Más cerca de África. Un escueto safari por la degradación de la economía argentina

en Aromo/El Aromo n° 108/Novedades

Damián Bil
OME – CEICS


“Los argentinos somos derechos y humanos”. “Con la democracia se come, se cura y se educa”. “Estamos en el primer mundo”. “Nuevo modelo productivo con inclusión”. “La década ganada”. Desde hace más de 40 años los argentinos escuchamos las promesas del personal político de turno, que nos asegura que, ahora sí, con sus medidas “el país” va a salir de su frenesí decadente para insertarse en la senda del crecimiento y del bienestar. Luego de cada crisis furiosa (1975-1982-2001-2015-2019) vemos pasar numerosos planes de estabilización que, en mayor o menor tiempo, terminan en nuevas convulsiones: el plan Martínez de Hoz; el tándem plan Austral – plan Primavera, el plan Bónex y la Convertibilidad, y las distintas medidas bajo las gestiones de los Kirchner y de Macri. En los intervalos, a partir de una recuperación de los indicadores en comparación al piso más bajo de la debacle previa, muchos son los que ilusionan con que los problemas de la economía encontrarán su solución definitiva. Hasta que la Argentina vuelve a chocar con la pared. Así, describe una espiral descendente: colisiona con sus límites, se desploma de forma estrepitosa, inicia un ciclo de recuperación (con ajuste del tipo de cambio, caída salarial, o bien por la mejora relativa en las condiciones de su comercio exterior) donde parece que se van a superar los obstáculos históricos. Pero esa recuperación, apenas mejor que el piso más cruel de la crisis, nunca es suficiente para alcanzar los niveles promedio de la etapa previa. O sea, bajamos un escalón. Las ilusiones se diluyen con el siguiente estallido, hasta que comience la recuperación relativa. Este comportamiento es cíclico al menos desde hace 70 años.

Esto no es una cuestión de malicia o mala voluntad de los gobernantes, ni culpa de la corrupción, ni de agentes externos (las potencias imperialistas, el FMI), como el nacionalismo y la izquierda quieren hacernos creer. Por el contrario, es el resultado de la propia dinámica económica de la Argentina. De un país que se achica de manera constante en el concierto mundial, y que solo sobrevive a fuerza de empobrecer a su población.1

El tamaño importa

En el sistema capitalista los países más grandes son los que, históricamente, dominan la competencia internacional. Cuando hablamos de “grandes”, no nos referimos a su extensión geográfica, sino a su tamaño económico. Por ejemplo, Alemania (62° país por su extensión territorial) es una de las economías más poderosas del mundo; mientras que nadie consideraría a Kazajistán una potencia, a pesar de ser la 9° nación en tamaño geográfico. Esto ocurre así porque en los países grandes, en términos económicos, se afincan los capitales de mayor magnitud o los más competitivos en distintas ramas de la producción. Por lo general, tendrán superávit comercial, marcando la dinámica de la acumulación a escala global y creciendo a mayor velocidad que el resto de los competidores. De esta manera, tenderán a dominar el mercado mundial, por producir con costos unitarios más bajos que el resto. Ya sea por una elevada productividad del trabajo (en distintas etapas históricas EEUU, Alemania), por otras ventajas como pueden ser los bajos salarios (China), o en un momento determinado por una combinación de ambas (Japón). Y no es la fábula de Esopo, estos avanzan como liebres pero sin detenerse nunca, mientras que la mayoría lo hará como tortuga y otros apenas como una babosa.

Un indicador útil para evaluar el tamaño de una economía nacional, y realizar comparaciones, es el volumen del PBI. Este indicador refleja, a grandes rasgos, el valor agregado de bienes y servicios que se genera en un país. En cierta forma, es útil como indicador de la producción de mercancías y, por ende, de valor. Es una aproximación a la medida de fortaleza de una economía determinada, que además permite contrastar entre distintos espacios nacionales.

Si revisamos las cifras del PBI, durante el anterior y el presente siglo son prácticamente los mismos los que lideran el ránking internacional. Para 1900, el Reino Unido (y sus colonias) acaparaba más del 18% del total mundial, los EEUU el 16%, Alemania 8,2%, Francia 5,9% y Japón 2,6%. En las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, en 1913: EEUU 19%, Reino Unido y sus dominios alrededor del 16%, Alemania 8,7%, Rusia 8,5%, China 8%, Francia 5,3% y Japón 2,6%. Para la etapa de la siguiente conflagración mundial (1940), si bien las posiciones relativas se habían modificado, los protagonistas eran los mismos: EEUU 20,6%, la URSS 9,3%, Alemania 8,4%, Reino Unido 8%, Japón 4,7% y Francia 3,7%. En 1960: el bloque que hoy corresponde a la UE 36,2%, EEUU 27,8%, la URSS 10%, Japón 7%, Canadá 2,8%. Hoy: UE 23,2%, EEUU 21,6%, China 13%, Japón 7,5%, la India 3,4%.2Estos 5 bloques/países representan casi un 70% de la economía mundial. En todos esos años, la Argentina tuvo un lugar más bien marginal: en relación con el mundo, 0,7% (1900), 1,1% (1913), 1,4% (1940 y 1960), 0,5% (2018). O sea, aun en momentos de supuesto esplendor, la Argentina nunca fue un actor de peso en términos mundiales. Al contrario, a medida que pasa el tiempo, se distancia de las principales potencias y se acerca al grupo de naciones más pobres.

Antes de detenernos en la evolución del caso argentino cabe señalar que el PBI mundial se incrementa durante todo el siglo XX, con mayor velocidad en su segunda mitad. Entre 1900 y 1960 se expandió en 4,3 veces; mientras que en el lapso 1960-2018 lo hizo en 7 veces. Es decir, un crecimiento de las fuerzas productivas sociales, a diferencia de lo que sostiene buena parte del trotskismo.

Hacia el fondo de la tabla

En la expansión señalada, la Argentina crece en términos absolutos. En los últimos 60 años, el PBI argentino creció en valores reales 3,86 veces (de 115.600 millones de dólares a valores del año 2010- a 446.730 millones). Su población se duplicó (de 20,6 a poco menos de 45 millones de habitantes). El volumen físico de producción de bienes también se multiplicó, en muchos casos por varias veces: en ese lapso, la producción de cereales y oleaginosas pasó de 16 a casi 100 millones de toneladas; la de naftas y gasoil de 3,4 a 20,4 millones de m3; la de aceites comestibles de 474 mil toneladas a 131,6 millones; de 319 millones de toneladas de papel y pasta celulósica a 2.580 millones; de 458 toneladas de hierro y acero en bruto a 8.950; de 90 mil vehículos a 466 mil; de 2,6 a 11,8 millones de toneladas de cemento;3 solo por señalar unas cuantas ramas. En algunos casos, con una cantidad menor o similar de trabajadores. En todos, con un sensible aumento de la productividad: en 1960, 17.500 trabajadores fabricaron 89.338 vehículos. En 2018, un 50% más de operarios produjeron 5,2 veces más autos. En horas de trabajo, mientras que en 1960 se insumían 233,94 horas para producir un vehículo, el año pasado apenas 47,1.4

El inconveniente es que todo esto se da a una velocidad menor que en el resto de los competidores. En 1920, la Argentina tenía un PBI que representaba prácticamente el de Canadá, el 5,5% del de los EEUU, un 19% del alemán, un 127% del australiano; en relación con América Latina, un cuarto mayor al brasileño, un quinto superior al mexicano, 3 veces mayor que el de Chile, y 5 veces el peruano. Para 1960, ya representaba el 3,6% del de los EEUU, un 58% del australiano, un tercio del canadiense, casi la mitad del brasileño, un 78% del de México, y la distancia con Perú se había reducido a 4 PBIs. En comparación a otros del mundo, la economía argentina era apenas más pequeña que la china, tenía casi 5 veces el tamaño de la de Corea del Sur, casi el doble que la de Nigeria, 7,5 la de Egipto, 4,2 la de Argelia, un 1.239% en relación a Sudán, 26 veces la de Kenya, Zambia o la de Costa de Marfil, 16 veces la de Ghana, 10.019% mayor a la de Burkina Faso, o 563 veces la de Botswana.

Desde ese entonces hasta aquí, como vimos, la producción de bienes creció. Aun así, pasados sesenta años, la Argentina se achicó en términos relativos. En la actualidad, hacen falta 40 Argentinas para hacer un EEUU. Representa apenas un 4% del tamaño de China. Un quinto del de Brasil y un tercio de Australia, México o República de Corea. La distancia con Chile se redujo, al punto de que el PBI argentino es apenas superior en un 50% al del vecino país. Con Perú, en cien años la Argentina pasó de tener cinco veces su tamaño a solo dos. Es llamativo el achicamiento de la distancia con África: 156% en relación a Egipto, 2 veces la de Argelia, 6 veces la de Sudán, 7 la de Kenya, 8 la de Ghana, 10 en relación a Costa de Marfil, 15 con Zambia, y solo 24 con Botswana. Hoy, Nigeria tiene un PBI superior al argentino. Si bien esos países experimentaron procesos de expansión de relaciones capitalistas y modernización de sus estructuras productivas desde un piso muy bajo, también es cierto que en 60 años la diferencia con la economía de los EEUU se incrementó en un 30%, con México se duplicó, y con China se multiplicó por más de 20 veces; mientras que con varios países del África la distancia se redujo a la mitad. La Argentina, como un transatlántico a la deriva, se aleja de cualquier puerto y vaga en el peligroso mar abierto del atraso.

Al descenso

La degradación se refleja en el empeoramiento de los indicadores sociales. De una tasa de pobreza del 3% para 1968 hoy, aún con la cuestionable metodología, según INDEC hay doce veces más (35%, para el primer semestre de 2019). Lo mismo con la desocupación, que de un promedio de 4,55% para los ’70 pasó a más del 15% durante la última década. El salario real promedio es hoy la mitad del que se percibía en 1974. El país se achica también en el comercio internacional: mientras que en 1948 la Argentina explicaba el 2,8% de las exportaciones mundiales, para 1970 era el 0,6% y en 2017 apenas el 0,33%.

Como explicamos en otras ocasiones, esta decadencia no es producto de la desidia estatal ni de la falta de desarrollo capitalista, sino que por el contrario es la consecuencia de la dinámica del capital en estos pagos. Una estructura que crece, donde se expanden y profundizan las relaciones de producción capitalistas, pero que choca con sus límites históricos de forma constante: un tamaño reducido que le impone una menor escala y mayores costos, su carácter tardío, su falta de elementos compensadores (más allá de las exportaciones agropecuarias) y su peculiar estructura social, con un bajo nivel de concentración del capital y una burguesía mercado internista poderosa en términos políticos pero ineficiente en términos económicos, incapaz de desarrollar las fuerzas productivas a la velocidad que lo hacen otras burguesías más poderosas, y parásita de las transferencias estatales. Todos los gobiernos burgueses pasados han hecho lo mismo, subsidiando por diversos medios a los capitalistas que acumulan aquí para que dilapiden la riqueza social generada por los trabajadores, incluso a cuenta de riqueza futura (endeudamiento). Alberto tiene la misma receta que sus predecesores, con algún que otro condimento distinto: ajuste, baja de salario, subsidios al capital… Para repetir la historia.

La Argentina no saldrá de este círculo bajo este régimen. Solo podrá detener la decadencia bajo una organización socialista: modificando de raíz las relaciones sociales, centralizando los medios y asignando de forma racional los esfuerzos, con el objeto de relanzar las fuerzas productivas y elevar el bienestar de la población.


Notas

1Ver Sartelli, Eduardo: “El presente griego”, en El Aromo, n° 85, 2015. 

2En base a datos de Ferreres (2010) y de World Development Indicators, Banco Mundial. 

3Con información de Ferreres (2010) y de Estadística de Productos Industriales, INDEC.

4Datos de ADEFA, http://www.adefa.org.ar/

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