“Ah… sos zurdo pero tenés un iphone”. Mil veces escuchamos esta frase. Son frases trilladas, propias del sentido común. Claro que es más grave cuando la escuchamos de partidos de izquierda. “Que los políticos ganen lo mismo que un docente” –un slogan de campaña del FIT- es una fórmula que esconde algo parecido. ¿No sería más ambicioso reclamar lo opuesto? ¿O queremos que todos sean “pobres”?
El problema es que la asociación entre izquierda y un consumo reducido -algo que puede definirse como “pobrismo”- tiene más de cristiano que de socialista. La conclusión lógica es obvia: el militante de izquierda, el socialista, como el cristiano, ha venido al mundo para sufrir. La imagen del Che, muerto como Cristo, resulta la iconografía perfecta. Pero si toda esta suposición fuera cierta, entonces deberíamos decir que cuanto más pobre, más revolucionario. Y ahí lo tenemos al caso de Haití, donde la gente muere literalmente de pobreza y no encontramos grandes rebeliones en el siglo XXI.
Esta identificación de consumo con capitalismo y de pobreza con socialismo parte de desconocer qué tipo de sociedad es eso que llamamos comunismo. El socialismo supone la abolición del trabajo y la superación de la necesidad. Para eso, solo puede haber socialismo en el reino de la abundancia. No hay libertad sin abundancia.
Ocurre que la propaganda capitalista identifica al reino burgués con la “sociedad de la abundancia” y al socialismo con el atraso. Como toda ideología, en ello hay parte de verdad y parte de mentira. El capitalismo ha desarrollado como ninguna otra sociedad las fuerzas productivas. Es lo más parecido a la “abundancia”. Sin embargo, como en toda sociedad de clases, la “abundancia” se distribuye de manera desigual. Al mismo tiempo, las experiencias socialistas se construyeron a partir de sociedades atrasadas. Resolver la pobreza extrema fue, para Rusia, China y casi todos los socialismos “reales”, el principal problema.
Ahora bien, en el capitalismo, el trabajo va hacia su disolución: los capitalistas se agreden unos a otros. La competencia es una guerra de todos contra todos para aventajarse mediante la tecnología. Por eso se expande el capitalismo y aumenta la productividad del trabajo. Eso a la vez, genera crisis, como vimos en otro número de LHS. ¿Por qué? En criollo y simplificando en extremo: porque con más máquinas, se reduce el trabajo humano, el único capaz de crear plusvalía. Si hay menos trabajo humano, hay menos plusvalía. Eso llevará a que la tasa de ganancia caiga a la larga para todos.
Si no hay ganancia, no hay inversión porque los capitalistas no producen para el consumo sino para la ganancia. Así, se generan las crisis. Como se ve, la expansión de la productividad y la consiguiente liberación del tiempo, en lugar de resultar en más libertad, culmina en guerras, hambre, devastación. Por eso decimos que es cierto que el capitalismo crea las bases materiales de la libertad humana (la abundancia). Pero para llegar a esa liberación humana, hace falta terminar con el capitalismo mismo. Así, en una sociedad no capitalista, donde se produzca para satisfacer las necesidades humanas y se planifique conscientemente, cada mejora en la productividad daría por resultado tiempo libre para desarrollar todas las capacidades humanas. Esa posibilidad es el consumo. El goce, el deseo y su realización, se identifican con la libertad. La revolución es tan solo la vía para hacer eso posible. Tal vez en un futuro, tengamos que “aprender a consumir”. Quién sabe, tal vez una sociedad de carencias se encuentra ante la abundancia y en lugar de aprovecharlo, lo derroche. Para eso, habrá que estar preparados. Pero mientras tanto, más que luchar contra el consumo, debemos tratar de expandirlo. Esa es nuestra tarea más inmediata.
«Esa posibilidad es el consumo», frase que aparece sobre el final, no se entiende porque la palabra «posibilidad»no se ha mencionado inmediatamente antes.
Igualmente, mi idea es que nosotros actuaremos sobre el consumo (qué, cuánto y quién consume) de modo indirecto, controlando las condiciones materiales que lo determinan… pero eso es un tema que da para largo y yo no estoy preparado.
Lo que sí cuestiono es la interpretación de la consigna «que los políticos ganen lo mismo que un docente» sea igualar para abajo.
A mí me parece una buena encerrona para los políticos, una encerrona retórica, si se quiere, pero sin escapatoria chamuyera: ¿qué van a decir, que ellos sí necesitan comer bien, tener una casa confortable, buenas escuelas y salud bien atendida, y que todo eso NO es necesario para el resto?
Esos reclamos —que ganen lo mismo que la gente, que se atiendan en los hospitales públicos y que sus hijos vayan a la escuela pública — debieran ser una granizada continua sobre sus cabezas, porque los dejan claramente en orsai y ponen en evidencia que pertenecen a otra clase, con intereses diferentes a la de la gente de a pie.
Saludos.