencia”.

Éste esfuerzo por mostrar un hilo conductor, que une 1945 con el 2001, le impide clarificar la periodización de los procesos en marcha, los sujetos sociales y políticos en pugna y, peor aún, reconocer el resultado concreto de los enfrentamientos. Tan furtivo es su objetivo por destacar las bondades de la “resistencia”, que niega la derrota infringida por la dictadura de 1976 al movimiento revolucionario. Evidentemente, un general que no reconoce la diferencia entre una batalla y una guerra, entre la victoria y la derrota, difícilmente pueda conducirnos al triunfo.

Todo su balance termina cayendo en lo mismo: la autojustificación. Si la clase obrera nunca insinuó una ruptura con el peronismo, entonces se justifica que Montoneros haya llevado a sus bases a apoyar al creador de la Triple A. Si había un proceso de “resistencia” en 1976, se justifica la Contraofensiva, por la que se llevó a honestos militantes a una masacre innecesaria.

 

La derecha tiene razón

 

Pese a la gravedad de lo señalado, el elemento más deleznable del libro no es el ocultamiento y la ignorancia, sino la aceptación de los argumentos que dieron los intelectuales de la derecha para explicar la lucha de los ’70.

En tal sentido, retoma las autocríticas públicas montoneras, formuladas después del golpe, como si fueran una lectura lúcida de la realidad y no lo que realmente son: la expresión de una fuerza social derrotada moralmente. En ellas se reconoce haber levantado “posiciones ideologistas (militarismo, aparatismo) […] vanguardismo […] militarización […] muestras de inmadurez e ingenuidad […] hegemonismo […] despilfarro de poder en 1973” e “incapacidad para resolver nuevos desafíos” en el ’83, entre otros defectos. Autocríticas que repite incansablemente, a lo largo de todo el texto: la lógica guerrillera que los habría conducido al “autoritarismo interno”, al voluntarismo, el apresuramiento o el sectarismo en la conducción. Se culpan por promover la “fragmentación” del peronismo, por las ocupaciones del ’73, por enfrentar a Perón y por el ataque al Regimiento de Formosa. Todo converge finalmente en lo mismo: el error es haber continuado la lucha en democracia y desafiar a Perón, el depositario de la voluntad popular. En última instancia, se arrepiente de lo más positivo de la experiencia montonera: haber emprendido un combate contra el gobierno peronista. La lista se completa con una crítica a su apoyo a Menem y a la aceptación del indulto. Se coloca, entonces, al mismo nivel el combate por la mejora de las condiciones obreras y el apoyo a la reacción.

Esta argumentación se completa descargando la responsabilidad de todo lo hecho en las masas. Según Perdía, sus equívocos y sus aciertos dependían de la propia capacidad política para entender y responder a las necesidades del pueblo (peronista). Por este camino llega a una serie de autocríticas que empeoran el programa con el que actuaron. Efectivamente, por un lado, plantea que algunos errores se debieron a su “alejamiento” del pueblo (la vuelta a la clandestinidad) y otros, a su seguidismo (la contraofensiva, Menem). En el primer caso (el “alejamiento”), critica lo que, en principio, fue un avance político: pasar del apoyo a la lucha contra el gobierno peronista. Cuando Perdía dice que se “alejaron” de las masas, lo que está censurando es su acercamiento a la fracción más combativa de la clase obrera y su discusión con las masas con una conciencia reformista o directamente reaccionaria.

En el segundo, confunde dos hechos completamente diferentes: no se puede poner en el mismo saco el combate (muy mal planteado) contra la dictadura que el apoyo al menemismo. Aun así, creer que el error de la contraofensiva fue dejarse llevar por la voluntad de las masas de enfrentar a la dictadura, lejos de una autocrítica, es persistir en el mismo error: nadie quería luchar, los compañeros estaban aislados y por eso los cazaron. En todo caso, tanto en la contraofensiva como en el menemismo, la autocrítica se muestra poco honesta: ¿la contraofensiva fue simplemente un error o (como se acusa) un arreglo con la Marina para entregar compañeros? ¿Apoyaron a Menem porque creyeron en el “salariazo” o porque pactaron el indulto? Es esto lo que Perdía debería responder. Su respuesta, y la solidez de la misma, es la que determinaría el carácter de la organización. No es lo mismo ser un reformista equivocado que un agente de la contrarrevolución.

 

El camino a una nueva derrota

 

El trabajo finaliza con el viejo recurso de maquillar ideas y presentarlas como grandes novedades teóricas. Al igual que los muchachos de Marea Popular, que llaman a “caminar distinto” de la mano del ya fracasado reformismo de la CTA, Perdía considera una gran novedad “estratégica” a un rejunte ecléctico de algunos de los programas más antiguos (y fracasados) que se debaten en el movimiento obrero: el autonomismo, el nacionalismo, el indigenismo y el reformismo pequeño-burgués. Eso es para él “inventar un nuevo camino” para la “refundación del Estado y construcción de la democracia”.

Algunos nos llamarán esquemáticos, ortodoxos o alguna otra definición que se considera despectiva, pero qué mejor que llamar a las cosas por su nombre en un tiempo de confucionismo. Alcanzar la “emancipación social y patriótica”, como plantea Perdía, es propio de un nacionalismo que cree posible conciliar los intereses de los trabajadores con el de sus patrones. Eso es el programa reformista. Perdía pugna por defender a la “Madre Tierra”, poniendo como ejemplo a Evo Morales y García Linera. Es decir, defiende a una clase social que insiste en negar la pertenencia de clase de los “indígenas”[3] y reprime las movilizaciones obreras. Perdía postula la necesidad de un cambio de táctica: ya no debemos plantearnos la toma del poder, sino construir un “poder popular” en paralelo al sistema, articulando la “organización territorial” basada en las motivaciones reivindicativas o de solidaridad. Es decir, cambiar la revolución socialista por el Club del Trueque.

Para sostener esta propuesta apela a personajes tan disímiles como Simón Bolívar, Abraham Lincoln, Martí, Mariátegui, Rodolfo Kusch, Mario Firmenich, Claudio Katz y Perón. Junta a revolucionarios, reformistas y reaccionarios con el objetivo de justificar una idea vieja: cambiemos las cosas de a poquito y, mientras tanto, aguantemos como podamos. ¿O qué otra cosa es “resistir construyendo”?

 

Involución política

 

Lamentablemente, en lugar de hablarnos de lo que realmente sabe (la dinámica interna de Montoneros, el caso Rucci, la responsabilidad de Perón en la creación de las Triple A), Perdía hace un (mal) balance de la lucha del siglo XX, y nos propone una vieja y fracasada estrategia para encarar el futuro.

Esta lamentable intervención de uno de los más importantes dirigentes peronistas no hace otra cosa que expresar el fracaso al que nos ha conducido el llamado “nacionalismo revolucionario”. Desencantado con su lucha, Perdía renuncia al que, tal vez, haya sido el acierto fundamental de los Montoneros: la vinculación de las reivindicaciones obreras (aunque secundarias) con la cuestión del poder. En su lugar, persiste con estrategias contradictorias que van desde una alianza con la burguesía nacional (lo que muestra la poca autocrítica, visto que este planteo constituyó su gran error) hasta la conformación de una sociedad “paralela” que nos permita construir “poder”. Al tiempo que reivindica la vieja estrategia de liberación nacional y latinoamericana (fracasada en el ’45, en el ’73 y en el último intento kirchnerista), fomenta una táctica autonomista que se ha mostrado completamente ineficaz para llevar a la victoria (el zapatismo). La propuesta concreta es dedicarse al trabajo barrial-sindical mientras se deja el poder a la burguesía nacional, ¿qué otra cosa es la pretensión inicial de La Cámpora, el Movimiento Evita y todo ese espectro?

En definitiva, Perdía es incapaz de pensar por fuera de los estrechos marcos que le impone el nacionalismo. Parece que todos y cada uno de los fracasos del peronismo han pasado en vano. Tal vez, esta última (y final) crisis del kirchnerismo lo mueva a alguna reflexión. A él o a muchos elementos valiosos y honestos. En algún momento, un balance real sobre el nacionalismo y el reformismo debería dar paso a una estrategia que permita utilizar esa enorme energía militante para algo diferente que volver a apoyar al enemigo.

1Perdía, Roberto: Montoneros. El peronismo combatiente en primera persona, Planeta. Buenos Aires, 2013. Los entrecomillados que siguen corresponden a este texto.

2Bayer, Osvaldo: Los anarquistas expropiadores y otros ensayos, La Página, Bs. As., 2009.

3Grimaldi, Nicolás: “Un enemigo original. El verdadero rostro del indigenismo en Bolivia”, El Aromo, nº 60, 2011.

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