Bienaventurados los patrones. Kirchnerismo e Iglesia: un mismo discurso de asistencia social

en El Aromo nº 74

 

¿Pensaba qué Cristina y Francisco I no tenían nada en común? ¿Le parece que su acercamiento es puro oportunismo? Si lee este artículo verá que el kirchnerismo y la Iglesia católica tienen un modo idéntico de justificar el asistencialismo a las capas más sumergidas de la clase obrera.

 

Tamara Seiffer

OME-GIHECA

 

La reivindicación del Papa por parte del kirchnerismo y el posterior encuentro pueden haber sorprendido al progresismo entusiasmado con el Gobierno. No obstante, un análisis del discurso del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación,[1] aquel que tiene a su cargo las acciones dirigidas a los sectores más empobrecidos de la clase obrera, evidencia las ideas profundamente conservadoras que sostiene, cuya base se encuentra en la Doctrina Social de la Iglesia y la teoría económica neoclásica. Una muestra de que, más allá de la oportunidad electoral, hay una coherencia en el acercamiento de Cristina a una de las instituciones más reaccionarias de la historia humana.

 

Bendita explotación

 

Uno de los ejes sobre los cuales el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (MDS) organiza su acción es el empleo. Éste es presentado como “el mejor organizador e integrador social” y “la herramienta más eficaz para combatir la pobreza y distribuir la riqueza”. En realidad, gran parte de esos “pobres” ya tiene empleo, pero se trata de uno precario y con un salario que lo condena a la miseria. El MDS no niega este hecho, pero lo explica por los “abusos” de algunos “empresarios negligentes” que contratan trabajadores bajo condiciones precarias e informales y de aquellos que habrían elegido la especulación antes que la producción. La explotación del trabajo por el capital queda así convertida en una abstracta “explotación humana” y reducida a los “abusos”. El capital financiero por su parte, representaría una búsqueda de ganancias irracional y deshumanizante mientras que el productivo sería la base del desarrollo y la distribución de la riqueza. Esta última oposición escinde algo que está necesariamente unido: no hay valorización financiera en abstracción de la producción de mercancías.

Conforme con los organismos internacionales y con la doctrina social de la Iglesia, se reclama “responsabilidad social empresaria”: un llamado a la solidaridad y a la buena voluntad de los capitalistas para con los que menos tienen. Esta operación sirve al ocultamiento y a la justificación de la explotación y presenta como un abuso lo que es la lógica normal de la acumulación de capital, el comportamiento de todo buen burgués (tratar de apropiarse de la mayor cantidad de trabajo impago).

 

La culpa es del chancho

 

Para aquellos que no recibieron la bendición del empleo, el MDS les ofrece como alternativa el autoempleo: que generen sus propios ingresos para independizarse y no perpetuar la asistencia (“perpetuarla sería caer en el asistencialismo”).

La generación de “trabajo decente” se lograría a través de la economía social y del mejoramiento de las condiciones de empleabilidad. Resaltan aquí las ideas voluntaristas y de contenido individualizante y culpabilizante propias del discurso más conservador. Se trataría de poner empeño y de recuperar la “cultura del trabajo” que se ha perdido. Con ese objetivo, se implementan los distintos componentes del Plan Argentina Trabaja: desarrollo de microemprendimientos (que apenas permiten sobrevivir a quienes los llevan adelante) y empleo público, de mala calidad, en negro y con salarios de miseria. Se trata de una política que utiliza a sus beneficiarios como mano de obra barata para el Estado, llevando a cabo tareas como barrer calles municipales, recoger basura y ramas, manejar camiones, llevar adelante tareas administrativas o de mantenimiento en instituciones públicas como escuelas, hospitales, salitas, etc. A través de la forma de “cooperativas”, el Estado desconoce su función de empleador. Al mismo tiempo, al poner a competir a los “cooperativistas” con el resto de los trabajadores públicos con ingresos de miseria, condiciones de trabajo precarias y obligándolos a trabajar cuando se realizan medidas de lucha, se empujan los salarios a la baja.

Con la apelación a la cultura del trabajo y en la misma línea que los tan criticados organismos internacionales, se explica la falta de empleo por carencias propias de los trabajadores y no por la forma en que se realiza la acumulación de capital en nuestro país y se les ofrece, con un discurso cargado de derechos, lo mismo que la filantropía: “enseñarles a pescar en lugar de darles los peces”.

Para el MDS, en tanto trabajo y capital funcionan juntos cada uno debería llevarse su parte: “fifty, fifty”. Esta propuesta lleva implícita un concepto de justicia bastante particular: bregar por un reparto por mitades cuando los trabajadores son la amplia mayoría de la población. Por lo tanto implica nada más y nada menos que la aceptación de la desigualdad contra la que se pregona luchar. Nuevamente, en consonancia con la doctrina social de la Iglesia, se trata de un discurso que llama a la conciliación de clases. En tanto se pregona la paz, la armonía y la cohesión social, la lucha por los recursos, verdadero camino de satisfacción de necesidades (siempre parcial en el marco de este sistema), es criticada. En vez de luchar por los recursos hay que apostar al diálogo, al compromiso, al proyecto común…

Otro eje sobre el cual el MDS organiza su política es la familia. Esta es presentada como el primer espacio de socialización, de creación de valores y de desarrollo de sus miembros. Reproduciendo las visiones liberales y cristianas de la sociedad, la familia aparece naturalizada como célula básica de la sociedad, espacio ahistórico y de relaciones armónicas, referencia privilegiada para el mantenimiento del statu quo. Ejemplo de ello es que se haya criticado a los comedores comunitarios por la pérdida de la centralidad de la familia y que se proponga como meta la necesidad de recuperar la “comensalidad”. Se trata de una estrategia de “retorno al hogar” basada en valores fuertemente individualizantes, que busca desarticular los espacios de resolución colectiva de necesidades, nacidos al calor de la lucha piquetera frente a la crisis alimentaria desatada en 2001-2002.

 

Lo que falta (y lo que sobra)

 

“Todavía faltan cosas, no reconocerlo sería hipócrita”, dice la ministra Alicia Kirchner. Mientras se llega al pleno empleo gracias a “políticas activas” del Estado, a un Estado que vuelve después de décadas de ausencia, este ministerio se ocupa de los “excluidos”. Ahora, a diferencia del denostado neoliberalismo, se trata de “incluir para crecer”. Lo cierto es que la forma de funcionamiento de la economía argentina y la intervención del Estado no se vio modificada con el gobierno nacional y popular.

El capitalismo argentino depende, ayer y hoy, de la capacidad del Estado de apropiarse de una masa de riqueza extraordinaria. En momentos de expansión de la renta agraria la disponibilidad de dinero es mayor y el Estado tiene más para apropiar. Cuando es menor, el Estado recurre a otras fuentes, como la deuda externa o el aumento de la tasa de explotación. El problema es que esta riqueza se muestra más que insuficiente para sostener el conjunto de la economía y el desempleo y los bajos salarios se constituyen en un elemento constitutivo de la acumulación de capital en el país.[2] Es lo que explica la importancia que tienen los índices de pobreza en las últimas décadas. Es lo que determina la existencia de aquellos a quienes el MDS dirige su intervención. Para ponerlo en los términos que usa el mismo ministerio: el capitalismo argentino es necesariamente “excluyente” porque produce una población que sobra a sus necesidades de acumulación.

La respuesta de Alicia Kirchner ante este problema es la misma que ha dado históricamente la Iglesia: “de la casa al trabajo y del trabajo a casa”. Es cierto que puede conciliarse con la convocatoria a la militancia (al igual que la combina la Iglesia). Pero la militancia que se pregona, como vimos, es para recuperar la familia y la defensa del Estado que, omitiendo su carácter de clase, queda transformado en un abstracto “somos todos”.

Coincidentemente, Francisco I llama a “hacer lío”. Tiene que hacerlo, porque el “lío” es ya una realidad: en las calles de Brasil, de Europa, de Medio Oriente… No obstante, el “lío” que pretende el papado es la intervención para contener a esta creciente rebelión y encauzar los reclamos dentro del sistema. Plantea, por lo tanto, una disputa abierta por la dirección de esta población sobrante. No sólo para combatir el surgimiento de una dirección revolucionaria (hoy todavía ausente), sino también para volver a colocar a la Iglesia como una fuerza política. No es extraño, entonces, que en ese camino encuentre aquí un aliado que quiere curarse en salud.

1Fueron consultadas las Leyes de presupuesto del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, los libros publicados por el Ministerio y los discursos de su máxima autoridad: Alicia Kirchner, todos para el período 2009-2013.

2Véase Sartelli, Eduardo et al: Patrones en la ruta. El conflicto agrario y los enfrentamientos en el seno de la burguesía (marzo – julio de 2008), Ediciones ryr, Buenos. Aires, 2008.

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