Nacional – Debate. Recuerdos del futuro. Más acá y más allá del video que muestra a una docente en discusión con un estudiante

en El Correo Docente 32/Novedades

Por Mariano Repossi

Con el paso del tiempo, la memoria personal de lo que vivimos adquiere poco a poco la neblinosa y precaria materialidad de los sueños. Confundimos una figura con otra, equivocamos en un grupo de personas la inclusión o la ausencia de alguien, condensamos rutinas anuales en unas pocas imágenes. Pero hay impresiones emotivas cargadas con mucha intensidad en recuerdos que, nos provocan una sonrisa leve, nos hacen levantar una ceja, nos suscitan un suspiro o nos mueven a apretar la dentadura con renovada impotencia.

El recuerdo de mi primer día de clases, en la primaria, retiene las sensaciones de confusión y de angustia que organizan la respiración en una pesadilla. Recuerdo cansados portones de fierro cerrándose entre mi madre y yo. Luego una multitud de niños enormes, con sus guardapolvos blancos, formándose en filas perfectamente alineadas. Recuerdo mi mirada alerta, examinando, con la avidez de un turista o de un fanático, los gestos ajenos para no quedar expuesto como un ignorante de la ceremonia que consistía en izar la bandera. Recuerdo el sonido de los altavoces en el patio, ese por entonces natural sonido de los discos de vinilo, que mezclaba acoples e interferencias. Una música solemne, desconocida, daba pie a que todos cantaran mientras yo movía la boca, incierta de palabras, en mímica actitud para que nadie se enterara de que nunca había escuchado “Aurora” (o, al menos, para aliviar mi precoz paranoia). Esa escena del patio inaugural se repitió durante no sé cuánto tiempo. Años, meses, semanas, días… hasta que aprendí la canción, un poco por intelección de la letra y un poco por simulacro fonético: años después, al leer por fin la letra escrita, descubrí que sinsentidos como “Así en el alba, / aurora y radial” o “Punta de flecha, / el aula gozo y misa” ganaban patriótica sensatez en virtud de sus co-autores Josué Quesada y Ángel Pettita. Una segunda, rotunda e inquietante resignificación política de “Aurora” me sucedió cuando vi la película Garage Olimpo.

El video que registra la discusión entre un estudiante y una docente en La Matanza reavivó el supuesto de que la escuela es ideológicamente neutral. Así, mientras los medios de comunicación y el personal político de la burguesía limitan la reflexión pedagógica a esclarecer si el video es un ejemplo de puro adoctrinamiento o de pluralismo vehemente, la Izquierda Diario corre el foco de la crítica ideológica a la escuela para concentrarse en que “no se puede hacer una discusión pedagógica por fuera de las condiciones materiales, sociales, económicas, de la pandemia, en las que vive, trabaja y vuelve a la presencialidad esa docente”1. Ciertamente, la escuela no es una isla dentro de la sociedad. Y si la sociedad es capitalista, la escuela -necesariamente- también lo es. Pero eso no significa que los militantes socialistas no tengamos algo más para decir acerca de la naturaleza ideológica de la escuela capitalista.

De formas y contenidos

La escuela es ideológica en sus formas, no sólo en sus contenidos. Por supuesto que el contenido de “Aurora” es católico y nacionalista (“Es la bandera / de la Patria mía, / del sol nacida, / que me ha dado Dios”). Pero no menos importante es la forma de la ceremonia: formar en fila, a distancia de un brazo, entre falanges que rodean el mástil, pecho inflado, rostro adusto, voz solemne y convencida en su sinsentido. Por supuesto que el contenido de las materias es un compendio de ideología burguesa: la historia de la patria, la geografía de la patria, el folklore de la patria, la lengua y la literatura de la patria. Pero aquella ceremonia es apenas un ejemplo entre la infinidad de ritos y codificaciones, más o menos tácitos, más o menos explícitos, que ordenan la vida escolar: formación de filas, saludo y jura de lealtad a la bandera, desfiles, escoltas, peticiones de permiso para todo, timbre de entrada, timbre de salida, recitado memorístico de órdenes codificadas (“A guardar, a guardar / cada cosa en su lugar”). Todo bajo el mando de una jerarquía en cuya cúspide se ubica al director, rector (o directora o rectora) y cuyo poder descendente derrama en las restantes autoridades, en docentes, preceptores y, en el suelo obediente, estudiantes. Orden (fabril), subordinación (castrense) y valor (patriótico).

En su forma, la escuela es un agente de socialización: de 4 a 6 horas por día (en jornada simple), 5 días a la semana, 10 meses al año, durante al menos 14 años, millones de niñas y niños -en su inmensa mayoría, hijas e hijos del proletariado- aprendemos por repetición mediada por premios y castigos el funcionamiento de un mundo estático, jerárquicamente ordenado, lleno de normas irracionales, que no necesita justificarse porque simplemente es. Junto a la institución familiar (asunto para otro análisis), la escuela enseña que el mundo “es así”, que “es lo que hay”: ser un buen ciudadano (o sea, respetar la propiedad privada de los medios de producción) y ser un buen obrero (o sea, vender la fuerza de trabajo al mejor precio posible). A menos que el niño o la niña provengan de la burguesía, en cuyo caso, además de honrar la ciudadanía hay que ser un buen dirigente (o sea, hay que aprender a darle órdenes y consignas al proletariado). En este sentido, la escuela ofrece otra de sus formas ideológicas: la de aparato de selección.

La escuela selecciona a “los más aptos” para garantizar el orden capitalista: obstaculiza el desarrollo de los hijos de la clase obrera y alienta la promoción de los hijos de la burguesía. Esto sucede con independencia de las buenas intenciones que podamos tener las y los docentes, porque la forma ideológica de la escuela es impersonal: la escuela no funciona, esencialmente, por determinación de la voluntad de tal o cual ministro sino por determinación de las necesidades del sistema capitalista. Los hijos del proletariado llegamos a la escuela con la cabeza formateada para ser obreros, con escasez de recursos culturales (no da igual crecer con biblioteca en casa que sin libros, no da igual ver a mamá y a papá leyendo que verlos rechazar la lectura) y en la ignorancia práctica de los valores, las actitudes y las normas burguesas que organizan la vida escolar. En la escuela, el privilegio social es tomado como si fuera un don o un mérito individual (generalmente de los burgueses). Educado, si el azar lo favorece, por las pantallas a mano, si no tiene que salir a juntar cartones para sobrevivir, el niño proletario está condenado, de todos modos, al fracaso escolar por las formas, los contenidos y los prejuicios (ajenos y propios) relativos a la educación ilustrada: si la cultura es inaccesible, entonces se la rechaza como a las uvas el zorro de la fábula. Si estudiar es de “tragas”, “olfas”, “nerds”, “alcahuetes” o “putos” (ah, por supuesto: la escuela enseña el patriarcado en cada gesto cotidiano), entonces el niño proletario forjará su identidad en “apioladas” tales como faltar a clase, copiarse en los exámenes, pedirle a otro que le haga la tarea (o a otra, oh, patriarcado), aprovechar las ventajas demagógicas de la “promoción acompañada”… en fin, forjará su identidad en el rechazo explícito o implícito, por desprecio machista y por miedo a la autoexposición de falencias, a la cultura ilustrada. Tarde, muy tarde, a menudo demasiado tarde, ese adulto se dará cuenta de que debió haber estudiado. Reconocerá la frustración y masticará la bronca.

Pero la bronca puede ser combustible para la revolución. Puede ser y puede no ser. Porque en el video de aquella docente que discute con un estudiante en La Matanza vemos bronca y frustración en carne viva y, sin embargo, no parece haber inminencia revolucionaria alguna. Y es que ese video nos suscita, al menos, dos reflexiones. La primera, fundamental: no se puede tomar seriamente un fragmento de cámara oculta, abstraído no sólo de la clase total sino de la cursada total y de la puesta en escena que implica la tarea docente (con las relaciones interpersonales que emergen y maduran con la vida escolar), como si fuera la síntesis de una labor pedagógica. Es entendible que el periodismo burgués lo haga porque tiene que vender mercancías (eso que llaman «noticias») y el mejor envoltorio es el escándalo estridente o conmovedor. Pero quienes hacemos crítica de la educación capitalista y defendemos una educación socialista no podemos hablar sobre la escuela como quien hablara sobre cine a partir de “te lo resumo así nomás”.

La segunda reflexión que nos suscita el video es que no basta con graduarse en la UBA, es decir, no basta con obtener la mejor formación universitaria que existe en el mundo académico de habla hispana, para tomar distancia de la repetición dogmática de los tópicos más rudimentarios del sentido común burgués: que la economía depende de la individual voluntad gobernante; que la política es la relación entre una persona, malvada o bondadosa, que gobierna y un pueblo indiferenciado, cuya acción se limita a votar periódicamente. Esa también es una construcción ideológica, enseñada por la escuela que no es más que el instrumento en manos de una clase para el sostenimiento de su propio orden. Claro, las noticias no pusieron esto sobre la mesa.

Curiosamente, no tengo recuerdos del primer día en preescolar ni del primer día en jardín de infantes. Sé que del jardín deserté antes del receso invernal y sé que la historia oficial (la que cuentan mis padres) asegura que otro niño me molestaba a diario. Pero mi versión es distinta y guardo todavía una memoria rencorosa al respecto: abominé que me disfrazaran para el acto del 25 de mayo. Fui French junto a otro niño, que hacía de Beruti (o al revés, aunque dudo que algún adulto supiera distinguir qué personaje interpretaba cada uno): galera de cartón, chaqueta de papel crepé, pantalón de gimnasia, botas de goma para lluvia y un bigote de corcho quemado. Ah, por supuesto: una canastita con escarapelas para repartir entre la concurrencia. Ahora mismo me subleva recordarlo. ¿Por qué los adultos nos hacían eso? ¿Por qué no se disfrazaban ellos, si tanto les gustaba el ridículo? Sin embargo…

…si nos hubiesen contado que French y Beruti fueron dirigentes de la «Legión Infernal», al mando de una fuerza de choque revolucionaria compuesta por 500 jinetes armados, que no repartían escarapelas sino agitación y propaganda, que no llevaban canastitas, sino que portaban instrumentos de persuasión menos elegantes … Si en vez de disfrazarme contra mi voluntad, los adultos hubieran montado una representación dramática de la revolución, quién sabe cómo viviríamos hoy y qué pensaríamos acerca del pasado, acerca del presente y acerca del porvenir. Todavía estamos a tiempo de averiguarlo. Porque si de algo debiera servir el debate sobre un día particular en una escuela de La Matanza es para reflexionar sobre el sentido de la escuela burguesa, la disputa ideológica y política por lo que allí se enseña, todos los días, ahora sí en todas las escuelas y de qué lado vamos a ubicarnos nosotros.


Notas

  1. “Condena mediática a una docente por discutir con un estudiante. Opinan docentes de izquierda”, publicada el 26/08/2021. https://www.laizquierdadiario.com/Condena-mediatica-a-una-docente-por-discutir-con-un-estudiante-opinan-docentes-de-izquierda

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